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martes, 23 de mayo de 2023
El puente de los suicidas
El puente de los suicidas, libro de A. J. Ussía, es una colección de frases de las que hacen pensar. Historias entrelazadas entre bares y sotana de catedral, entre churros que alegran mañanas hasta que dejan de hacerlo y buenas intenciones que no siempre se materializan. O, quizás si se materializan, y no nos damos cuenta, y nos quedamos en la anécdota. Al acabar de leer El puente de los suicidas, puse de fondo (muy bajito) el Love Song de Simple Minds, porque en ese epílogo se muestran verdades como puños y números que no solo nos llevan al diván, sino a muchos sitios más. Creo que eran once. Once suicidios al día. Y los jóvenes y la pandemia y todo lo que eso ha traído (y seguirá trayendo), todos esos intangibles que vemos los que trabajamos en los institutos (y en otros muchos sitios también se ven) y que no siempre se pueden valorar porque muchas veces no dan la cara, o no preguntamos lo suficiente, o si preguntamos no lo hacemos con el suficiente énfasis. El puente de los suicidas nos lleva a refugios que no solo son refugios, sino santuarios de café y Fanta, nos lleva a capillas y cartas que esconden secretos, a heridas hechas con cuchillas y tribus urbanas, y telediarios llenos de etarras que nos quitaban el sueño y las esperanzas y muchas cosas más. “El dolor incomoda y quién sabe si contagia”, escribe Ussía. Reflexiona el autor sobre si no entendemos o no queremos entender, o no hacemos esfuerzos por entender: “Para sobrevivir hay que ocultar lo malo”. Habla del suicidio como “una indecente normalidad”. También nos lleva El puente de los suicidas a la problemática de las vocaciones tardías, las del hambre y el escape de ella, y de la carne equivocada que llega a los colmillos equivocados. Siempre salimos perdiendo, decía Ginés Caballero, que era drogota, y pastillero, y que vio marchar a sus padres y luego se marchó él mientras su hermana lo ignoraba como los políticos a sus votantes el día después de los comicios. Siempre hay una noche más, y canciones de Nacho Vegas, y personas de codo sabio con las que compartirlo todo. “A cada poco se acercaba más la primavera y con ello, a la escalofriante época en que los suicidas, como el calor, aumentaban”. Escribe A.J. Ussía que al final “solo somos carne, pecado, decepción”. Cierto, y la carne se pudre, los pecados se reproducen en un curioso fenómeno de ósmosis y la decepción vive con nosotros continuamente. Y en ese charco, sea cual sea y del color que sea, no es fácil salir sin botas de agua, y puede ser en la capital o en el último pueblo de España: “Este Madrid sin mar, pero con tantos ahogados”. Pero al final reseteamos, volvemos a Vegas y recordar a Michi Panero y a creer que “lo más oscuro es lo que no se cuenta y por eso los secretos nublan la verdad impidiendo que entre la luz”. Una gran novela de otro de esos temas de los que no siempre queremos hablar, aunque nos toquen de cerca.
miércoles, 17 de mayo de 2023
La mala víctima
“Lo que se lee gratis no se valora”. Todo es mentira, pero hay mentiras que no valoramos lo suficiente, porque con tanta información no siempre pasamos el filtro. El gran filtro. La mala víctima (de la que esperaba más) nos lleva a ese ajetreo de los veranos en los que no hay noticias en plural hasta que llega una en primera persona femenina singular y nos estampa un sopapo en la cara. Una muerta. Una muerta guapa. Una muerta guapa en verano tira mucho. Pero ahora todo son clics: “Uno de los medidores de su trabajo, además de la credibilidad, eran los clics”. Los putos clics. Pero esa mirada de Landaluce y Belmonte, o de Belmonte y Landaluce, nos lleva a esa información que no solo es sensacionalismo, o amarillismo, o Margarita con pipa de las que salía en la tele los lunes por la noche (¿tan mayores somos?). Quizás demasiado mayores, y no queremos asumirlo, porque “las gilipolleces se exportan muy bien”. O demasiado bien. Y como todo se resalta entre pájaros y sitios de fotos, “el sóviet más ideologizado de las redes sociales” es el que manda, el que manda en todo. Recuerdo cuando empecé el segundo ciclo de periodismo en 2008 lo mucho que me aburrió ese principio de curso hasta que en febrero decidí abandonar, entre profesores que dictaban y dictadores que se dedicaban a la docencia sin vocación (como casi todos). Decía García que se sorprendía (y mira que hace años que no está en la radio) de los pocos alumnos de periodismo que iban con periódicos bajo el brazo cuando llegaba a las facultades a dar conferencias (ahora, ni Dios). Deja buenas frases La buena víctima: “Ahora el comprador de periódicos era un espécimen raro y en peligro de extinción”. Un bicho. Un alien. La mala víctima va también de inseguridad y miedo, de élites convertidas en chistes y en chistes que no puedes soltar porque se malinterpretan. O no se entienden, y se prohíben, y se malentiende la palabra alcohol y diferenciar, como dicen en la 93, entre fama y relevancia. O relevancia y fama, que ya no me acuerdo. También ponen en una misma frase a la vez cariño y finiquito. La gran mentira del periodismo se resume en que “el éxito del periodismo es ser oportuno”. Bendita palabra la oportunidad, y el aceite perdido del Prestige, y los que parecen Carrère y no lo son, aunque El reino nos llevó a un nivel superior y como “el morbo es directamente proporcional al miedo”. Con La mala víctima recordamos a Dexter, y a Walter White, y aprendemos sobre el GHB (¿eso existe?), y sobre el midazolam, y sobre esas familias del Hola (o que creíamos del Hola) y que han quedado para un rato de Sálvame (aunque no sé de que color). Y mucha razón con lo de “criticar une mucho”, o como decía el amigo Segura, esos “cítricos” que te amargan y a la vez te dan vidilla. Y esas habitaciones convertidas en reboticas, y como, a veces, “uno confiesa lo menor cuando lo acusan de lo mayor” (gran invento el de las confesiones, incluso antes de las bodas con esos curas mirando al techo). Y ese vocabulario que ahora utilizamos todos para los presuntos, presuntas y presuntes: “Presunto es una palabra con tantas capas de polvo que a los ojos del público no significa nada”. Bueno, casi nunca. Y si hay que recordar el Jeremy de Pearl Jam, se recuerda (aunque siga siendo mentira, o casi mentira como todo lo que sale en los periódicos): “El periodismo es publicar aquello que no quieren que publiques”. Y la peste (vulgo, olor desagradable, como el humo que entraba hoy por la ventana de clase), siempre llega, en forma de novela o de epidemia, y te pilla en la habitación contigua o en el ascensor: “Los invitados, como los muertos y el pescado, huelen a los pocos días”. Y la idealización de los malos recuerdos, casi siempre de la mano de los primeros jefes (eso si que se merece una buena novela, la de los malos jefes), y las empresas familiares convertidas en cortijos con pies de barro y fachadas que parecen relucientes y solo son barniz de los que utilizaban los viejos marineros en sus más viejas barcas. Y contar, y volver a contar, y comparar la justicia, la creatividad y la contabilidad (¿sigue siendo lo mismo?). Le digo mucho a mis alumnos que pensar te mete en líos, como en Casi famosos, y en La mala víctima nos dicen las autoras que “las cosas a veces salen mejor pensando menos y confiando en el instinto”. Y decir adiós a eso que piensan los demás, porque “la moral está muy bien, pero lo que a ti te convenga está mejor”. Un buen libro para recordar que muchas veces, las cosas no son como parecen, pero otras, hilando y no solo en Twitter, es mejor ir de víctima, aunque sea mejor hacerlo con el periódico debajo del brazo.
martes, 16 de mayo de 2023
Perry Mason (HBO). Segunda temporada.
En su alegato final, en esta segunda temporada, Perry Mason junta en una misma frase ilusión y justicia, porque todo es mentira. Es mentira el juego y el barco; es mentira lo que nos cuentan las fotos; es mentira cuando mientes a tu pareja y dices que estás en el lugar que no estás; es mentira el ruido de una motocicleta, y lo que dice una solterona sin principios, y lo que hace un negro para sobrevivir en un mundo de blancos, y lo que hace un marido por su heroinómana esposa, y los trenes de juguete que no cesan de girar, y el sueño de unos hermanos convertido en pesadilla de pistola, y el odio de un padre hacia su hijo, y el petróleo que va a Japón aunque la Sociedad de Naciones no quiera. Todo es mentira, todo es ilusión, nada es justo. O quizás, todo sea ilusión de cuando somos chicos, de cuando creemos que podemos salirnos con la nuestra, o robar al de al lado y que nadie se entere. Pero al final, todo se sabe, y los arreglos, en la justicia y en la vida, salen caros. Vivan las mentiras. Viva Perry Mason.
sábado, 6 de mayo de 2023
Las buenas madres. Primera temporada.
Las buenas madres no deja lugar para la duda, no deja lugar para dulcificar a la mafia (cosa que, últimamente, se repite con demasiada frecuencia). Las buenas madres muestra esa persecución, en muchas ocasiones, hasta la muerte, de una organización que desde sus entrañas busca cualquier resquicio para aniquilar, para destrozarte en vida, para acabar contigo y con los tuyos. Hemos visto y leído mucho sobre las distintas variantes italianas del asunto, mas o menos viejas, pero con la misma mala sangre. La justicia, la policía, la familia, el destierro, los encierros, la capacidad de enajenación mental que lleva al peor de los infiernos en una vida que se alarga con los venenos a mano. Las buenas madres es, por momentos, desagradable en su realidad: hijos contra padres, padres deseando la muerte de los hijos, hijos abandonados, padres que desean lo peor de lo peor. No hay brillo, ni atisbo de esperanza, ni solución que se encuentre ante un mal tan enraizado en esa sociedad en la que brillan parabólicas en casas a medio hacer, en la que los callejones estrechos buscan la escapada ante la llegada de los carabinieri, en la que la única forma de escapar es no vivir. Un dramón de los buenos, aunque lo amargo desborde hasta el último segundo de los capítulos.
miércoles, 3 de mayo de 2023
Los silencios de la libertad
Hay personas que no tuvieron la suerte que una bofetada les salvara la vida. Empieza Guillermo Altares su libro Los silencios de la libertad citando a Primo Levi, a Georges Bernanos y Paul Éluard, y con una frase que asegura que “la Historia no se repite, la humanidad cambia, los problemas se superan”. Ahora que estoy en 1º de ESO hablando de Macedonia y Esparta, no está de más recordar esos “remolinos del pasado” que nos llevan “de la democracia a la tiranía”. Añade Guillermo Altares: “No importa la belleza del lugar que escojamos, demasiadas veces se repite el mismo relato: el de alguien que logró su libertad para volver a perderla”. Pero empieza a hablar de carne de oca y de judíos romanos y de barrios de emigrantes en Yanquilandia. En 4º de ESO, con la Enciclopedia del Holocausto y otros instrumentos, hemos recuperado imágenes que también aparecen en LSDLL, como la de Simone Touseau y de August Landmasser. De esa historia también se habla en este libro, “el de los hebreos europeos que fue aniquilados por el Holocausto”. Odio, rencores medievales reactualizados, y otras causas llevaron a la Shoah: “La Shoah no surgió de la nada, sino de un ambiente de odio que fue creciendo desde la Edad Media, siempre hábilmente azuzado desde el poder político y religioso”. Pero en este siglo XX de atrocidades contra los judíos, recuerda el autor las que se llevaron a cabo contra los judíos en la Guerra Civil Rusa (1918-1921) y en Chisinau en abril de 1903, indicando que “muchos historiadores argumentan que se trata del precedente más claro del Holocausto”. Apostilla GA: “Aquella matanza universalizó la palabra pogromo, que, según Zipperstein, procede de los vocablos rusos para “tormenta” o “trueno”, que luego se transformaron en devastación, destrucción”. Y el origen de la palabra gueto, veneciano, y el Concilio de Letrán, y los refugiados procedentes de España tras la expulsión de 1492, pero recalcando que “el gueto era un cárcel pero también un lugar seguro”. Y las matanzas cerca de Semana Santa, que los calendarios lo marcan todo. También está presente en todo el relato el Caso Dreyfus, y esa idea de que “cuando se mira al pasado siempre existe un delicado equilibrio entre el olvido y el recuerdo, entre aquello que es necesario mantener vivo y lo que debemos dejar atrás”. Y hay una serie de nombres que se repiten una y otra vez: Franco, Stalin, Hitler. Lugares comunes que nos llevan a un horror que, aunque imaginado mil veces, nunca se recreará con el horror reinante. Y el caso de China, la sempiterna China, definida como “implacable dictadura tecnológica, cuyos habitantes se encuentran atrapados en una distopía que parece sacada de una novela de Philip K. Dick: viven vigilados constantemente gracias al reconocimiento facial o códigos almacenados en los móviles sin los que no pueden moverse”. Y Hannah Arendt, y reflexionar sobre el mal porque “el mal existe, aunque ha cambiado de forma”. Y como siempre repito, todo es mentira: “Una de las cosas que mejor hacen los regímenes totalitarios --y que les permiten sobrevivir-- es construir mentira, inventarse una realidad paralela”. ¿Y cómo se pudre todo? ¿Cómo alguien manipula a millones de personas? ¿Cómo millones de personas se dejan manipular por alguien? O quizás, todos somos un poco culpables, por mirar para otro lado, o por no mirar para otro lado, que siempre depende del contexto: “Sociedades avanzadas, cultas, acostumbradas a un intenso debate político han caído en el túnel de la dictadura”. Siempre debemos ser responsables, o intentar ser responsables: “Las dictaduras son poderosas, pero los seres humanos libres puden serlo mucho más. O al menos intentarlo”. Y citas de Stefan Zweig, y los dialectos de Italia, y el catalán de Alguer al que también canta el gran Ángel Calvo. Y el origen de la palabra genocidio, y el holomodor ucraniano, y la Francia de Vichy, y la lectura de Echenoz, y los cambios de la Reforma y lo que vino después y como “siendo analfabeto es fácil demostrar que uno está incontaminado y pertenece a la envidiable casta de los cristianos viejos”. Y la comida como detección, y la importancia del Tratado de Westfalia y como para Hitler lo único que contaba “era la raza, la medida de la eternidad”. Y la guerra entre Atenas y Esparta y como “la libertad representa siempre una ruptura con las tradiciones antiguas”. Altares salta etapas y tiempos, pero los paralelismos utilizados ilustran esa visión de un horror generalizado desde la Antigüedad. Subraya la importancia que supuso el asesinato de enfermos mentales y discapacitados en las cámaras de gas como precedente del holocausto. Recuerda Los amnésicos, y como no hay documentos escritos con la firma de Hitler sobre la solución final. Pero todo tiene un origen: “La Shoah no empezó con las matanzas, arrancó mucho antes: con el odio, con la deshumanización, con la propaganda”. Y la creación del muro de Berlín, y la liberación de Francia y como “tratar de borrar la memoria siempre es un ejercicio arriesgado, que muy pocas veces sale bien”. Reflexiona el autor sobre el caso de España: “Lo insólito del caso es que, con el tiempo, los españoles se han alejado de ese acuerdo tácito y se encuentran cada vez más divididos: la lectura del pasado parece ahora mucho más enconada que entonces”. Y Éric Vuillard y su 14 de julio, y la imagen del proceso revolucionario francés y la forma en la que “los historiadores todavía se preguntan si el Terror fue una consecuencia indeseada y espuria de la Revolución o una deriva inevitable”. Y la forma de poner en la balanza (que la hacemos muchos) de contraponer en la balanza historiográfica a Lefebvre y Furet. Y la Revolución Francesa y su inagotable forma de cambiar mentalidades: “Lo que nos enseña la Historia, antes y después de Varennes, es el que el terror acaba desatándose. Y que ha marcado, de una forma más o menos masiva, la mayoría de las revoluciones y cambios de régimen hasta bien entrado el siglo XX”. Y Auschwitz, y el asesinato de Riego, y Bernanos, pero Auschwitz siempre presente: “Todo en Auschwitz-Birkenau se basa en eso, en un sadismo infinito lleno de detalles que solo podía tener sentido en el mundo infernal que los nazis habían construido: el mejor trabajo era el más asqueroso, limpiando unas letrinas inmundas, porque los SS no se acercaban por miedo al tifus y por el olor”. Y Bosnia, y Sbrenica, y la Guerra de los Treinta Años y las imágenes de Callot, y la quema de bibliotecas como la de Lovaina en 1914 o la de Sarajevo en 1992 y como cualquiera de nosotros podemos convertirnos en los peores carroñeros: “Los verdugos no solo son en su mayoría personas normales transformadas en pocos días en matarifes rutinarios, sino que, a menudo, conocen a sus víctimas. Casi siempre los asesinos están entre nosotros”. De todo ello y muchísimo más se aprende con la lectura de Los silencios de la libertad.
lunes, 1 de mayo de 2023
Tú también lo harías. Primera temporada.
Tengo un problema con Tú también lo harías. Subía y sigo subiendo a autobuses y ya no me sorprende nada. O casi nada. He visto casi todo: yonkis haciendo el yonki, vomitonas, tipos mitad yonkis mitad vomitivos que pegan a chóferes, pedigüeños, personajes ajenos al agua y un zoológico que dejaría en bragas al arca de Noé y a cualquier tipo de arca, arcón o cómoda decimonónica. Por lo demás, empieza bien, pero quizás habría que dejar algo más para el medio tiempo, aunque esta postmodernidad en la que todo se alarga manda demasiado. En el partido de innovar por innovar, siempre salimos perdiendo (o no innovar, o no convencer a nadie porque ya entramos en el salón convencidos del sermón sin montaña que nos toca escuchar). Cosas jodidas y daños colaterales y jodiendas con vistas entre Manresa y Barcelona (faltan Casimiro y Chichi Creus, pero eso lo dejamos para otro día). Manzanas podridas, aunque no podemos pedirle peras al olmo. Hay vida después de Corre, Lola, corre, pero no es tan perfecta como esa película. Silencios, secretos, ELA, cuadros sin rostros, hermanos sin hermandad, grupos que dejan de dormir y un autobús entre Manresa y Barcelona en el que nadie habla catalán (se nota que ya no mandan los pujolísticos poderes fácticos). Un buena idea no siempre bien materializada. Lástima.
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