lunes, 26 de septiembre de 2022

City on a Hill. Tercera temporada.

“La muerte acaba con la vida, no con las relaciones”. Hay varias muertes al comienzo de la tercera temporada de City on a Hill, pero deberían sumarse más. La vida es una sucesión de entierros, de esquelas en el periódico, de necrológicas llenas de buenas intenciones porque hay muchos caracteres que completar por unas columnas que no salen ni a seis euros la hora. O a siete. Policías, dioses, revivir el infierno y la felicidad, rezos en mitad de un infierno que pasa de lo personal o lo que no se resiste. O se resiste, y todo es mentira, y en estos momentos de servidumbre solo queda el deber de obedecer. Y los fantasmas del pasado, con y sin lápida, vuelven a sacar llanto y crujir de coches. Nos lleva también COAH a la convivencia mal entendida, a mantenerse en la pocilga para no acabar en la cloaca. Pero buscamos algo más, “porque hay satisfacción en la venganza”. Pero entre a pocilga y la cloaca, hay que andar con ojo, porque “a veces buscas fantasmas y te encuentras demonios”. Hay pasados que mejor dejar estar, y otros que te sorprenden. Siempre en la duda, siempre en la pregunta eterna, siempre en la mentira. Y en la lucha, con o sin citas a Hitler y las referencias a los coches (demasiado baloncesto y Sean Connery), y todo lo que te lleva a las soluciones alternativas. A ciertas edades esas soluciones solo llevan a la marcha, a la huida, a dejarlo todo atrás. Y justo ahí, cuando toca Waterloo aunque sepamos el resultado de la contienda, no es posible determinar la guillotina hasta que estamos esperando pastillita en Santa Helena. Y siempre, en mitad de esa media mentira, debemos preguntarnos sobre nosotros, sobre Dios y sobre lo que vamos a desayunar mañana. Siempre sale el sol, pero siempre hay nubes en el horizonte, siempre hay jodiendas que te hacen cambiar la perspectiva de lo que odiamos y de lo que seguimos odiando. Siempre. Y esas frases, remarcadas, que nos llevan a la rutina en mitad de la derrota cotidiana: “Los demonios no piensan en las consecuencias”. Y seguimos con tierra en los zapatos, y, casi nunca, somos correspondidos.

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