lunes, 28 de enero de 2008

Trescientos días de sol.

La bebida del día es el London Gin. Estamos a cuarenta y siete grados. Está en su punto. Desde el Bombay azul, los cuarenta y siete son el meridiano cero. Ni mucho ni poco, ni frío ni calor. Tapón de corcho para gente azul. Pero pasa bien. Quizás un poco seca. Un poco de sal, al estilo Alquerías, y mejora, y no viene mal. Un 7,5. Quizás un 8.

El libro del día es Trescientos días de Sol, de Ismael Grasa. El ojo crítico le dio el premio de narrativa en 2007. Los primeros cuentos son un poco flojitos, pero va ganado en calidad conforme pasan las páginas. En 4 horas se lee. Utiliza un lenguaje simple pero directo. En la contraportada dice que “se trata de personajes solitarios que buscan el bien a la vez que conservan la costumbre de llevar una navaja en el bolsillo”. Pero no es para tanto. Un aprobado. Y yo apruebo con un 4. El libro incluye la frase del día: “A veces un poco de inteligencia es justo lo que hace que uno pueda llegar a obrar más estúpidamente de lo normal”. Dale grasa, Grasa. Aunque en el bajón de las seis y pico, recupero una de La Montaña Mágica de Thomas Mann: “El hastío es, pues, en realidad, una representación enfermiza de la brevedad del tiempo provocada por la monotonía”. Pues eso, que todo es mentira.

Dejó aquí uno de las barbaridades que me publicaron en la revista uebos, en este caso en el número 6, de enero de 2006. Se titula Desaparecido, podéis echarle un vistazo a la revistilla, que no tenía desperdicio.

Alimentos que suspiran. Cada noche. Las manos sin amor. Sentimientos abandonados por malabarismos olvidados. Precisión del amor que no sé como me atrevo a recordar, que no sé como me atrevo a pervertir en mi memoria colgante. Ritmo decadente de poesías inalcanzables. Caminos con retornos trágicos, con alucinación y llanto, suelos frágiles en los que poder dejar mis lágrimas. Y corazones placenteros, deseosos de alcanzar pensamientos y melodías, celestes sonidos de ensoñación. Y no arder en este momento, entre risas colgadas y excusas de suicidio, entre corrosión hepática y vueltas al espíritu combativo de un crío de doce años. Y múltiples lecturas de un periodo infernal, con este tono de queja vital que sólo puede ser tóxico, que sólo puede ser un desamor postadolescente muy mal entendido. Y disfrutar en el sufrimiento, y dolor entre postales, y cartas revisionadas entre llamas azules en noches de murallas de dobles sentidos, e intentar salir de este agujero de recuerdos, de juegos macabros y de mitades incompletas. Y convencerme de estar equivocado, quemando tu diario sobrecogedor de palabras dañinas, de dimensión irrespirable, de sustos increíbles. Y redescubrirte en tu ausencia como el viento de otoño, recrearme en el tono intemporal de tu piel grabada en matices de mi cerebro. Pero es un flash perdido, como el disfrute quinceañero, como las luces en la madrugada invernal, y realmente, no puedo luchar contra la Verdad, ya no hay épocas de unión gloriosas. Tu aislamiento me recuerda los demonios en movimiento, aunque creo que el presente desunido que tenemos, de tu voz nunca más escuchada, es un simple ensayo de la línea imaginaria que nos separará desesperadamente hasta el final.

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