martes, 26 de junio de 2018

El día de mañana. Primera temporada.

Al principio no sabes si El día de mañana es una completa tomadura de pelo. De vasallo felón a señor feudal; de estafador a estafado; de muerto de hambre a figura picafloriana. Puede que solo sea una impresión. O no. Puede que la Barcelona de 1966 sea una zona gris, sucia, asquerosa. O no. Puede que Grant y Audrey, que Cary y Hepburn, apellido y nombre, nombre y apellido, fueran un error. O no. Puede que los actores de doblaje deban ser neutros. O no. Puede que la codicia de los estafadores tenga su propia penitencia. O no. Puede que los tíos se preocupen por sus sobrinas porque sus hijas no tengan solución. O no. Puede que los hijos busquen milagros virginales en locuras temporales porque las madres tienen que morir. O no. Puede, puede, puede. O no. Y las visitas de Franco a Barcelona, una y otra vez aclamado por los catalanes, porque Catalanes todos somos. Como los líderes del PNV, los mayores seguidores en su día de Franco. Pero eso es otra historia, como no hablar del miedo. Y del miedo siempre hay que hablar. Y el teatro, y los libros, y la orfandad, y las monjas metiendo miedo y zumo de piña que sabe mal. Si. Eso también es otra historia. Y el boxeo en la tele pública, como Dios manda. Y el juramento que hizo el Príncipe, hoy padre del Rey. Y del 66 al 77 va un mundo. Y el confidente y sus múltiples aristas. Y la cárcel modelo de Barcelona, antes y después de la conjuntivitis, que era como el hombre de la camisa verde llamaba a veces a la transición. Y el chiste ambulante de Arias Navarro, y su guerra eterna por no parecer patético. Y representar Historia de una escalera en mitad del caos, en mitad de la traición, en mitad de un teatro que no era teatro sino grito por escapar a la censura. Pero la peor censura es la que vino después: la de mirar para otro lado cuando te señalaban por el dedo. El mismo Ginés Caballero me dijo que estaba con sus amigos del PCE en Aljucer City y que atrancaron las tuberías del aseo de tantos papeles que tiraron la noche del 23F. Pero antes de aquel febrero se reprodujeron distintos experimentos a uno y otro lado de las ideas, a una y otra bahía de la ausencia de ideas: CEDADE, Triple A, Fuerza Nueva, Guerrilleros de Cristo Rey y todos aquellos que García de Cortázar llamaba Neofascismos. Sin antiguo paracaidista de Argel, pero creando una idea de recuperar lo perdido, de recuperar aquella Barcelona que siempre aplaudió a Franco al 99%. El día de mañana no es solo la historia de una rata. No solo eso. La rata, desde su posición de profunda miseria, va ascendiendo a ese reino burgués catalán, escoria pura y dura, hasta que vuelve al Infierno (si es que alguna vez se fue de él). Pero siempre hay una rata más rata que tú. Siempre. Aquí, en la Italia de 1992 y en Partido Comunista de España en 1977. Se pregunta el personaje de Alex Casanovas, encanecido y con mil cicatrices, como el PCE podía estar a favor de elecciones a la vez que lo estaba de la Cuba castrista. Será por contradicciones en la vida. Solo hay que escuchar lo que decía nuestro guaperas Pedro Sánchez sobre Quim Torra antes y después de ser presidente. Vivan los baches en el ADN y los baches de lo artificial de la política. Y todo, siempre por lo mismo: el mantenimiento del poder (vulgo, dinero). Y los secuestros y las bombas y los bombardeos que no se hicieron, y el andalucismo olvidado del PSOE catalán hoy convertido en PSC (o no sé qué, con las visitas icetísticas a nuestra adorada costa cálida). Badajoz, Ebro, batallas que vienen a la memoria porque el guerracivilismo sigue vivo. Y la estafa, también. Las naciones nacen, mutan y, como en el anuncio de Cruz Verde, las cucarachas de las cloacas, emergen y necesitamos una eficacia probada para acabar con ellas. Y da mucho que pensar El día de mañana. Mucho. Coda: Y aunque pasen ya casi ocho años, aquí seguimos. Con la conjuntivitis a cuestas. Y nadie dimite y el vodevil político sigue. Coda: 13 veces. 13.