jueves, 27 de diciembre de 2018

Vergüenza. Black Santa.

¿Hasta dónde se puede estirar un chicle? ¿Hasta dónde podemos dar(le) hilo a la cometa? ¿Hasta qué punto no debemos poner el freno al disparate? Para frenos, los de Márquez viendo a Valentino. O tal vez, no. No debamos darle freno. Lo bueno de Vergüenza, y de este Vergüenza Black Santa es que no hay límite, no hay que ser políticamente correcto, no hay que escupir en el baño porque nos atrevemos a escupir a la cara. A la puta cara. Ahora que parece que la época de lo políticamente correcto (ya era hora) parece que empieza a flaquear hay que aplaudir el intento (que no siempre el resultado) de series como Vergüenza. No tienes que mirar bien al que odias; no debes dar la mano al que desprecias; no debes dar dos besos a una víbora. No. Antes muerto que perder la vida. ¿El resultado es manifiestamente mejorable? Por supuesto. En eso, estamos de acuerdo. La repetición de ciertos chascarrillos, cansa. O puede que no. Nunca se sabe. Pero lo que si sabemos es es que el Infierno está lleno de buenas intenciones.

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