martes, 31 de diciembre de 2024

Palomas negras. Primera temporada.

“Soy una paloma negra. Soy una historia que voy contando a la gente”. Esa frase del segundo capítulo de la primera temporada de Palomas negras, nos sirve para empezar a reflexionar sobre los lugares seguros, esos sitios que no existen por más que nos vendan seguridad y control. Todo mentira. Ahora parece que siempre tenemos a los chinos en la diana, aunque el hombre de la camisa verde decía que era China la que tenía en la diana a Occidente y que era cuestión de tiempo que nos metieran el martillo por la yugular. Los chinos, los yankees, los ministros que ascienden gracias al principio de Peter, los hijos y el miedo a perder a los hijos, el pasado y las malas costumbres, las sombras de todo un pasado al servicio del mejor postor. Pese a las cartas marcadas, la primera temporada de Palomas negras termina siendo una buena baraja con la que jugar, en la que todo acaba siendo “mafioso no, persona de influencia criminal”. O más que jugar, pensar que jugamos a algo en esta vida, aunque en verdad sean otros los que manejan los hilos. Y como ahora todo está grabado, todo es mentira, incluso lo inimaginable… hasta que deje de serlo. Vivan los códigos. Y frases, con o sin memoria, que deberían ser verdad y no lo son: “Nunca he apretado un gatillo que no sirviera para mejorar el mundo. Los putos códigos y las frases repetidas, o la repetición de los códigos. Y habrá que sacar “el cuaderno para apuntar mis mentiras”, y que no falte en nuestra bolsa, y memorizarlas y llevarlas con nosotros hasta el infinito, porque las mentiras son lo único que nos salva en este asqueroso mundo.

viernes, 27 de diciembre de 2024

El mejor del mundo

Escribe Juan Tallón en los agradecimientos de El mejor del mundo que “nunca hay que perder la oportunidad de complicarse la vida”. Este curso, con mis alumnos de Formación Profesional Básica, de Mantenimiento de vehículos y de Electricidad y Electrónica, repito mucho que se olviden de lo que han hecho hasta ahora, de su maleta, de su pasado. Que todo es mentira, y que lo que cuenta es el ahora. O ahora. Unos se ríen, otros no se enteran. El mejor del mundo es una buena mentira bien contada. Escribe JT en la página 253: “La naturaleza en el fondo de todos los hombres es cambiar, no ser durante mucho tiempo el mismo”. Como todo es mentira, a esos mismos alumnos, les digo que deben saber estar ante el cliente, y sobre eso, Tallón escribe en EMDM: “Saber estar es un arte que se cultiva desde pequeño o ya nada”. En esta novela, como en la vida, se trata de reinventarse a base de estudiar, a base de creer en lo que aparece cada día, a base de matar lo que tengamos que matar, a base de recrearnos con las satisfacciones nuevas o llorar por las meningitis del pasado. No podemos gastar ni un segundo en tonterías, le digo mucho a mis futuros electricistas y a mis futuros empleados de taller, porque no podemos permitirnos “pérdidas de tiempo en una vida que todo el mundo coincide en calificar de corta”. También he hecho con estos alumnos cartas de presentación, currículums, entrevistas de trabajo simuladas en esta historia educativa que es tan mentira como la vida misma. El mejor del mundo nos lleva a preguntarnos si el protagonista, con su cambio de guion, es mejor antes o después del inesperado cambio. ¿Sinceridad? ¿Seguro? Escribe JT que “vivir siendo sincero exige una gran voluntad”. Y añade, hablando de mentiras, que “muchas veces esas son las alternativas: o la verdad o la nada”. También reflexiona el autor sobre lo que hacemos por placer o por obligación (la bebida), sobre el ridículo que hacemos sin querer, sobre lo que nunca pasa de moda (la droga), sobre las creencias atemporales (el pulpo), sobre lo que hermana (el dinero) y sobre el diablo convertido en máquina (eso se lo tengo que recalcar a mis alumnos). Pero como todo cambia tanto, y casi siempre a peor, mejor no pensar, porque como dice JT, “la vida, piensa, es pura nostalgia de un día diferente”. Y en estas estamos, con este libro acabado y sin saber si es bueno o muy bueno, como tampoco sabemos mucho de lo blanco o lo negro: “No sé si decir bien o mal. En algunas situaciones bien y mal se parecen tanto que cuesta decidir qué es qué”. Ya puestos, llenemos la despensa, llenemos el desván, llenemos el trastero, porque no sabemos hacer otra cosa en esta vida de mentira: “La historia del mundo, de las personas y de las sociedades en su conjunto era casi siempre una historia de acumulación”. El mejor del mundo nos lleva a esas historias mitad sueño, mitad problema. O solución. O idea equivocada, porque “algunas ideas no son más que el registro de lo que pensabas un día en particular”. Aunque al final, caemos en la tentación de la repetición, de volver al lugar del crimen, de recrearnos en esa cicatriz que nunca cierra y que volvemos a infectar, porque “lo malo es cuando no tienes batallas”. Y El mejor del mundo es una buena batalla. Y este libro, lo he pensado mejor, es muy bueno.

jueves, 26 de diciembre de 2024

Specials Ops: Lioness. Segunda temporada

Empieza Taylor Sheridan dejando claro al principio de la segunda temporada de Lioness que todo es un western. TS saca músculo, literalmente, y enseña tatuaje: “Cuidado con el viejo soldado, es viejo por algo”. En este western contemporáneo, de cazadores, no hay medias tintas porque aquí no vale la diplomacia, ni falta que hace. Mejor eso que “no tener que aprender ruso o chino”. O eso, o “el comandante sufre las faltas del soldado”. Y es verdad que las casualidades no existen porque “todo mejora cada día”. Y por las cabras no se para. No se para. No se. No. Luego llega la sangre por la nariz, la arena, Iraq y todo territorio que es abandonado a su suerte. A su puta suerte, porque “ la misión es digna y ejecutarla salva vidas”. Pero en esa mentira, “no existe la guerra moral y no existe lo justo”. Pum pum. Apostilla TS en voz de la protagonista: “Solo existe la supervivencia y la rendición. Pregúntale a los que van a conciertos en Israel o a un niño de 8 años en Gaza. Si eso es posible”. O no. Mejor no preguntar, porque las cuentas salen fáciles: “Hay un 5% que son santos; un 5% que son malvados, de alma, pura maldad; el otro 90%, son ovejas, siguen a cualquiera que tenga el control”. Y puestos a entrar en la Vereda, sin Mergos pero con traficantes en la familia, nada como retratar el asunto desde la perspectiva de los genes: “La primera señal de que un imperio está decayendo es cuando su pueblo cuestiona las instituciones sobre las cuales se construyó, la estructura de gobierno, las iglesias, los colegios. Rechazan a Dios porque los emperadores empezaron a creerse dioses y las personas se hacen tan ricas que también se creen emperadores al mismo tiempo y que son demasiado para desempeñar los trabajos que constituyeron el primer imperio. Así que, subcontratan esos trabajos y abren las fronteras para permitir que gente desesperada haga los trabajos que ellos son demasiado ricos para hacer. Después llega la culpa por tanta riqueza, pero aún así, el imperio prospera. Luego se cuestionan así mismos, y, después, rechazan todo lo que levantó el imperio en un principio: destruyen sus propios símbolos, se atacan como si fueran un cáncer, atacan a aquellos que protegen el imperio y a ti por protegerlo. Y los lobos llegan. Y todos los que vivían como emperadores conocerán el sufrimiento del que se culparon por crear y serán masacrados. Y un nuevo imperio nacerá de sus cenizas y el ciclo volverá a empezar”. Y la leche y los sucedáneos y lo que se hace pasar por leche cuando no es leche. Pero todo es mentira, hasta las noticias: “Las noticias dejaron de serlo cuando empezaron a emitirlas las 24 horas, son un pasatiempo, y uno muy malo”. Y apostilla Morgan Freeman acorbatado: “Bufones de la corte que han caído en desgracia con el rey. Ahora se burlan de la propia corte. Y dentro de nada empezaran a corear que les corten la cabeza, y lo saben. En una década ningún pilar del periodismo existirá en su formato actual… Ya no informan de las noticias, nos dicen lo que creen que son las noticias. Y la opinión que tenemos que tener sobre ellas. Los estadounidenses siempre han sido crédulos, pero no estúpidos. Mienteles mucho y no te creerán cuando les digas que sale el sol”. Rusos, chinos, iraníes… Claro, claro, porque todo es muy claro: “Si el diablo te enseña sus ases, piénsatelo antes de jugar tu mano”. Fentanilo, cárceles, lo que es y lo que parece, los términos medios, razones para seguir en el mismo helicóptero o para mentir con mayúsculas. Siempre hay un plan b, un plan z, y una lámpara en la que es difícil volver a meter al genio: “Los monstruos son los que ofrecen los mayores sueños”. Pero como bien decía alguien, “no puede haber confianza con secretos”. O lo que sea.

martes, 24 de diciembre de 2024

Sherwood. Segunda temporada.

Cuando uno abre cicatrices del pasado, pus y sangre se mezclan, y te lo puedes tomar a la irlandesa, con un buen licor, o no tomártelo. Sherwood vive de la venganza, del pasado que se mezcla con un presente en el que hay balas, tijeras de podar, grupos de atormentados y diferencias que no se pueden rebajar. Con un ritmo pausado pero que siempre va creciendo, el drama, mezclando lo carcelario y lo mafioso, lo intempestivo y lo fiestero, nos mete en un jardín con buena maleza de la que, aunque cortes, sigue creciendo. Minas que vuelven cuando menos te lo esperas en un mundo lleno de mensajes, y ninguno es bueno. Hágase querer por las fotos de la Thatcher, por las palmeras interiores, por los retratos y las estrategias fallidas. Veneno para todos. Nada como “adelantarse a la narrativa”, pero la narrativa te come. El relato, las redes antisociales, el sistema, el bosque, la droga, los coches negros, los caballos y la forma de mandar a la mierda a la mismísima mierda. Y el miedo a volver al pasado, a esa “cultura a no hablar”, porque “sé que la gente no tiene fe en las instituciones, en la policía en particular, en los líderes, porque yo tampoco tengo fe, y tendrán que esforzarse si quieren recuperarla”. Adiós al control, adiós a la calma: viva el egoísmo, y la página 50 de los libros, y las bibliotecas cargadas de sorpresas. El tono y la pausa, para otro día, para otro cepillo y otra espátula con la que eliminar la pintura seca y podrida por la humedad. “Cada uno crea su destino”. O no. Y como doña Sara, fumando esperamos respuestas. O sin fumar. Pero esa respuesta siempre es venganza, y desencadena el caos, el mismísimo infierno, la barbarie, una puta cruzada en la que todos salen perdiendo y no hay tierra ni nada santo que salvar. Glu, glu.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Yellowstone. Segunda parte de la quinta temporada.

Muerto el rey, sigue la rabia, pero es verdad que “cada uno se enfrenta a la muerte a su manera”. Y no todo es rezar, porque como siempre pasa, “ya hemos rezado lo suficiente, y si no está en el cielo, no irá o es que no existe”. La jodida rabia. No era así la frase (o quizás sí), pero el final de Yellowstone está a la altura de toda la serie. Sin Kevin pero con ese elenco que nos recuerda que “cuando se muera, se acabarán las leyendas”. Juega, además, con esa tirita en la herida de saber lo que se puede decir, o no se debe decir, y con esas palabras que siempre están a la altura porque “un potro malo se convierte en un mal semental”. Y en esa guerra está claro que “los leones no mueren jóvenes, mueren en las fauces de los leones más jóvenes”. O no. “No existe la clemencia con excepciones”. No. En todas las familias hay jarrones rotos y traiciones porque “los reyes no se lamentan, los reyes se deleitan en la recompensa de sus conquistas” Pum, pum. Y van cayendo, todos, como moscas de color verde metálico: “Cuando muere el hombre que se hace un nombre, el nombre muere con él”. Reflexiona también esta parte final sobre lo que vale llevar un filete a la mesa, con los muertos que quedan por el camino y Brasil en el horizonte: “Los vaqueros no tenemos seguro de vida. Eso es ser vaquero”. Pero todo es mentira, pero “en las mejores mentiras hay mucho de verdad”. Yellowstone, como la vida, nos golpea, nos cainiza, nos lleva a un extremo que no siempre entendemos, porque “al ser vaquero sufrir es nuestro trabajo”. Y puestos a ver sufrir, que nos vendan una buena yegua, un buen ternero, una buena hipoteca, un buen humo indio. Todo es mentira. Vivan las mentiras.

Megacuarenteno sigue vivo y está entre nosotros

O eso parece. En las paradas de autobús. En las bibliotecas. En el aire, como la bolsa de American Beauty.

martes, 17 de diciembre de 2024

Los años nuevos. Segunda parte de la primera temporada.

Empieza la segunda parte de Los años nuevos con la pandemia y los cuchillos, con las mascarillas y los accidentes, porque la vida es una sucesión de epidemias y pesares. Decía el hombre de la camisa verde, después de muchos años de trabajo hospitalario, que la peor enfermedad es la infelicidad. Y la infelicidad lleva a la soledad, o la soledad a la infelicidad, que nunca me acuerdo de las frases verdes. Y en esa locura, que va de los celos a la escapada, de la huída hacia ninguna parte en mitad de la desesperación, la dependencia pasa hasta lo químico, hasta la ausencia de lo más importante, hasta romper lo que era diamante en bruto. Escapar no vale de nada, porque siempre se vuelve al infierno. Y no hay notas de voz que ahuyenten el silencio. Y el compromiso, si eso, lo dejamos para otra temporada.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Este es el núcleo

Decía el hombre de la camisa verde que no existe mejor ciencia ficción que Astérix y Obélix. Empieza Leonardo Cano su obra Este es el núcleo con la lectura de un tebeo de Astérix en una sala de espera, pero su ciencia ficción no es tan fácil de entender como la de los galos. Habla de entidades de personas LC al comienzo de la obra: “La familia ha tenido su utilidad en la historia, pero ya hace tiempo que está muerta”. Con sus saltos temporales, nos lleva a hacer preguntas a nuestra quijotera particular: “La cuestión sobre si las máquinas pueden pensar será tan importante como la de si los submarinos pueden nadar”. Crol para todos. LC pretende llevarnos a un mundo en el que las máquinas nos lo dan todo hecho, pero no hecho para todos, sólo para una parte de la población. También nos introduce en los entresijos de las empresas tecnológicas, en esos consejos que menos consejos son de todo, en esos gimnasios en los que se confunde el sebo con la neurona, en esas familias en las que ni existe la familia ni la convivencia ni nada que se le parezca. Las máquinas han ganado desde hace mucho tiempo, y no sólo desde que se inventó la imprenta: “Pantallas que retransmiten otras pantallas”. Pum pum. Y apostilla LC: “El amor es sólo un disparo neuronal más”. Hasta nos recuerda las pintas de Cheers (Boston forever), los Playmobil y frases sobre el pensamiento que tenemos que efecinquear continuamente: “No soñamos con enseñar a las inteligencias artificiales a pensar, sino con que fueran ellas quienes nos mostraran como pensamos”. El problema, quizás, es que a veces nos confunde (o, mejor dicho, abruma) con lenguaje técnico, que si hubiera sido prescindible mejoraría el asunto narrativo. Nos lleva también a pensar sobre lo descifrable (la humanidad), sobre nuestras actuaciones y sobre la creencia en que “La única verdad es la verdad narrativa”. Ahora que vivimos inmersos en la potencialidad del relato, en la que todo es mentira (bueno, todo es mentira desde hace mucho tiempo), nos pide el autor que nos olvidemos, por un rato, del tiempo mecánico, del reloj de pared y del de muñeca: “Cuando la vida definitiva esté instaurada, no seguiremos hablando del pasado. Ni del futuro. Todo será narración de una narración de una narración”. Y en esas, nos lleva al matrimonio, a pensar sobre el matrimonio, a describir esa balanza que siempre se oscila hacia el mismo lugar: “En tu vida cuentas con un gran punto negro que cualquiera podría utilizar en contra de tu estabilidad”. Y coge el martillo, y como el extremo del Arsenal, golpea: “Tu mujer” (y aquí se repite la frase que últimamente he leído en más de una ocasión, “un hombre se merece lo que tolera”). Pero como todo es mentira, “con mujeres o con hombres, en todo caso, lo único que persistirán serán los avatares”. Y mirando la pantalla, juntando estas letras con el ordenador y el móvil, con las notificaciones saltarinas de interacciones de gente que no conocemos, nos creemos que el centro del universo somos nosotros, reducidos a pelusas del ombligo: “Se han encargado ellos de estabular durante años a la gente, cebándola con redes sociales, series y comida a domicilio”. Gran ejemplo ese de la cuadra, de la jaula, porque “nunca el tiempo tendrá más importancia”. Y añade LC: “Una importancia condenatoria”. Muchas veces, con el Aleph en la mano, o con cualquiera de las obras de Borges, me pregunto: ¿Qué hubiera pensado Borges de las redes sociales y de la IA? Quizás tenga que dejar de hacerme preguntas, y simplemente volver a las mentiras del pasado, porque “las veces que he intentado salir al presente, tan sólo me he encontrado con repeticiones de la vida que ya conocía”. Se ríe también el autor (y con razón, con mucha razón), de la falsedad de los platos perfectos (“Nada tiende más a la teatralidad que lo que llaman comida moderna”), de la falsedad del enlace (“El matrimonio es siempre entre desiguales. O se es injusto con ellas o serán injustas contigo, me advierte”), de la falsedad de las maquinitas (“Nos sentimos desalojados y sin capacidad de ejecutar nada si faltan los dispositivos”). Cuando voy paseando a mi hija con el carricoche, le digo que salude a la gente, pero la mayoría anda con la cabeza baja, no mirando al suelo (aunque el paseo sea por Antonete Gálvez y busquemos al Tiago y al Alergias) sino mirando el móvil. Andar se ha convertido en una carrera de obstáculos. Y al final, solo nos queda el adiós, porque “sin la muerte, cómo vamos a ser capaces de entender la existencia”. Al final, todo es sustituible, todo es modificable, todo intangible en su falsedad: “Si cambias a un hombre por otro, te crees que cambias de libro. Pero en realidad sólo cambias de capítulo”. Y los capítulos de Este es el núcleo hacen pensar, aunque ese pensamiento sea de mentira, tanto o más que la sala de espera con o sin Astérix entre las manos.

Los años nuevos. Primera parte de la primera temporada.

Últimamente se repite, en la quijotera, esa frase lapidaria que no tiene fin pero que en su inicio todo lo contiende: “Te mereces todo lo que toleras”. Todo lo que toleras. Una y otra vez, toleramos lo que no está en los escritos, ni en los móviles, ni en la desconfianza del día a día. La primera parte de la primera temporada de Los años nuevos va sobre la tolerancia, sobre la adaptación a los hábitos ajenos, sobre lo que pensamos que podemos tolerar y sobre el límite de lo que nunca pensamos que toleraremos. En esa pértiga, en la pértiga del límite de lo inimaginable, no creemos en un infinito hasta que llegamos a ese infinito. El problema de los cuatro primeros capítulos (e incluso de la primera parte del quinto), es el alargue injustificable de la cuestión. Hasta la charla del taxi, todo, o casi todo, es prescindible: el poeta, la exmujer del poeta, los consuegros del poeta y de la exmujer del poeta, los amigos del hijo del poeta y de la novia del hijo del poeta. Todo es prescindible hasta que en, el límite, matemático o no, nos preguntamos por dejar o no dejar, por la situación económica, por los viajes que no hicimos o por los amigos que no toleramos de la persona con la que dormimos.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Presentes

Empieza Paco Cerdà su Presentes utilizando un vocabulario artístico para describir este camino que va del Calvario a la Resurrección mortecina (sin Damasco de por medio), porque los artistas, como los dioses, nunca mueren. Incluye en ese vocabulario (expresionista, barrocos, tenebrista) uno epítetos que llenan el cuadro del que va “de lo terrenal a lo redentor”. Y apostilla PC: “Comienza la ceremonia más inverosímil de la historia de España. El mayor culto a un político fallecido en Europa occidental en lo que va de siglo. Van a ser 467 kilómetros recorridos al paso marcial de la Falange”. Pum, pum: “Comienza la mayor operación de propaganda, armada con las mejores plumas que han quedado en el país, para asentar el relato de una nueva España”. Haciendo memoria (si es que queda algo de eso), creo recordar que en los temarios de bachillerato Falange es, como mucho, un par de renglones mal redactados; un reducto; algo anecdótico. Habla PC del número de votos, de los fallecidos, del jaleo callejero, de los panfletos revolucionarios y de la revolución con gomina, de lo que pudo ser (como tantas otras cosas) y no fue. También habla PC del miedo, de las respuestas primarias, de campos de concentración, de la Nueva España (“es tan agradecido hacer poesía de la desgracia”), de Miguel de Molina, de Juana La Loca y Felipe el Hermoso (ríase usted de una Maratón, decía el hombre de la camisa verde), de Dionisio Ridruejo y de la Almansa antes y después de la guerra y de su depuración, del precio de camisas que pudieron ser y no fueron, del origen de los colores (viva la revolución de los colores, Chema Rey), de Elena Fortún, su Celia y de sus poseedores y de cómo los peligros se convierten en libros, y, los libros, en peligro infinito: “Los libros son un peligro. Siempre lo han sido. Ahora más. Leer es sospechoso. Debe reforzarse la vigilancia. Quién lee qué. Que no se puede leer”. También hay frases de Víctor Hugo sobre la desesperación, pensamientos sobre barcos italianos, cifras de población y cifras sobre presos, recuerdos machadianos y guiomarianos. Como todo es mentira, la barbarie: “Las patrias prefieren al Soldado Desconocido. A ese no hay que darle pensión”. Y Pilar Primo de Rivera, y refranes y dichos, y caballeros mutilados, y embajadas chilenas, y como hay diferencias, en este país, hasta en el dulce más querido y que más martillazos da en sus resacas: “El anís de Chinchón era republicano. El anís La Castellana, nacional”. Y en ese embuste convertido en macabro artefacto interminable, se habla de brigadas internacionales y de una gran de descripción de los militares y ministros franquistas (“un país llenándose de autoridades a cuyo alrededor solo dejan espacio para la autoridad”). Y los de la tiza, siempre en la diana, viva la depuración: “Maestros puros para las escuelas de la España pura”. Y los topos, y esta gran mentira en la que vivimos, porque, hoy como anteayer, “España se ha convertido en una topera ideológica. Hay que enterrar las ideas”. Y puestos a enterrar, que la pala nuestra de cada día sea más larga que las demás. Muy larga.

martes, 3 de diciembre de 2024

Querer. Primera temporada.

En medio del ruido que nos invade, de sonidos imperfectos, de bandas sonoras que nos recuerdan a otras bandas sonoras, sorprende positivamente el silencio en buena parte de Querer. Ese silencio, roto por llaves y palabras pausadas, pero también, el de la duda. El de la pregunta. El del posicionamiento filial. El de pensar en el mañana. El de tener las manos atadas. O no. No hay silencio ante la mentira, o, pese a todo, ante la falta de verdad. El silencio de la balanza. Hágase querer por los infinitivos. Siempre. Vaya invento el amor. Y la poesía, y los abogados haciendo poesía. Y ese silencio, sin cesar. Y el dinero, siempre el dinero. Y en ese silencio, el de la balanza, siempre hay lágrimas y perdones tardíos, hay rencor imperecedero y quistes que son para toda la vida. Aunque quizás, sea tarde para todo, porque siempre salimos perdiendo.