martes, 30 de noviembre de 2021

Pretérito perfecto

"¿Será por si así se atreven a conjugar el pretérito perfecto del verbo escuchar? ¿Será para que asientan una vez más y no sden cuenta? Durante varios lustros, la enseñanza de la gramática ha sido considerada una tortura elitista por unos planes de estudio que consideran que sólo es lengua la de las estaciones de autobuses: Me dé dos billetes para Sevilla y similares. Pero yo-dice el experto- estaba siempre de mesas redondas -o sea, comiendo- y congresos y no me he enterado de nada. De ná de ná, vamos. Aunque mi cuenta corriente, sí. Faltaría más". José Perona, Pretérito perfecto (21 de diciembre de 2004).

SPQR. Una historia de la antigua Roma (libro de Mary Beard).

En el prólogo de SPQR, la autora Mary Beard habla de una curiosidad personal a la hora de hacer el libro. Pero se refiere a la creación de esa Roma grandiosa como un proceso complejo, en el que “crean desolación y lo llaman paz”, o algo así dice MB que Tácito reflejó para referirse a lo que hacían los romanos en Britania. Dice MB que “la historia de Roma es un gran desafío”. En el capítulo 1, se va al año 63 a.C. y se refiere a Catilina (ese personaje sobre el que el profesor Rafael González de Historia Antigua me mandó el trabajo de 1º en la facultad, y que no llegué a terminar, cogiendo bibliografía como si no hubiese mañana) y a Cicerón. Describe la autora los territorios controlados pro Roma como “una creciente mezcla de lujo y basura, libertad y explotación, orgullo cívico y guerra civil homicida”. Y en ese año 63 a.C es cuando se produce, según MB un “complot terrorista en el corazón mismo de la institución romana”. Incide en la figura de Cicerón, con todo muy documentado por sus escritos. Habla de aquella situación con definiciones de “terrorismo”, “revolución” y de “acción directa”, habla esos enfrentamientos directos de forma verbal en el Senado entre la doble C. Se centra también (viva la filología), en el significado de la palabra candidato, el “blanqueado”, porque llevaban la toga de ese color… Vivan las lenguas clásicas. Se refiere a los cuadros encargados después y que reflejan aquella disputa, cuando en realidad dice MB que en el Senado romano había que multiplicar 6 x100 para alcanzar el numero de senadores… También describe huidas y sentencias a muerte, cita a Salustio, se acuerda de las “Catilinarias” y de muchas cosas más. En el capítulo 2 trata de explicar el motivo por el cual son tan importantes los orígenes de Roma. Habla de las historias sobre Rómulo y lo que cuenta Tito Livio (MB lo llama simplemente Livio), y habla de Siete novias para siete hermanos como parodia del rapto (ahora no sé si en la tele pública pueden poner una película así en alguna de sus cadenas). Cita cuadros de Poussin y Picasso y vuelve a Salustio y a Horacio y a Ovidio y hace reflexiones generales: “Las ansiedades culturales son a menudo un privilegio de los ricos”. También, como otros, hace referencia a que sobraba uno de los dos padres fundadores de Roma, y de también escribe sobre la ampliación del origen de los emperadores romanos, y de la brutalidad de las conquistas y la esclavitud romana. Se centra también en la polémica sobre la fecha de la fundación de Roma, diciendo que “trataron de sincronizar los acontecimientos de Roma con la cronología de la Historia de Grecia”, y ahí cita el ciclo olímpico de 4 años, y el Libro de la Cronología de Ático y se refiere al 753 como el tercer año del sexto ciclo de los Juegos Olímpicos… Al final todo es mítico y todo es mentira. Como siempre. Y sigue con los hermanísimos, que no son las hermanas Williams pero reflexiona sobre el asunto: “La historia de Rómulo y Remo es alternativamente fascinante, desconcertante y reveladora de las principales preocupaciones de los romanos, por lo menos entre la élite”. Había otras leyendas sobre el origen de Roma y MB se refiere a la historia de Eneas y la Eneida de Virgilio, y dice que “la historia de Eneas es tan mítica como la de Rómulo”. También se refiere la autora a los orígenes de la ciudad y los nombres, y los míticos nombres de reyes (esos que estudias para las oposiciones, con los Tarquinos y el resto), y la violación de Lucrecia por uno de los hijos del rey, y esa forma de condena (MB lo llama “sentencia de muerte política”) para los que se hacían llamar o querían ser el “rex” de turno (llega a apostilla MB que ningún emperador permitió que lo llamaran rey o ser llamado rey). Hablando de definiciones, también especula con las diferentes apreciaciones de reyes y caudillos, y de la peligrosidad de las sucesiones entre reyes. A veces, como buenos estadistas, abusamos de los números y MB lo hace al final y al principio de SPQR (de los 7 reyes, tres asesinados, un rayo mató a otro, otro expulsado y solo dos mueren naturalmente en el lecho; de los emperadores que se sucedieron entre el 14 y el 192, catorce, en contraposición a la sangría que ocurrió entre el 193 y el 293, en el que hubo más de 70). Se refiere al calendario de los 12 meses y esos datos que debemos conocer de fiestas anuales, días sagrados y otras fiestas religiosas, meses lunares, más meses que se añaden y todas esas cuentas en las que nos perdemos con y sin brújula… Y la república, y esos asuntos públicos y la utilización de las fechas de los años de los mandatos de los cónsules y los nombres que daban a los años, y de esa construcción de la República como un proceso de décadas y siglos. A veces, desespera un poco la sucesión de nombres y fechas, de epitafios y adjetivos: el primer acueducto que llevó agua a Roma (312 a.C), la primera carretera importante (Via Apia), las ley de las 12 tablas, el cambio que se produjo de forma importante en el siglo IV a. C. o la crisis del siglo III d.C. Son muchas las anécdotas y los chascarrillos, los conflictos entre patricios y plebeyos, entre el Mario y el Sila de turno, entre César y sus enemigos y el error de la clemencia cesarística, la destrucción de Roma por los galos en el 390 a.C. y la guerra latina, y las guerras samnitas y Aníbal y la batalla de Cannas y Cartago en el horizonte… A veces, demasiado de todo y hay que parar y dejar el libro y volver a la semana… O a las dos semanas… Luego se centra en el comienzo del colapso republicano, en los asesinatos que se sucedían, en magnicidios y jodiendas con vistas a los teatros de piedra permanente, como el primero que se inauguró en el 55 a.C o la caída de los Graco o de Marco Licinio Craso, Pompeyo y Julio César y aquel primer triunvirato… Y dentro de lo que llama la atención para los desprevenidos (o para los despistados), es el uso que hace MB de la palabra xenofobia en el contexto de limpieza étnica dentro de la diversidad de pueblos itálicos (me sigue pareciendo raro eso de itálicos). Y al final, todo se desgasta y los antiguos amigos y aliados se convierten, como en cualquier dramón, en enemigos acérrimos. Y sale la dictadura (palabro, palabro) y la crisis y muertes en Nápoles y los Espartacos de turno (con o sin agujerito debajo de la boca) y las ciceronadas de turno y la explicación de todo que hace allá por la 284: “Los romanos tenían tendencia a utilizar el soborno como excusa práctica cada vez que la guerra, las elecciones o los veredictos de los tribunales no les eran favorables”. Vamos, como ahora, como siempre. Reflexiona la autora sobre la importancia que tuvo Mario sobre “el resto de la república, tanto que difícilmente pudo haberlo planeado”, o sobre Pompeyo (“tiene derecho a ser considerado el primer emperador romano”. Y pongo la tele y pienso en MB cuando asegura que “Julio César fue la primera persona viva cuya cabeza apareció en una moneda acuñada en Roma”, al más puro estilo Iglesias en sus papeletas electorales (o casi). Explica también la extraoficialidad de lo que montaron Pompeyo, Craso y Julio César y esa forma de institucionalizar lo que no se podía hacer. Y los dados, y el Rubicón y la forma de ser un dictador ausente de Roma (como luego lo fueron los últimos emperadores), y los idus de Marzo (guárdate, que ya falta menos, y lee a tito Guillermo) y asesinar en nombre de la libertad y la llegada del segundo triunvirato y la batalla de Accio (Actium) y los suicidios, y las teorías sobre Cesarión y Cleopatra entendida, según MB, como un “blanco útil” al presentarla como extranjera. Todo esto, lo bueno, es que lo hace de forma amena, aunque quizás con demasiado numerito. O no, o que estoy mayor, y ya no leo a la velocidad de antes. Y Augusto, y su sucesión, y esa política matrimonial tan difícil en la que se mezclaba todo en esa Roma. Y los Julio-Claudios, y los Flavios y lo que viene después de Trajano y las citas de Gibbon, y hombres y mujeres hechos dioses, y ricos y pobres, la Roma fuera de Italia y Caracalla y los inventos para cobrar más impuestos. Luego acaba hablando del jardín sin flores y mucha arena que supuso la aparición del cristianismo (más que jardín, cementerio) y de los emperadores de origen extranjero y de todo lo que pasó después del asesinato de Cómodo y de las mentiras y las medias verdades que realmente creemos saber sobre la Roma imperial. Un gran libro para tener tiempo de enlazar y buscar información extra.

lunes, 29 de noviembre de 2021

miércoles, 24 de noviembre de 2021

Una de fantasmas

"Un fantasma recorre Europa Unida: llegará un día en que sea un continente de abuelos; según los burócratas euorpeos, que se jubilan tras ocho años de viajes agotadores de avión con tropecientos mil euros, no se podrán mantener las pagas de sus jubilados. Dicho y hecho: no sólo se alarga la edad de jubilación, sino que, a la hora de fijar la pensión, se tendrán en cuenta los salarios de todos los años, en vez de los de los quince o veinte últimos". José Perona, Jubilaciones (18 de mayo de 2003)

domingo, 21 de noviembre de 2021

Sobre nosotras sobre nada

Pensaba que me iban a gustar más los apartados de Rosa Belmonte que los de Emilia Landaluce, pero es al revés. Empieza Sobre nosotras sobre nada con dos citas: una de un tal Durrell que no conozco, y otra de Ramón J. Sender (del que me decepcionó mucho su Mr. Witt en el cantón). También adjuntan un Manual de instrucciones e intenciones, para no engañar a nadie, aunque no he visto Seinfeld, y no creo mucho en el azar. Citan al Trueba pequeño (a David, que hay mucho Trueba) y su Ganarse la vida (tampoco lo he leído) y Matar a un ruiseñor… y te preguntas el tiempo que ha tenido la peña para leer (y sigues preguntándote en qué has perdido tú el tiempo para no leer y ver tantas cosas que se quedan en el olvido). Escriben en el MDIEI de que la intención era titular el libro como “No tengas críos”, pero, al final, no pudo ser. Escriben que está el libro “cerca del elogio de la amistad”. Cuando tengo alumnos que me escuchan, digo en clase (siguiendo a don Manuel Alcántara, al que luego recuerdan en una anécdota al final del libro por una reunión por su 88 cumpleaños), que los amigos de verdad se demuestran en la cárcel, el hospital y en los cementerios y velatorios. Que la mayoría de personas no tienen amigos de verdad, tienen gente con la que pasamos ratos. A John Cusack lo vi en Alta Fidelidad pero no en Balas sobre Broadway (otra de la lista), y pero sí, hasta que me quedaba dormido después de las preguntas, el Un, dos, tres. Empieza RB, a la que vi por primera vez presentando a alguien en el edificio de Servicios Múltiples de Alfonso X en Murcia (ese alguien era Espido Freire y le dijo que era “asquerosamente joven”), con una frase de su madre, la anteriormente citada “No tengas críos”. Una frase maternal que antecede a Marx ya Emily Dickinson, y a Goethe, y las dudas sobre las palabras de los mortecinos (¿por qué son tan malas las agonías largas?) Hay que tener una enciclopedia a mano para saber los nombres de los que citan, la verdad. También Belmonte se refiere al primer negro que vio en Murcia, como yo les hablo a mis alumnos del primer burka que ví, en Alhama, en septiembre de 2009 al bajar de un tren con la factoría de ElPozo al fondo. Sister Act si la he visto, y también he estado en Vera (pero solo para un entierro y una boda) y no paré en el complejo nudista, que es uno de esos sitios donde llegaba su madre repartiendo donuts. Las uvas de la ira la vi la primera vez durante el confinamiento covid como obligación de un cinefórum particular que montamos los amigos de la carrera, y se me quitaron las ganas de ver a gente con ganas de comer donuts o lo que fuera. SNSN te recuerda Ben-Hur, la lepra y los daños colaterales, que antes de tito Arnold también había daños colaterales. ¿Quién es Ray Milland? Entre Dúrcal y Jurado dice que murió su madre. El día de la muerte de Dúrcal me pilló a mí en Alquerías, en mi primer año de trabajo, y esperando a mi compañero Marchal (que ejercía de chófer de Drácula, que yo no conduzco) un camarero del Nebraska, mejicanito, me contó la adoración que en Puebla tenían a la mujer de Junior. ¿Hay alguien que llorara por la muerte de la madre de Tony Soprano? Después EL titula su primera pieza Como no te guste Venecia, te tiro al canal, y dice que sin su madre seguramente sería yonki, gorda y peluda (con eso Loquillo te hace una canción). Cuenta EL andanzas de chinas y Lambrusco, del que bebíamos en Refugio y una escena de aeropuerto que ni la de Los Serrano. Hace recordatorio del colegio opusino al que no entró y de las monjas de tortura, que no de clausura. EL, lo que no quería era ir al colegio, como yo no quiero ir al instituto, esa cárcel convertida a alturas de 2021 en elemento de insurrección continua y de deriva hacia lo insoportable. Y reflexiona EL sobre en el día en que ya no esté su madre, y de cómo será todo (también cita El hombre sin atributos, del que para variar, no tengo ni idea). En el siguiente tema hablan de Educación (si se escribe así en el postcelaanismo no lo sé). Empieza RB hablando del chinarro de los patios del colegio, pasa por la bolsa de American Beauty y cita Paracuellos de Carlos Giménez (tampoco lo he leído). Ni idea de la figura de Enyd Blyton. ¿Lo blanco de los limones? ¿De verdad? Recuerda los golpes de las monjas. Cita un par de veces Los papeles póstumos del club Pickwick, del que me enteré por una Cultureta que escuché enclaustrado en mi exilio temporal en Totana (de Dickens no pasé de Canción de Navidad). Recuerda RB ir al conservatorio para salir del internado (no sé si sería Jesús María, donde ahora escucho por las mañanas a las 8 que entran a clase a ritmo de Coldplay…). Y luego al Saavedra a estudiar, ese instituto don de me he comido 4 cursos pero al otro lado de la mesa. No, tampoco he leído Nuestro común amigo, pero cuando mi abuelo Salvador, ciego desde los 23, me pedía que le leyera, algún día le dije que cuánto dinero me iba a dar (eso me lo ha recordado mi madre más de una vez). No sé si esa reflexión que hace RB en la página 48 sobre la universidad (lo digo como Licenciado en Historia) es real, o era real el siglo pasado. No lo sé. El día que presentaron el libro con FJL habló de una profesora suya del instituto que luego acabó en la Facultad enseñando Historia en la Universidad y me recordó la imagen de la doctora María de Los Llanos Martínez Carrillo… que serán imaginaciones mías. Luego EL expone que su madre indica que la familia es una institución antinatural. No estoy de acuerdo. Pero se pone a hablar de un duque al que iba a ver a Múnich, y se te pasa. También dice que “el presente es demasiado implacable con el pasado”. Escribe EL sobre personas que conoció gracias a sus padres, desde exministros franceses a tipos que estuvieron en el Desembarco de Normandía. Habla de su abuelo paterno, el que votó no a la Constitución de 1978 junto a un notario para que quedase constancia de su “no”. Recuerda a los muertos de su familia, algunos de ellos llevados por el cáncer. Y las Baleares, y el Colegio Rosales (no el del Lugar de Don Juan, otro) y su Auto de Reyes Magos. Asegura que no debe ser fácil tener críos y apostilla que de los hijos no te libras ni de las pesambres que te dan (el Word no reconoce “pesambres”, pero da igual, yo creo que se entiende). Cuenta andanzas de campamentos en los Grandes Lagos y dice que “la vida, el cabaré, es lo que enseña. Hacerse mayor, básicamente”. Y luego, la comida, y RB empieza a recordar los mapas de las vacas en la carnicería. Asegura que le gusta leer a las personas que escriben sobre comida y sobre personas que comen, que comer es lo mejor del mundo. Viva la asadura y la casquería, pijo. Y sentencia que “engordar también es hacerse mayor”. EL empieza las andanzas de la comida con vomitonas varias, de esas que hemos tenido todos, y con un Foie gras de regalo de los que se hacen esperar para situaciones concretas para llevarlo al buche. La siguiente píldora, la televisión, de la que RB dice que “es tan buena maestra como cualquiera si la aprovechas”. Recuerda los JJOO de Moscú, y cómo su madre compró una tele en color en 1983, el año en que se desarrolla la 4ª de The Americans. Y siguiendo con el deporte, ese que estoy viendo de fondo con el Real Madrid Vs Coosur Betis, recuerdo el primer campeonato de atletismo de Helsinki… Shameless empecé a verla, pero Con ocho basta, no. ¿FOMO? Como escribe RB, “ahora hay una palabra nueva para cada tontería que ya existía”. Y el placer del VHS, eso que mis alumnos ahora no entienden… EL se refiere a Dallas o Dinastía y su importancia para lo que pasó a partir de 1989 en el este de Europa. Habla de los spoilers y de lo previsible y de convivencias, de bolsos de Loewe y de muchas telenovelas de las que sí me sé los nombres. En la siguiente pastillita, se refieren al deporte, y RB recuerda al golfo de Juanito Mühlegg ye el Darbepoetin, del que nos enteramos en Murcia por La Verdad, y del béisbol y del softbol y del Tai Otoshi, mientras que EL escribe sobre gimnasia, fútbol y hockey. Y luego, el amor, ese truco de marketing del que hablaban en Casi Famosos (me da algo ver al protagonista en The Morning Show tan trajeado). Empieza RB el apartado hablando de libros sobre mujeres que se encierran en casa y tienen problemas sociales, y se hace un elogio de la soledad, pero también se reflexiona sobre el desamor. También hay 7 líneas en la página 151 que son una maravilla. Luego pasan al trabajo y citan a Eduardo Haro Ibars, y con eso es casi que suficiente. Empieza RB hablando del turno de oficio, y de Sangonera, y del juicio de los tres novilleros que fueron asesinados en Cieza, y de las continuas esperas de los abogados. También reflexiona EL sobre el Excel, el mismo que yo sigo utilizando para calcular las notas de mis alumnos. Para cerrar el libro hablan de perros y de amistad, y no he visto U.K.S. ni Wonderfalls para hablar de ellas con nadie. Un buen libro de recuerdos que hace pensar en los propios durante los días de lluvia, que alguna vez lo hace en Murcia.

El debate de Garci por Encubridora

sábado, 20 de noviembre de 2021

Kin. Primera temporada

Llevo cinco años sin volver a Love/Hate y no me lo consiento. O no debería. Gastamos el tiempo en asuntos sin importancia, en irrelevantes pérdidas de conocimiento y colas en supermercados, en tiendas de chinos y atascos, en calles con personas que no saben llevar un paraguas y con alumnos que no deberían existir porque el aborto debería ser legal en todos los supuestos. En todos. No sé el motivo de no volver a Love/Hate, al menos, una vez al año. Quizás intento todos los años volver a pasar de la página 100 de La montaña mágica, pero no lo consigo. Lo intentaré, que me quedan 40 días de año. Kin recuerda en muchas cosas a Love/Hate, pero estamos en 2021, y todavía se puede huir a España desde Irlanda. No se si debe, pero se puede, y que te reciban de una u otra manera. Kin acaba en una iglesia, después de una misa de cabo de mes, con el evangelio de San Mateo y con el tema del ojo por ojo y diente por diente y todas esas sotanadas sin sotana que antes o después soltamos en una conversación, tanto o más que un estribillo de The Killers o de Los Planetas. Es verdad que Kin trata sobre venganza y dolor, sobre droga y mafia, y en este tema no podemos frivolizar. Hasta los canallas, antes o después, tienen su corazoncito y viven en desamor, parece que tienen sentimientos y no solo ataques epilépticos al más puro estilo Ian Curtis, pero hoy es 20N (toca recordar otros evangelios según San Buenaventura o San José Antonio) y no 18 de mayo. A diferencia de otras series con capos de la droga de mercados menores (aquí estamos en la catolicísima Irlanda), en la mayoría de los casos, (casi) nadie grita, hay mucho susurro y mucha palabra baja, mucha confidencia después de tiempo a la sombra y mucha ausencia (y llanto por la misma), hay lluvia y bruma a mansalva, hay familias que tienen que ser enderezadas y familias que en la huida han quedado desmembradas, hay ratas que tienen que salir a cazar porque por algo son ratas y hay muchos bajos instintos que satisfacer. Y hay que tener en cuenta que una mujer se hace respetar no por sus palabras y los lazos que lleva un 8 de marzo, si no por sus actuaciones y por lo que hace en lugar de otra persona, sea macho, hembra o palmera hermafrodita. Kin es una joyita que compartir, pero siempre que se pueda, en voz baja. Y las moralejas siempre vienen bien, que no todo el mundo ha dejado de alimentar a los imbéciles de su familia. Coda: Y si, es bastante complicado poner la otra mejilla. Mucho.

The Morning Show. Segunda temporada.

Pedir perdón, dejar atrás el ego, creerte el ombligo del mundo, marcharte a Italia, ir en busca del virus. Viva la publicidad, viva la mentira. The Morning Show vuelve con ese intento de ser radical, pero como en la primera temporada, no llega a dar el golpe en la mesa. Al final siempre hay que ser políticamente correcto porque es lo que hace el viento de levante: llevarte a donde piensas que debes ir. O no ir. ¿Hay motivos o no hay motivos para hacer lo que hacemos? ¿Debemos asumir nuestros errores o debemos caer en una penitencia eterna? Procesos que se eternizan, entre la culpa o la lástima. Preguntas que se hacen y situaciones que provocan los coches y los silencios, las luces en la noche y los viajes a Italia, el inicio de la pandemia en Occidente y vender un servicio de streaming que no sabes quién lo verá. Problemas de ricos y de borrachos, de vida social y sabanera (así la llamaba el hombre de la camisa verde). Busca y hallarás, decía el Génesis… ¿O era el Éxodo? Nos confundimos con los libros bíblicos como lo hacemos con las situaciones embarazosas, con seguir hacia adelante solo con la perspectiva del dinero en el horizonte. Todo sigue siendo mentira, aunque nos la televisen y podamos verla a cualquier hora del día.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Don Importante dirigiendo ACEM

Entrevista en Onda Regional a Don Importante con motivo de su nombramiento como presidente de ACEM.

The Americans. Cuarta temporada.

La cuarta temporada de The Americans se mueve entre la partida de ajedrez y el puzle incompleto, entre piezas que no cuadran y sogas que no cuelgan, entre marchas al país desconocido y virus y bacterias que pueden joderlo todo, entre viajes a Etiopía que se tuercen y viajes que no se hacen a Kenia, entre hermanos caídos e hijos que salen sin motivo aparente, entre penas de muerte de rápido cumplimiento y videojuegos que enganchan, entre deseos y remordimientos, entre la inquietud de la novedad y el dolor de ver crecer, entre lo que creemos que influimos en los demás y en lo que realmente lo hacemos. Pero, a veces, las piezas de ese puzle incompleto aparecen pero aunque cuadren no son perfectas. Y la partida de ajedrez, en mitad de una interminable sucesión de jugadas, nunca acaba, y como en Juegos de guerra, la única manera de ganar es no jugar. Tablas, una y otra vez. Y la familia que ve la tele junta, no hace falta que rece, porque permanece unida aunque el apocalipsis llegue a Kansas City mientras ve The Day After, o ve los mofletes rojos de Reagan, o espera a Andropov o se pierda la final entre Redskins (cuando se podía decir pieles rojas, que ahora en el pudridero intelectual en el que nos movemos es imposible decirlo) y los Raiders. Una sucesión de virtudes imperfectas, pero en la Guerra Fría, como en la ficción, casi todo valía. Incluso las virtudes imperfectas y, por supuesto, las vocaciones tardías que tienen mucho peligro.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Garci y sus secuaces han vuelto

Dopesick. Primera temporada.

Un día, en el salón de casa de mis padres, después de un café con coñac, un exmagnate patatero, ahora convertido en sueño de un concejal raptado y en espectro febril de sí mismo, me dijo que la rehabilitación es un mito. Que era mentira. Y que todos los de su apellido eran “dependientes”. Me quedé con las ganas de decirle que lo que él era, un politoxicómano, pero no era plan de joder el café, las galletas y los mantecados. O sí. Dopesick reflexiona sobre las adicciones que empiezan siendo legales, receta en mano, y acaban siendo un infierno. Porque lo que cuenta Dopesick es un infierno con mayúsculas, un dramón de proporciones bíblicas, una plaga de las que recorren calles y hospitales. Entra y verás lo que pasa, dice la pastillita. El negocio del dolor. Y una vez dentro, destroza al paciente, al médico, a la familia, al presente y ya no hay más porque no hay futuro. Hay lágrimas, hay decepción, hay lucha (aunque se sepa perdida). Se centra una parte de la historia en la otra lucha, la de los fiscales y la DEA para acabar con una droga que ya estaba institucionalizada, con una droga que entraba en tu casa porque tú le habrías la puerta. Me gusta el ritmo de la historia, aunque se ve que es una pérdida de tiempo para muchos, que fue pelar contra un muro, contra una dependencia que no es solo física sino social. Además, la jodienda del negocio lleva a lo peor de lo peor, a la más lujuriosa avaricia, a sumar números sobre muertos, porque los vendedores de ataúdes también tienen que hacer negocio, aunque los féretros sean de gente joven y que deberían estar gozando de la plenitud de la vida.

viernes, 12 de noviembre de 2021

Himno del segundo viernes de noviembre de 2021

Narcos: Mexico. Tercera temporada.

No cansa Narcos: Mexico, aunque hay muchos sitios y lugares reconocibles, rostros que vuelven del pasado, historias cruzadas y politiqueo variado. Un poco de Cuba, un poco de Colombia, pero viajes varios, y Colosio y Hank, aeropuertos y Amado en el centro del universo. No hay límites, pero Clinton firmó un acuerdo de Libre Comercio, y los zapatistas montaron el zaptiesto, y Cali y las cárceles y Salinas de Gortari jodiendo la marrana y los Arellano con su jaleo y la Iglesia y los daños colaterales. Tercera temporada para pensar, con el asunto social tratado desde la óptica de las chicas desaparecidas en Juárez. Escondites, cárceles para figuras de serie B que después se convierten en Primera División. Recelos, bigotes y todo el mundo quiere ser su propio jefe. Camarón y pescadito, viudas que mandan y calculines que toman poder. Cada uno en su lugar, cada uno en su investigación y en su huida, la dificultad para mantener la alianza en el dedo del matrimonio. Sábanas que levantan muertas día tras días, uñas encarnadas, desgarros varios. Los Narcos Juniors, los hermanísimos y el hilo de Twitter antes de twitter. Dinero que lava dinero, coches caros y gentuza varia con ropa cara. Y como siempre, la prensa, buscándose la vida para publicar e investigar, para saltarse los vetos y los embargos. Dicen en MX3 que “en la guerra la primera baja es la verdad”. La verdad hace años que no existe. Todo es mentira.

jueves, 11 de noviembre de 2021

martes, 9 de noviembre de 2021

American Rust (El valle del óxido). Primera temporada.

Yo me preguntaría si me están utilizando… Esa frase, utilizada tantas veces, cientos de veces, miles de veces, nos vale para resumir bastantes aspectos de American Rust (aquí, en tierras de Iván Redondo titulada El valle del óxido). Antes o después, todos utilizamos a alguien, o somos utilizados por otros, o nos dejamos utilizar. ¿Qué es peor ser utilizado o dejarse utilizar? Buena pregunta antes de mitad de noviembre, antes de un 20N, antes de un Apocalipsis de apagones y Viernes Negros donde hay que comprar o vender, o dejarse utilizar por una tarjeta de crédito. En American Rust se mezclan, entre fábricas olvidadas y sindicalistas del hilo y aguja, muchos aspectos de una América que no siempre sale en los telediarios (si es que alguien sigue viendo esa sucesión de dramas de media hora en la que los políticos salen cinco minutos). American Rust nos lleva a la factoría y al equipo de fútbol americano del instituto que el viernes reúne a la comunidad, al barrio, al condado. También reflexiona American Rust sobre la soledad de los adultos, de los que crían a tipos que hace tiempo que debieron salir de casa (o trabajar, o ir a la universidad), de los que cuidan de sus padres y de los que vuelven por necesidad, por obligación o por picor inguinal. ¿Quién busca justicia teniendo drogas que te venden en la farmacia y luego mezclas con veneno? ¿Quién quiere epifanías en una cárcel dominada por esvásticas fuera de sitio? ¿Quién quiere apocalipsis cuando no hay redención posible? Huir, volver, vegetar, recibir, contar fracturas, esconder. Llaves inglesas y siempre, siempre, algo podrido en …. Dinarmarca. Volved al colegio. Y no salgáis de allí en mucho tiempo.

lunes, 8 de noviembre de 2021

El sermón sobre la caída de Roma

Por culpa de la recomendación de Sergio Belmonte he abandonado el SPQR de Mary Beard y he acabado en El sermón sobre la caída de Roma de Jérôme Ferrari. Un tipo que repite, más de una vez a lo largo de ESSLCDR que a las tinieblas le sucedan las tinieblas, que tras las tinieblas van las tinieblas. ¿Y qué significa eso? Pues dice allá por el final del libro que quizás no signifique nada. O sí. Yo que sé. Con la apariencia de lo que no es, o no está, Ferrari reflexiona desde el principio con la ausencia, y con una foto que da tumbos nos mete de lleno en la historia de una saga familiar que esconde secretos y decepciones, llantos y entierros, muchos entierros (¿qué pueden tener en común las familias más que entierros?). Con esa foto de 1918 (vaya añito, rodeado de otros buenos añitos), con bautizos y vida cotidiana y con referencias continuas al Altísimo y a lo que nos espera: “Nada se agota tan de prisa como la improbable misericordia de Dios”. La misericordia de Dios da para muchos sermones, antes, durante y después de las caídas romanas y bizantinas, de este imperio y del otro. He hecho con este libro lo que no había hecho en años: un árbol genealógico de la familia protagonista, de hermanos que son primos y de paracaidistas que van de Indochina a Argelia, de abuelos que tienen andanzas y de nietos que montan bares en Ajaccio, de mujeres que mueren en África y de hermanas que no consiguen lo que el amor debe dar. O sí. Y como hablamos de familia (ahora que he hecho un alto también entre The Americans), me ha recordado el inicio, hablando de huevos y cerdos y escrotos, la imagen de mi padrino Víctor castrando cerdos encima del Renault 5 blanco en un periquete, en un hola y adiós, que traducido al habla de las bestias de la ESO, es eso que pasa entre que te escupen bajando por la escalera del instituto y llegas al departamento de turno y alguien te dice que te quites el lapo de la espalda del jersey (añorando el instituto estoy). ESSLCDR hace pensar (y mucho) sobre las maldiciones que caen sobre personas y bares, sobre estirpes y sitios, sobre temporadas altas y depresiones de meses sin turistas, pero también (con lo que estoy muy de acuerdo) con lo de no aspirar a nada, con esa frase que Ferrari subraya tan ricamente (“nadie está obligado a ser ambicioso”). Nadie. ¿Por qué empeñarnos en hacer cosas que hagan felices a los demás? Dice Alsina en la radio que en cuanto pueda se larga a su casa y deja de madrugar para trabajar (y estoy totalmente de acuerdo). Con el pretexto del arrendamiento de un bar y su funcionamiento (casera, jefes, empleadas, cantantes a noche parcial en el establecimiento), JF monta una familia paralela al protagonista, un hermano que no tiene pero que cree sentir, unas hermanas con las disfrutar del trabajo y del tiempo libre (¿se puede decir ocio en 2021?), una clientela con la que confraternizar en distintos idiomas y un paisaje de evocación (o tal vez, candidez) que no quieres que se acaba. Pero todo lo bueno se acaba (o todo lo que tú crees que es bueno). Escribe JM: “El reino de la ilusión jamás puede ser perfecto”. Cuando tenía alumnos que me escuchaban y todavía tenían que aprobar todo para titular, les decía que no se acogieran a la euforia de una gran alegría, que después siempre venía una mala noticia o algo que les iba a entristecer. Y es que es así, porque nada es real y todo es mentira. Aquí pone a unos zanguangos a regentar un bar olvidándose de un tal Frege y de otros filósofos, y aparece en escena San Agustín, sus restos y sus escritos, su búsqueda y sus palabras y La Ciudad de Dios que alguien dijo alguna vez que leyó. ¿Quién ha leído La Ciudad de Dios? Zanguangos, amigo vagabundo y pedir dinero a la familia, un cóctel sin Tom Cruise a la vista, pero siempre con el deseo de no crecer, de seguir sin querer obligaciones y seguir el principio de Kevin Spacey en American Beauty: “Quiero la menor cuota de responsabilidad en mi vida”. No queremos responsabilidades, pero nos vienen y a veces apechugamos y a veces, como en Carnivale, ahuecamos el ala. Puestos a pensar, también Ferrari nos lleva a pensar (más de la cuenta) en los condicionantes de nuestra tierra natal (sea cual sea), aunque algún punto y seguido más no estaría de más. En esa mezcla y saltos en el tiempo, aparece citado Pétain, la zona libre, Hitler, Marsella, Argelia, Casablanca, Tolón, los partisanos y el tío Benito, no vaya a ser que nadie se enfade. A veces esperas al último libro de la Biblia, pero no llega y mientras, empiezas a creer que eres fruto de una futura matanza, en la insignificancia que somos (y no queremos asumir que somos), en la parodia existencial que suponemos y en la lucidez taciturna que queremos alcanzar y nunca conseguimos. Además, ESSLCDR te hace volver al diccionario y buscar el significado de gemonía y de majada, y te pones a buscar el diccionario para buscar en él palabras sobre un bar de Ajaccio, esa es la maravilla de la literatura. Y en ese mundo de perfección ilusa, esa perfección que creemos tener y que no dura ni la cháchara de Pablo Laso en un tiempo muerto, no asumimos nuestra vida paródica, de nuestro teatro de supervivencia, de nuestra negación de la realidad. Ahora que todos somos expertos en grandes apagones, los zanguangos nos recuerdan que debemos ser prácticos y que hay que vender lo que te desean comprar, no al revés, aunque para ello hay que seguir unas normas, simples pero normal al fin y al cabo. Y hay mucho hijo de Satanás suelto y no te puedes fiar de nadie, porque nadie es de fiar. Antes que tarde, la despreocupación desaparece y todo son preocupaciones, todo son jodiendas con vistas a la bahía o al cementerio. Y llega Semana Santa, y aunque no seamos cristianos, vamos los Santos Oficios de Jueves Santo, y queremos que nos lave el cura los pies, que vamos al cielo. También nos hace preguntas, de Jueves Santo a Navidad, sobre el tiempo que somos capaces de no movernos, de no cambiar de aires, de no mover el rabo y buscar nuevos dueños… O no. Quizás siempre hemos sido esclavos y sin Espartaco que nos lleve a la crucifixión, morimos esclavos. Buenas reflexiones deja Ferrari sobre el funcionariado público, ya sea en la metrópoli o en las colonias (ponga latitud y longitud a su gusto, visite nuestro bar y cante himnos atemporales) mientras aspira a ser policía, o cura, o ministro (en España, ministra o ministre también vale), o médico borracho. Bárbaros, visigodos, gentes del norte. En esa canción de Hombres G, Esta es tu vida, canta David Summers: “ahora hay abuelos que no hablan de la guerra, pero todo sigue igual…”. O algo así. ¿Para qué hablar de la guerra con los niños que se asustan? No. Y el colonialismo también tiene su cucharadita en ESSLCDR: “Compañeros transparentes de tantos años inútiles”. Y apostilla: “¿Así mueren los imperios, sin exhalar siquiera un gemido?”. Déjate de gemidos, y vuelve al pueblo a enterrar más muertos: eso es la vida, volver y enterrar gente de tu familia. Escribe JF sobre la “sabiduría del registro civil”, que no siempre es matemática, que no siempre se cumple en orden. Y la comparación entre animales y hombres, que no somos tan diferentes en costumbres y modas, y cuando no encontramos el tesoro, lloramos y buscamos un plan b, un equilibrio que es imposible mantener, una irrealidad de pies de barro. Un gran libro para creer que lo que tenemos no es nuestro y que lo que no tenemos, tampoco. Coda: ¿De verdad es eso cierto que Dios perdona la vida a quien quiere?

sábado, 6 de noviembre de 2021

Justified. Quinta temporada.

“Es increíble lo que llegamos a hacer para sobrevivir”. Palabras de encarcelada a encarcelada, de oración a navaja, de abandonada a abandonada en mitad de una capilla. Vaya colección de delincuentes, podría decirse de Justified. “Todos tenemos problemas pero no tenemos medicinas para todos”. Bien cierto que es. Pero no todo tiene arreglo ni solución. Han tenido que pasar ocho años y cinco meses, pandemias y olas y circunstancias varias para seguir con la quinta temporada de Justified. Sigue con la misma cantinela (gracias a los botes de cristal y a lo que haga falta). Citan a Hitler y a un burdel en la misma frase. Eso no lo hacen todos. Justified es sucesión, y hay pelirrojos en la familia aunque no sean de los Roy: robos, puticlubs, persecuciones, vocabulario obsceno y similares. Y frases para soltar en mitad de una case, en Nochebuena con la familia o en mitad de una pelea de autobús: “Hablo más en serio que el Papa”. Y muerte. Justified es muerte continua, sangre continua. Y cárcel, y desamor y esas cosas que piensas cuando quieres cargarle el muerto a otro, seas tu hermano tu sobrino o lo que una prueba de ADN diga. Siempre seremos, al más puro estilo SOA, de Justified.

Himno para atenuar lo que no podemos controlar

The Americans. Tercera temporada.

En mitad de infiernos reaganianos y propios, en mitad de muertes dictatoriales y neuronales, la tercera temporada de The Americans es una gran reflexión sobre la familia (y sus mentiras). Una gran interrogación que nos pesa y desde que tenemos uso de razón (o falta de ella), nos martiriza. ¿Qué nos atemoriza más que una mentira en una familia? ¿Hay algo peor que una familia de mentira? ¿Cuáles son las bases de una familia de mierda? ¿Y dónde tienen guardado el arsenal de pelucas y gafas que usan los protagonistas? Ni el baúl de la Piquer… Infiltraciones, agentes dobles, hijas que desconfían, iglesias y pastores en los que desconfiar, vecinos que buscan sustitutos de sus hijas, vecinas que buscan sustitutos de su marido, charlas afectivo-sexuales, cárceles rusas, esposa b con problemas, espionaje y contraespionaje. De todo hay en la Gringolandia de los espías rusos en la época de tito Ronald y tía Nancy. El valor de la mentira está infravalorado: mentiras piadosas, ojos que no ven corazón que no siente, parábolas bíblicas para entender lo que le pasa a Judas o creer en la conversión de Pablo camino de Damasco. Aquí también tenemos abasíes contemporáneos, los afganos, con ese problema que se mantiene en el tiempo y que no supieron arreglar primero los rusos ni, ahora pasados cuarenta años, los gringos y sus adláteres occidentales. Lo dicho: todo es mentira, hasta los videojuegos de rayitas que simulan el fútbol.

viernes, 5 de noviembre de 2021

martes, 2 de noviembre de 2021

El infinito en un junco

En mitad de mi destierro, me leí las 208 primeras páginas de El infinito en un junco casi del tirón, en momentos febriles y letanías taciturnas. Recuerda Irene Vallejo a Umberto Eco (varias veces), para decir que el libro “pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras una vez inventados no se puede hacer algo mejor”. Esta reflexión va al hilo de la desaparición física del libro, aunque Don Manuel Alcántara en su Vuelta de hoja nos recordaba algunos días otros grandes inventos de la humanidad distintos a los citados. Añade la autora que “el libro ha sido nuestro aliado desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia”. ¿Qué manuales? Esas preguntas, como otras, nos llevan a pensar si realmente podríamos vivir sin libros (muchas personas lo hacen una virtud suarezítica). Empieza la autora llevándonos a Alejandría, una de las que sale en el mapa de 1º de ESO entre tantas Alejandrías, de las 70 que decía Plutarco que había fundado Alejandro según nos recuerda IV. Y pone a Aquiles, y a Aristóteles y la fecha de la fundación (331 a.C) y la conquista de Anatolia, y de Persia, y de Egipto, y de Asia Central y de La India. ¿Por qué no dedicamos más tiempo a la figura de Alejandro? ¿Por qué su biografía no es de las más leídas de la historia? Y Macedonia, otro lugar periférico que controló el mundo, como bien recordaba Sergio del Molino en su España vacía y en Contra la España vacía. Y la muerte a los 32 (Kobain, no eres el centro del mundo), y las referencias bíblicas y coránicas, y llamarlo “Magno” a partir del siglo II, o llamarlo maldito, o las referencias que han hecho Iron Maiden o Caetano Veloso. Todo mentira. Y la maldición de los supervivientes familiares, y la herencia en Egipto de Ptolomeo y sus descendientes, que son los que levantan el museo y la biblioteca de Alejandría. Lo bueno de El infinito en un junco es que IV lo cuenta de una forma sencilla, lo cuenta como en una clase de las que ya no podemos dar entre estándares, PTI’S y mierdas de distinto calibre. No, no pongas los ojos en blanco, que todo es reconocible. Demasiado reconocible. O no. Recuerda la autora que en esa biblioteca se hizo la versión griega de la Torá judía conocida como La Biblia de los 70. Y como si Bioy Casares siguiera apuntados los chascarrillos de Borges cuando iba a su casa comer, cenar y dormir, cita a La Biblioteca de Babel de Jorge Luis. Y es en la página 43 cuando aparece la palabra junco, el junco de papiro sobre el que escriben, como bien dice la autora, aunque era escasa fuera de Egipto, y su exportación para que hebreos, griegos y romanos escriban durante siglos. Ahora, en octubre de 2021, en este páramo de tantas cosas, se habla en los telediarios de la escasez de papel y vidrio, de la forma en que se van a encarecer los libros y los vinos, de los libros que no se van a publicar por la falta de materia prima. Imaginemos esa epopeya homérica de la venta de rollos de papiros. Y recordando cadáveres, IV habla del cadáver de Alejandro, y siendo embalsamado “con miel y especias” para su entierro, y su sustracción y su pérdida… Y lo cuenta la autora de tal manera que no quieres que se acabe el libro, pero te engancha que quieres saber más cosas de Demetrio de Falero, del faro de Alejandría, y de esos tipos de los que habla Vallejo: Euclides, Estrabón, Aristarco, Eratótenes, Herófilo, Dioniso de Tracia, Calímaco, Apolonio de Rodas… Biografías para sumergirse en la historia de ese museo, de esa biblioteca, de esas clases, de esas conferencias, de esas investigaciones, de ese faro reflejando el sol con un espejo y la hoguera nocturna… ¿Por qué no nos contaron estas historias en la facultad? ¿Por qué un libro nos muestra detalles de una historia que es atrayente y no lo hicieron en cuatro años de carrera? No siempre, algunos si que nos enseñaron… pero no todos. Nos hace pensar la autora sobre la lectura (en voz alta) que se realizaba de esa forma hasta la Edad Media, y del modo de hacer cambiar las costumbres y las tradiciones. Salta en el tiempo hasta Ptolomeo III, fundador de la segunda biblioteca fuera del distrito de palacio. Museos como catedrales, y los jeroglíficos, y lo que entendemos y lo que no. Enumera la autora las variedades de pairo en el mercado (hasta 8), y habla de Pérgamo y su biblioteca, y los embargos de papiro, y el uso del cuero para escribir y de ahí el nombre… Tantas cosas. Hasta de Memento y el nolanismo y de la Florencia de los Médici y su biblioteca desde 1444. En plan Holmes, escribe la autora sobre las copias de los libros hechos a mano, y los escribas, y los fallos, y las variaciones. Y de Nolan a John Ford, y otra vez La Ilíada, y la guerra de Troya, y el colérico inicio de ese libro, y el alfabeto del siglo VIII a.C. Y dándole a la guitarra y al bajo, cita el Eclesiastés y el Turn! Turn! Turn! (yo prefiero la versión de los Byrds) y el clasismo y la oralidad, de la que escribe lo siguiente: “Sócrates no fue el único gran pensador que, en la encrucijada de la comunicación, se abstuvo de escribir. Como él, Pitágoras, Diógenes, Buda y Jesús de Nazaret optaron por la oralidad”. A mí, personalmente, me gusta pasarme (en las pocas ocasiones que tengo ocasión) buena parte de la clase hablando y explicando, pero muchas veces es imposible. Y continúa IV: “En la nueva civilización de la escritura, la oralidad perdió el monopolio de la palabra, pero no se extinguió, y de hecho, sigue viviendo entre nosotros”. Algunos de mis alumnos, directamente, es que no saben leer, y siguen tan felices. Piensa la autora en la importancia de la oralidad, y pone el ejemplo de Bob Dylan y su Nobel de Literatura (yo nunca he entendido la devoción con Dylan, pero es lo que hay). Sigue adelante la autora con la tendencia narcisista sobre los libros (la suya, la de cada uno), poniendo el ejemplo de El lector de Bernard Schlink, y recordando también Un juicio de piedra de Ruth Rendell. Y como en una clase de la ESO, pizarrea con el paso de lo esquemático a lo alfabético, en el origen en los pueblos semíticos y el valle terrible (Wadi El-Hol) allá por el año 1850 a.C. Hablando de fenicios y marines, recuerda la autora que fue en ciudades como Biblos, Tiro, Sidó, Beirut y Ascalón donde se utilizaron aquellos primeros 22 signos primigenios que luego nos llevaron a los libros. Y ahora que el día de Todos los Santos y el día de Difuntos están en nuestras inmediaciones, vale el recuerdo que hace Irene Vallejo sobre el poema en torno al 1000 a.C de la tumba del rey de Biblos, Ahiram. Y como de la madeja sale el jersey, estira la lana y sale el origen de las siguientes partes de la prenda, del cuello a la cintura: arameas, hebreos, árabes, indios, griegos, latinos. Y salta la autora al siglo VIII a.C. al alfabeto griego que adapta los signos fenicios consonánticos con su mismo orden, empezando por el Aleph… y luego con las cinco vocales. ¿Por qué no me enteré de esto antes? Nos dice también IV, como si de alguien de un departamento de Prehistoria e Historia Antigua se tratara, que los primeros vestigios alfabéticos de los que tenemos conocimiento son de vasos cerámicos o sobre pedruscos (cita el vaso de Dípilon, encontrado en un cementerio de Atenas y la copa de Néstos de la isla de Isquia). Comenta la autora que el alfabeto consigue que los escrito salga fuera las residencias palatinas, pero también cita a Hölderin, y a Ray Bradbury y su Fahrenheit 451 y se refiere a la temperatura que arden los libros (otro libro que tengo pendiente). De la nobleza, al resto, y las escuelas y cita a Heráclito y habla del síndrome de Eróstrato y se refiere a las librerías ambulantes y niños aprendiendo a leer y escribir. Y cita IV la palabra Bybliopólai (vendedores de libros) en el tránsito del V al IV a.C, y de las exportaciones de libros: llega a hablar de fiebre. El curso pasado, en tierras de Alquerías, los martes, con mis tres guardias, me pasaba media mañana en el aula llamada Paideia, donde acababan los díscolos (y yo con ellos), y resulta que ahora leo que IV se acuerda de esa palabra. Poco a poco va avanzando IV y nos habla de la alfabetización entre el III y el I a.C. en la Grecia europea y se refiere a un tal Calímaco de Cirene como “el padre de los bibliotecarios”. Dándole cuerda a lo cuantitativo, escribe Vallejo sobre la expansión de esas bibliotecas (dando cifras) y recordando frases de La vida de Briana sobre el legado de griegos y romanos. También recuerda nombres de autores y escritores que trabajaron de bibliotecarios y siempre aparece la figura econiana de Jorge de Brugos en El nombre de la rosa (en contraposición a la figura de la bibliotecaria propia del siglo XX). Hasta de María Moliner se acuerda. Ahora que se acerca fin de año, aparecerán listas de los mejores libros del año, del mes, de la semana… También, como yo hago en clase recordando los onces del Real Madrid de las Champions del 98, del 2000 y del 2002, recuerda cariñosamente a su padre con los onces míticos de los 50. Viva el fútbol. También, desde el cariño, tiene su recuerdo para su profesora de griego del instituto, como yo suelo tenerlo continuamente por Manuela Ortega, mi profesora de Historia de España del curso 1995/1996, por la que estudié Historia en la facultad. Y respecto a este particular deja una frase de esas que hay que hilar en un sitio reconocible: “Cuánto tardamos en reconocer a quienes nos van a cambiar la vida”. Es verdad, tardamos una eternidad. Un disparate. Cita IV a la poetisa Enheduanna, comparándola a una Shakespeare de su época (era hija de Sargón I de Acad…). Y en esta época en la que solemos hablar de más, deja una de esas frases de Sí, Ministro (otra serie que tengo pendiente), de las que podemos utilizar para reflexionar sobre el pasado, el nuestro y el de los demás: “Tenemos derecho a elegir al mejor hombre para el cargo, al margen de su sexo”. También tiene un comentario sobre la democracia ateniense y su represión hacia las mujeres (nunca sé si me equivoco a la hora de usar las preposiciones). Además, hablando de recuerdos, lo hace de las famosas hetairas, las hiperfamosas prostitutas de lujo de la Atenas Clásica, y del matrimonio y de las comparaciones del pasado y del presente. Aparece en escena Hiparquia de Maronea, de la escuela de los Cínicos y se refiere también al significado de teatro y de lo poquísimo que ha llegado de lo mucho que había (cuantifica IV las obras de los grandes: 7 de Esquilo, 7 de Sófocles, 18 de Eurípides). Tragedias con violencia, según cuenta IV, que yo no he leído nada de ellas, ni tan siquiera Los persas de Esquilo. Siempre era la misma historia, la lucha entre Europa y Asia, entre Occidente y Oriente (otros tenemos luchas interiores entre cordura y locura, entre evasión o permanencia). Y como en el tema 20 y en el 21 de las oposiciones de Secundaria, aparece Heródoto de Halicarnaso y su Historíai, y también se refiere al significado de Europa y del rapto y de todo lo demás. Tampoco he leído 1984, ni sé de Ministerio de la Verdad porque todo es mentira, pero IV asegura: “La utopía de Platón es hermana melliza de la distopía 1984”. O algo así, e incluso cita a Karl Popper, y recuerda aquel asunto de la bomba por correo de Romano Prodi. Prosigue con el historial de libros condenados al fuego, asegurando la autora: “Quemar libros es un empeño absurdo que se repite con terquedad a lo largo de los siglos, desde Mesopotamia hasta el presente”. No, no solo los nazis que explicamos en 4º de ESO o en 1º de Bachillerado y aquella palabra que ponemos en la pizarra: “Bücherverbrennung”. ¿Por qué tan larga? Esa pregunta suelen hacerla los alumnos… cuando hay alumnos que preguntan. Recuerda la autora las destrucciones de la biblioteca de Alejandría y de un siglo XX que ha sido “de espeluznante bibliocastia”. Puestos a destruir, y a recordar destrucciones, tocaba recordar, como fanático del baloncesto, la biblioteca de Sarajevo en 1992, y la guerra de Yugoslavia (y vuelve a cuantificar: 188 bibliotecas atacadas durante la dichosa guerra balcánica contemporánea). Incluso se refiere la autora a las bibliotecas de los campos de concentración nazi, las de Cuba o Siberia, y recuerda obras como Goethe en Dachau. Siempre es un drama, pero como apunta IV, “los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes históricas y en las pequeñas tragedias de nuestra vida”. Al hilo, recuerda su situación en el colegio, y la ayuda de su familia y de los personajes de Michael Ende, Robert Louis Stevenson, de Joseph Conrad y de Jack London. Pero para los que como yo no tenemos idea de idiomas, las traducciones son importantísimas. Y ahora que voy a empezar a SPQR, cita a Mary Beard y su aforismo: “Grecia lo inventa, Roma lo quiere”, para referirse al alfabeto de la Magna Grecia y al latín traducido del griego y de como las situaciones difíciles hacen fortunas algunos (pone el ejemplo de la acumulación de obras de arte por Peggy Guggenheim cuando los nazis entran en Francia). Oportunidades, como hace años íbamos al Corte para buscar chollos. Se refiere a Doce años de esclavitud y lo revolucionario de un invento como el bolígrafo, y la censura y represión y las dictaduras y las situaciones en las librerías bajo estos regímenes. Siempre hablamos en clase de Mi lucha, pero no siempre cuantificamos lo que significó (IV lo hace en 110 millones vendidos a la altura de 1945 si no me falla la memoria otra vez). Y lo que suponen las librerías como enemigo, como problema para las élites y su importancia en los cambios políticos (cita los casos de muchas en España en los años 1976 y 1977 por la venta de libros de izquierdas, marxistas y liberales). Llegados al extremo, recuerda el caso de los Versos satánicos de Salman Rushdie en 1988, su persecución y de los mensajes del barbas de Jomeini (el de Asia, no el que vendía coches en Aljucer) y de como los líderes islámicos pedían la muerte del autor y hasta de los traductores en los distintos países de los versículos rushdienanos (y en ese juego literario recuerda como El Corán llama “gentes del Libro” a judíos y cristianos). Paso a paso, la autora sigue analizando la evolución del asunto, y recuerda los Códices del III en adelante, y su imposición gradual, primero en el oeste y luego en el este, citando el Código de Justiniano y de la forma en que los códices van sustituyendo a los rollos, y la ventaja de que pudiese ser llevado de un sitio a otro, a cualquier parte. Y de ahí, al fetichismo de los libros en Roma, y de las primeras celebridades al más puro estilo Muchachada Nui: Tito Livio, Virgilio, Horacio, Ovidio y Propercio. Recuerda, para los que no se acuerdan, los casos de Pompeya y Herculano y el Vesubio y la villa de los papiros y todo eso que no estudié en la carrera. Puestos a imaginar y a entrar en la mente de los escritores, reflexiona sobre los nombres de los títulos y de la forma en que los clásicos han llegado a ser clásicos. En este punto cita a Nietzsche, a Freud y a Marx, que partiendo de presupuestos clásicos renovaron las ideas metafísicas, éticas y políticas con posiciones modernas (¿o era al revés?). Y el canon y lo que debe ser y lo que se imita y se copia y los géneros mayores y menores antes y después de que Caracalla diese la ciudadanía romana a todos los ciudadanos del imperio, ya que muchos emperadores venían de las provincias y del mestizaje. Para acabar habla del final de Roma y su relación con las bibliotecas y las lecturas. Con la llegada de los bárbaros (de distintos cursos de la ESO, parece ser), se abre un peligroso periodo para los libros y los lectores hasta la invención de la imprenta, que quedó concentrado en unas pocas personas. Habla Irene Vallejo de las requisas y quemas de libros, y los monasterios como pieza clave para mantener el sistema gracias a abadías con escuelas, bibliotecas y scriptoriums. Y las miniaturas y el papel llegado de Oriente, y las citas de Zweig y los nazis, y de que todos los libros no son buenos y de que “sin libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado”. Y este libro me ha ayudado, que los tormentos interiores no todos los días son aguantables.

Himno para no caer en la desesperación

lunes, 1 de noviembre de 2021

The Bite. Primera temporada.

Mascarillas y comunismo, para empezar. Videollamadas. Mordiscos. The White House. Infección. The Bite, como antes con la historia de las hormiguitas asesinas, nos lleva al extremo de la locura, esa misma en la que seguimos inmersos pero normalizados (no sé si se dice así, pero da igual). La paranoia llevada al extremo, a la banda de Lucas Vázquez rematando el 0-2 en Barcelona ante un Ter y un Sergi Roberto. Racismo y mordiscos, sangrías y tensión baja. Batas blancas y olvidar lo que eres o lo que serás. Los engaños y la vuelta atrás. Bichos del COVID, zombies y preguntas que nos repetimos: ¿Cuántas veces se habrá escrito y dicho la palabra apocalipsis desde marzo de 2020? ¿Hay estimaciones? ¿Hay estimaciones en redes sociales? ¿Podríamos pensar en un número aproximado para cuantificar lo apocalíptico? En The Bite se habla de un apocalipsis zombiecovidiano o covidzombie o del modo que queramos llevarlo. Bajo la apariencia de un barniz de uñas o de un bótox en la cara, The Bite nos lleva a reflexionar sobre varios asuntos sobre los que nos hemos hecho preguntas durante meses: el origen, el tratamiento, la negación, las consecuencias, los muertos y, sobre todo, la posibilidad de un colapso apocalíptico. Si los King nos llevaron a las consecuencias de una invasión que venía de fuera con Braindead, con The Bite buscan lo irracional que nos ha llevado a la situación covidiana (dejan los puntos suspensivos en el aire con esa referencia a las fiestas covid que se hacían para contagiarse y poder seguir de fiesta en fiesta). Si Megacuarenteno nos hizo pensar en antecedentes como la gripe del 18, The Bite nos lleva a hacerlo desde una perspectiva crítica, subrayando la responsabilidad de unos gobiernos que no estuvieron a la altura de las circunstancias en los momentos primigenios de la pandemia. Además, hace hincapié en la importantísima labor de la investigación y de los investigadores, matriz de toda salvación (si es que hay salvación posible). Si nos centramos en lo importante, podemos (o podríamos) olvidar asuntos importantes pero que ante una pandemia se quedan en anécdotas o chistes: una fiesta, una publicación que podría dañar tu imagen, un día malo que acabó con tu escasa reputación, una infidelidad o esa tendencia que tenemos de no pasar desapercibidos. No. Lo realmente importante es poder vivir para contarlo y poder disfrutar, sea en compañía o en solitario, de lo que realmente importa. Quizás no consigamos la redención, pero siempre, aunque sea por última vez, habrá una tarta de cumpleaños que compartir.

Atemporalidad a quemarropa