domingo, 19 de junio de 2022

Bologna Boogie

El comisario Polo anda últimamente por nuestras vidas, esta vez por tierras italianas en Bologna Boogie. Nada como buscar a buenos samaritanos en tierras boloñesas, dejando estela de cadáveres en la lectura muy recomendable obra de Justo Navarro. Y conforme se va leyendo a este autor, uno se recrea más en la descripción de las situaciones y los momentos, de los olores y los sinsabores, de lo cotidiano del dolor y de la búsqueda infructuosa. Escribe Navarro: “Reírse vale para entenderse con la gente y para disimular que no se entiende o no se quiere entender nada”. En este valle de lágrimas en el que siempre salimos perdiendo, el recreo en la lectura no tiene precio, igual que no lo tiene lo de describir de maravilla: “Mano suave, una mano de andar entre papeles y estrechar manos acostumbradas a andar entre papeles”. El problema al que nos llevan los textos de Justo Navarro es si preferimos la historia o la forma de contar la historia, el cuento sin final feliz (nunca los hay, si alguien dice lo contrario, miente) o la manera de contar el cuento sin final feliz (¿sigue alguien insistiendo en ello?). Pues no lo sé, y el asunto da para varios ensayos, para varias vidas si tuviéramos la capacidad de vivir varias vidas. Escribe JN: “Una luz que olía a medicinas”. ¿Se entiende? Yo creo que es magistral. Y esos momentos, de los que rezamos mucho, y muchas veces, en los que siempre pensamos: “En alguna iglesia debería de haber terminado una misa”. Igual que lo de que en algún sitio siempre buscamos lo que no encontramos, pero hay que saber contar el asunto en cuestión. Y no dejando títere en el contexto de la Italia de 1947, al autor nos lleva a reflexionar sobre la lucha interna entre antiguos partisanos metidos a policías y los demócratas de derechas que pretendían hacerse con el poder, esa situación que nos recuerda a Ángel Calvo y a Todo lo que quiero saber de Italia eres tú, pero con matices: “Coraje y candor para vivir una vida cristiana integra y renunciar a todas las formas de moda, lectura y diversión que contradigan la misión apostólica, y el socialcomunismo es una moda más”. Pantalón campana sí, pantalón campana no. Y en esa atmósfera se va creando en la postguerra italiana un clima distinto, diferente de lo que pasaba en otras partes de Europa. Navarro, además, sitúa cronológicamente la historia pocas semanas antes de que los aliados abandonen de forma real (nunca se fueron del todo) Italia, y de esas atmósferas y de ese clima solo podían salir tormentas y tornados. Encima, JN pone en danza a pianistas y gente de poco dormir y mucho beber, que no siempre van de la mano pero muchas veces si que acaban de la mano en posición horizontal: “Hay asuntos que no respetan domingos ni días de fiesta ni estados de catatonia posalcohólica”. Y en esa jarana, hay apuestas y curas con pistola, saltos de ancianas al vacío y mujeres que cambian de apellido, y gente que cambia ilusión por depresión: “Son triste dos amantes que en el momento más inoportuno se extrañan de estar juntos en el mismo cuarto”. Vaya forma de decirlo, solo falta la decepción de Airbag escuchada de fondo. O sin escucharla, también. Hasta escribe Navarro sobre los que piensan en latín y sobre ese Giro de Italia que es recurrente, etapa tras etapa, mientras Polo se pasa más de medio mes lejos de Granada. Y en ese mapa no faltan las complejidades de las llamadas telefónicas, la espera de los telegramas, la huida hacia adelante porque lo de hacer el escarabajo se lo dejamos a los escarabajos. Y pasan los días, y los meses y te crees que no, pero sí: “No era viejo pero tenía cara de correa lustrada por los años”. Y Justo Navarro nos hace posicionarnos: “O Soldati del Papa o Soldati di Stalin”. Y en ese espejo que es la vida, muchas veces nos reconocemos, o queremos reconocernos: “La habitación donde alguien duerme y trabaja es como la ropa: algo dice de quien la usa”. Y recuperando el espíritu de don Manuel Alcántara, sabemos que eso de la amistad es difícil que exista: “Todos son amiguísimos. Vaya, tan amigos que cualquier mañana se despiertan y descubren que se han vuelto insoportables o que sus amigos son insoportables amigos íntimos, quiero decir”. Y estamos vivos, y creemos en la inmortalidad hasta que nos entra el miedo y “solo se piensa en la salud cuando se pierde o se la ve en peligro”. Y en ese panorama, nos muestra a los que de verdad seguían mandando en Italia, y me recuerda a Los amnésicos y los que seguían mandando en Alemania después de Hitler y después de aquella farsa convertida en juicio mediático en vez de Juicio Final: “Bandoleros disfrazados de fascistas, si no eran fascistas disfrazados de fascistas”. Meridianamente claro. Y como mis alumnos sin wifi en clase, siempre puede desaparecer el Guadiana: “La hora en que el aburrimiento del domingo empieza a diluirse en el aburrimiento de la semana siguiente”. Y como somos pura contradicción, Navarro nos lo recuerda: “En las relaciones interpersonales nunca se alcanza el nivel absoluto de claridad, ni siquiera cuando se habla con uno mismo”. Podría ir página por página y sacaría extractos de los que hacen pensar, de los que nos hacen tambalear una quijotera que ya estaba tambaleante, mientras nos habla de marcas de tabaco y brandy, mientras nos hace adorar el italiano aunque no sepamos hablarlo. Y como todo es mentira, y ahora que ya se habla de la reconstrucción ucraniana que pagaremos entre todos, no está mal recordar las consecuencias que nos dejó aquella guerra mundial: “Solar y máquinas eran producto de la guerra, estaba a la vista: destrucción productiva”. Y hasta consejos muy recomendables nos deja Bologna Boggie: “Se mantenía siempre a cierta distancia espiritual de la persona con quien hablaba”. Subraya el autor el ambiente de penumbra social y económica que se traducían en el aumento de suicidios, de personas con nombres, apellidos, deudas y nada que llevarse a la boca que decidían saltar desde lo alto o ahogarse en el cauce del río más próximo. Lo dicho, un libro de los que conviene leer de año en año y recrearse en las buenas historias muy bien contadas.

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