viernes, 13 de mayo de 2016

Érase una vez el fin

Decía el hombre de la camisa verde que no hay que saber, que hay que tener conocidos que sepan. Lo decía un tipo que no articulaba bien las palabras del alpiste que llevaba en el cuerpo. No sabía de la existencia de Pablo Rivero hasta que Kiko Amat se refirió a él en su blog. Vaya novela es Érase una vez el fin. Buen título que adelanta lo que tiene que pasar. Lo que ocurre en las 136 de rigor es esperado, se nos cuenta la derrota en sus diferentes visiones, las derrotas propias y las ajenas, las derrotas familiares y las pírricas victorias familiares, el desgaste físico y la ruina económica. En definitiva, Érase una vez el fin resume a la perfección la mierda que (casi) todos llevamos dentro y que, cuando explota, salpica en varias galaxias. El universo de los perdedores se puede reflejar de muchos modos aunque la derrota solo sea una. Las derrotas cotidianas pesan. Aunque podamos conseguir victorias parciales, aunque consigamos ganar (y contar) alguna batallita temporal, la guerra la tenemos perdida y el horizonte se ve como un incendio de neumáticos en Seseña. Todo negro. Queremos adulterar esa realidad como hace el protagonista de Érase una vez el fin, con pasos de peatones, con alcoholes varios, con excuñadas, con vecinas, con compañeras de trabajo. Esos sucedáneos son mínimos en mitad de su Rocroi particular en este alatristesco individuo. Antes o después, el poco o escaso esplendor desaparece y estamos abocados al negro fin. Muy negro fin. Podemos alterar el fin con un do menor, pero siempre será el fin. Y hace bien Pablo Rivero el retrato de la sociedad del siglo XXI de la hipotecada España de la que formamos parte los hipotecados españoles: la farsa puede durar un tiempo pero esa pirámide de naipes se derrumba antes que tarde. Muy antes que tarde. Podemos barnizar el desastre del país y en primera persona del singular, pero por mucho barniz que utilicemos esta madera está podrida. El viejo esplendor es solo un recuerdo, un trío en una cama centroeuropea. O eso creemos recordar. Y todo lo demás.

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