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miércoles, 23 de febrero de 2022
Hightown. Segunda temporada.
Hay series que necesitan un empujón, y no quedarse a medio camino. Y Hightown lo hace en su segunda temporada, dejando claro desde el principio que no hay medias tintas, que hay asuntos que hay que dejar atrás pero que conviene no borrar ciertos números de un móvil. O sí. Hay que borrarlos y largarse, pero no siempre puedo uno marchar. No. Nunca. Hightown saca los fantasmas a pasear y va del insomnio al recreo familiar, de la paliza que se repite al ensueño de una vida que no es vida sino rutina infernal. Las medias tintas, en espacios de tiburones, llevan a redes de decepción, de huida y de negación. ¿Y hay solución? Yo creo que cuando todo se tuerce, es imposible, aunque algunos sigan creyendo que sale el sol y que es posible un mañana. Hightown nos lleva a esa pregunta, a la posibilidad de creer que si lo hay, de que es posible. Vivan los enredos. Niños que se hacen adultos a base de golpes, adultos que no quieren responsabilidades y viejos que ven humillado su orgullo. Hay para todos, dentro y fuera de la cárcel, en los escalones de la vida y en las casas ajenas, en los aparcamientos y en las mesas compartidas, en los ojos llorosos y en los silencios incómodos. Viva el presidente Jefferson y Acción de Gracias. Hightown va sobre recaídas y pasos atrás, sobre llantos y preguntas a doctores, sobre aceleraciones y nuevas reconversiones que no siempre funcionan. Y pérdidas de las que duelen y no te recuperas nunca. Nunca. Y fantasmas de SOA, y fantasmas que viven vidas de perversión y huida, de anhelo y decepción. No es perfecta, pero la segunda temporada de Hightown deja buenos momentos para desconectar de un mundo que no es perfecto. Nunca.
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