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miércoles, 9 de junio de 2021
La costa de los mosquitos. Primera temporada.
Ver el primer capítulo de La costa de los mosquitos fue un soplo de aire fresco en un domingo en el que se llegaron a los 37 grados en mayo en la capital del reino valcarcil, que en su Mar Menor sí que es una costa de mosquitos, fango y todo lo que huele mal. Lucidez no solo taciturna en mitad del caos. La costa de los mosquitos es una ilusión en mitad del caos, principios ante el orden establecido, Napoleón frente al Antiguo Régimen aunque para ello tengas que hacer el mal. O muchos males. ¿A cuánta gente dejó Napoleón por el camino? ¿Qué principios dejó para el futuro? ¿Era simplemente Napoleón un Stalin de su tiempo? ¿Un Hitler? Podemos (ahora que se cumplen 10 años del 15M) hacernos muchas pajas mentales, pero no todos sabemos sacar hielo del fuego. Y precisamente con esa metáfora empieza La costa de los mosquitos, con una máquina de fuego que saca hielo. Nos presentan la casa de un manitas, de un geniecillo loco, con pizarras en el salón, con biodiésel para el coche y con placas solares, pero eso no da para vivir. No. Y un aviso de ejecución hipotecaria en el banco llega en forma de aviso vía postal. Pero el correo de toda la vida. La costa de los mosquitos nos lleva también al pasado de forma recurrente: las cabinas de teléfono, las cartas, las máquinas de escribir. Las llamadas de toda la vida, el recuerdo a una familia que no está pero que sigue en el listín. Y la familia. También nos lleva a preguntarnos qué haríamos por seguir a nuestra familia aún sabiendo que están equivocados. Y dejar atrás todo: una familia rica (la de la mujer del protagonista) y lo que haga falta. También se habla del vínculo en contraposición a una época que para muchos el único vínculo es la red social. ¿Qué es ahora un vínculo? ¿Por qué no nos centramos en lo importante? Aunque hay un reguero de dudas: “Esto parece una secta”, le dice la hija quinceañera al padre que vuelve a mostrarnos aquel rostro incrédulo de The Leftovers. Y más dudas de esos quince años llenos de miedo y rebeldía: “¿Nuca te preguntas si papá es tan inteligente por qué somos tan pobres?”. Vínculos. Y el quebranto de la ley: “La poli es como un perro que no conoces. Puede que sea simpático, pero puede morderte en cualquier momento”. Y empiezan a salir piezas de ese puzzle mental difícil de entender, pero que se va cuadrando poco a poco cuando la matriarca del asunto habla de 9 años y 6 identidades distintas. Difícil ecuación. Complicada ecuación. O no. Y surge la idea de volver a escapar, y un barco, y un vertedero y empezar a huir, de nuevo. Méjico es una decepción y la huida, quizás, una tomadura de pelo necesaria. O no. Hubiera quedado muy bien reducir la historia a cuatro capítulos y no estirar tanto el chicle. Creo yo.
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