domingo, 16 de octubre de 2016

Crisis in six scenes. Primera temporada

¿Cómo no te vas a enganchar a "algo que empieza con la música de Jefferson Airplane"? Cuando fallan las fuerzas, pones algo de música de John Cipollina, de Jefferson Airplane, de Eric Burdon, de Triángulo de Amor Bizarro, y te recuperas. Hago asociación de ideas y recuerdo un viernes, como el que empecé a ver Crisis in Six Scenes escuchando, en mitad de mi desesperación a José María Rey y su Sunset Bulevar, y Dylan y The Byrds, y todos aquellos grupos que desconocía mientras estudiaba sin confianza en un futuro lleno de mentiras. A mi de Allen me gustan Toma el dinero y corre, Poderosa Afrodita, Misterioso asesinato en Manhattan y, sobre todo, Match Point. No es fácil hacer una peli al año. En Crisis in Six Scenes se pone el mundo por montera, y se cree que puede tener el pelo de James Dean, y que escribe bien. Pero no. Es lo de casi siempre, tiene buenas una de cada diez. Pero tiene sus momentos, sus referencias sarcásticas a Mao y Lenin, al baseball de Castro y al club de lectura en su acomodada casa burguesa, sus locuras y preocupaciones, sus paranoias y su narcisismo. Situada en el contexto de los problemas políticos, militares, raciales y sociales de los sesentas (como bien diría don Alejandro García García hablando de Historia de América), cuestiona los ideales de una clase acomodada, de una clase media que se conforma con niños, perros, chimenea y no se pregunta por los problemas de una país que hacía muchas décadas que se fue a la mierda. Porque Yankilandia se fue a la mierda, y, aunque no lo parezca, tiene mucho talento desaprovechado. Podemos estar bebiendo vino tranquilamente con nuestros problemas cotidianos colgados de la cuerda del tendedero. Podemos utilizar nuestros electrodomésticos para vaciar de contenido nuestra irresponsabilidad social. Todo es una gran mentira, pero bien edulcorada. Nos preocupamos de futilidades inocuas pero dejamos realmente de lado lo verdaderamente importante. Nos acomodamos, no leemos lo que deberíamos leer, pasamos de puntillas por los versos de verdad, por las frases lapidarias, por los momentos en que se cruzan las miradas y que crean adicción. Podemos seguir siendo rebaño, podemos pagar y pagar impuestos para que gurteleen sus vidas (y a fe que lo seguirán haciendo). Luego dices plutocracia en una clase de la ESO y no te responden ni los figuras con etiqueta de "alta capacidad". Menos alta capacidad y más lectura, menos tostador eléctrico y más triple en la cancha del colegio, menos mierda de obligatoriedad y más versiones actualizadas de la felicidad. Y la idiotez generalizada hecha serie. Y, perdidos en la confusión, pensar en El guardián entre el centeno como aquel libro de julio de 2016 que nunca acabe. Demasiado Marx para un fin de semana en el que Marc (Márquez vuelve a ser gpcampeón. Y todo lo demás, también. Coda: ¿Puede la antipatía al guacamole salvar un matrimonio? Coda 2: Pasan los décadas y siguen las guerras de mierda, las miradas de rusos y yankis mientras juegan en el tablero de Alepo, uno de tantos escaques de este asqueroso mundo. Y llega alguien a tu casa y te deja sin esturión, sin galletas de higo y sin las naranjas que te han regalado. Sigue la injusticia aunque la barnicemos de hall de casa con señoras mayores que hablan de Marx mientras otros esperamos simplemente que se cierre el camarote. Y punto. Coda 3: Y recordar que llevas como diez años sin escuchar a Copperhead. Dios. Somos mayores. Y siguen existiendo tipos que confunden colonoscopias con algo que le hicieron en la garganta.

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