jueves, 28 de mayo de 2020

El incendio. Primera temporada.

A fuego lento les ha salido un buen plato. Valga la gracia aunque la historia no la tenga. Hijoputas sueltos, locura, cornamentas al más puro estilo navatense, pueblos en lo que todo se sabe, delaciones, mensajes ocultos, familias destrozadas, compañeros de trabajo a los que les cuesta admitir la realidad. Y el plato, aunque bueno, es de difícil digestión. No hay medias tintas en la primera temporada de El incendio. Ninguna. No es fácil digerir ninguna muerte, pero la de los niños y, en extrañas circunstancias, menos. Mucho menos. La batidora de mierda es enorme, aunque sin grandes aspavientos, sin cabriolas ni saltos al vacío. Todo es muy jodido en el interior de muchas personas, y, con muchas, compartes ADN. Demasiado ADN. Gran dramón El incendio. Y todo lo demás, también.

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