sábado, 1 de julio de 2017

The Principal. Primera temporada.

El problema de The Principal es que es real. Cualquier cosa puede pasar en un instituto. Da igual la latitud, la longitud, el continente. Lo que no pase en un instituto no pasa en casi ningún sitio. Crímenes y mierda al por mayor. Un director que quiere cambiarlo todo y se mete en un puto infierno. En el mismísimo infierno. Policías sin uniformes. Alumnos muertos. Directores con antecedentes. Ritos de purificación. Indígenas contra musulmanes. Suníes contra chiítas. Todo cabe en un instituto. Esponjas con las que lavar al muerto. Boxeo y clases de cocina. Refugiados de muchos sitios. La guerra. La puta guerra hecha instituto. Boxdale, instituto solo para chicos en un barrio infernal, con tiendas infernales, con crimen y todo lo demás. Como en cualquier barrio en cualquier ciudad del mundo. Entierros bajo cables y líneas de alta tensión. Oraciones que quedan en el vacío. Pañuelos con olor a tabaco. Corbatas como símbolo de distinción. Imposibles en el horizonte. La insensibilidad policial. Publicidad para vender portátiles en mitad de un infierno. Acusaciones retiradas. Carreritas por el patio. Sin testigos. Mierda sobre mierda. Etiquetas que te ponen para "tildarte de". "De". Pasado sobre pasado y tiro porque me toca. Terrorismo y antiterrorismo. Vacantes con fuego. Y más conjeturas, de hermanas a madres que hablan de casualidad. ¿Qué tiene solución en el mundo? ¿Algo? ¿Nada? ¿Volver al antiguo IES? Tragedias del pasado que vuelven al presente, y lágrimas de matones. Palizas que están en el disco duro neuronal durante décadas. El protocolo de la amenaza de bomba. Recuerdo que el año pasado, trabajando en Cartagena, sufrimos una falsa amenaza. Parecía cachondeo de los niños, pero la policía llegó de manera inminente. Fue un caos salir de allí, pero necesario. Hay ciertos asuntos que no se pueden tomar a broma. La locura de la cerrazón y todas esas milongas que cuando se convierten en realidad hacen saltar todo por los aires. Relojes que marcan el miedo y todo lo demás. Pero hay esperanza, aunque no lo parezca. Siempre. Hay que creer que estamos aquí para poder cambiar las cosas, aunque sea poco a poco. Y punto.