domingo, 24 de marzo de 2019

Trapped. Segunda temporada.

¿De verdad una ministra se iba a dejar prender fuego de esa manera con su hermana? ¿Por qué la mierda familiar siempre salpica? ¿Ecologismo 4.0? Venganza y ovejas muertas, terremotos y centrales que construir, vikingos del siglo XXI y viento y niebla que nunca se acaba. Cuerdas y problemas interraciales. Vuelve Trapped con muertes varias, con aristas varias, con asuntos varios. Las casualidades no existen. Familias que se desmoronan. Graneros de llanto. Odio racial entre nieves. ¿De qué hablan las sagas? El asunto deja diálogos bastante ilustrativos sobre el problema de la inmigración (y quien dice Islandia, dice cualquier país). Mayorías convertidas en minorías, idiomas de fuera mayoritarios dentro, leyes y costumbres. Como en cualquier país, pero con más frío. Con mucho frío. Y sangre, mucha sangre. También Trapped en esta segunda temporada es una sucesión de lo que no nos atrevemos a decir hasta que hay dolor e ira en primera persona. Gemelos de sangre, de odio y caída infernal. Palabras en la nieve, en el hielo, en corazones hechos icebergs. ¿Perdonar con ciertas edades? Imposible. El perdón, otro puto truco de marketing. Odio, tampoco. ¿Paz? Imposible en el hielo. Todo es mentira a fin de cuentas. Y nada como un velatorio, un alboroque, para poner(se) en plan demasiado sincero. Vínculos familiares. ¿Quién es el protagonista del dolor? ¿Quién el de cerdo Napoleón? Y como en buena sociedad feudal, los cuñados, enterrados los familiares pertinentes, se encaman entre ellos. Dolor, dolor, dolor. ¿Hay decencia entre el frío? ¿Se pueden admitir los errores? Nos saca las entrañas Trapped, pero está bien ver las entrañas de vez en cuando (no todo va a ser comerlas, pijo). Conflictividad, alcoholismo y verdad en una misma frase. En muchas frases. Verdades que salen a la luz décadas después. Puñaladas traperas, contratos que no se firman, multinacionales que creen en sueños de dólar, animales muertos, partidas de póker. Hay de todo, hasta homofobia en plan sangriento, en plan chantajista. Y todo para llegar a un último capítulo en el que se dan las claves de una familia enferma, de una endogamia primigenia del frío y de los cerdos, de los efectos de las palabras en las personas, de lo huidizo de la vida y del dolor que nunca se acaba. Vino para quedar(se) y aquí sigue, con frío, pero sigue. Y no hay medias tintas cuando el mal vino sale a relucir. Se jode la obra de teatro y hasta el apuntador sufre las consecuencias. Queremos más Trapped. Mucho más.

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