lunes, 30 de mayo de 2016

El Sistema

Nosotros y ellos. Siempre nosotros y ellos. Buenos y malos. Propios y ajenos. El eje del bien y el eje del mal (otro día hablaremos de Aznar, Bush, Blair y sus secuaces dentro y fuera de Portugal). Así se podría resumir, en plan tercero de la ESO, el comienzo de El Sistema de Ricardo Menéndez Salmón. Acierta Menéndez Salmón con la figura del Narrador y acierta, también, al decir que las novelas son difíciles de conseguir. Muy difíciles. Las vocaciones son peligrosas, y, la de Narrador, también. Y acierta RMS al decir que no es lo mismo leer Historia que protagonizarla (y los protagonistas de hoy en día, en libros y en realidad, preocupan). Aunque el Narrador acierta al elegir ciertas palabras, antiguas, que ya casi no se utilizan. Viva la melancolía y la Caída, en plan salzillesco. No sé si cierta literatura es rama folclórica o simplemente costumbre (moda envejecida siguiendo al Maestro de Gramática). La rutina del librepensador es peligrosa, da miedo a algunos (en las distintas fases de la Historia, en las reales y en las inventadas, en las que vivimos en primera persona del singular y en las que vemos desde la barrera del toril). El Sistema hace reflexionar sobre la importancia de la Soledad: no sabemos su condición hasta que la añoramos. Y en el Sistema no hay espacio para la compasión, otro truco de marketing que desterrar. El Narrador sabe de su condición de esbirro fiel, uno más de los secuaces sistémicos, uno más de los adláteres de la confusión, uno más de la patulea infecta. Salvo por la filatelia y el ajedrez, lo demás, es ilusorio para el Narrador. Gran mentira en la isla rectangular, mierda con peste que quemar con su lanzallamas. Como si fuera un dron ajeno a todo que vuela ajeno a todo, la muerte llega y transforma el Sistema, abre fisuras en la que parecía Robespierre el "incorruptible" que dirían los más fanáticos seguidores de la guillotina convertidos hoy en concejales que hacen chistes sobre la solución final vía Twitter. El tiempo en la Historia, ya sea cíclico o lineal, ya sea bíblico o ateo, nos pone a cada uno en nuestro sitio, en nuestra tumba particular, en nuestro nicho de por muerte. Voces ajenas que invitan, sin disimulo, a no pensar, a o meter(se) en líos, a olvidar lo que es real, a respirar y seguir con la jodida rutina de inventarios inútiles y sumas de estrellas en mitad la nada. Y en lo que está por llegar, con o sin nombre, Posthistoria o algo inclasificable, surgen las dudas. ¿Qué cambios vendrán? ¿Cómo afectará a la soledad y rutina? Habla, con razón, RMS sobre la policía, sobre sus imposturas, sus cambios de ropa y traje y el triunfo que ello lleva implícito. Y conforme avanzas en la lectura de El Sistema, más te acuerdas de Adolfo Bioy Casares y Plan de Evasión y de La invención de Morel. Y tantas y tantas cosas. Y es cierto que los hombres somos bestias, aunque nunca reconozcamos el límite exacto. Ese límite puede ser nivel cabrón. Nivel cabronazo. Nivel diablo con todos sus atributos. Y los enigmas en plan Juan Salvador Gaviota. Y la locura hecha cuchillada, dentellada, navajazo a la hora de la siesta, desprevenido, sin avisar, como un tumor maligno sin solución en el chequeo anual del trabajo. Y dos días sin dormir, y pastillas insuficientes y dolor envenenado. El dolor no es sincero, es un vecino que te quiere muerto al abrir(se) el ascensor. Y cubierto el pan y el circo, el Padrenuestro de toda los días, surge la escritura y su impostura, la rebeldía y la soberbia, el paso de la tortura a la felicidad (otra vez, enésima vez). Y palabras que salen de la boca por iniciativa propia, por impostura del día a día. Y hay veces que la curación no es la solución. No hay nada que celebrar para algunos en la curación. Y la barbarie se mezcla con otros sustantivos, adorables y despreciables, aguas fecales de la imaginación. Y cuando, como escribe RMS, es imposible separar la escoria del oro puro te vuelves loco. Absolutamente loco. Y después de la caída casi neotestamental, hay que buscar la ausencia de sueño. Nada de arimateos que vengan al rescate, nada de mierda encapsulada. E incide RMS en la sobriedad de los verdugos, rememorando viejos ideales de oscuridad. Y es cierto que cagar solo da miedo. Locura y miedo, como si fuera una estrofa vicentiana de Don Ricardo. Y como Pablo camino de Damasco, la conversión te convierte en visceral seguidor de las nuevas ideas, buscando desesperadamente acólitos y secuaces, maná en mitad del desierto, tablas legislativas en el páramo icebérgico. Y nos lleva RMS también a plantearnos el tiempo histórico y las categorías temporales, línea contra círculo, repetición contra innovación, mentira contra mentira porque todo en la realidad es una farsa. Una gran y asquerosa farsa en la que pagamos impuestos sin merecerlo. No sé si cada Constantinopla, cada Estambul, cada Bizancio, tiene una puerta olvidada o no. No lo sé, a eso no llego, pero está bien preguntárselo una y otra vez. Y uno se cansa, después de tantos madrugones, estar pasando continuamente nuestro Rubicón de penitencia, nuestro esputo de llama. Y la estupidez de las jerarquías. ¿Podríamos vivir sin escritores? ¿Podríamos vivir sin políticos? ¿Podríamos vivir sin tecnócratas? ¿Podríamos vivir sin? ¿Podríamos vivir? ¿Podríamos? No es fácil seguir en mitad de una epifanía. Es cierto que hay momentos inolvidables en mitad del páramo de la respiración y los latidos. Las imágenes nos conmueven y, simbolizándolo todo al final la belleza triunfa aunque duela. Todos queremos tomar lo que no es nuestro y, como dice RMS, la sed de símbolos jamás cesa. Y los pactos sellados con apretones de manos y las miradas hacia otro lado cuando ya no quedan ni palos ni sombrajo ni Estado: solo dudas. Dudas de lo que vendrá, de cómo será nuestra mano a manos de otros. Comer y beber todo lo que nos ponen en la mesa, recordando los consejos paternos. Estar a favor de la incineración sobre el enterramiento. Y músicas en mitad del desastre. No sé si educar en el temor nos hace débiles, pero si inútiles para argumentar con rigor. El miedo da miedo, pero depende de la hora, del estado de ebriedad, de la luz del sol y de los libros leídos, sobre todo de los que están por leer. La contemplación de La lección de anatomía del doctor Tulp como símbolo de lo que nos toca esperar: morir como ladrones en un mundo gobernando por los mayores ladrones de la Historia. Lo peor ya es presente y el futuro otra quimera. O tal vez no. Tal vez lo peor no sea tan malo. El Infierno siempre es algo muy personal, pero siempre hay que compararlo con otros infiernos: nuestro infierno postmodernista de tuits penosos no es comparable a la búsqueda de agua con una cantimplora agujereada en Etiopía. No todos los Infiernos son iguales: hay INFIERNOS e infiernos. Nuestro vellocino de oro particular es no saber lo que vendrá mañana, esperar lo que no queremos esperar. Y eso, Nulla res extensa, lo resume todo como bien escribe RMS. Y la lucidez, como pensar, nos mete en líos. En demasiados líos, pasando al lado oscuro de la fuerza. 36 justos y jodiendas con vistas a un iceberg. Casi nada. Y Laetoli en el horizonte eiroaniano, siempre el pasado que vuelve al presente. Y arcas que no solucionan nada, porque no hay nada que solucionar. ¿Y por qué en cuatro años de Licenciatura en Historia nadie me habló de Anatoly Lunacharski? ¿Alguien? ¿Nadie? ¿Que vodka nos pondría el camarero de la Historia para pasar el mal trago? No sabemos si condenar a Dios a muerte fue una buena solución, pero rezamos por señales. Seguimos soñando que nada ha terminado, seguimos soñando para no vernos en el espejo, seguimos soñando con las mejillas de nuestros frutos, seguimos soñando con olores olvidados, seguimos soñando que nada de esto ha ocurrido. El tiempo como antítesis de rigidez, como fruta madura que nunca sabes el momento de su caída. ¿Y cómo vendemos 1453? ¿Versión turca? ¿Versión otomana? ¿Derrumbe o éxito? Perspectiva, siempre depende de la perspectiva. Y el Mesías traicionado, y la sábana manchada, y las lecturas (mal)interpretadas, y la vuelta al óleo, y todo lo demás.

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