lunes, 31 de diciembre de 2018

Snatch. Segunda temporada.

Volvemos a las andadas. Vuelve la segunda temporada de Snatch, con todo más negro que los cojones de un grillo. Negro aunque todo empiece en la Costa del Sol. Y con esta pandilla, todo sale mal (casi siempre). Y para empezar, imagen patéticofranquista de la policía española, más mafiosa que feto abortado de un Corleone. Bares, armas, flamenco. Y nada más sarcástico que un camarero llamado Fanta. Y un policía llamado Carlito Blanco que deja un rastro de sangre por donde pasa. Y el Toro Osborne vigilándolo todo desde las alturas. Desde las putas alturas. Alcaldes, fueros propios en ayuntamientos más propios de Gil que de otra cosa. La segunda temporada de Snatch pone a sus protagonistas en la coyuntura de la posibilidad de elegir. "Quien lleva la corona nunca vive tranquilo", dice una de ellas. Policías encubiertos, mafia local, decisiones que te llevan al desastre o a la gloria. La tragedia convertida en broma, la mierda hecha ambrosía. Navajas que buscan venas, gusanos en busca de dolor. Y otra vez la huida, la marcha sin rumbo, la alegoría contra la metáfora. Y matar al padre. Casi nada. ¿Qué obtenemos a cambio de traicionar nuestros principios? Casi nada. ¿Pagar facturas? No sé yo. Pero al final, con el precio nuestro de todos los días, a cada cerdo le toca su cárcel en Marruecos, a cada muelle su amarre, a cada robo su factura, a cada boxeador su lona y a cada isla su escape. Y todo lo demás, también, aunque ya no tengamos chascarrillos místicos y los alcaldes sean de pacotilla. .

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