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domingo, 5 de diciembre de 2021
La casa de papel. Quinta parte (segunda mitad).
Hemos leído, hemos visto, hemos escuchado en los sermones de la Iglesia una y mil veces sobre el séptimo mandamiento. A mis alumnos de 1º de Bachillerato, con esos estándares tan magníficos (escasos, sobre todo) les mandaba escuchar el Videodrome de Gregorio Parra, donde se resumía muy bien la última de las grandes crisis económicas. Precisamente en clase, cuando me han preguntado sobre La casa de papel, me sale la vena bíblica, la vena religiosa, la vena católica que tan dentro de la cocotera llevamos. ¿Por qué utilizar la metáfora? Pues porque la entienden. Los jóvenes han entendido bien (demasiado bien) la cebolla del robo y han creado una serie de dioses con nombre de ciudades que no saben situar en un mapa político. Y con esa comparación, lo entienden aún mejor: el Catolicismo ha multiplicado por miles los dioses a los que adorar con un innumerable séquito de mártires, santos, apóstoles de primer y segundo orden, kikos varios y demás santuario. Y nuestros jovencitos, con su panteón de mono rojo y careta daliniana han montado su belén particular, ya que desde pequeñitos han tenido más de un buey en sus clases. Lo que no debería ser exaltado es el robo por el robo, la casquería por la casquería, el asesinato familiar bíblico llevado hasta extremos en el Banco de España. Hágase querer por un ladrón, podría titularse en algorístico estribillo mientras cantamos a las villas desconocidas que no sabemos situar ni con Google Maps. Y del final sin pies ni cabeza, otro día hablaremos.
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