martes, 7 de junio de 2022

Gran Granada

Vuelvo al comisario Polo, aunque yo con el orden (y no solo público), tengo un problema. Me pasó con las teleseries de Aaron Sorkin y ahora con las novelas de Justo Navarro. Con Gran Granada aterrizamos en una postinundación en la ciudad del sol y la nieve, con visita del Caudillo Generalísimo (así aparece en GG) con una sucesión de muertos en los que nada es casual. O casi nada. Pero no solo nos metemos en investigaciones y sobornos, en temas escabrosos sobre cuestiones que pasan de la ética y la moral a la más estricta bragueta. No. En Gran Granada se dibuja una paisaje de personajes bien perfilados, con aristas imposibles y repercusiones que dejan huella. Y como no podía ser de otra manera, aparte de los muertos (menuda retahíla), hay daños colaterales, que se dice ahora, para cerrar el cielo después de la inundación que permitió cambiar el panorama urbanístico y económico de la capital del antiguo reino nazarí. ¿Por qué me he enganchado a estas historias negras que giran en torno al comisario Polo? Pues porque están bien contadas (a pesar de lo difícil que es visualizar mentalmente a tantos personajes que salen a bailar en plan Travolta y Thurman pulpfictionados), están bien resueltas y crean adicción. Y más aún, en la forma de contar, en esas descripciones con repeticiones de palabras que yo intentaba hace años y dejé de hacerlo porque no me salían bien (y Justo Navarro las borda). No sé la capacidad que debe tener un autor para resumir una historia tan compleja en tan pocas páginas. Es alta, o muy alta. No sé el tiempo que tardaría Navarro en hacer una obra tan redonda. Y me da envidia no saber escribir así. Y como en Petit Paris, he hecho una lista enorme de frases de Gran Granada que me gustaría recordar, que me gustaría enmarcar en un cuadro, aunque no sea de Botticelli ni tengamos presente oraciones en el huerto ni nada que se le parezca. En Gran Granada hay obsesión por el dinero y por el prestigio, hay celos profesionales y carnales, hay envidia y perversión, hay odio y resentimiento, hay pavor a los cambios y decepción por el día a día. Y mucho más. Y en ese bioclima de humo de tabacos de distintas marcas y ginebras varias, siempre se saca una lección, equivocada o errónea, porque en la vida solo repetimos torpezas e inutilidades. Y nos hacemos viejos, y volvemos a errar, y al final te pillan, aunque lo niegues, aunque te pillen con el crucifico en la mano y con el cuadro en el armario, aunque trafiques y robes y pienses largarte en una moto cargado de dólares hacia donde Dios o el producto de contrabando te lleve. Gran Granada también refleja una sociedad de espías, de controladores de sentimientos y actitudes, de un tardofranquismo en el que los tecnócratas del Opus Dei tomaron las riendas de un caballo loco que era, como en Yellowstone, muy difícil de domar. Escribe Justo Navarro que “el policía más peligroso no tiene pinta de policía”. Y en esa sociedad oscura y decadente, con reminiscencias de quintas columnas y rojos sin fusilar, se hacen muchos disparates: “Cuando uno está cansado, se le ocurren los mayores absurdos, las temeridades más espantosas”. Reflexiona también el autor sobre las conductas humanas, sobre lo poco que conocemos a los que nos rodean o con los que pasamos tiempo, o mucho tiempo, o toda la vida, o la jodida eternidad. Gran Granada nos hace pensar, y eso, en estos tiempos de vaciedad y falta de cordura, viene muy bien.

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