sábado, 16 de diciembre de 2017

Perro de prensa

Empieza Javier Eder su Perro de prensa haciendo mención, en plan prólogo, al perro de Alcibíades. Para empezar. La primera parte de estos artículos la titula El aire de los tiempos. Que no nos falte ese aire, y escribe el autor sobre martinis y bikinis mientras reflexiona sobre el papel de la publicidad (está en nosotros, sale, lo utilizamos, lo infravaloramos, siempre dependiendo del viento de levante). Escribe también sobre el amor de Tarzán y su novia, "amor puro y verdadero", mientras alude al amor romántico (creación literaria que para JE va desde el siglo XII al XIX) hasta que llega a un límite. Después, reflexiona sobre el anagrama de la 20th Century Fox. Anagramas al poder. ¿Es el cine la guerra o era al revés? ¿Es el cine simple carnaval? Cita a Kipling. Recuerdo que en el año 2001, haciendo las prácticas del olvidado CAP (ahora todo es un máster), llevaba citas de Kipling, de Mann, de Pérez-Reverte, de Leguineche. La guerra. La dichosa guerra. "Lo primero que muere en la guerra es la verdad" es la cita de Kipling que nos recuerda JE. Y recuerda que desde el 39 al 44, unos y otros utilizaron el cine como vehículo de ideas, como fenómeno para atraer mentas mononeuronales y algunas de las plurineuronales. Y apostilla para terminar el artículo que "la guerra del siglo XX no es más que la miseria moral que permite el entierro sangriento de la verdad". Casi nada. En el siguiente artículo lleva a relacionar ostrogodos y dadaísmo y a la antigua cadena pública de la2 de TVE, hoy olvidada o semiolvidada. Medievalismo y modas de temporada, gastos de publicidad de una película que superan a los de producción. El mundo al revés, señora. ¿Son el disco, el cine y el libro cultura? ¿Estaba equivocado el Ministerio de Cultura del Gobierno del Reino de España? Escribe sobre niños aníbales y caníbales, sobre niños de 8 años que son el terror cotidiano de cualquier sitio. Si León Bloy levantara la cabeza no sé si cambiaría de opinión al respecto. Y define con precisión a las nuevas bestias de la ciudad: "Los nuevos bárbaros urbanos no son más que la reencarnación del loco del regadío y el balarrasa hundetapias". En Agosto del 93 ya escribía JE sobre Ratzinger Z, futuro Sumo Pontífice y que estaba encaramado a la Inquisición de finales del XX y principios del XXI, la Congregación para la Doctrina de la Fe (sin tilde y algo parecido a ello). Ahora parece olvidada, pero también hablaba hace 24 años JE sobre la Teología de la Liberación y sus manos sucias en villas de la miseria. De todo había (y hay, con el el Papa jubilado) en la viña del Señor. De esas perspectivas bíblicas, de la aberración inquisidora a la mal vista tendencia marxista dentro del Catolicismo, pasa JE a escribir de clónicos personalizados y virus definitivos (que nunca lo son totalmente). Escribe JE: "Lo que en otro tiempo fue el culto a los libros, y el correspondiente espanto ante la perspectiva del incendio, hoy es el culto a la información y conlleva el pánico ante el gran cataclismo de las memorias magnéticas en blanco". Eso era escrito en marzo de 1992, antes de MySpace, de blogger, de Twitter, de Facebook, de Instagram. ¿Se perderán las infamias ante el virus definitivo? En Postguerra caliente habla del tema de la seguridad: "El valor de los bienes que se quiere defender viene ya dado por las defensas que lo protegen de manera disuasoria". Habría que seguir preguntando si debemos pagar impuestos para pagar antidisturbios en torno a los campos de fútbol o deberían hacerlo los equipos. Y tantas cosas más, como los viajes papales y sacramentales varios. En Lugares públicos/Vicios privados hay para todos: para los fumadores (desde el punto de vista cualitativo y cuantitativo [viva la Escuela de Los Annales]), para las administraciones ("De ser Europa algo, no creo que deba ser la promesa financierocomercial de Masstrich, como una nueva Venecia o nueva Amberes, ni el pesado, pomposo y clerical paternalismo de los eurodiputados" [esto lo escribía Javier Eder en noviembre de 1992, 25 años antes del paripé que nos comemos todos los días y pagamos todos los días, con bronca de Juncker incluida: "El Parlamento es rídiculo]). Y no quiero que se me olviden las palabras de Eder hablando de Europa: "De ser algo Europa, no puede ser más que puro humo, humo de puro habano o de puro cigarrillo, ese invento de la tropa napoleónica en sus correrías por lo largo y ancho de todas las Europas". Tomad notad, aborígenes, indígenas, nativos. Y el recuerdo de la Ley Corcuera, como si fuera antes de la semana pasada. O por ahí (noviembre de 1993). En Las leyes de la hospitalidad empieza JE hablando de la muerte del autostop, de la muerte del autoestopista. En Dignidad en la derrota escribe el autor que "la política no debe ser más que la forma de conciliar las soberanías individuales". Si fuera solo eso la política. Como utópica idea, debería; en la práctica, un sueño más. Otro. En La paz de los cementerios habla JE de los cementerios privados, con todo lo que eso conlleva. ¿Es el humor patrimonio de los bufones? ¿Exclusivamente? ¿Podemos reirnos del racismo? ¿Podemos hacerlo de las religiones? ¿Podemos reírnos de cualquier asunto? En La trivialidad del mal, se hace referencia, entre otros temas, al tráfico de plutonio. Escribe JE al respecto que "El Doctor No es la trivialización del mal en la cultura de masas". Y eso antes de ver The Leftovers. Si. En Silencio, se mata, habla del doblaje de films como mutilación (en lo que estoy totalmente de acuerdo). Con tono acertado, hablando de tito Steven, habla de Parque Judaico y de En busca del Schlinder perdido. Con mucha razón. Se pregunta también JE si es posible la poesía después de Auschwitz. Pues no lo sé. Escribe JE: "El horror no es un espectáculo asimilable y desde luego no se puede acceder a él con una bolsa de palomitas en la mano sin constituir otro horror". En la segunda parte, Nuevos ritos de paso, empieza JE hablando de Los Beatles. De los Beatles de serie A, no de Primal Scream. Lo de los Beatles, con la cara del dólar, para que se entienda. Y los Stones contra los Beatles, batallitas de toda la vida, hasta que te conviertes en el papá de. Y datos de Cáritas de diciembre del 94, con 4 millones de pobres en ese engendro llamado España. Las crisis, los ciclos, las llamadas a colaborar con todo. Y San Valentín, y los valentines, y la Ley Seca y 1929. Y todo es mentira, todo es un reflejo que no existe en verdad: el papamóvil, la Roma eterna que vemos en las pelis de romanos y las últimas cenas desde Lorenzo el Magnífico hasta ahora. Y morir en un coche, sea Mercedes o 124. Ave César, a morir se ha dicho al volante. ¿Seguro que septiembre es el mes más cruel? ¿Seguro que la vuelta a la normalidad es un destrozo emocional? Terapias y fiebre fascicular a mitad de los 90. ¿Tanto hemos cambiado? Nada: todos, hasta el último mono, pese al avance de las ciencias, sigue despiojándose. Y caer en la cuenta (suma y sigue, y multiplícate por el dígito como Bartolomé el amarillo) de que la literatura medieval es de oído. Viva Canterbury. ¿Preferimos perder(nos) en un bosque o en una ciudad? Yo lo tengo claro, pero podemos poner en la balanza la opinión de vascos y de Walter Benjamin como hace JE. El viaje, la incertidumbre y todo lo demás. Y el silencio de una noche ante una catedral (sea francesa o no, no nos pongamos tan exigentes, autor). Y estoy de acuerdo en esas palabras con las que acaba El viaje imposible: "Lo que se da en llamar viajes sea más bien una rutina obligada de unas modas culturales, no muy distintas a la comida rápida, asesinas de cualquier sentido". 1993, ahora y mañana. Lo suscribo. Y Tocqueville, y el "populismo creciente" y todo lo demás. Es lo que tiene leer libros entre autobuses, entre veranos cortos y otoños de calor, mezclando artículos e ideas, frases apuntadas en folios en autobuses que no llegan nunca a su destino. Escribió JE en junio de 1993 que "dos de cada seis catalanes son unos hombres ennoblecidos por los derechos democráticos es poco discutible". En Soda pop JE empieza recordando un mito, a Elizabeth Taylor, aquella que proclamó, como nos recuerda el autor que "yo soy mi propia industria, yo soy mi propia mercancía". ¿Y quién no es mercancía? ¿Quién no es industria? ¿Quién no es algo? ¿Quién no es? ¿Quién no? ¿Quién? Si, mercancía, industria, leña caída, madera. Escribiendo sobre el tenista Bjorn Borg escribe JE "Sófocles supo que el mito se hace más valioso después de la caída del héroe, cuando este ha de sobreponerse a la humillación. Pero los mitos, como la poesía, hablan hoy en el vacío". En el maldito vacío. Y, entre calcetines y medias, preguntas sobre los negros en Woodstock, sobre el desaparecido Rappel, sobre el Bakalao y el Papapo. Y escribiendo sobre Induráin, nos deja JE perlas maravillosas, de esas que debemos (si es que sigue funcionando mañana lo de la libertad de cátedra) leer en clase (si es que mañana nos dejan a los interinos que no tenemos certificados de conocimientos de idiomas trabajar): "Las humanidades han desaparecido, prácticamente, de la Enseñanza; pero si en alguna perdida escuela o colegio --ahora llamados con la precisión propia de la jerga tecnificadora-- enseñan todavía humanidades, tienen con Induráin la oportunidad inigualable de explicar qué es y cómo funciona hoy un mito". Para terminar sobre el exciclista navarro, añade JE: "El mito es hoy un producto de la comunicación". Cierto. Y los milagros electrónicos y gaseosos de las bebidas que son las sustitutas de tantas y tantas cosas. Y personas. Y de ahí, al festival de Benidorm, a Keith Richards, a Luis Cobos. La tercera parte del libro empieza con Teleevidente, querido Simpson. Ni más ni menos. Pasan las décadas y la familia amarilla sigue ahí. Incluso, cuando han sido suspendidos temporalmente por el otro temporal (el catalán de octubre de 2017) la discusión tuitera era si debían (sí o sí) volver el borracho y su familia de dos a tres a las casas de todos los españoles (federales o no) para inflar(nos) con la veintena de minutos de publicidad correspondiente. Gran familia la amarilla (o eso me dicen, que yo precisamente dejé de verlos cuando los quitaron de las tardes de la segunda cadena). [¿Tan mayores somos?] En Caínes de la televisión reflexiona sobre un siglo XX encargado de hacer olvidar, a partes iguales, las conquistas y los horrores. El recuerdo de Lobatón, ahora que Netflix lo ha sacado del baúl, sigue ahí. JE escribe sobre don Francisco y la posibilidad de que encuentre el Santo Grial... o incluso al Yeti. ¿QSD? ¿Servicio social el que hacía Lobatón en QSD? ¿Morbo sobrevalorado? Esto, escrito en septiembre de 1993, adelantó el horror de los reality shows, de la carnaza, de la mierda sobre mierda. Madre mía. Comparado con lo de ahora, QSD es otro deporte, otra liga, otra competición. Hablando de gabardinas, JE escribió también sobre el teniente Colombo, con su mirada perdida, y su vuelta atrás para realizar la antepenúltima pregunta. Y luego, la penúltima. Después, otra antes de la final. Menudos tiempos los de Colombo. Y Lo que necesitas es amor, y la Gemio en busca de la felicidad ajena (que la propia está, como Lobatón, por encima de su valor). Realmente se ha escrito muy poco sobre la televisión en España. Da para muchas Biblias, da para muchos evangelios apócrifos, da para muchos amazónicos papeles. O tal vez, no. En mayo del 93, un artículo de JE estaba relacionado con la puñalada que le dieron a Mónica Seles. Nunca volvió a ser la misma. Aquellos gritos. Revés para arriba, revés para abajo, reveses y reveses. Aquello cambió la seguridad, aunque no lo suficiente. Da gusto recordar ciertos artículos sobre asuntos sombríos, pero que están bien escritos. La segunda sesión de la tercera parte se titula Algunos elepés. Vaya tela los 90 con la música. Benditos tiempos. Neil Young y el óxido que nunca duerme, o dormía, que me pierdo en la traducción más que el cazafantasmas en Japón. Y Elliot Murphy y los sueños rotos. Y Antoine Fats Domino en el recinto de la muralla de Bayona en el recuerdo. Y la Velvet Underground para la desesperación y la locura ("pero no es posible salvar los abismos"). Al hilo de la Velvet escribió JE: "El Estado de Bienestar también se estaba revelando como un Estado de Control, de domesticación urbana a través del consumo". Y el cambio de costa, que nada como pasar de un lado al otro de la brújula. Y termina, en plan epistolar: "Hay abismos cuyo salto es inconcebible o que sólo pueden dar los espectros". Y el recuerdo de Ian Dury, y su SDR&R. Y Reagan, y Nixon, y todo lo demás. Y llegó tito Ronald, y los USA supieron lo que valía un peine de un actor llegado a presidente (dejad de teorizar sobre House of Cards un rato). Escribió JE al respecto: "Reagan volvió a poner las cosas en su sitio: frente a sexo, SIDA; frente a las drogas, puritanismo calvinista: frente al rock, deporte grandes espectáculos culturales y radiofórmula". La maldita radiofórmula. Y el cadáver de Kurt Cobain, y las frases del Zurdo en los conciertos y Neil Young, otra vez, en el horizonte. Entre Sid Vicious y Tim Buckley... La antepenúltima parte del libro se titula Lecturas perdidas y empieza recordando a otro de esos tipos de los que no te hablan en una Licenciatura en Histora (ahora grado, ahora todo es grado): el Cardenal de Retz. Vaya tela. Y si algún día vuelvo a leer a Stendhal veré si es cierto que le debe mucho al Cardenal de Retz. Tiempo al tiempo, el mismo que no tenemos. Y en Tudela pasó tres días. Y luego, Jünger. Reconozco que no he leído nada de Jünger, pero tengo pendiente, en algún rincón de tiempo y espacio, Sobre los acantilados de mármol. Habrá que buscar ese rincón, ese tiempo, ese espacio. Escribe Eder que "Adolf Hitler y Bertolt Brecht no tienen en común más que una frase pronunciada por ambos en distintos momentos: dejad en paz a Jünger". Casi nada al aparato, casi nada y sin leer El trabajador. Acaba JE este artículo de junio de 1992 de forma concluyente: "En las tijeras, su libro más reciente, Jünger tiene previsto esto: <>". Sobre la Diana de Viana afirma Eder que "Quintiliano vuelve a vivir días de ostracismo y sus doce libros ni siquiera pueden encontrarse en versión castellana". Gafes del Oficio, la penúltima sección, empieza con El síndrome del columnista, sigue con Las porteras somos nosotros y continúa con La filosofía del Ente en la que recuerda a Aberasturi y a los gerifaltes de la TVE. En Con el tópico hemos topado, recuerda las palabras de Franco Zeffirelli y sus opiniones sobre el juez Falcone, el aborto y los políticos corruptos. España, Italia, el Mediterráneo, y eso era abril de 1993. Casi nada. ¿Siempre tiene razón el cliente? ¿Podría ser? ¿Por qué (casi) nadie recuerda a SuperLópez? ¿Son intercambiables los políticos? Uffffffffffffff. Menudo marrón el de la política. Azúcar moreno. Para acabar, Funde en negro nos recuerda a John Ford, y a las personas que fuman en las películas de John Ford, y a la emotividad y los héroes (más o menos cansados) de las películas de John Ford. Los muertos a sus lugares es el título del apartado que empieza recordando el entierro de Fellini y te enteras que La Dolce Vita, como tantas otras cosas, no se pudo ver en España hasta la transición. Y acaba Los muertos a sus lugares de la siguiente manera: "En el rodaje de Viva María, los ayudantes de dirección, Buñuel hijo y Schlöndorff, tenían que gritar constantemente: ¡los muertos a sus lugares! Lo hacían porque los extras muertos en una toma anterior, muy a menudo no descansaban en paz donde debían. Pues bien, aquí tenemos a un par de extras irreductibles fuera de su lugar: ¡los muertos a sus lugares! En Por amor al cine, JE siente la muerte del crítico de cine José Luis Guarner recordando su inteligencia, recordando su discreción, recordando su amor al cine y "no devorado por las filias y fobias que llevan a otros a asentar la realeza de su yo sobre el milagro de luces y sombras proyectadas en la oscuridad". Muchas veces somos ombliguistas con las críticas, somos ególatras en busca de atención. Continúa JE sobre José Luis Guarner: "Un crítico como T.S. Eliot quería la crítica: la inteligencia del explorador al servicio del transeúnte perdido que busca la belleza en la oscuridad". Y no quiero ejercer de crítico, pero este recopilación, Perro de prensa, ya tiene un lugar privilegiado en las estanterías de mi pequeña biblioteca.