martes, 2 de enero de 2018

Black Mirror. Cuarta temporada.

Ahora a todos los cítricos, los tipos o limones que beben vinagre por las mañanas y hacen críticas de maratones, y están sanjuniperizados, y mean agua bendita y todo lo demás, a todos ellos Black Mirror post San Junipero les parece poco. O nada. O mierda. La cuarta temporada de Black Mirror vuelve a reflexionar sobre la necesidad de la capacidad de elegir y, sobre todo, con la culpa que nos colgamos al alma en la toma de decisiones. Y cuando hay maquinitas por el tema, peor todavía. Puedes ir más o menos elegante, elegir un día para espíar o tomar adn de piruletas, para largarte después de pisar a un ciclista o intentar huir de la platónica caverna. Da igual. Siempre habrá culpa. Siempre podíamos escoger otra opción. Siempre. O tal vez no. Tal vez no hemos bebido suficiente vinagre, tal vez nuestro nivel de ácido cítrico en sangre no sigue siendo lo suficientemente alto. Critiquemos. Ya no hay transiciones en las que dar tregua. Desde la barrera, desde la maquinita en la sien, desde el observatorio ajeno, es fácil escupir. Pero no lo olvidemos. Escupimos, sí, pero lo hacemos en el mar. En la insignificancia de un mar lleno de pasado. ¿Sociedades igualitarias a la altura de un morro de un cerdo? Somos bichos en busca de bichos, somos máquinas necesitados de máquinas, somos bestias en rumbo ajeno. Somos una voz familiar en nuestro interior, somos experimentos en busca de soluciones. Somos promesas en una carta en blanco. Pero, ante todo, somos mentiras.