viernes, 14 de julio de 2023

Salir de la noche. Historia de mi familia y de otras víctimas del terrorismo.

Cuenta Enric González en el prólogo de Salir de la noche la historia de Junio Valorio Borghese, aquel individuo que acabó en España tras un intento de golpe de estado en 1970, y la violación, secuestro y tortura de Franca Rame, esposa de Darío Fo, que había publicado “Muerte accidental de un anarquista”. Subraya EG que “en Italia, en los años de plomo, todo era miedo, violencia y confusión”. Pone énfasis González en la “estrategia de la tensión”, y la CIA y los servicios secretos de medio mundo pululando en aquella Italia que no paraba de matar a Giacomo Feltrinelli, a Roberto Calvi, a Pasolini, a Aldo Moro. Ya con el asunto Moro, indica González, “todo estaba podrido. No quedaba una institución sólida. La estrategia de la tensión había funcionado”. Y la bomba del 2 de agosto de 1980 en la estación de Bolonia con 85 personas muertas que lo cambió todo (decía el hombre de la camisa verde que “todo el mundo tiene su Hipercor”). Añade EG: “La caída del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la Unión Soviética hicieron innecesaria la estrategia de tensión. No hubo más atentados de la extrema derecha y los servicios secretos italianos dejaron poco a poco de conspirar”. Pero eso no quitaba los muertos de una lista, ya no quitaba los detalles “que hacen de un día cualquiera un día anunciado. Previsto. Casi esperado”. Salir de la noche deja un poso de desesperanza desde el principio, desde esa página 14 en el que el autor cuenta la experiencia de faltar a clase para ir a ver la hemeroteca de los periódicos. ¿Para qué? ¿Buscar noticias relacionadas con asesinatos? ¿Con el asesinato de su padre? Salir de la noche también es una enumeración de cifras y letras, de números y años, de referencias a Sciascia y a Eco y de esa "generación perdida en la violencia”). En la página 38 nos lleva a la imagen de un encapuchado con pistola disparando que "para muchos representa la derrota definitiva de las ideas, de la contestación". Pero intenta Mario Calabresi que los muertos no sean cifras y que podamos "desprendernos de esa retórica burocrática, de los números que encasillan a ese policía como la decimocuarta víctima de los años de plomo”. Haciendo memoria, o memoria para los que no somos italianos, o para aquellos que no somos italianos y no hemos visitado una biblioteca italiana, nos dice que “en las librerías más grandes siempre hay un estante dedicado a los años de plomo, amplio, incluso, en algunas”. Como en los textos bíblicos, las horas son importantes, y los recuerdos: 9:15 de la mañana, hora del asesinato del padre. Y el recuerdo, aún más amargo, de la persona que informó en casa de ese asesinato: Don Federico. A veces nos tocan almendras amargas y hay que digerirlas aunque las entrañas se revuelvan. Salir de la noche reflexiona sobre el poder de las mentiras que acusan a un hombre sin pruebas, o con pruebas más falsas que un billete de euro sin puentes ni ventanas. Muerte sobre muerte, aunque Calabresi afirma que “hace falta pudor cuando se habla de los muertos”. Y la reconstrucción familiar, a base de pico y pala, de lecturas y de ser Robinson Crusoe sin Daniel Defoe y como todo “era una burbuja de soledad en la que me sentía cómodo, pero que tenía evidentes contornos de tristeza”. Y ahora que hemos visto en España un show nacional sobre la idoneidad de asesinos para ser concejales o diputados, vemos que no es un asunto nuevo, que Italia, como en tantas otras cosas, nos lleva ventaja aunque la discrepancia siga ahí. Justo ahí. ¿Puede un asesino llevar con dignidad un puesto en una institución? ¿Estamos locos o simplemente estamos muy locos? Escribe Calabresi: “No hay que olvidar que la mayoría de las personas asesinadas en los años de plomo trabajaban para el Estado y lo pagaron con sus vidas. En cambio, el país parece estar aquejado de un analfabetismo en cuanto a su sensibilidad”. Más paralelismos, que en España no entendemos muchas cosas: “El debate, una vez más, volvió a dejar rápidamente de lado a las víctimas y se desplazó a los derechos de los antiguos terroristas: derecho a rehacer su vida, a reinsertarse, a poder expresar sus ideas. Ya han pagado -fue la frase más utilizada-, ahora tienen derecho a vivir como los demás”. Y en esa diatriba, en ese melón con pipas modificado en un laboratorio y al que luego llaman del abuelo, siempre podemos tener visión doble: “Que hubo dos Italias y que ninguna era, por definición, la buena o la mala, que las dos tenían cosas que nos gustaban, que en ambos lados había gente decente, que en la derecha, en la izquierda, en el centro, podías encontrar carcajadas, cariño, charlas interesantes, discusiones, desazón o tristeza”. Cada uno con su Vietnam particular, cada uno con su memoria colectiva (o la falta de ella), cada uno con su Aldo Moro en el recuerdo. Y añade MC: “Hoy seguimos preguntándonos dónde están los responsables de las ciento cincuenta muertes de las matanzas italianas y cuánto silencio cómplice e inevitable envuelve aún la historia del terrorismo rojo”. ¿Miramos para otro lado? ¿Imposible? ¿Olvido? ¿Perdón? Más de Calabresi, más de SDLN: “Estoy convencido de que se puede y se debe pasar página, pero lo primero que hay que recordar es que cada página tiene dos caras y no vale con preocuparnos por leer solo una, la de los terroristas o los autores de las matanzas; hemos de preocuparnos antes de nada de la otra: el hacerse cargo de las víctimas”. ¿Y cómo vemos a los asesinos? ¿Cómo vemos a Txapote? ¿Cómo veíamos a los chicos de la gasolina arzalluescos? Sigue describiendo a la perfección el asunto Calabresi: “Los terroristas no han sido repudiados como asesinos, sino que con demasiada frecuencia, se los describe como perdedores, personas que han luchado en una batalla por unos ideales que no han podido ganar. De esta manera, sin embargo, son ellos quienes se convierten en modelos”. Y el paso de Derecho a Historia (que ha hecho feliz a tanta persona), y asuntos personales que no pasan desapercibidos a nadie. Y entonces, surge, sin proceso de por medio, la palabra indulto, de la que todos sabemos muchos, desde Supergarcía hasta ahora: “Un indulto que se asemeje a una nueva revisión de juicio, a una absolución, que pudiera interpretarse o presentarse como una compensación, sería inaceptable”. Ideas medievales rechazadas, palabras a Berlusconi y la consideración de que “las calumnias repetidas con insistencia, son capaces de construir una biografía”. O varias. Hágase comunista en el siglo XXI, o déjese querer por uno de ellos. Y palabras maternas que no se olvidan: “He trabajado todos los días, el único antídoto contra la depresión, y he tratado de vacunaros contra la pereza, contra el odio, contra la maldición de convertirnos en víctimas rabiosas. Esto no significa ser sumisos o enterrar la cabeza en la arena. Significa luchar por alcanzar la verdad y la justicia y seguir viviendo, a la vez que se renueva la memoria cada día. Hacer lo contrario sería plegarse totalmente al gesto de los terroristas, dejarse ganar por su cultura de la muerte”. Un excelente libro que nos lleva a una realidad que la tenemos demasiado presente y que nos hace pensar que no todos son tan buenos como nos los han vendido.

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