lunes, 5 de julio de 2021

Time. Primera temporada.

“Nunca es fácil enfrentarse con nuestros demonios”, dice en el minuto 15 del segundo episodio de Time la capellana (¿se puede decir capellana, Irene?) de la prisión donde el personaje de Sean Bean, un profesor que ha acabado en la cárcel, cumple su penitencia. Sí, penitencia, que para eso son las penitenciarias. No veía nada de cárceles desde la primera temporada de Oz (he de recuperar Oz, aquella joyita olvidada hachebeoniana), esas atmósferas de lapos, insultos, peleas y máquinas de coser. Time va de penitencias y de obstáculos, de recursos perdidos y de familias que nunca volverán a ser familias, de gente que ya no tiene oportunidades y de padres que hacen lo que sea por sus hijos menos olvidar. Time es una serie de tragaderas: antes o después, todos tragamos mierda para sobrevivir, ya sea disfrazadas de mentiras o, simplemente, medias verdades. Pero la penitencia no es suficiente para sobrevivir. Buen invento el de los actos de contrición y las letanías que no llevan a ningún sitio. Repetir es una pérdida de tiempo muy cara, y, en las cárceles, más todavía. Viva la expiación.

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