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martes, 5 de enero de 2016
Love/Hate. Segunda temporada
Con la droga en las retinas, empezamos la segunda temporada de Love/Hate con una Última cena repleta de seres peculiares: del hermano del emperador (y su espíritu presente) a una serie de personajes en las que encontrar a Tupac o JFK. De todo un poco. Y si decíamos ayer, nunca mejor dicho, que recordaríamos a Aidan Gillen por ser Carcetti de The Wire(aunque los jóvenes solo lo reconocen por los atributos de Petyr Baelish de Juego de Tronos), estábamos equivocados (ayer, hoy, siempre): sustituimos en ese altar a Tommy Carcetti por John Boy, personaje entre los personajes, loco malvado enjaulado dentro de su casa frente al con vistas al estadio de Dublín rodeado de yonkis, enfermos, secuaces de colmillo largo y pelirroja con sed de heroína y capaz de hacer algo. Y cuando el emperador sufre esta ansiedad, esta locura, esta paranoia, al final se la contagia a los secuaces de colmillo largo pero también a los de incisivos frontales separados con o sin colmillo, y la locura es colectiva, y los daños colaterales llegan a todos los que están en Dublín, y en toda Irlanda, y hace daño a los que tiene que hacer daño y a los que no tiene que hacer daño. La atmósfera de la segunda temporada de Love/Hate es la de los perdedores e incluso los que tienen la oportunidad de crecer diciendo paridas como Nidge (Tom Vaughan-Lawlor) viven una tortura continua, y, si hace falta, gonorrea. Todo es desolación en la gangland dublinesa, todo escoria matacisnes, todo oscuridad y fantasmas, todo postureo y peleas de perras, todo pintas y más pintas, y vodka con lo que bebe Llull en los tiempos muertos, y policías corruptos, y abogados corruptos. Y el desamor, presente en cada uno de los tiros, en cada uno de los viajes en coche y en avión, y en cada uno de los saltos hasta el vacío dublinés. Y todo lo demás.
Coda: Y John Boy en los altares. Hasta el final con él. Siempre.
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