sábado, 17 de septiembre de 2022

Westworld. Cuarta temporada.

Aunque muchas veces desconcierta, Westworld siempre deja buenas imágenes, historias complejas y frases con las que pensar mientras observas una Valencia futurista y unas torres que volar. Para empezar, nos dice que “el arte es una mentira que dice la verdad”. Viene bien el desconcierto de esos dos primeros episodios, esa confusión que lleva a asumir que “la vida real te puede defraudar. No es que sea mala, pero debería dar más”. Muchas veces somos máquinas imperfectas que solo pensamos en trabajar y pagar facturas, en comer para defecar, en llenar un depósito que tiene demasiados agujeros y no rinde lo suficiente: “¿Y si estoy rota y es el mundo el que hay que arreglar?”. Quizás sea posible optar, buscar opciones, caer en la locura contemporánea, traducir tacos que sabemos lo que pueden significar aunque no siempre pillemos la copla: “Ganar no sirve de nada a menos que alguien pierda”. Y el sueño y sus variedades, y resurgir de una especie de pesadilla perenne: “No revisitaremos el pasado, lo recrearemos”. Pero cuando todo parecía un videojuego distinto, volvemos a la mariada de siempre. Pero seguimos en las mismas, porque “este mundo es mentira y no tiene sentido”. Nunca. Y vivimos entre bucles y laberintos y nada tiene sentido. Nunca.

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