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jueves, 27 de febrero de 2014
A bordo del naufragio
La pérdida de tiempo en mi escaso horario laboral me hizo llegar a este A bordo del naufragio. De esos hechos a los que llegas por error, por equivocación, pero que transforman la pérdida de tiempo en la llegada al Dorado. O algo parecido. No había sentido algo así con un libro desde Las Pirañas, y eso es mucho decir. Cuesta al principio, y, te sorprende, que no ganara el Herralde de Novela, y no entiendes muy bien como llegó al Bolaño más ebrio de Los detectives salvajes (sigo sin poder terminar ese libro, no le encuentro la gracia). A lo que voy, y digo que lo comparo con el libro de Miguel Sánchez-Ostiz, y eso son palabras mayores. No tenía ni idea de quien era este Alberto Olmos, pero tiene sentencias claras, de esas a las que no prestamos atención, pero que cuando las lees dos veces te das cuenta de que aciertan en el centro de la hielo, en el corazón del hielo y en mitad de las trenzas de madera. Otra vez las trenzas de madera, esas trenzas que cruzamos intentando borrar el pasado, intentando, como dice Olmos, "jodiendo a los predecesores". No había leído nunca la palabra hermetismo con sentido real en una frase, la verdad. Y, si, aunque no nos enteremos, las nubes y los rayos y los vientos y los granizos no lo tienen nada claro, algo así como nosotros. Y me recuerda a Las Pirañas en que nuestro "hombre" no tiene nombre, ni falta que le hace. Todos somos demasiado parecidos, demasiado mediocres, todos somos "castellanos sin castillo". Y todos tenemos nuestra guardería en condicional, nuestro castigo en este infierno sin solución, nuestras medidas con la caja correspondiente. Me gusta como subraya Olmos las paranoias y obsesiones del personaje: los libros, la soledad, las mujeres, su familia (toda y en parte, ausencias en primera persona masculino singular y lejanía en primera persona femenino singular). Esas obsesiones vuelven una y otra vez como un zapping envenenado, como un registro civil incompleto. Y acierta al tildar a los profesores universitarios, a esos grandes parásitos que después de chupar muchas pollas subieron a su tarima para contar como se cortan las uñas. Lo sigo pensando, los profesores universitarios (bueno, no solo los universitarios) son un mal necesario, pero que daño hacen a veces. Bueno, y siempre podemos esperar su muerte y celebrarlo con champán o con lo que sea. Y acierta también subrayando las miradas rencorosas, y los sabores de glucosa, y aquello codificado que vimos todos. Y subraya con boli rojo el costumbrismo (con todo lo que ello conlleva), y el miedo, constante y al acecho. El miedo en casi todo. Y las naranjas tocando la guitarra, y esos pétalos de la izquierda política y que ha copiado lo malo y lo mafioso de la derecha en su ascenso al poder. Y Dulcinea, y el espíritu de Sancho Panza, y los lapos sobre la generación anterior. Obra maestra. Y punto.
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2 comentarios:
No sé, suena bien lo que escribes pero no tengo claro que me vaya a gustar el libro.
Gustos. Colores. Metros a los que entrar por la puerta de salida. Los abuelos y el campo y todo lo demás.
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