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viernes, 24 de diciembre de 2021
El primer sexo (libro de Éric Zemmour)
No conocía la existencia de Éric Zemmour hasta noviembre de 2021. ¿En qué mundo vivimos? ¿Cómo no está todo lo que ha publicado este individuo traducido al castellano? Buenas preguntas aunque lo grave es la primera frase de este texto (para acabar entre la silla eléctrica y el potro de tortura). Dicen las crónicas políticas de los diarios que antes leía el personal que ÉZ ha adelantado a la hija del paracaidista en Argelia, que la extrema derecha lepeniana ha sido hamiltonizada por el zemmourismo, que tiene narices que un francoargelino judío se esté llevando el caladero de votos de la hijísima de Juan María. Sé que me ha quedado un comienzo de entrada ciertamente lubichsiano, al más puro estilo mariápolis (pero como dijo Koeman, es lo que hay). Sabemos que Francia es un experimento (las Francias, mejor dicho) y que Alberto Rivera no es Macron (suenan risas de fondo y latas de refresco son pisadas al unísono). Las Francias han sido las probetas cuyos residuos han servido de ejemplo, décadas después, al resto de la vieja Europa. O de lo que queda de Europa. La Europa tostada, que decía el hombre de la camisa verde mientras le pedían tabaco los negros que se llevaban los neumáticos usados del taller junto a su casa. Podía decir la Europa negra, pero decía tostada. Escribe Emilia Landaluce al principio del prólogo de El primer sexo que ÉZ ya se dio cuenta (utiliza otras palabras exactas, pero son adecuadas aquellas tres y las de esta frase también. Y habla EL de que EPS es un panfleto reivindicativo (y pone énfasis en que en las Francias no es algo despectivo el panfleto). Viva la reivindicación. También EL subraya en tricolor de las Galias que ÉZ es crítico con el multiculturalismo. Y es un tipo que va contracorriente. Y, a diferencia de otros, se posiciona (mejor dicho, se posicionó hace mucho tiempo contra la ideología de género, otra de las grandes mentiras de la contemporaneidad. Ya advierte EL hablando del hombre de las cavernas y del macho en el prólogo. Y apostilla EL en el prólogo que EPS ha sido etiquetado de “machopatriarcal” por los grupos feministas supremacistas. Casi nada. Cuando estoy en clase y digo la palabra “gente” advierto a mis alumnos que levanten la mano (o el aullido, dependiendo del viento de levante de ese día, de esa hora, de ese desembarco sin Normandía) y me recuerden que eso de gente no existe, que no es tangible, que la gente no se puede coger toda a la vez. Dice ÉZ que no se puede caer en las generalidades (y así es, y lo hacemos demasiado a menudo). ÉZ nos recuerda (otra vez) que el asunto (o trasunto) de las relaciones hombre-mujer son el centro de un universo que siempre está en todas partes (viva Trecet). Subraya ÉZ que al hombre de toda la vida se le ha quitado su forma de ser, sus palabras, sus gestos, su todo. Y el discurso lo ha cambiado todo (ahora lo llaman “relato” y está más manipulado que un puzle de dos tres piezas. Y siguiendo el rodillo (que a algunos nos ha pillado), sacamos la mujer que llevamos dentro (y así estoy yo, todo el día haciendo las tareas propias de mi sexo con mi amiga la lavadora, mi amigo el lavavajillas y no con mi amiga albañil, que en mis años de existencia no he conocido ninguna). Dice ÉZ que trabaja más como robapiedras (vulgo, arqueólogo [un beso con lengua para mis amigos robapiedras]) en vez de polemista. A mí si me gusta la polémica. Me gusta dejar las cosas claras en reuniones de trabajo y sesiones de evaluación, aunque eso me traiga problemas (muchos problemas). ¿Por qué estamos perseguidos los que seguimos ideales quijotescos? Escribe ÉZ sobre la extraordinaria fortuna de la palabra “machista”, sobre todo tras la etiqueta que le pusieron las feministas de los 60’s. Ahí, justo ahí, dice ÉZ que se ganó una “guerra lingüística” (esas que son tan importantes, como bien recuerda ÉZ). Y de ese “ahí”, al desastre: ya no son las mujeres las que tildan de machistas a los hombres, sino que son otros hombres. Viva la guerra lingüística. Aquí en España hace mucho tiempo que la mayoría de partidos políticos copiaron ese infecto modelo. Cita ÉZ a deportistas franceses (uno de ellos el gran Cantona, al que hay algunos que todavía no le perdonan la patada a un tipo que le insultó), y la repercusión que sus palabras y hechos han tenido en las Francias de hace unos años (este libro se publicó en 2006). Desde la perspectiva de ese año, hace un repaso a las modas que se imponían (y si habla de modas, se centra en el físico de las modelos impuesto, a su vez, por los modistos). Escribe sobre la Europa del este, la delgadez frente las curvas y esa eterna dicotomía. Y como la mayoría en aquellas fechas nos preguntábamos qué hacía Linda Evangelista con Barthez o la esposa de Karembeu con él. Era motivo de charla en recreos y cambios de clase. Y enfatiza ÉZ la labor que tuvieron las revistas de papel en su día en la creación de estos estereotipos y modas. Y pone el ejemplo ÉZ de los hombres peludos bebiendo birras ante una final de fútbol (o las Francias, de rugby) y ese ejemplo de brutalidad a perseguir por las hordas del buenrollismo y del azúcar en vinagre de manzana). Y me gusta eso (de lo que no tenía ni idea) de llamar fuera “bobo” al “pijo-progre”. Mete en el electorado bobo a los progres, a los tolerantes o los que defienden lo multicultural. Mete en la batidora del primer capítulo también el retrato de los centros urbanos, mezcla de esos bobos y de inmigrantes. ¿Por qué esta conjunción? Porque, según ÉZ, los inmigrantes sirven a los bobos, a bajo precio, que la bohemia siempre necesita chacha. Pone al mando de la cultura y la fiesta a esos bobos que controlan las influencias y el poder. ¿Este retrato de hace quince años es reconocible? Habría que contestar que es altamente reconocible. Y el famoso (y actual “no es no”) ÉZ ya lo resume con otras palabras, y dice ue lo que viene a socavar toda esta ideología de género es la cimentación cultural judeocristiana de hombre y mujer. Esa alianza entre feminismo y homosexualidad que lo controla todo y cuyo objetivo es la desnaturalización de los sexos. Así lo explica ÉZ: “El publicista no es un profeta; es el brazo armado de la ideología dominante”. El bofetón de la pandemia coronavírica nos ha recordado (por si a alguien se le había olvidado), que la industria es china y Occidente es, simplemente, un consumidor necesario, un eslabón perdido entre el adoctrinamiento y la servidumbre. Subraya ÉZ el consumismo de marca por el primer mundo, aunque sea un Oeste salvaje. Y en ese proceso de hacer al hombre una mujer (feminización) tiene un papel clave la benettonización del negocio (todo controlado por la publicidad y la propaganda). ¿Cómo traduce este galimatías ÉZ? Literalmente, lo hace así: “ La última pincelada de un proyecto auténticamente revolucionario de fabricación frankestiniana de un hombre sin raíces ni raza, sin fronteras ni país, sin sexo ni identidad. Un ciudadano del mundo mestizo y asexuado. Un hombre desarraigado”. Todo es cosmética, porque la cosmético es un negociazo. De los grandes. Y todo eso acaba llegando a los líderes políticos, y se produce la “parejización” de la política (siempre la mujer/esposa) del líder en primera línea. También recuerda a los sementales (dentro y fuera de la política), como fueron Giscard, Mitterrand y Chirac, y el modo en que los asuntos de pareja salen a la luz y pueden entorpecer la vida de un político (pone el ejemplo de Sarkozy). Y del primer político de las Francias al último francés, todo cambia, todo hombre es tiranizado por una mujer y se llegan a extremos que, hace años, eran inimaginables. También incide ÉZ en la química que llega a los jóvenes, la medicación para problemas de hiperactividad o anorexia de jóvenes, y resalta el autor cómo se ha copiado el modelo yanki de tratamiento (“cuando muere la autoridad del padre, siempre gana la química”). En el segundo capítulo se refiere a la sobreprotección que tiene la psicología en los últimos años (escribe sobre “un psicólogo que pontifica sin cesar”). Usa ÉZ una película de sobremesa cualquiera de sábado o domingo(da igual el país o la cadena generalista, da igual el país en el que estemos) y nos muestra las características de un telefilm en la que el hombre es retratado como alcohólico, drogadicto y putero. Y en este panorama, ahora lo dominan todo la esposa/mamá y el psicólogo que sustituye al sacerdote en el confesionario. Cambio de cromos y a rodar, a darle hilo a la cometa. Escribe ÉZ: “La modernidad bien pensante comparte las intuiciones de las beatas”. Y todo ello acaba en la transformación del hombre en mujer, un verdadero chiste ambulante, una gran mentira. Y, como en el primer capítulo, vuelve ÉZ a repetir una y otra vez el deseo principal del feminismo es acabar con todo lo que lleva implícito la tradición judeocristiana. Y para cercar el marco, pone el autor de la persecución a la prostitución y a los que hacen uso de ella, y pone el ejemplo de lugares gringos donde las autoridades publicitan los nombres de los que han sido pillados haciendo uso de ella. En el capítulo cuarto empieza ÉZ hablando de la paternidad y de una serie de cambios, como la legalización del divorcio (vuelve a recordar la historia del heredero al reino de color azul y de las muchísimas mujeres que hay mal casadas). Recuerda, y eso es cierto, que la mayoría de divorciados se vuelve a casar, o quiere volver a casarse. Como el imaginario colectivo manda, muestra esa doble perspectiva o visión de la mujer que contrapone la pareja soñada a la pareja real. Es más, ÉZ dice que la pareja se vuelve diosa durante el matrimonio (vaya un negocio, que diría el otro). Subraya la diferencia entre sexos a la hora de afrontar la soledad, y el incremento de madres solteras que hay. Dice ÉZ que incluso en el cementerio, Don Juan sigue siendo vigilado. Con lupa. A continuación, sigue la reflexión con el asunto del aborto como conquista de las mujeres (contrapone los tres cuartos de millón de nacimientos a los doscientos mil abortos anuales). Números, estadísticas. Como decían los viejos profesores a la hora de hablar de números, no hay que pasarse con el champán con el estómago vacío. El problema demográfico acabará con lo que el autor llama “desaparición programada de los pueblos europeos”. Y para solucionar el problema, ÉZ arremete contra tecnócratas y progresistas que han visto a la inmigración como la única solución posible al descenso de la natalidad. Y como si de un hilo se tratará, el jersey se deshila con el asunto de la reagrupación familiar que permite la llegada de extranjeros al país de turno. ¿Es este análisis demasiado simple? No es simple, es complicado: es como el golf, lo más difícil del mundo para los que no somos deportistas extraordinarios. Y subraya ÉZ que este fenómeno acabó siendo una “inmigración de repoblación”. ¿De verdad está Occidente cansado de criar niños y ha recurrido a la inmigración como única salida posible? Y Europa ha sido preñada por el resto de continentes, pero el embarazo no siempre sale bien, a veces hay problemas y la comadrona se ha hecho mayor y chochea, y se le cae la baba en el paritorio mientras que la vieja Europa, abierta de patas entre Gibraltar y Estambul, se desangra sin solución. Y en la página 147, Le Pen, Sarkozy, Bush. Pero escribió ÉZ que no todo el personal era capaz, o podía votar a Le Pen. También se pregunta sobre sionismo y sobre las etiquetas del mismo. Y en cuanto a los árabes de Francia, también ilustra con palabras sus actitudes y posicionamientos, sus ropajes y sus comportamientos, y los cambios que ha sufrido con la desaparición de la autoridad del padre en la unidad familiar de los magrebíes. Recuerda la revuelta de los suburbios franceses de noviembre de 2005 (parece el Mesolítico, pero no lo es) y volviendo la vista más atrás en el calendario, se acuerda ÉZ de cuando con motivo de la crisis de 1974 se cuestionó si ante el aumento del paro habría que mandar a sus países de origen a los extranjeros sobrantes del mundo del empleo. Preguntas que no todo el mundo se hace en voz alta. En el quinto capítulo pone a la mujer en el centro del mismo, analizando su acceso a los trabajos que antes monopolizaban los hombres, con diferencias en épocas y por países (vaya usted a saber el uso exacto de las preposiciones). Dice ÉZ que “las mujeres son el ejército de reserva del capitalismo”. Ni más ni menos, aunque la diferencia de porcentaje de ingresos viene por la diferencia en los oficios, tampoco es la fórmula del agua en polvo. ¿Quién culpa a quién de sus fracasos? Este debate sigue siendo más viejo que Saturno. Lo que subraya el autor es la bajada de sueldos de los hombres para equipararlos a los de las mujeres. Y el final de la historia es la ruptura de la familia patriarcal, como recuerda ÉZ. Y la política se ha vendido a la moda, y en esa moda, como indica el autor, “los diputados se han transformado en asistentas sociales”. Y en ese proceso de feminización se produce la desvirilización. Al final, todo es una cuestión de poder, de controlar lo que no siempre podemos controlar. Y como en Juegos de guerra, “la única manera de ganar es no jugar”. Pero esto no es un juego. Un libro que invita a la reflexión.
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