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sábado, 20 de noviembre de 2021
Kin. Primera temporada
Llevo cinco años sin volver a Love/Hate y no me lo consiento. O no debería. Gastamos el tiempo en asuntos sin importancia, en irrelevantes pérdidas de conocimiento y colas en supermercados, en tiendas de chinos y atascos, en calles con personas que no saben llevar un paraguas y con alumnos que no deberían existir porque el aborto debería ser legal en todos los supuestos. En todos. No sé el motivo de no volver a Love/Hate, al menos, una vez al año. Quizás intento todos los años volver a pasar de la página 100 de La montaña mágica, pero no lo consigo. Lo intentaré, que me quedan 40 días de año. Kin recuerda en muchas cosas a Love/Hate, pero estamos en 2021, y todavía se puede huir a España desde Irlanda. No se si debe, pero se puede, y que te reciban de una u otra manera. Kin acaba en una iglesia, después de una misa de cabo de mes, con el evangelio de San Mateo y con el tema del ojo por ojo y diente por diente y todas esas sotanadas sin sotana que antes o después soltamos en una conversación, tanto o más que un estribillo de The Killers o de Los Planetas. Es verdad que Kin trata sobre venganza y dolor, sobre droga y mafia, y en este tema no podemos frivolizar. Hasta los canallas, antes o después, tienen su corazoncito y viven en desamor, parece que tienen sentimientos y no solo ataques epilépticos al más puro estilo Ian Curtis, pero hoy es 20N (toca recordar otros evangelios según San Buenaventura o San José Antonio) y no 18 de mayo. A diferencia de otras series con capos de la droga de mercados menores (aquí estamos en la catolicísima Irlanda), en la mayoría de los casos, (casi) nadie grita, hay mucho susurro y mucha palabra baja, mucha confidencia después de tiempo a la sombra y mucha ausencia (y llanto por la misma), hay lluvia y bruma a mansalva, hay familias que tienen que ser enderezadas y familias que en la huida han quedado desmembradas, hay ratas que tienen que salir a cazar porque por algo son ratas y hay muchos bajos instintos que satisfacer. Y hay que tener en cuenta que una mujer se hace respetar no por sus palabras y los lazos que lleva un 8 de marzo, si no por sus actuaciones y por lo que hace en lugar de otra persona, sea macho, hembra o palmera hermafrodita. Kin es una joyita que compartir, pero siempre que se pueda, en voz baja. Y las moralejas siempre vienen bien, que no todo el mundo ha dejado de alimentar a los imbéciles de su familia.
Coda: Y si, es bastante complicado poner la otra mejilla. Mucho.
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