miércoles, 18 de enero de 2012

Luther. Segunda temporada.

Nada como escuchar susurrar a Idris Elba en Luther. Idris también era Stringer Bell. No sé con cual de los dos quedarme. A un lado de la ley en una serie, a otro en Baltimore. Pero siempre es Idris Elba. En esta segunda, después de los marrones de la primera temporada, solo puede ir el asunto a peor. Ese lugar físico, el Londres de la lluvia, es un infierno muy frío para Luther. Un infierno distante, un infierno cabrón. Un infierno lleno de recuerdos. Un infierno en el que el pasado se transforma en futuro. Un infierno de recursos y desconfianzas mutuas. Un infierno casi en el piso veinte. Un infierno en el que no hay contricción. Esta segunda temporada, en busca de asesinos en serie y de malparidos en general, se ven hermanos enrolados y estrellas de la muerte, hikkimoris y industriales del porno, madres que venden a sus hijas y abuelas que pudren a sus nietos, gasolineras peligrosas y oficinas siniestras. Sin duda, premio mayor. Y todo lo demás.

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