lunes, 21 de enero de 2019

El Embarcadero. Primera temporada.

El Embarcadero revuelve el estómago con la vieja historia de las dobles barajas. De los sentimientos. De huellas que no hay que buscar porque sacan el ventilador de los cuernos. Dos barajas en la Valencia de la Albufera y de la mentira, de las triunfadoras en la empresa privada pero viviendo en la gran mentira ilustrada con mensajes en el teléfono móvil. Es lodazal familiar, mentira sobre mentira. Es un dedo que evita dolor (a veces). Solo a veces. Lluvia, atmósferas de llanto, patos y más mentira. El Embarcadero pone su argumento en la historia de una mentira pegado a un celular, a una madre que no es madre pero ejerce de víbora. Veladas de mentiras, de medias mentiras, de medias verdades, de videos que ves en un tanatorio. En tiempo de melones, cortos los sermones (cuanto más cortos, mejor). Y cuando te enteras de la gran mentira, todo salta por los aires y hay que volver al minuto cero. O no. Quizás nunca exista el minuto cero. Quizás es mejor vivir en una mentira, y no creer que cuando habías mirado a los ojos a alguien había algo de verdad. También reflexiona El Embarcadero con los que se conforman ser el 50% de un amor, el 50% de una vida porque siempre necesitamos un primer plato, un segundo y, quizás, un postre. Envenenado, pero postre. No sé lo que piensa el feminazismo reinante (el mujerismo cutre, como me dijeron el otro día con total razón), pero da igual. Hay mujeres, siguiendo la premisa de El Embarcadero, que piensan que es mejor compartir, no excluir, que ese cuñadísmo de cuñada de fiesta de guardar nunca debió existir. O tal vez, sí. Vaya usted a saber. Club de atormentados y de adúlteros. Culpa, pecado, penitencia. Y dinero y testamentos y toda la toxicidad del papeleo. También reflexiona El Embarcadero las actitudes ajenas que nos cambian al resto. No es lo mismo ver los toros desde la barrera que te toque un tercio (no estrellado) de banderillas. O lo que sea. Los motivos. Causas. Mentiras ilustradas, más o menos despóticas, más o menos paelleras, más o menos de venta de fotos por internet. Y el cambio, y las noticias inesperadas, y los orlas que no verán los padres. Y quitar(se) el uniforme, y romper lápices, y creer que un arroz lo soluciona todo. O casi todo. ¿Por qué creen las personas que son dueñas de los demás? ¿Se puede pasar esta vida sin mentir? Y todo lo demás, también. Coda: Y te das cuenta de que somos muy mayores cuando te acuerdas de una canción de Australian Blonde de hace más de veinte años.

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