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martes, 19 de abril de 2022
El amor en su lugar
Cuando hablamos de guerras, o de guerra, o de la Guerra Civil Española, o de la I Guerra Mundial, o de la II Guerra Mundial, nos dejamos muchas cosas. Hablamos de Cabra pero no de siempre de Guernica (¿o era al revés?), hablamos de Coventry pero no de Dresde, hablamos de guetos y de muros y de alambradas y de gases y del verdor terrible, pero siempre hay más. Mucho más. Cuando estás con los alumnos y debes explicar una guerra en dos días, hay veces que te planteas el espacio, la fecha, el acontecimiento por el que empezar y acabar, si es que se puede acabar. Tengo este año una tutoría de 2º de ESO en la que tenemos un poco de todo, pero sobre todo alumnos a los que hay que ayudar y alumnos a los que hay que ayudar mucho. Ahora utilizamos eufemismos para todo: dificultades de aprendizaje, necesidades educativas especiales y otros palabros para no utilizar el sustantivo concreto. No pasa nada, Piaget hizo daño y lo seguirá haciendo. Pero, a pesar de sus dificultades, de no saber castellano algunos, de no saber redactar otros, de tener problemas de cálculo otros, de mil problemas familiares, todavía hay algunos que tienen curiosidad. Me preguntaron por la crisis y la huelga de transportes y sobre lo que nos pasaría si se quedaran sin refrescos en el supermercado. Y allí que volví, como el curso pasado en el primer curso de secundaria, a recaer en el visionado de El colapso. Y en esas estamos cuando nos llegaron dos alumnos recién llegados de Ucrania, huyendo del horror, dejando abuelas allí y llegando aquí a otro tipo de horror pero muy distinto. La única ventaja que han tenido en clase es que cuentan con la ayuda de cuatro alumnos ucranianos que ya estaban aquí, y de unos profesores que se esfuerzan y dedican mucho tiempo a ellos. Pero cuando estábamos con el barco y el supermercado y la gasolinera y la residencia, los recién llegados, de vez en cuando, apartaban la mirada, o agachaban la cabeza y se hacían los dormidos. Solo ellos dos. Con El amor en su lugar, que todavía no la han visto pero la verán antes de que acabe el curso, nos metemos en el asunto de los guetos. Muchas veces, desde su perspectiva de teléfono móvil y despensa más o menos llena o vacía, no entienden el funcionamiento de los guetos o no les entra en la cabeza cuando ven en El pianista la escena del abuelo en silla de ruedas volando directo al suelo. No siempre la razón o la falta de ella es entendible. O casi nunca. O no la queremos entender. Cuando hablamos de 1989, hay que recordar a los alumnos que los muros, por sí solos, no caen: hay que derruirlos. Con los guetos pasa lo mismo, en la Varsovia de 1942 y ahora. El amor en su lugar empieza con un viaje interrumpido, con brazaletes que indican condiciones, con ausencia de guantes entre la nieve, con paredes semidestruidas y tipos que se esconden porque en la guerra huyes o te escondes o matas o piensas en sobrevivir si acaso puedes pensar. “Si me matan se me pasará el frío”, dice la joven que huye nada más empezar. Risas falsas de postnavidad en un control de la ciudad, chistes para buscar sonrisas en el horror. Y existe la octava maravilla del mundo (el cuello de una mujer) y el undécimo mandamiento. Dar clase y crear mentiras y robar a los muertos, que los cinturones están cotizados, que yo llevo uno del suegro que no conocí. Y entonces, el teatro, y los besos, y las estufas, y el amor y esa gran mentira convertida en telón y más allá del telón y El amor en su lugar. Lo de la mujer feliz, difícil. Escapar, que no hay vacaciones nunca. ¿Y qué no harías por sobrevivir? ¿Y qué no harías por escapar? Se dice que la función debe continuar, pero hay muchas funciones que se paran, que hacen reflexionar, que nos llevan a pensar en las arrugas del cuello de Julio César, en el yiddish o en las flexiones con las que purgar y no ser asesinado. La estupidez siempre gana durante unos años, decía el hombre de la camisa verde. ¿Qué estarían haciendo todas esas personas si no hubieran estado en Varsovia, o en Dresde, o en Coventry o en Ucrania sin guerra? Pero la pregunta a la que nos lleva, en mitad de la barbarie, El amor en su lugar es la de amar o ser amado, la de Platón o Aristóteles, la de elegir o ser elegido. Aunque siempre hay agentes dobles, o chivatos, ya sea jugando para Dios o para el diablo, hay que preguntarse si somos utilizados o nos dejamos utilizar. El amor en su lugar, de Rodrigo Cortés (que en julio pasado nos hizo recrearnos con Los años extraordinarios), es una excelente película con la que recordar que hasta en el peor de los infiernos queda, aunque sea en su mínima expresión, un momento para la lucidez, la sonrisa y la atenuación del dolor con la imaginación. Y siempre hay que ponerle imaginación, que mayo vuelve y está a la vuelta de la esquina, aunque no se nos olvide que fue un 6 de agosto cuando Hiroshima empezó a paralizarlo todo. Espero que a mis alumnos les guste, o, por lo menos, les haga volver a pensar que antes o después siempre llega un colapso y que debemos actuar ante las injusticias y no mirar para otro lado. Lo dicho, una buena hora y media de luz en mitad de las tinieblas cotidianas.
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3 comentarios:
Leandro, es que me ha gustado bastante. A lo mejor me pasó de azúcar con el comentario.
Seguro que no. Yo la tengo en tareas pendientes, aunque doy por sentado que me gustará porque soy bastante incondicional de Rodrigo Cortés.
Pues hay que verla
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