martes, 21 de diciembre de 2021

Misa de medianoche. Primera temporada.

Empecé a ver Misa de medianoche (gran nombre para los que vamos a misa) sin saber nada de su primera temporada. Bueno, sin saber nada de la serie. Y empecé a leer los títulos de los episodios y decidí, únicamente por los títulos, seguir. Recuerdo cuando íbamos al videoclub y muchas veces te llevabas la cinta simplemente por la carátula. En esas estamos a mitad de los 40, ejerciendo la postadolescencia al más puro estilo yanki, cambiando rostros por títulos de capítulos (algo es algo). Y, desde mi desconocimiento sobre MDM (tiene casi nombre de droga), solo le puse un pego desde los primeros capítulos: los rostros avejentados de algunos actores eran reconocibles (el maquillaje hacía algo, pero algo intuía del motivo de no escogerlos mayores directamente). Quizás es defecto, o es que somos quisquillosos por naturaleza, es que somos folloneros por genética, es que somos vampiros sedientos de ficción, aunque para ellos busquemos algo que tiene nombres de libros bíblicos. Y aparecen palabras como renacimiento, penitencia, milagro, sacrificio, pecado. Pero al final, como casi siempre, todo mentira. ¿Es clasificable MDM? Yo no pasé miedo ni pavor, pero sí sentí inquietud por saber qué o quién estaba detrás de todo esto. Y a eso del tercer y cuarto capítulo, empiezas a completar piezas del puzle, empiezas a hacer las albóndigas con un poco de relleno, otra ración de sangre, los justos piñones (que están de caros como la luz), unas ramitas de perejil y el toque de Salvador Juan Bautista. Claro que sí. Deja desde el principio buenos argumentos sobre lo que esperamos de la iglesia, sobre lo que podemos exigir a un pastor, sobre lo que hacemos y queremos que se sepa y no se sepa (que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda). Viva San Mateo. Quizás vaya el asunto lento, con capítulos largos, pero es que todos tienen algo que contar: la niña paralítica, que va en silla de ruedas, el hijo pródigo que vuelve a casa, la oveja descarriada, el buen pastor, la que va de santa pero no lo es tanto, la beata que todo lo cubre, el padre que tiene dudas, la madre que todo lo perdona. Podríamos seguir con personajes bíblicos de una isla olvidada de la mano de Dios, de gente pescadora de hombre y de vicios, de profesiones complejas y soledad taciturna. Y en mitad de ese cuadro, lo extraordinario y las dudas, las herejías y un islámico con dudas sobre los milagros (¿quién entiende una salvación milagrosa y no un cáncer de páncreas de alguien de los tuyos?). Y quizás, en la duda razonable, este la virtud (que no falte la virtud, nunca) de MDM. Remover tripas, pero también llegar a las entrañas, a las preguntas incómodas, al dolor propio, pero viendo sufrimiento ajeno, al enojo personal pero viendo el chorro de sangre del vecino. MDM puede ser terapéutica, puede dar respuestas a unas preguntas que nos hacemos y no encontramos respuestas (pero si lo hacemos con sustitutos, ya sea de serie B o con edulcorantes con los que creemos encontrar una felicidad más falsa que una inflación beneficiosa). Dudas y quebrantos, que siempre habrá más puntos suspensivos en nuestra vida, en nuestra existencia navideña de sonrisa falsa al más puro estilo acusica. “Me faltan nueve de los diez mandamientos”, canta Ángel Stanich en Escupe fuego. ¿Podríamos elegir los mandamientos? Debemos. Yo lo hago. Está claro que todos lo hacemos. Eso de resumir en dos, difícil, por mucho que alguien tras una sotana o una casulla insista en ello. No podemos esquematizar algo tan complejo de digerir, algo tan complicado de subrayar con boli rojo. O fluorescente infernal. “Al loro, que no estamos mal”, nos contó un día Laporta. Ahora habría que recuperar esa frase para tantas cosas a fecha de diciembre de 2021, ahora que Nochebuena es imposible de celebrar en familia, pero si puedes ir al mitin de tu partido político favorito con 2000 fans más. Mentira tras mentira, vayas o no a esta MDM. Pero al final, pese a ese intento de hacernos creer que en la verdadera fe está la salvación, en la fe individual (aquí disfrazada de islam, con alusiones a un 11-S del que todos nos acordamos), la conclusión de MDM es que todos somos ovejas descarriadas, que la milonga del buen pastor es un chiste y que no hay más que mentira en nuestras vidas. En la mentira, quizás, esté la salvación.

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