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sábado, 10 de febrero de 2018
El cuento de la criada (Margaret Atwood)
La introducción del libro El cuento de la criada es una auténtica declaración de intenciones. Nada es casual, como bien nos cuenta Ortiz y su marranismo. Margaret Atwood pone en la palestra las motivaciones de un libro que en principio no iba a tener este título. Margarita, sin el diablo de primeras, recuerda que empezó a escribir este libro en la estación intermedia entre invierno y verano, en un Berlín occidental muy distinto al de ahora, y, encima, con una máquina de escribir alemana (y alquilada). En ese contexto, como decía en la segunda frase de esta entrada, nada es casual. Nada. Hay que visualizar el odio para entenderlo; hay que ver la rueda de Gandhi para entender lo simple. Recuerda MA que estando en aquella ciudad merkeliana, cada domingo, los aviones de la RDA rompían la barrera del sonido para recordar que el comunismo seguía allí. Un comunismo a su estilo, con sus atletas dopados hasta las uñas y sus honeckerianos líderes y todo lo demás. El régimen del horror estaba allí, y ella lo había visto en sus visitas a tierras orientales y a Checoslovaquia. Todo era diferente, todo desconfianza, todo miedo. Otro día hablaremos del alcohol y Marruecos, otro día. Pero estamos con El cuento de la criada. Escribe también MA en la introducción de esa "tendencia a sermonear" de los escritores en algunas de sus novelas. Tendencia a sermonear. Todos, con más o menos voz, sermoneamos: en casa, en clase, en el autobús, por la calle, en un partido de baloncesto, en sueños. Será por sermones. El problema es elegir el sermón correcto, la homilía necesaria de cada día (y no únicamente los domingos). Todos somos sermón, todos somos unas líneas que soltar a un rebaño que nos bosteza en la cara o a una oveja que nos es fiel hasta que la llevamos al matadero. Siempre hay un matadero cerca. Escribe MA sobre ese "jardín imaginario" que iba a crear. No todo es césped perfecto y amapolas y pinos canarios en el jardín; cuando te acercas, hay demasiada mierda (humana y de los perros) y algún que otro cactus con el que pincharnos, y sangrar, y llorar. Recuerda MA que hay personas que dicen que Dios está en los detalles. Margarita nos recuerda que el diablo, también. En muchos de esos detalles y en algunos otros en los que no nos damos cuenta. Será por detalles. En El cuento de la criada ya no hay un sistema democrático en Estados Unidos. Adiós democracia. En El cuento de la criada hay una dictadura teocrática de alto nivel, sin Congreso ni Senado ni jodiendas con vistas a la CIA. Nada. Dictadura de las de toda la vida. Rozando el Medievo y con la Biblia por delante a la hora de violar. Y más detalles que nos cuenta MA en la introducción. La historia de esta nuestra criada, visualizada en la que fue hija del presidente y compañera de Don y chica del lago y de tantas otras historias, se sitúa cerca de Harvard, en Massachusetts, en la localidad de Cambridge. Nos recuerda MA que en tiempos, el puritanismo dominaba la zona, la universidad, la vida de esta región. Casi nada. Y por la polución, y la mierda, y la contaminación, las mujeres dejan de engendrar. Y las que lo pueden hacerlo, son seleccionadas. Y se pregunta por tres temas después de la gran repercusión que está teniendo El cuento de la criada debido a la serie de la televisión. ¿Es feminista? ¿Es un alegato antirreligioso? ¿Es una predicción? Y hasta escribe sobre el miedo y la ansiedad que ha traído Trump. ¿O ese miedo y esa ansiedad son fruto de los votantes de Trump? ¿Entonces tiene sentido la democracia? ¿Tenemos la opción de elegir a un loco? ¿A un Aznar? ¿A un Zapatero? ¿A un Rajoy? ¿Realmente pensamos a la hora de ejercer el derecho al voto? ¿Es lícito el derecho al voto? Ya en el libro, desde el primer capítulo, hay una idea que se repite: Mejor no pensar. Pensar te hace meterte en líos, ya nos lo recuerda Guy Ritchie en sus películas. En varias de sus películas. Y en la dictadura teocrática que leemos en ECDLC el tiempo lo marcan las campanas. Viva el Medievo. Ya lo escribió Tarantino en Pulp Fiction, pero el agujero por el que practicar era otro. Recuerdos fílmicos, que diría el otro. Asociación de ideas, que escribió la otra. Mejor no pensar, que escribió MA. Termina el segundo capítulo de ECDLC recalcando el verbo confraternizar. Menudo verbo para usar en una dictadura. Personas hechas "deshonra" y "necesidad" para la esposa de un comandante que no se puede quedar preñada. Tal que así. Sí. Me sorprendió, hace unos días, que las lágrimas brotaran de mis niñas de primero de Bachillerato cuando veían Hijos del Tercer Reich. Pensaba que esa etapa, a estas alturas, estaba superada. Es sorprendente que lleguen a 16 años y nadie les hablara antes de campos de concentración, de nazismo, de cámaras de gas, de fusilamientos al amanecer. Nadie. Ni en el colegio, ni el instituto, ni en casa. Así tenemos lo que nos merecemos: unos pardillos que van directos a ese matadero del que hablaba antes y que ya está a rebosar. Hasta la veleta. El rojo domina ECDLC: desde la vestimenta a los ladrillos. La sangre inunda la lectura, la sangre nos la marca MA. Subraya MA las palabras "respuestas desagradables". ¿Cómo puede existir algo agradable en una dictadura teocrática? En el quinto capítulo remarca MA que las universidades están cerradas. Cerradas a cal y canto, que con la Biblia tenían bastante. Viva la Biblia. Y el recuerdo de la libertad, el recuerdo de elegir la ropa. Todo es bochorno en la dictadura. ¿Por qué no se recordaba a Trotsky en Rusia hasta los noventas? De eso podemos montar varios hilos, y no únicamente en twitter. O en la cuerda de la ropa, y en las pinzas (también rojas). En el sexto capítulo, MA escribe sobre las ofensas. La historia reciente es una ofensa. Ni más ni menos, ni multiplícate por cero. Una maldita ofensa la historia reciente. La ofensa de los que se oponen al régimen, y son colgados y muestran su blancura y su mierda públicamente. Casi nada. Y el papel de la mujer, antes en primera línea; después, objeto, vasija en apuntes del profesor de Historia Medieval. Historia medieval de la locura, eso sí que es un título para una buena novela. El rencor de las esposas, las miradas de las esposas, el dolor de las esposas. Y la exploración, y el antes y el después, y encontrar la inscripción al tercer día, en plena resurrección por la ofensa y los pecados ajenos y propios. Expiación. Lectura. Comprensión. Nolite te bastardes carborundorum. Gracias LOGSE por no estudiar latín. En esas estamos. Somos virus que mutamos y antes o después la palmamos. Mensaje tabú el de ese Nolite te bastardes carborundorum. Ni idea. En el capítulo 10 escribe MA sobre la peligrosidad de la música. En do menor. En el XI, que números romanos sí sé, vuelve a insistir MA en el rojo: el rojo del coche en el que la protagonista va al médico y el rojo del brazalete del guardián que la acompaña a ese mismo médico. Biopsias, cáncer, cualquier cosa hay que prevenir para mimar a estas joyas de la concepción. Y ese mismo médico produce mucho asco, mucha decepción, mucha mierda con bata. Como no existe el cero, pasamos al 12. En el XII, recordando pasajes bíblicos, nos metemos con aquello de las bienaventuranzas. Bienaventurados los humildes. El reino de los cielos está lleno de bienaventurados. Casi nada. A rebosar. No debe caber un alfiler, ni el agujero de una aguja, ni tantos versículos para recordar. Lo dicho. Una joya ECDLC. Y tomar vitaminas y minerales, que el criar no se puede acabar. En el 13 recuerda la protagonista sus visitas a los museos y las galerías de arte, viendo cuadros de harenes de mujeres. Recordar; acabar frases en infinitivo; rellenar las horas con visiones del pasado. Recordar manuales en los que se decía que a los cerdos, en los ochentas, les daban pelotas para que pensaran. Pensar antes de ir al matadero como estrategia, como modelo y función de una vida hecha para acabar siendo morcilla, lomo y sobrasada. Otra vez el rojo. Esta vez, el mío, el de la sobrasada. El perfume de la mujer del Comandante, vicio para provocar envidia para empezar el XIV. Hace una buena comparación MA a la hora de enfatizar la falta de nombres anteriores a la dictadura. Compara el nombre anterior con el número de un teléfono. ¿Utilidad? Únicamente, para los demás. Y el recuerdo de la bíblica historia de Raquel y Lía y todo lo demás. En el apartado XVI se cuenta con todo tipo de detalles la ceremonia. Vivan los detalles. Y a los 17, mantequilla para cuidar la cara, que es de vanidosos usar cremas para la misma. La vida como sueño, como ilusión paranoica, como jodienda con vistas a una bahía que no existe, que no existió nunca. Las perlas como lapos de ostras. Así mismo hay que visualizarlas. Nacimientos, salas de partos, elecciones de nombres. Todo planificado. Viva la cultura de las mujeres, para las mujeres, con mujeres... pero controlada desde arriba por los hombres. Siempre por los hombres. Siempre. El juego como lujuria, como un martes festivo. ¿Seguro que el contexto lo es todo? ¿Podemos descontextualizar un estado teocrático en Yankilandia? Pergaminos, tulipanes, lirios. Ojos clavados en plantas, creación en mitad del Infierno. ¿Cáliz sin vino? ¿Y el papel del alcahuete del comandante? Y la provocación de la lectura, de la charla, de mirar(se) a los ojos. ¿No dejes que los cabrones te hagan polvo? ¿Cuál es el precio de saber lo que pasa? ¿De saber? ¿Por qué no valoramos el precio actual del conocimiento? ¿Por qué no escuchamos continuamente a Beck? ¿Por qué despreciamos el lujo del agua? ¿Por qué no valoramos los Tiempos difíciles de Dickens? Y pensar en volver. Volver a la antigua rutina, al cepillo eléctrico, a las sábanas de franela, al cacao con leche, al cuadro de la entrada, al espejo del pasillo, a los vasos de plástico de la cocina, a los tenedores con mi nombre, al horno de toda la vida, a la seda en el armario, al mueble bar, a las servilletas de tela, al servilletro también con mi nombre. Pensar. Pensar. Pensar. La cuchara del diablo, su longitud, su ensueño, su capacidad de superación, su locura colectiva. Siempre gritos en mitad de pensamientos (impuros). Y los falsos conversos, colgando. Y el muro, siempre presente. Y las fiestas perdidas y las nuevas celebraciones. Viva la celebración del dolor. Del maldito dolor. Como una canción de Ricardo Vicente, salvando días horribles, recordando las cuatro de la tarde de militares canadienses. O de cualquier sitio. Ver cosas y analizarlas y pensar una y mil veces sobre ellas. ¿Verdad? La verdad no existe porque todo es mentira. ¿Mejor para algunos? ¿Peor para la mayoría? ¿Lo peor es algo universal? ¿Sentir(se) enterrado? ¿Dios es un recurso nacional? Victoria y sacrificio. Parrafadas. Plegarias. Letanías. Mierdas varias. Viajar al pasado. Irrealidades. La intoxicación del poder. Más mierdas varias. ¿La abstinencia ablanda el corazón? ¿La ignorancia genera más ignorancia? ¿Distraemos nuestros argumentos con banalidades? Amor, romance, desdicha, palabras prohibidas. ¿Sería imposible leer esta novela con el Love Song de los Simple Minds continuamente bucleado de sonido de fondo? ¿Nos volvemos rastreros y egoístas en el amor? ¿Por qué no estamos dispuestos a olvidar el desamor? ¿Disfrazamos desamor a través de vida cotidiana como define Diego A. Manrique el Un buen día de Los Planetas? ¿Es el deber un tirano? Y la rectitud ante la Sagrada Escritura: Deuteronomio 22: 23-29. Casi. Viva el dogma, viva la letra impresa, viva el negro sobre blanco. ¿Se puede pensar en la palabra deleite? ¿Prerromanticismo ultramontano? ¿La fe no es más que una palabra bordada? ¿Bordada en oro o bordada en mierda? ¿Bordada en sangre? ¿Qué sirve de salvaguarda de la libertad del individuo? ¿La incultura? ¿La cerrazón? ¿Censura? ¿Qué era peor el Antiguo Régimen o la democracia? ¿Sirve de algo escupir en el mar? ¿Syllabus errorum? ¿Conventos abiertos las 24 horas? ¿Es la libertad pecaminosa? ¿Qué tiene de malo que la ausencia de fertilidad sea deseada? ¿Qué tiene de malo ir por un tiempo al Infierno? ¿Es alguien culto simplemente por tener un título universitario?
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2 comentarios:
La libertad es lo poco que nos queda, aunque siempre es condicionada.
Hablemossssssssssss del liberalismo
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