martes, 1 de mayo de 2012

Justified. Tercera temporada.

A estas alturas de Justified, ya no sé si soy más de Raylan Givens o de Boyd Crowder. No lo sé. No sé si estoy al lado del agente federal o estoy más al lado del tipo cambiante más sorprendete en esos lugares olvidados a los que otros antes sólo conocíamos por los triunfos de los Wildcats. Y, Detroit queda muy lejos, como nos queda lejos el Baltimore que amamos/odiamos después de The Wire. En esos condados olvidados de la mano de Dios, son las manos las que disparan balas de distintos calibres. Esta tercera temporada, teniendo el pasado siempre presente (faltaría más) es un intento de reordenación espacial, de sugerencias y ecografías, de sombreros que confunden disparos, de muertes inesperadas, de negros con poder (ya era hora, y no solo en temas de drogas) y de cristales rotos desde la primera escena. No se puede olvidar la cárcel, ni la oxicodina, ni el robo de órganos, ni los padres descarriados, ni las traiciones esperadas, ni esas Evas y Winonas... Justified se amortiza en cada minuto, en cada mirada que se cruzan sus protagonistas, en cada mono de color naranja, en cada reja y en cada bis a bis carcelario (a ver si me reengancho con Oz). En tiempos de predesempleo, nada como perder un brazo en búsquedas imposibles, en reniegos familiares, en fantasmas del pasado y en dinero, en mucho dinero, porque nunca tres millones doscientos mil dólares fueron tan bien utilizados en una ficción. Y, que quede claro, antes de Guindos y Solchagas, antes de Boyeres y Montoros, siempre los cerdos son los bancos. Y punto.

1 comentario:

jm dijo...

Sin haber visto la tercera, yo soy más de Boyd Crowder