sábado, 1 de diciembre de 2018

La víctima número 8

Tenía que llegar antes o después. También al País Vasco. El terrorismo yihadista. Todo vuelve, todo se acaba. Cómplices todos. Objetivos que nadie entiende. Familias rotas. Familias con mentiras. La víctima número 8 empieza con saltos temporales que nos llevan a historias que se cruzan, de personas que tienen dolores comunes y fracasos compartidos. La vida. La puta vida. Y las medicinas y los periodistas jodiendo la marrana. ¿Dónde está el límite de la información? ¿Dónde el respeto a las familias? ¿Dónde la desesperación para hacer disparates? Cuñados llenos de odio y desamor, de piercings y anillos perdidos, de testamentos de rencor. Cenizas cagadas. Aparte de la historia, también es importante lo que deja entrecomillado, lo que salpica, lo que ocurre y realmente no nos preguntamos y miramos hacia otra latitud. La víctima número 8 reflexiona sobre las verdaderas cloacas de Interior, lo que nos venden (bazofia) sobre lo que realmente ocurre. Y el papel (muchas veces) del cuarto poder, de una prensa que ya no es lo que era (o debería ser). Las miradas furtivas, la tentación, la mentira, el olvido, la asquerosa burguesía y sus tejemanejes. ¿Queremos saber la verdad? ¿Nos interesa saber la verdad? ¿Tenemos interés en saber la verdad? A veces, piensa uno, que es mejor mirar hacia el horizonte y vender motos. Pasa con el 11-M. Nadie se cree lo que se nos contó. Ferreras sigue ahí, pero hay cosas que no se olvidan. Calzoncillos aparte, La víctima número 8, a pesar de mezclar demasiados licores en la coctelera ("no irás ebrio a la oración") consigue un buen combinado, un intento de explicar que la mentira institucionalizada siempre triunfa. Siempre salimos perdiendo. Siempre ganan los mismos. Todo es mentira.