jueves, 30 de enero de 2025

Conquistadores

Conquistadores, de Eric Vuillard, me ha gustado mucho menos que Una salida honrosa, o 14 de julio. Ni que decir respecto a El orden del día. Se va EV en Conquistadores al lado de la épìca, intentando explicar lo inexplicable: la forma y el modo en el que una pandilla de locos se fue a por oro y acabaron montando un manicomio (dorado, por supuesto), en las Américas (siempre en plural, vivan los plurales). Le sobran páginas, le sobran descripciones, le sobran caídas aunque ese detallismo que muestra quizás necesita de esas descripciones, de esas caídas (y no sólo la de la portada). Allá por la 232, se lee: “Los conquistadores, como muchos hombres que perseveran en cometer crímenes, se consideraban miserables y, a la vez, destinados a no se sabe qué lejana redención”. Viva la redención. No se explica la conquista de aquellas selvas, de aquel lugar olvidado de la mano de Dios sin la redención ni la imposibilidad de obtenerla a base de sables, sangre, moscas y cagaleras. De todo hay en el Cuzco, y todo es congelable: “Las dos cosas más frías del mundo acaban de tocarse: el oro y el corazón humano”. En aquella mezcla de jauría y pocilga, sólo cabía apocalipsis: “Los indios no conocen ni el pan ni el vino, ni la carne ni la sangre, ni la eucaristía ni la cruz”. Amén. Conquistadores es una historia de envidia y muerte, de angustia y sabiduría a base de fango, de aprendizaje porque “el mundo es una esfera, pero lo recorren senderos tortuosos”. Cajamarca queda resumida en una frase que se puede subrayar en ese rojo sanguíneo que no falta ni sobra: “Era como si toda esa masa ciega de huesos, brazos y rostros esperara el día del Juicio Final”. Excrementos y lodo, porque “todo lo que no tiene gloria alguna es complicado”. Muy complicado. Nada es perfecto en la conquista. Imposible hacer églogas, imposible encontrar lucidez en mitad de esa jungla sin éxtasis: “Ya nadie muere como en los campos de batalla de los cantares de gesta”. Pero todo cambió, nada como una cabeza pensante para meter los líos al personal en la quijotera: “Desde que se conoce la brújula, el timón y la redondez de la tierra, ya no hay enemigos. Sólo el espacio abierto, el ingenio y el mundo por conquistar”. Y entre tanto ingenio, y tanto invento, solo quedaba repetir el asunto, volver a los errores y desaciertos, a la definitiva huida hacia adelante de toda la vida: “Fue como un rito enloquecido en honor al oro y al miedo, un triunfo de perro, del hierro y de la pólvora. De repente no había más que tierra roja, muros húmedos de sangre, la integridad del cielo”. Y cadáveres, miles de cadáveres, porque “no existe expresión más altiva que la de un muerto”. Sueños que se cumplen para que no cambie nada, o lo cambie todo. Préstamos y más préstamos, llenos de secretos y cláusulas, todo para acabar rodeado de hierbas enormes, humedad infinita en esa naturaleza convertida en “libro para iletrados”. Amén y gestos, delirio y comunión, que “la vida circula y baila”. Y apostilla EV: “La convertimos en imágenes, no sabemos hacer otra cosa”. Y en mitad de los bailes, de los del pasado y la correa, de los del golpe y la cuaresma, se hizo el milagro de la conquista: “Es asombroso comprobar hasta qué punto el azote ha encaminado a los jóvenes en la senda de la crueldad y de la gloria. El Nuevo Mundo fue una empresa de bastardos y niños golpeados”. Sangre, riqueza y penitencia, para que luego todo se simplifique al oro, “esa nada que los niños se disputan”. Se alargó lo antiguo. Mucho: “Las cosas comienzan siempre antes. Porque nunca hubo Edad Media, sino un largo Renacimiento. Un mismo tendón sobre un mismo músculo”. Y sobre ese tendón, sobre ese músculo, había que hacer algo, crear cimientos, ya que “se funda una ciudad un poco como se abre una tienda”. Y una vez abierta la tienda, había que robar, y matarse entre sí, “porque los españoles matarían más españoles que los indígenas a lo largo de toda la conquista”. Todo se enmarcaba en ese “acre goce de matar” y “había que morir por dos campanarios y una plaza enfangada”. Lo vende todo EV como un lugar con encanto, pero en este sanatorio mental siempre había traidores: “Cambiar de bando es como evitar la lluvia metiéndose debajo de un portal”. Añade al respecto: “En periodo de guerra civil, la felonía es una elección como cualquier otra”. Y, con ese marco bíblico que rodea Conquistadores, resume: “El trozo de pan que Judas no se terminó cuando abandonó la mesa pasa rápidamente de mano en mano”. Y entre Nueva Castilla y Nueva Toledo, nos damos cuenta de que “mucho antes de Goya, ya están ahí esos dibujos de rostros terribles, esas escenas de borracheras entrevistas desde el desorden de los tiempos”. Col y catecismo, muerte fraternal y mucha letra para el futuro: “Es curiosa la ingente cantidad de legajos que esos conquistadores, labriegos iletrados, produjeron. Hicieron que se escribiera mucho. Ellos, incapaces de firmar con su propio nombre, sintieron la imperiosa necesidad de la escritura”. Quizás, llegando a lo básico, porque “a lo mejor le cogieron gusto a manipular las cosas que no entendían”. Y en ese estadio básico, no queremos nada para los demás: “Se comparte un pastel, no un fruto. No se puede dividir una nube, un gesto, un trono. Pizarro no pedía nada. Se preparaba para una victoria completa, sin concesiones”. Y en la historia, como en la vida, todo es lucha entre hermanos: “A veces, sólo una guerra civil lleva a la verdadera victoria. En muchos casos, nada grande se ha producido sin una guerra civil.Sin duda soluciona tanto los problemas más profundos como los más triviales”. Y todo lo demás, también.

domingo, 26 de enero de 2025

Megacuarenteno Mini

Nada como un mamarracho haciendo de las suyas para que Megacuarenteno vuelva a salir de su letargo, ponerse su traje, buscar a Limoncier y saltar hacia ninguna parte como hace Contra el avaricias. La botellica nos lleva al deseo incontrolable de poseer lo que no siempre podemos poseer. Contra el mosquito Nosferatu nos muestra la peligrosidad de los bichos que se acercan con malas intenciones, del que “no cree en nada, del que no tiene valores ni respeto por nadie”, aunque al final hace lo de todos: “Pues como todo el mundo en este país amiguito, cuando tengas un problema vete al bar y ya verás como todo problema se solucionará”. Y los daños colaterales hacen que la cogorza tenga hasta consecuencias positivas… Contra el monito loco nos deja estampas catedralicias, nos deja al comisario Bruno y nos deja la moraleja de que podemos vencer sin superpoderes y de que más vale maña que fuerza. El zoo particular de Megacuarenteno sigue con El pavito ilusionado, aunque esta minihistoria no va del de Nochebuena y del que sabe bien con una buena salsa. O sin salsa. El animalario particular de Megacuarenteno continúa en Contra la mafia de la sardina, donde hay trampas y acusaciones y donde queda claro que “pedir disculpas es de débiles y blandurrios”. La animalada también nos trae al zorroclander Ojete Pelao y la serpiente Rogelia que nos hacen preguntarnos por los encasillamientos y los estereotipos. La evolución biológica también la vemos en La Venganza del Mosquito Nosferatu, que va entre la necesidad de sangre y el ofrecimiento de la mejor lectura. La última píldora se titula Contra el ladrón del tiempo y nos lleva a la lucha contra las agujas temporales y el intento de pararlo todo. Una buena lectura la de este Megacurenteno Mini. Y esperando las próximas aventuras.

Chacal. Primera temporada.

Habrá que preguntar el nombre de la agencia de viajes que ha llevado a cabo la producción de la primera temporada de Chacal, porque es un show continuo de imágenes con las que deleitarse. Hágase querer por un Concorde, que pensó algún día el hombre de la camisa verde y no sé si llegó a decirlo en voz alta. Renuncias. De Cádiz a Tallin y tiro porque me toca escapar de una Croacia imposible antes de llegar a Montenegro.. Bajo esa superficialidad azul, o azul marino, o de los que dicen “ni tan mal”, se esconden otros argumentos. No siempre el relato es el ideal, pero sigue siendo relato, aunque vaya de más a menos. El control. Los poderosos, utilizando sus medios, para que no llegue el caviar a las masas y nos conformemos con el jamón york, que no es de York ni es jamón. Escuchamos, antes de tiros propios y ajenos, allá por el capítulo 7: “Los ricos se han vuelto más ricos, los poderosos se han vuelto más poderosos. Los corruptos se han vuelto más corruptos. Los ricos, los poderosos y los corruptos se han llevado lo que es de la mayoría y lo han escondido para que solo unos pocos lo encuentren”. A lo mejor, tanta parafernalia, tanto barniz en la madera (madera de barco, barniz de barco, por supuesto), tanta fachada, es simplemente para que no veamos el edificio en ruinas, para que no saquemos la sidra y nos conformemos con el agua con bicarbonato. Para no pensar. O todo sea mentira, y todo sea una ficción, y lo chacales de la vida siempre estuvieron ahí, empuñando los cuchillos ante el Senado con Julio César o en el asesinato del primer ministro argelino en el 92. Da igual. Al final, muchas veces, no distinguimos entre hiel y sangre, entre pus y kombucha, entre Cádiz y Tallin, porque bebemos lo mismo, respiramos lo mismo y, puestos a engañarnos a nosotros mismos, creemos ser los mismos fantoches de siempre, marionetas en manos ajenas, Monchitos articulados por una mano que nos levanta los pies cuando hace falta. Y entre tanta confusión, llegas a distraerte entre los malos que parecen buenos, y los policías, que no sabes a qué juegan. Un disfrute visual en una historia con bastantes grietas argumentales.

jueves, 23 de enero de 2025

Landman. Primera temporada.

Hágase querer por un saco en la cabeza, por unas manos atadas a la espalda. Así termina y comienza la primera temporada de Landman, la penúltima cruzada visual de Taylor Sheridan en su oeste particular, en el que todos se “saludan cuando coinciden, porque todos van armados”. Hasta hay abuso estadístico sobre la importancia del petróleo. El señor lobo de esta historia lo resume al principio del primer episodio: “La industria del petróleo y del gas genera 3000 millones de dólares al día de beneficio, genera más de 4,3 trillones de dólares al año en ingresos. Es la séptima industria más grande del mundo, está por encima de la producción alimentaria, la de coches y de la minería de carbón. Con 1,4 millones de trillones de dólares la industria farmacéutica ni siquiera se sitúa entre las 10 primeras. Las industrias que figuran por delante del petróleo y del gas dependen completamente de ellos, y, cuanto más crecen, más crecemos nosotros. Esa es la escala. Así de grande es todo esto. Y no para de crecer. Este puto trabajo... Pero antes de conseguir este dinero hay que conseguir el alquiler. Hay que asegurar los derechos y reservar la superficie. Hay que cuidar de los propietarios y de sus equipos. Y hacer que la policía y la prensa se ocupen de ellos cuando no se quieren sentar a hablar. Ese es mi trabajo. Asegurar el terreno y gestionar a la gente. Lo primero es muy sencillo; lo segundo es lo que puede hacer que te maten”. Aparte de números y estadísticas, también cuestiona nuestro modelo de funcionamiento, porque como decía el hombre de la camisa verde, “sin petróleo no somos nadie”. Y con calzadores varios, nos hace reflexionar sobre el valor de vida y la familia (todo tiene un precio), se cuestiona las relaciones personales y de convivencia, se pregunta si somos una sociedad lo suficientemente madura como para pasar de un modelo a otro. Y como en todas sus producciones, TS hasta nos inquieta con el cuidado de la alimentación, de nuestra supervivencia y de nuestro estilo de vida no siempre saludable (“no estar de humor es mi puto día a día”). Y llevando el modelo americano al límite, pone en evidencia (y no solo el modelo americano) el tratamiento de nuestros ancianos y el olvido que ejercemos sobre ellos. Y todo eso con la excusa del petróleo, ese mundo en el que se encuentran los perdedores y no despiertos de toda la vida: “Hay dos tipos de personas trabajando aquí: los soñadores y los fracasados. Antes todo el país era así. Los fracasados se fueron al oeste para morir o triunfar”. Del maldito petróleo, ese negocio que “está en una crisis constante interrumpida por breves periodos de éxito”. Pero siempre hay una explosión en nuestra vida, sea once de mayo o seis de junio, que lo cambia todo y aparecen nuevos personajes y hasta los mayans más olvidados salen de sus cuevas defendiendo a sus viudas. Y el poder de las drogas como contrabalanza, y un Don Draper de corazón roto (ese tipo al que “eso es lo que lo está matando, tratar de ser inmortal”), y una Demi Moore que hace largos en una piscina de incalculable de valor. Y siempre hay subalternos que hacen su trabajo, aunque no siempre lo hagan bien. Y hasta en los camiones de la basura de Landman hay mensaje en este oro negro interminable: “Nosotros creemos en Dios”. Habrá que seguir creyendo.

miércoles, 22 de enero de 2025

Crimen de Irvine Welsh. Primera temporada.

“La ignorancia es una bendición. Vivimos en la ignorancia y nos burlamos de la maldad porque suena a algo religioso. La ignorancia nos ayuda a seguir con nuestras vidas sin enfrentarnos al hecho en cada esquina, debajo de cada cama. Los incautos e ignorantes quieren hacerte creer que los monstruos son una excepción, que sufren enfermedades mentales, que están locos. Siempre quieren ver lo bueno de las personas y están convencidos de que en el fondo todos tenemos arreglo. Pues siento aguarles la fiesta, pero me he topado cara a cara con la maldad y los malvados no quieren cambiar ni redimirse. Siempre se ha dicho que el infierno está lleno de buenas intenciones, pero a mi entender no es así. El infierno está lleno de ignorancia”. Con estas palabras empieza la adaptación de Crimen, de Irvine Welsh, serie que no deja indiferente y que nos pone delante a un raro, de esos que dicen en voz alta que no conducen porque les gusta pensar y observar. Y volver a pensar y observar, y cuestionarlo todo. Están mal vistos en muchos trabajos estos personajes que lo cuestionan todo. ¿Qué sería de nosotros si no lo cuestionáramos todo? Nada como pensar en voz alta. Y volver a pensar, aunque nos meta en líos: “Si algo está en el lugar que no debe será que está ahí por algún motivo”. Y viva la luz como desinfectante. “Los niños no desaparecen, se caen a un río, se quedan atrapados en algún sitio o los secuestran”. Y con esa madeja, el hilo de la serie no para, y no hay motivos juanlanescos para pararlo. Y el personaje, pensando, deja clara su visión del mundo, su rol en la vida, su presencia entre nosotros con una clásica camisa azul y la clásica gabardina: “Esto es la guerra. No va de resolver crímenes sino de erradicar el mal de la faz de la tierra. Y por eso tenemos que descartar sospechosos”. Y junto al personaje de camisa azul, una voz femenina que lo complemente y, a su vez, cuestiona al tipo que lo cuestiona todo. Y el crimen y el fútbol siempre van de la mano, que “cuando los futbolistas se hacen mayores se dedican a entrenar, así se quedan dentro del mundillo”. Y el personaje habla de perversidad y poder, enseña piruletas, tiene adicciones, no soporta el trabajo pero le apasiona: “Siento que trabajar en este puto empleo me destroza el alma. Cada día tengo que lidiar con despojos humanos y mis compañeros, la gente que me rodea a la que el Estado emplea para perseguir a la escoria de este mundo… estoy rodeado de payasos mire a donde mire, y lo único que quiero es olvidar, lo único que quiero es olvidar, cada célula de mi cuerpo me pide olvidar: cada célula de mi cuerpo me pide olvidar, quiero beber hasta dejar seca esta ciudad, esnifar la puta selva tropical de Sudamérica y quisiera arrasar este maldito lugar”. Secretos, pedantería, condescendencia, sonidos, vocecitas. Pero sigue el personaje reflexionando: “Lo malo de la ignorancia es que siempre llega un punto que la realidad te la arrebata. Algunas personas no buscan la redención, saben que van a ir al infierno. Tan sólo quieren arrastrar con ellos tantas almas como puedan”. Pero este ser atormentado, tiene lecciones para todo: “Si uno se vuelve inmune a los horrores, el alma muere. Pero a la vez, ser testigo de ellos, es una puta tortura”. Es lo que hay. Hasta para cuestiones políticas de unidad de Escocia con el Reino Unido tiene este Crimen de IW. Hágase querer por un panfleto, por una pinta, por un whisky. Hágase querer por un inspector loco y por un jefe necesario, que no es lo mismo tratar a Stam que a Cantona siendo Ferguson, aunque siempre recordamos que Ferguson perdió mucho en sus primeros años en el United. Añade el personaje, el mismo que confunde amarillo con blanco, poniendo a Sade en sus labios: “La imaginación humana es alucinante, no se nos resiste nada. Tenemos los medios para perpetrar todo tipo de crímenes y los empleamos, multiplicamos el horror por cien”. Rezar para volver a caer. Vodka para todos. Fútbol para escapar. También retrata bien este CDIW a la escoria política como la escoria política que es: “Los miembros más inteligentes del Partido Conservador siempre han utilizado a los liberales como amortiguadores de la ira de la clase trabajadora”. O algo así decía la perorata, Y siempre, la escoria salpica y aplica sus modelos en los demás: “Hoy en día los trabajadores no dan golpe, por eso Gran Bretaña es un país de mierda. Pero es normal, lo entiendo, está todo amañado para que sólo triunfen los ricos”. ¿Acaso triunfan los que no son ricos? Y las preguntas del millón de neutrones, que nunca hay electricidad suficiente: “¿Cómo se atrapa a un monstruo que mata a sangre fría? Pensando como ellos. Pero si lo haces, han ganado la partida antes de empezar”. Reflejos de Bowie, zanahorios encarcelados, desnutrición, palabras y gestos ante tumbas de menores. De todo hay en los parrales de CIDIW: “Se suprime la lógica porque la gente pide sangre”. Y la adaptación, que no queda otra: “Para vencer al sistema, compórtate según el sistema. Todo sistema es injusto”. Pero luego nos hacemos preguntas sobre todo lo que nos rodea, porque ya sólo el hecho de salir a la calle es un peligro, y si es el caso de una niña, peligro hasta el infinito: “¿En qué momento hemos pasado de matar para sobrevivir a matar por placer?”. Y los teléfonos, y los hoteles, y el daño hecho y por hacer, y todo multiplicado en el pasado hasta límites no sólo matemáticos. Hágase querer por las mentiras, por lo que no podemos cambiar, por lo que está por llegar. Y si no hay que dormir, no se duerme. Terapias, lazos de colores en el pelo y esa forma de engañar que inventa nuevos modos de dolor. El abuso, las malas hierbas, las familias complejas, la dependencia, la vidriera en el bar. Hágase querer por un Mesías, aunque no volveremos a tener otro. Y aquellos partidos, aquellas derrotas, aquellos ferrocarriles. Viva el 86. Pero todo cambia, y todo lo controla el dinero. Comprar para ganar: “Y vino el neoliberalismo, el fútbol, la música, la política, también la gente, todo pasó a ser mercancía de compra y venta”. Pero entre el Mesías, los Judas, las Magdalenas y el huerto de los olivos (convertido en sala de interrogatorio), este CDIW deja un rastro más que positivo, digno de alabanza. Incluso, hasta para bajar la persiana deja el listón por las nubes: “Una vez que miras al mal a los ojos ya no hay vuelta atrás, te sumerges en la oscuridad y los muros se cierran, muros de terror”.

viernes, 17 de enero de 2025

Get Millie Black. Primera temporada.

Viva la Jamaica de la primera temporada de Get Millie Black, los callejones, las tartanas, las brujas del pasado, los niños como juguetes de los mayores, la ropa cara y los rizos indomables, las tradiciones, los vuelos hacia ninguna parte, las monjas que no conocen el hambre, el chico convertido en hermana y los colegios falsos. Secuestros. Bombarderos y frases de blancos que ponen en tensión a los negros: “Lo que sabe un delincuente es más importante que la vida de un niño negro”. Pero el viento remueve las olas, y lo que no se pudo salvar, no se salva. Oda a los niños muertos. La culpa, intentar arreglar algo que está destrozado. Voces distintas en cada episodio para mostrar un drama que no puede acabar bien, porque nada está bien en el mundo: “Crecí en un rincón oscuro de esta ciudad sin nada ni nadie. Cuando tienes que aguantar a gente que no tiene nada, ahuyentar a las ratas que quieren compartir tu cama y quedarte sin cenar cuando tus padres no tienen trabajo y están en la trena, creces con hambre. Cuando naces sin nada tienes hambre de todo. De elogios, de amor, de hogar. Pero hay una cosa que la gente que tiene todo no tiene: suficiente”. Y en tierras negras, los blanquitos dejan su huella, y, como no, hablan de sombras: “Solo soy otra sombra, y lo que pasa con la sombra es que a veces la tienes delante y no puedes atraparla”. Y en esta historia de planes que no salen bien y de llamadas al otro lado del mundo, nos queda claro que “la gente se conforma con lo malo porque cree que es mejor que nada”. Incluso llegando a la puerta de salida, todo es mentira: “Si la salida tiene un precio alto, piensa que ya lo has pagado”. Y no nos podemos creer nada, porque “cuando toda tu vida es un secreto, no dices más que mentiras”.

martes, 14 de enero de 2025

Tenemos que hablar

Pese a comprarlo en una librería salvaje un 13 de diciembre de 2024, no empecé a leer Tenemos que hablar (La conversación en tiempos de la censura, la soledad y la tecnología) de Rubén Amón hasta la primera semana de enero de 2025, con asuntos campaneros en primeras planas, audiencias medidas y desmedidas y otras cuitas que no nos quitan el sueño pero que ya son repetitivas. Este ensayo de RA nos lleva a esa actualidad que no descansa, a esos telediarios que han dejado las noticias y nos llevan al cotilleo cotidiano y, otra vez, a las audiencias, o a los motivos de un motorista para salir antes en una emisora o en otra. Se pregunta desde el principio Amón “hasta que extremos se ha deteriorado la calidad de la conversación”. Es más, ahonda en la necesidad de “reflexionar sobre la crisis de la conversación”. Este curso, con mis alumnos de Formación Profesional Básica, casi no explico materia pero hacemos bastantes ejercicios y charlamos mucho en clase. Y está muy bien. Aunque no tengan un perfil para conversaciones profundas, se aprende mucho de ellos, de sus experiencias, de sus quehaceres, de sus inquietudes. Escribe RA: “Nunca hemos leído y escrito tanto en la historia de la Civilización, pero los canales que utilizamos -WhatsApp, Telegram y las demás vertientes- redundan en la superficialidad de las experiencias”. Se refiere a la famosa Ley de Godwin y describe como “la amalgama es la especialidad del tertuliano radiofónico y televisivo”. Pero no hace falta ser tertuliano: sabemos más que nadie y no lo ocultamos, aunque hagamos el mayor de los ridículos. Y si nos calientan, seamos tertulianos o no, nuestra “nuestra pérdida de argumentos acostumbra a provocar el insulto o la alusión al defecto personal”. En los últimos institutos por los que he pasado creo que me han puesto el apodo de autista. Hay veces que es mejor no hablar en ciertos lugares de trabajo, bajar la cabeza, escuchar al personal y no posicionarse. No es solo política o fútbol. No. Es más. Escribe RA: “No hay peor antídoto de un buen conversador que un charlatán”. Y añade: “Y no hay mejor procedimiento constructivo en una charla que saber escuchar”. Y en estos contextos, pone en el debate el autor al teléfono móvil: “El móvil sobre la mesa es una amenaza”. Mis alumnos, cuando les mando actividades con el móvil en clase para sus aulas virtuales (hasta ahí hemos llegado, que no se llevan el libro a casa porque no pueden) se ríen de mi ladrillo de 2019. Un superviviente precovid. Añade RA que “la experiencia de conversar implica tomar riesgos y aceptar frustraciones”. También explica que “la conversación relativiza los dogmas y las certezas”. Y muchas veces le comemos la oreja a la persona equivocada, o eso creemos. No siempre están a la altura, o nosotros a la altura del otro: “Hablar con el barman ha sido la alternativa laica a la confesión -contarle los pecados a un desconocido-”. Y hablando de bares concluye el autor que “está bastante sobrevalorado el ingenio de los borrachos”. En la segunda cápsula del libro, referente a “La tecnología y la palabra: aislados en la sociedad de la hipercomunicación”, se deja claro desde el principio que el “smartphone ha adquirido la dependencia de un marcapasos”. Tic, tac, tic, tac. Pero el problema son los pajaritos y las caras, los selfies (con palo, sin palo, con mamones cerca o lejos) con los que “hemos decidido convertir internet y las redes sociales en un escaparate de exhibicionismo”. Y añade RA: “No hacemos otra cosa que delatarnos y confesar”. Tenemos que hablar nos sirve para para reflexionar sobre “el trauma de la desconexión como una suerte de muerte civil o de eutanasia social”. Y en esa reflexión, habla de la capacidad de tiranizarnos con mensajes, del secuestro del móvil a la persona, de la forma en que “nos hemos convertido en yonkis del teléfono”. En malditos yonkis que no prestamos atención, que nos arrastramos con respuestas memorizadas y sin sentido, tanto o más que muchas horas de nuestras vidas junto a los perversos aparatitos. Y pensamos que leyendo más sobre todo sabemos algo, y ese algo es la nada más absoluta, y eso “no soluciona nuestros problemas, sino que los empeora”. Y llega al extremo de mostrar el peligro de los clientes solitarios que tiran de llamada a atención al cliente como hace 25 años otros lo hacían del teléfono de la esperanza. Algoritmos, la brevedad de la capacidad de atención, el origen chino de TikTok y como todo “a la par que ha aumentado la capacidad de hacer varias cosas a la vez, decrece la de hacer misma mucho tiempo”. Y el chateo, y los emoticonos, y los pantallazos, y perder el tiempo que no tenemos en WhatsApp. Y metiéndose en política, analiza cómo los nuevos populistas han aprendido de los errores de los populistas de anteayer: “Vox cuenta a su favor con la ventaja del escarmiento populista de Podemos. Iglesias había estimulado la expectativa de una revolución política. Significaba la alternativa al sistema. Y ha malogrado cinco millones de votos a costa de su mesianismo, ubicuidad y carbonización mediática”. Además, aparece la referencia a tópicos, a lugares comunes y como “el dogmatismo de la tolerancia ha terminado coartando la tolerancia misma”. Y mientras nos miramos el ombligo, nos adelantan y nuestro carricoche no arranca: “La estilización de la corrección ha transformado Occidente en un templo pacato, mojigato, de forma que la ferocidad y los peores instintos se amontonan en las redes sociales, como subconsciente de nuestra cultura y como el magma justiciero que está al acecho”. Y ese carricoche nuestro, chirría hasta girando a la que no es diestra, como hace Alejo Schapire en su libro La traición progresista: “¿En qué momento la izquierda se hizo puritana y moralista? ¿Por qué cierta izquierda es tan generosa con la libertad de expresión propia y tan restrictiva con la libertad de expresión ajena”. Y se añade a continuación: “Solo la derecha capitaliza la evidente miseria del progresismo”. Y al final, para acabar la cápsula, nos dice el autor que “el miedo a ofender ha terminado por otorgar el púlpito a los patriarcas del populismo”. La siguiente sección se refiere a cuando hablamos sin decir nada, con clichés y tópicos, y del gusto español por presumir de dolencias, enfermedades y asuntos similares “desde perspectivas victimistas y pesimistas”. Hace RA un inciso para hablar de la supervivencia a las conversaciones familiares, de la obsesión sobre la vecindad y nos deja una gran definición sobre ese momento en el que compañeros se reúnen antes de las fiestas: “Se llaman comidas de empresa porque el personal termina devorándose”. Faltan las flechas, aunque no termina ahí el trasunto: “Cuando hay amigo invisible porque amigos visibles no puede haberlos en estas ceremonias de sonriente sordidez”. Y por ahí aparecen menciones a Vujadin Boskov y a Alberto Olmos, a Roberto Bolaño y a José María de Areilza. En el cinco romano nos da una lección de historia desde Sócrates y Platón hasta el recordatorio de Reinhard Heydrich y aquel 20 de enero de 1942 con la reunión en la que se terminó de organizar la solución final entre 14 individuos. Y la lluvia de ideas, y las tertulias y los cafés y Hume y Virginia Woolf. Pero sobre todo, me quedo con el cuadro de Piero della Francesca (La Sagrada conversación). Después, con la sexta, se hace en el libro un elogio del silencio, recordando al rey Juan Carlos en aquel agosto de 2007 ante Hugo Chávez. Escribe RA: “Hablamos por encima de nuestras posibilidades. Nos opinamos encima. Y recurrimos a Twitter, Instagram, TikTok o WhatsApp como mecanismos de protagonismo”. Y añade: “El jaleo nos ensordece”. Y en eso aparecen mencionados San Bruno, Rojas Marcos, las fábulas de Iriarte, Pamino y Pamino (esos que le encantan a mi hijo en su libro con música), La Venganza de Don Mendo, Erasmo, Kierkegaard o José María Pemán. Y ante esa adicción, “más que buscar, limosneamos para lograr la aceptación, el sentimiento de pertenencia, la popularidad”. Hasta de los pinganillos del Parlamento hay reflexión y hablando de Sánchez y Puigdemont se nos dice que “hay una estrecha relación etimológica entre amnistía y amnesia”. A continuación nos habla de la conversación como terapia, habla de la misma en grupo y hasta nos recuerda esas palabras de la misa que provienen del Evangelio de San Mateo (8:5-11). Y en esas terapias, hemos visto rastros de todo tipo, personas que no eran personas tras una guerra o tras una desgracia. Y las confesiones religiosas, y la soledad y la forma en que “hemos encontrado en las mascotas el placebo de la compañía”. Y citando a Víctor Lapuente nos recuerda que “la derecha ha matado a Dios y la izquierda ha matado la patria”. Y hasta de los enjaulados tipo Salinger hay referencia. En el siguiente capítulo, Hablar sin hablar, nos recuerda que “podemos entendernos sin necesidad de abrir la boca”, y la forma en que los españoles utilizamos el gesto para casi todo. El fin lo pone la figura del tertuliano, convertida en categoría social, en auténtica “todología”, aunque nos cita a Alsina a la hora de elegir candidatos: “Una buena tertulia debe tener a protagonistas instruidos, que se sepan los temas y que no teman ni discrepar ni coincidir”. Reflexiona sobre la tiranía de las audiencias y acordándose del profesor Rodríguez Braun, acierta a subrayar que “el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio”. La descripción que hace de Sánchez y la sanchosfera de la página 237 hay que leerla, y para eso está este buen libro que nos viene muy bien para pensar lo que decimos antes de abrir la boca. O, directamente, no abrirla.

domingo, 5 de enero de 2025

Celeste. Primera temporada.

No hay nada que mejor resuma la figura del inspector de hacienda que la legendaria canción de Barón Rojo que el Ibáñez ponía para desconcentrar a sus oponentes del ajedrez. Del jodido Ibáñez. Esa figura, alfil de ese escenario de escaques de persecución, de izquierdas y derechas, es señalada en dianas por el común de los mortales. "La gente prefiere un bulto en la ingle a una carta de hacienda en el buzón", se dice, o algo parecido se dice en la primera temporada de Celeste. El hombre de la camisa verde decía que la cara es el espejo de otras partes del cuerpo, pero no del alma. En Celeste se ven a los encargados del tinglado hacendístico con una cara de amargados que no pueden con ella. Bache, ramas, sonrisa, monedas. Viva Barón Rojo. Siempre. Más frases de Celeste: “¿Por qué crees que hay tantas parejas entre los inspectores de hacienda? ¿Por qué se gustan entre ellos? Porque no les gustamos a los demás”. Hágase querer por un gintonic en la noche, por un buen calendario, por unas patatas bravas con las que sacar las garras, porque la soledad no es suficiente. Nada como una perra, rodeada de más perros, siguiendo a otros perros que ladran y defraudan. Pulseras, Judas, locos, amaños, remordimientos, bailes, caras con agujeros, cartas, donaciones, broncanadas, hijas preocupadas, madres preocupadas, abuelos conscientes. Y al final todo queda en Panamá o en algún sitio que lleva la palabra Islas, o Vírgenes, en su nombre o en su código postal. Sitios reconocibles en todos los capítulos, momentos repetidos y algún que otro punto suspensivo para darle cierre a una primera temporada en la que los malos son los mismos. Y siempre ganan los malos.

Dice que Mercurio

sábado, 4 de enero de 2025

Y Murcia se hizo pólvora (otra vez)

Slow Horses. Cuarta temporada

Nos encontramos muchas sorpresas en los baños y casi ninguna agradable. Casi ninguna. Ninguna. Empezando a tirar de ese papel higiénico, y con los sesos pegados al azulejo blanco del aseo, comienza la cuarta temporada de Slow Horses que nos mete el anzuelo en la garganta preguntándonos si es mejor olvidar u olvidarnos de todo de manera premeditada. En esos jardines de la demencia, hemos acabado subiendo a una montaña de ineptitud en la que se mezcla el odio y el resentimiento revestido de terrorismo internacional. Ahora que no nos dejan insultar como es debido ni llamar bazofia a la bazofia, vuelven en Slow Horses las carreras y la suplantación, la huída y el préstamo, el dolor y la presencia ausente, los pasaportes cambiantes y las bajas en un equipo que mezcla el quebranto y la desesperación pero que como los limpiadores en toda empresa, son imprescindibles. Hay que limpiar la mierda que nadie quiere limpiar. Pero en esta huida, es mejor pensar si hacer el Bolt o creerse caracol, que muchas veces lo peor está por ocurrir. Lo dicho, “cuando te estén persiguiendo, quédate quieto”.

viernes, 3 de enero de 2025

El exclaustrado

Se va Álvaro Pombo con El exclaustrado al lado filosófico-religiosa de la vida. Con un sinfín de referencias (Aristóteles, Safranski, Gracián, Flaubert, Rubén Darío, Henry James, Bernardo de Claraval, Sartre, Rilke, San Josemaría Escrivá, Ortega, Zubiri, Heidegger, Octavio Paz, Jacinto Benavente, Kafka), nos hace preguntarnos si la vida es libro. No deja títere con cabeza en este mitad folletín, mitad evangelio, en el que el exclaustrado piensa en la Iglesia como una Secta. Reflexiona sobre las imposturas, sobre la forma en que “la propia Iglesia de Cristo puede ser un impedimento para llegar a Cristo”, sobre la humildad, sobre el silencio, sobre el modo en que “escribir es rezar”, sobre el trabajo, sobre la soberbia y sobre nuestra incapacidad de llevarnos bien con nadie: “La nueva normalidad será la normalidad de los desenlaces, los desapegos, las súbitas desapariciones de gentes que tenías por amigos. Apegados al desapego todos”. Y como todo es mentira, “el pasado no pasa, se adormece”. Crítica el hooliganismo de las redes sociales, en las que “lo que importa son los likes, los retuits y las interacciones, la pomada…”. La jodida pomada. Pese a que no está a la altura de Santander, 1936, es libro sigue llevándonos al terreno en el que “había mucho que pensar, mucho que hablar, muchos más discursos que quehaceres”. Pone en valor la importancia de las palabras dichas y de las que no decimos, de los libros que tienen clase, de las mujeres que están “entre la santidad y la caricatura”, de las malas digestiones de la vida y de que “el pasado es contrahistórico, aunque sea esencial para nosotros”. Pero lo más importante es el retrato que hace sobre el espejo sucio, sobre ese lugar que no brilla ni con toneladas de Cristasol: “Es cruel pensar que cualquier criatura, desde un gato a un sabio, son criaturas limitadas, cuyos límites, cuyas deficiencias, se nos mostrarán de inmediato, por mucho que nos hayan encantado o aún nos encante”. Pero no tenemos remedio y “ni siquiera un Dios podría salvarnos”. Un buen libro para darnos cuenta de que nuestro “fracaso procede de la insignificancia, de la completa falta de sustancia de todos nosotros”.

Cónclave

Vivan las maletas y las venas bien señaladas en las manos. Los crucifijos. Los cardenales. Nada como una muerte papal para que un paciente inglés se nos ponga a rezar en latín. Hágase querer en una agonía. Hágase querer por un anillo,” porque el testamento con la muerte se confirma; pues no es válido entre tanto que el testador vive” (Hebreos 9:16). Nada como un ajedrez con tipos asotanados: “El infierno vendrá mañana al traer a los cardenales”. Ciento y pico individuos con un pensamiento: “Nadie cuerdo querría el papado”. Y menos en un viejódromo en el que “nadie está bien a esas edades”. Le digo a mis alumnos que soy un mal necesario como profesor, al igual que existen los médicos y los arquitectos. Aquí toca pensar en lo que dice RP: “A algunos los eligen como pastores y a otros para administrar la granja”. Habla Cónclave sobre perder la fe en la Iglesia, no en Dios, porque en estos asuntos, como todo en la vida, todo es mentira. Lo que se debe hacer, y lo que se hace. Las tradiciones, las modas envejecidas y saber que “el centro no existe”. Claro que lo sabemos, porque “el infierno llama al infierno”. O no. Dice el primer día de Cónclave también RP, decano y con manchas en la frente: “La certeza es el gran enemigo de la unidad. La certeza es el enemigo total de la tolerancia. Ni Cristo sabía con certeza que pasaría al final: Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Y apostilla: “Nuestra fe es un ser viviente precisamente porque va de la mano con la duda. Si solo hubiera certeza sin la duda, no habría misterio. Y, por lo tanto, no necesitaríamos fe. Recemos porque Dios nos conceda un papa que dude. Que nos conceda un papa que peque, pida perdón y que pueda continuar”. Hágase querer por 72 votos. O por escaleras interminables, o por mármoles impolutos o por pinturas atemporales. Vaya nido de víboras. La guerra, los bandos, el infierno, las dudas, la oración. Ni ideales ni ser ideales. Siempre es bueno el recuerdo, aunque no tanto mirar atrás continuamente: “La Iglesia no es la tradición. La Iglesia no es el pasado. La Iglesia es lo que hagamos en adelante”. Amén.