sábado, 8 de diciembre de 2018

1983. Primera temporada.

Siempre que nos vende algo con la distopía hay que poner(se) a temblar. Nunca sabes por donde irá el asunto. Ni idea. 1983 tiene un buen inicio pero quizás estira demasiado el chicle. O no. 20 años dan para mucho. Historias que se entrecruzan en un régimen polaco que pervive bajo el yugo ruso, con una Guerra Fría que no acaba nunca, con una pequeña Saigón en plena Varsovia. Distopía, distopía, distopía. Sed de justicia, sed de medicina, sed por zapatos en vez de botas, sed por unas muertes que se repiten cíclicamente. El pasado, siempre jodiendo la marrana. ¿Cómo lucharíamos contra un sistema corrupto hasta el tuétano? Ventas de armas nucleares, ministros asesinados, jueces elminados, suburbios que eliminar. Autoridad, iglesia vendida, mentiras institucionalizadas, once eses antes del once ese. Maquinitas que lo controlan todo. Niveles de autorización. Champán para casi todos. Registros de adopción perdidos. Niños que se pierden aprovechando el viento de los Urales. Policías de todos los colores y milicias de pensamiento única. Comunismo, corrupción, comunismo, corrupción, comunismo, corrupción y el resto de países al acecho para meter mano. Y en el comunismo nada es privado. CCCP y sus círculos. Sombras del pasado en la escoria del presente. El ejemplo argentino de los niños. Vaya ejemplo. Pero hay venganza. Y de las buenas. Los nuestros, los vuestros, los otros y todo lo demás. Y la Emilia Plater del siglo XXI y el recuerdo de Sobieski y una cantidad enorme de trajes con pájaros y estanques y burbujas varias. ¿El revolucionario de un país es tomado por terrorista en otros países? ¿El poder de un país está en las armas o en las almas? Cajas vacías, muertos que no son muertos, vómitos ajenos y propios. Al Gore presidente de Yankilandia tras un once ese que parece que sí ocurrió. Irak, otra gran mentira. Israel. ¿Locura o patriotismo? ¿El futuro? ¿La protección? ¿A quién defendemos realmente? Ascensores de dolor. LLantos maternos. Llantos en una Polonia en la que aguantar, guetos sin fin antes y después de los estadios abandonados. Lo dice Ofelia: "Hagamos lo que hagamos, estamos jodidos". Bien jodidos. ¿Tenemos que creer en algo? ¿Tenemos que creer? ¿Tenemos? Los límites: Distrito, Estado, dolor y eficacia, verdad y mentira infinita. Los dragones y sus casas, la suerte y sus viviendas, los disparos y las mártires en los túneles, los ojos del ministro y el olor a pólvora. Demasiada mierda para pensar en panfletos libertarios. Las ratas, los topos, el futuro del comunismo. Pero hay máquinas, y daños colaterales, y jodiendas con vistas al enemigo. Siempre. Suburbios al poder, alcantarillas al poder. ¿Los desesperados no tienen nada que perder? Imperios, mierda invisible, intagible. Promesas de libertad que son mentira. Puntos suspensivos de las grandes mentiras.