martes, 6 de diciembre de 2016

Atlanta. Primera temporada

¿Qué hacemos para conseguir nuestros sueños? ¿Dónde está el límite para aguantar lo inaguantable? ¿Cuál es el precio que debemos pagara para conseguir que todo lo que añoramos no sea una simple pesadilla? ¿Cuál es el objetivo de nuestros madrugones? Todas esas preguntas, y muchas más, se hace la primera temporada de Atlanta con el telón de fondo de la música, del rap, de un sin techo que duerme (incluso acompañado) bajo un techo, de un músico que hace de la música un plan b mientras vende drogas. Hacer lo que se tenga que hacer, sin pensar en las consecuencias. Y cuándo las consecuencias te ponen en tu sitio, se te caen los palos del sombrajo. Siempre hay un momento en el que la cuenta se queda a cero, y hay que pedir ayuda, y el castillo de naipes se va a la mierda. Antes o después ocurre y se te queda cara de gilipollas profundo. ¿De verdad que alguien que no sabe quién es Steve McQueen? ¿De verdad que el SIDA se inventó para que Wilt Chamberlain no batiera el récord de sexo? El baloncesto, las miradas, los encontronazos. Sueños rotos. Pecados con penitencia. El pipí como motivo de despido. Los pases perfectos. La redención en mitad de un mensaje de móvil. La perfección en los sueños no existe. Nunca. Es evitable pero el dolor nocturno siempre está ahí. Siempre. Todos nos prostituimos por nuestros sueños, con la diferencia de los ceros. Izquierda, derecha, marxista, sexista, robo a mano armada, seducción intangible. Será por intangibles. Será por bestias. Será por billetes. Todo tiene un precio entre la satisfacción y la necesidad, entre pagar facturas y cobrar egos. La piedad y su concepto depende de la Iglesia que sigamos (y las copas que llevemos cuando escuchemos al pastor que guía a su descarriado rebaños). La multiplicación de las facturas impagadas es la parábola del neoliberalismo georgiano de Atlanta. Coda: ¿Cuál es nuestro futuro? ¿Dormir en el cuarto de los trastos?