lunes, 18 de febrero de 2019

La sala. Primera temporada.

Interrogatorios, puticlubs, mafias, policías corruptos, jueza de turno, triángulos varios. La sala, pese a su tema clásico, se puede ver correctamente. No deja indiferente. No. La sala reflexiona sobre el cambio, sobre las conductas que llevamos a cabo y las que deberíamos llevar a cabo, sobre acercarse al precipicio o vivir tranquilamente delante del ordenador. Pero La sala también, como todo en la vida, es una gran mentira. Y ante las grandes mentiras, hay que preguntar(se) si te están utilizando. Utilizándote una y otra vez para infectas operaciones, para salir de la vida real a la que de verdad quieres llevar. Y aparece el concepto de familia como redención, como escape y solución, como lágrima y prevención de males mayores. Siempre hay que rendir cuentas. Quizás, alargando un poco menos el asunto, hubiera quedado con mejor tonalidades el cuadro. La sala es una sucesión de menos al poder y al sistema, al dolor y las cuitas del día. ¿Se ha escrito y grabado suficiente sobre la corrupción en España? ¿Qué ocurre cuando tenemos la corrupción inmersa hasta el tuétano y ya nos acostumbramos a ello? ¿Es fácil escapar? ¿Es fácil no salir mal de un asunto de corrupción antes o después? ¿Podemos recuperarnos de las pérdidas? Demasiados puntos suspensivos, demasiado curioso (que no casual, que las casualidades no existen), demasiado largo quizás. Pero el intento estuvo bien. O intentaron estar bien. O no. Coda: ¿Quién se acuerda de la banda sonora de Vértigo? ¿Quién se acuerda de Kim Novak?

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