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jueves, 21 de enero de 2016
The Last Panthers. Primera temporada.
Suena Bowie mientras todo se acaba: se acaba la esperanza, se acaba el amor, se acaba la familia, se acaba la amistad. Ahora se mata entre citas de Tsipras y obras de trenes de alta velocidad sin pasajeros, entre aeropuertos peatonales y presas sin agua. Se roba para salvar. Cada uno tiene su Robin Hood particular, cada uno sus diablos interiores. Hasta Juana Acosta los tiene aquí como los tuvo en Crematorio. Y nunca antes cien millones de euros encima de una cama tuvieron una visión similar. Todo comienza con un robo de diamantes, todo comienza con una clave, con pintura rosa y con fuego en mitad de la calle. A partir de esos momentos salen los diablos interiores: los de los policías corruptos, los de los hermanos irreductibles, los de las familias rotos. Y, en esa búsqueda, Samantha Morton y el señor Hurt recuerdan la guerra de los Balcanes, aquella en la que Solana nos dejó unas frases memorables mientras serbios, croatas y bosnios se mataban como toda la vida. Buenas reflexiones sobre la unión del este europeo y el oeste decadente del mismo continente, sobre el juego del euro sobre el resto de monedas europeas, sobre el infierno lleno de buenas intenciones. No es agradable todo lo que se ve en The Last Panthers, pero hay que verlo. Siempre tenemos el domingo para jugar al golf. Y todo lo demás.
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