martes, 6 de diciembre de 2016

Billions. Primera temporada

Empieza la primera temporada de Billions lenta. Sin prisas. Pero poco a poco se va encabronando, salen los más bajos instintos, salen a relucir los colmillos más sanguinarios, salen a relucir las mierdas más extremas. En la empresa, en la familia, en la fiscalía: todo puede empeorar. Para mal o para muy mal o para peor directamente. Nuestro amigo zanahorio de Homeland se vuelve a salir, entre discursos y arengas a los empleados de su empresa, entre momentos de lucidez y renuncias viendo Ciudadano Kane por primera vez. Siempre hay una primera vez para todos, incluso heredando el control de su empresa tras el 11-S. Conciertos de Metallica, saunas, yates. Y ya se sabe la diferencia entre el millonario y el multimillonario, como nos recuerda de tarde en tarde el gran Manuel Alcántara: el millonario pregunta el precio del yate y el multimillonario no pregunta el precio de ese mismo yate ni por curiosidad. "Quiero este yate", dice su índice. O se lo hace a su gusto en Estonia, como ocurre en Billions. Grandes preocupaciones las de los ricos. Romper cheques en la cara. Insultar en la cara. Tragar bilis. Tragar lo que tengas que tragar. ¿Somos más de Curry o de Kobe? ¿Somos de pedir permiso o hacer la maldad sin preguntar? ¿Somos de dejar morir o creer en milagros? ¿Somos de odiar a Papá o pedir perdón cuando queremos algo a cambio? ¿Somos de viajecito en helicóptero o de inventarnos a Papá Noel? Vaya juego el de la primera temporada de Billions. Todo es mentira, pero hay que saber mentir con la habilidad adecuada, con la velocidad justa, con la ortodoxia genética. O tal vez, no. Tal vez todo vale para mentira. Todos nuestros caprichos tienen un precio concreto. La ley de la oferta y la demanda de los caprichos es peculiar, no es fácilmente resumible. En esa balanza, en la persuasión de la ofensa, está la clave. Y dejar(lo) todo atrás. Convicciones olvidadas, grabaciones borradas, ordenadores espiados, ética de trabajo, mentiras podridas. Y un último capítulo de teatro, de ficción, de tablas y gritos y marcos con cheques rotos que guardar. Y todo lo demás, también.