martes, 28 de junio de 2022

Missions. Tercera temporada.

Alaska. Cuentos de hadas. Preguntas de difícil respuesta. Hospitales militares. Fotografías que reconocer. ¿Eres loco o te haces el loco? ¿Te has dado en la espalda con un palo de escoba hecho astillas? ¿Viajas a la Edad Media en tu periplo por el Afganistán contemporáneo? ¿Hay algo que no sea mentira? La navaja de Ockham, las explicaciones más sencillas, la vulnerabilidad de la falta de ética. O que todo es mentira. Muy mentira, que diría el hombre de la camisa verde. O creen en lo increíble, en dimensiones temporales paralelas, en líneas temporales paralelas, en convencionales errores de comprensión. No es que esté mal, es que no lo comprendemos. O no queremos comprenderlo. O nos negamos a comprenderlo. Los cuentos de Canterbury, Chaucer y todo lo demás. Cicatrices de redención. Sidereus nuncius, Galileo Galilei y todo lo demás. Las lunas de Júpiter siempre nos persiguen y el tiempo siempre va en nuestra contra. ¿Se puede vivir cuando uno ya está muerto? Viva la competición. Y el cerebro de aquella gata, Fólicette, y su estudio, y siempre hay que estar pensando algo. Repetición de errores. Sombras que ocultar, nichos que vaciar. Hágase querer por libros olvidados. Salvar el mundo. Misiones. Saber de más, o mucho, o escupir fango. Epopeyas, con o sin Gigamesh. Y más ilusiones, y falta de felicidad. “La mentira es siempre más que un derecho, para nuestra especie una necesidad, forma parte de la vida. Todas las relaciones necesitan una parte de mentira”. Y esa diferencia, entre sinceridad y hostilidad, y la pérdida de confianza, y maldiciones llenas de mentiras. “Todo el mundo debería tener derecho a mentir”. Y ese discurso del noveno capítulo, con una historia que cumplir, cumpleaños hechos claves, gestos que se traducen en caos, ajedrez que no envejece, bosque de tinieblas. ¿De qué va eso de salvar el mundo? ¿De qué va eso de destruir el mundo? ¿Dónde está el origen de los dioses? ¿Qué pijo es lo imposible? Como en Juegos de guerra, “la única manera de ganar es no jugar”. Dan mucho para la quijotera esta tercera temporada de Missions. Toca equivocarse porque, en la vida, todo es mentira. Coda: Y no te olvides ponerle alpiste al pájaro antes de atarte las manos a la espalda.

domingo, 26 de junio de 2022

Espinosa Pardo. Historia de un confidente.

No había leído nada de Paco López Mengual. A Espinosa Pardo le sobran páginas. Muchas páginas. No quiero decir que el resto de páginas, las que sobran, estén mal escritas. Todo lo contrario. Pero esto hubiera quedado mejor como un cuento, como una historia que contar entre partidas de dominó, que para eso hemos venido a esta vida los que no sabemos jugar al mus. Pero cuando sale la palabra espía, todo cambia. Ejércitos, tableros de ajedrez y mierdas que dicen los tertulianos que nadie entiende. O no quiere entender. Todo mentira. Todo se sabe. Aunque hay nombres que está bien subrayar, y me parece bien: Juan Barranco, Enrique Barón o Ernest Lluch. Y luego, ahora que estoy con José Freixinos Villa, Hernández Ros. Hernández Ros, su bici, los pantanos y todo lo demás. Escribe López Mengual: “Sacar a Hernández Ros de la cárcel fue como abrir la caja de Pandora: en unos años, se hizo dueño y señor del Partido, ya casi de Murcia”. También habla LM de la valija diplomática, como todos hemos hablado de la valija diplomática. Luego cita a Francisco Vivas Palazón, y al FLN, y viva Argelia, y guerrilleros y más madera, que todo es mentira, también en África. 1956. Independencia, claro que sí. Aparece hasta la palabra compromiso. Viva Yugoslavia. Aprendizajes yugoslavos, como Petrovic botando con la izquierda antes de tirar con la derecha. ¿No era eso lo que hacía Tito imitando a Stalin? Cita López Mengual saltos de avión, independencia, montañas Boukhari. Y otra vez París, y el FLN, y la familia olvidada (¿podemos acordarnos de la familia con deberes revolucionarios?). Causas argelinas, argelinos todos. Y luego todo eso se fue al olvido, claro que sí. Influencias fallidas, mierdas con sabor a lo que no sabe nada, o a casi nada, o a mierda. Collado, González, Canarias, asesinatos frustrados, porque se repiten demasiados parecidos, huidas hacia adelante, Torreagüera y Beniaján, y familias paralelas, y agonías largas y ya se sabe que las agonías largas son muy malas (tanto o más que las vocaciones tardías). Aparece Espinosa Pardo en este libro de López Mengual como un tipo que estaba en todos los saraos, en todos los aeropuertos del Mediterráneo, en todos los asuntos turbios. Pero no habrá premio para los que viven en las sombras, porque se supone que nunca han existido, que no existen y que no existirán. Ya lo decía Federico Volpini: “El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. Espinosa Pardo aparece como infiltrado entre los infiltrados, como espía de los espías, como chivato de todo lo que se podía escuchar y oír, con ese doble juego del tardofranquismo y de la transición de ser salsa en cualquier ensalada, de permitir el crecimiento del PSOE para arrinconar al PC. Pero la teoría no siempre se pone en práctica bien. Lo dicho, esta historia hubiera quedado bien como un cuento de Borges, como un Plan de Evasión de Bioy Casares, como algo brillante pero que no nos atiborre de nombres y fechas y lugares comunes. Pero el intento ha estado bien, en plan anécdota tras anécdota, café y cerveza, historia de cárcel tras historia de cárcel, Cubillo y movimientos de independencia, y argelinos y rusos y yankis y política murciana de mitin en mitin como aquella rumba de La Condomina y las purgas de Hernández Ros y otra historia sobre una cárcel de Chile y todo lo demás.

viernes, 24 de junio de 2022

Hacks. Segunda temporada.

Hacks da un puñetazo en el autobús y en el crucero lesbiano para ir contra los tópicos, para ir contra la kombucha, contra los menús veganos, contra la ceniza del familiar en bote de pelotas de tenis Wilson. O no. O quizás es todo mala baba, malas interpretaciones del espectador, mala leche bien entendida hasta que deja de ser entendida. Es difícil ser subalterno, o creerte superior, o cambiar de tema y dejar para luego lo que toca ahora. La dificultad de lo cotidiano, de llevar bien la relación con alguien cuando no es fácil. Toca girar, pero no suenan Los Planetas. Cuando cambias el cuadro, el marco no siempre sigue intacto. Siempre hay problemas para mantener la intensidad, para guardar la chispa, para volver a fantasmas del pasado, a la madre con extensiones, a funciones nuevas que no funcionan. ¿Cómo se puede hacer reír constantemente? Todo mentira, como siempre. ¿Todo el mundo sabe que el Perrier lleva gas? ¿Seguro? ¿Qué hemos hecho para merecer agua sin gas? El Tour sin bicis no es lo mismo. Nada como reflexionar sobre el robo entre hermanas, sobre el dolor ajeno visto desde la dramedia. Porque Hacks va de guay, va de mujeres guays que se creen perfectas, pero son diamantes agrietados, son joyas imperfectas, son rocas que talladas hubieran sido objeto de deseo de las mejores joyerías pero que acabaron en una tienda de empeños de carretera. Lo mejor de todo, poder reírse de uno mismo, poder buscar en ese espejo que nos defoma las peores de nuestras deformaciones. Somos cobardes, pero salir de la retaguardia cuesta un mundo. Y cuando salimos, no siempre sale bien. No siempre sale. No siempre. No.

lunes, 20 de junio de 2022

Hacks. Primera temporada.

Hacks nos lleva al fracaso entendido desde perspectivas diferentes: de la persona que parece que lo tiene todo, que vive en el estrellato pero su vida es vacía y de la persona que ha pasado de la felicidad al infierno pero que tiene imaginación. Ya sé que lo repito mucho por aquí, pero la pregunta es recurrente: ¿Podríamos vivir sin imaginación? Para algunos nos es imposible, aunque vivimos rodeados de individuos sin imaginación. Hacks es falsa apariencia constantemente, es reflexión sobre el error (el pasado y el que está por llegar), es familia que se odia y unos días lo oculta y otros lo hace público, es politiqueo falso como un billete de Tony Soprano, es relación inestable, es querer y no poder, es oposición a buscar una sonrisa donde solo hay drama, es decepción ante lo que nos encontramos a nuestro alrededor. ¿Podemos cambiar algo sin imaginación? ¿Y sin reír? ¿Y sin escuchar el Better Days de Graham Nash? Y en esa falsa apariencia nuestra de todos los días, de fracaso en fracaso, escondemos nuestras manos grandes, nuestras operaciones estéticas al más puro estilo Berlusconi (¿se puede decir al más puro estilo Putin ahora?), ocultamos las enfermedades propias y ajenas, no hablamos del suicidio porque ahora lo trufamos y disfrazamos de palabro (autolisis) y seguimos teniendo miedo a tomar decisiones. Hacks es vivir en el alambre aunque la época de la ruta del bacalao se ha pasado, es recrearnos en esa posición que no queremos cambiar (o que no deseamos por simple miedo al cambio). Aunque por momentos se pone un poco lacrimógena (gas mostaza para todos) y hay cierta recreación de personas/personajes que me hacen recordar mucho Entourage (más de lo que debería), la pareja protagonista lo hace tan bien que se te olvidan los peros y se te olvida, por un momento, que la vida puede ser una mierda y que todo es manifiestamente mejorable. Pero hay muchos días que, simplemente, es mejor olvidar.

domingo, 19 de junio de 2022

Bologna Boogie

El comisario Polo anda últimamente por nuestras vidas, esta vez por tierras italianas en Bologna Boogie. Nada como buscar a buenos samaritanos en tierras boloñesas, dejando estela de cadáveres en la lectura muy recomendable obra de Justo Navarro. Y conforme se va leyendo a este autor, uno se recrea más en la descripción de las situaciones y los momentos, de los olores y los sinsabores, de lo cotidiano del dolor y de la búsqueda infructuosa. Escribe Navarro: “Reírse vale para entenderse con la gente y para disimular que no se entiende o no se quiere entender nada”. En este valle de lágrimas en el que siempre salimos perdiendo, el recreo en la lectura no tiene precio, igual que no lo tiene lo de describir de maravilla: “Mano suave, una mano de andar entre papeles y estrechar manos acostumbradas a andar entre papeles”. El problema al que nos llevan los textos de Justo Navarro es si preferimos la historia o la forma de contar la historia, el cuento sin final feliz (nunca los hay, si alguien dice lo contrario, miente) o la manera de contar el cuento sin final feliz (¿sigue alguien insistiendo en ello?). Pues no lo sé, y el asunto da para varios ensayos, para varias vidas si tuviéramos la capacidad de vivir varias vidas. Escribe JN: “Una luz que olía a medicinas”. ¿Se entiende? Yo creo que es magistral. Y esos momentos, de los que rezamos mucho, y muchas veces, en los que siempre pensamos: “En alguna iglesia debería de haber terminado una misa”. Igual que lo de que en algún sitio siempre buscamos lo que no encontramos, pero hay que saber contar el asunto en cuestión. Y no dejando títere en el contexto de la Italia de 1947, al autor nos lleva a reflexionar sobre la lucha interna entre antiguos partisanos metidos a policías y los demócratas de derechas que pretendían hacerse con el poder, esa situación que nos recuerda a Ángel Calvo y a Todo lo que quiero saber de Italia eres tú, pero con matices: “Coraje y candor para vivir una vida cristiana integra y renunciar a todas las formas de moda, lectura y diversión que contradigan la misión apostólica, y el socialcomunismo es una moda más”. Pantalón campana sí, pantalón campana no. Y en esa atmósfera se va creando en la postguerra italiana un clima distinto, diferente de lo que pasaba en otras partes de Europa. Navarro, además, sitúa cronológicamente la historia pocas semanas antes de que los aliados abandonen de forma real (nunca se fueron del todo) Italia, y de esas atmósferas y de ese clima solo podían salir tormentas y tornados. Encima, JN pone en danza a pianistas y gente de poco dormir y mucho beber, que no siempre van de la mano pero muchas veces si que acaban de la mano en posición horizontal: “Hay asuntos que no respetan domingos ni días de fiesta ni estados de catatonia posalcohólica”. Y en esa jarana, hay apuestas y curas con pistola, saltos de ancianas al vacío y mujeres que cambian de apellido, y gente que cambia ilusión por depresión: “Son triste dos amantes que en el momento más inoportuno se extrañan de estar juntos en el mismo cuarto”. Vaya forma de decirlo, solo falta la decepción de Airbag escuchada de fondo. O sin escucharla, también. Hasta escribe Navarro sobre los que piensan en latín y sobre ese Giro de Italia que es recurrente, etapa tras etapa, mientras Polo se pasa más de medio mes lejos de Granada. Y en ese mapa no faltan las complejidades de las llamadas telefónicas, la espera de los telegramas, la huida hacia adelante porque lo de hacer el escarabajo se lo dejamos a los escarabajos. Y pasan los días, y los meses y te crees que no, pero sí: “No era viejo pero tenía cara de correa lustrada por los años”. Y Justo Navarro nos hace posicionarnos: “O Soldati del Papa o Soldati di Stalin”. Y en ese espejo que es la vida, muchas veces nos reconocemos, o queremos reconocernos: “La habitación donde alguien duerme y trabaja es como la ropa: algo dice de quien la usa”. Y recuperando el espíritu de don Manuel Alcántara, sabemos que eso de la amistad es difícil que exista: “Todos son amiguísimos. Vaya, tan amigos que cualquier mañana se despiertan y descubren que se han vuelto insoportables o que sus amigos son insoportables amigos íntimos, quiero decir”. Y estamos vivos, y creemos en la inmortalidad hasta que nos entra el miedo y “solo se piensa en la salud cuando se pierde o se la ve en peligro”. Y en ese panorama, nos muestra a los que de verdad seguían mandando en Italia, y me recuerda a Los amnésicos y los que seguían mandando en Alemania después de Hitler y después de aquella farsa convertida en juicio mediático en vez de Juicio Final: “Bandoleros disfrazados de fascistas, si no eran fascistas disfrazados de fascistas”. Meridianamente claro. Y como mis alumnos sin wifi en clase, siempre puede desaparecer el Guadiana: “La hora en que el aburrimiento del domingo empieza a diluirse en el aburrimiento de la semana siguiente”. Y como somos pura contradicción, Navarro nos lo recuerda: “En las relaciones interpersonales nunca se alcanza el nivel absoluto de claridad, ni siquiera cuando se habla con uno mismo”. Podría ir página por página y sacaría extractos de los que hacen pensar, de los que nos hacen tambalear una quijotera que ya estaba tambaleante, mientras nos habla de marcas de tabaco y brandy, mientras nos hace adorar el italiano aunque no sepamos hablarlo. Y como todo es mentira, y ahora que ya se habla de la reconstrucción ucraniana que pagaremos entre todos, no está mal recordar las consecuencias que nos dejó aquella guerra mundial: “Solar y máquinas eran producto de la guerra, estaba a la vista: destrucción productiva”. Y hasta consejos muy recomendables nos deja Bologna Boggie: “Se mantenía siempre a cierta distancia espiritual de la persona con quien hablaba”. Subraya el autor el ambiente de penumbra social y económica que se traducían en el aumento de suicidios, de personas con nombres, apellidos, deudas y nada que llevarse a la boca que decidían saltar desde lo alto o ahogarse en el cauce del río más próximo. Lo dicho, un libro de los que conviene leer de año en año y recrearse en las buenas historias muy bien contadas.

miércoles, 15 de junio de 2022

Borgen. Cuarta temporada (Reino, poder y gloria).

¿Somos más de barco de ballena? ¿Somos mas de hielo o de restos de café? ¿Somos más de huir o quedarnos sin motivo aparente? ¿Somos más de petróleo o de carricoche eléctrico? ¿El futuro es femenino? ¿En esas estamos? Escalones que bajar para volver a hacer escaleras. Viva China. Viva Dinarmarca. Vivan los pandas sin delanteros del Betis. Agendas de mierda para gente que no tiene tiempo de vivir. ¿El futuro es el ecologismo? Cuarto poder para terminar joder la marrana, cuartos oscuros de la política para vender mentiras. ¿De verdad había que vender una frase de tita Margarita? ¿Seguro que no es fiable la existencia? ¿Y si los egos feministas chocan? ¿Groenlandia? ¿Unos cubitos cuentan como hielo? ¿Metas medioambientales? ¿Eso existe? Veganos y cerdos en una misma frase. Robos y pintadas, que la adolescencia no se acaba nunca. Y los ruskis, y las jodiendas de la diplomacia, y eso que se hace llamar “mafia rusa”. Claro que sí. Nórdicos todos, chivatos todos. Pero no todos iguales, que no son suecos los daneses. Ni mucho menos. Sospechas, nombres, yanquis, política exterior. Y el gas ruso, siempre en la palestra. Intereses estratégicos y eufemismos de mierda. 25.000 cerdos al día. “Siempre hablamos de la puta política”. Renegar antes de retroceder. La realidad, el coche oficial, los hijos y los daños que nos vienen sin pretenderlo. “¿Has dimitido o solo eres alguien que tiene pinta de haber dimitido?”. Las opciones en política son oportunidad, pero muchas veces son oportunidades perdidas. Hortensias para todos. La cadena de mando y los dientes del plato de la bici que no están bien engrasados. Muchas veces. Groenlandia y la tasa de suicidios más alta del mundo, y el problema del alcohol, y los porros: al final, todo es política. Absolutamente todo. Y gran frase esa de “posponer las necesidades”. Como si fuera tan fácil. Borgen reflexiona sobre los versos libres, sobre aquellos (me niego a poner aquellas, ni versas libres) que buscan su camino, aunque para ello lo pongan todo boca abajo. Viva la soledad, vivan las vidas que no son normales, viva el hecho de acostarse tarde y levantarse temprano, viva todo aquello que se resume con el “defraudamos a quien nos quiere”. Viva la utopía triste de la vida. O, quizás, no. Nada como tratar a una colonia como una colonia, a un subordinado como un subordinado. El trabajo y sus daños filiales. Hágase querer por una doble línea vertical bajo su labio, hágase querer por la envidia y la ebriedad, hágase querer por quien se deje querer. Submarinos rusos para todos. Banderas, aliados, equipos sin once titular. El desconcierto de China. Y las consecuencias, y el dolor de los hijos, y lo que necesitamos y no aprovechamos, y la falta de valentía, y el día a día del conformismo. Borgen vuelve a lo necesario, a hacernos pensar si podemos seguir perdiendo el tiempo o, simplemente, que ya no hay tiempo. Vivan las oportunidades perdidas. Viva el miedo, y lo que perdemos, y lo que no reconocemos. La vida es un discurso que debemos rehacer en cada momento, volver a escribirlo y buscar la esfera de un poder que creemos tener y no tenemos.

lunes, 13 de junio de 2022

Missions. Segunda temporada.

Hágase querer por fronteras y flechas, por cuentos que se pueden torcer y se tuercen. Y ya sabemos que pasa con el pasado: siempre vuelve a joder la marrana. Volver a buscar lo que se quedó en Marte. Versión sobre el pasado. Ideas preconcebidas por unas patrañas. Toca recordar el castigo para los traidores. Nada como intentar algo y fracasar en ese intento. Y si te presentan un capítulo, un episodio de Jara y sedal, aunque sea en un Marte alternativo, lo ves y mejor que mejor. ¿Resucitar o clonar? ¿Inmortalidad o amortalidad? ¿Despertar o vivir una pesadilla? ¿Respuestas para saber lo que no queremos saber? Nunca es tarde para observar, para leer La Odisea, para estudiar al gran poder (momento Sevilla). Evolucionar o estancarse. Vivir con copias de esos humanos. Seres superiores en universos paralelos. Escalas planetarias de vínculos imposibles. ¿Cobaya o solución? Buscar una solución a la codicia. ¿Por qué obligar a alguien a salvar a la humanidad? Al final me recuerda mucho a Stargate (a la película). Máquinas biológicas a las que seguir. Cláusulas paternofiliales. Nada como volverse místico por un rato. Y Asimov, y las tres leyes de la robótica y lo que hay que hacer, aunque no tengas derecho. Cosas que pasan, aunque la salvación no existe. Todo nos supera. Usurpación. Especies que sustituyen a otras especies. Cambiar el mundo se hace madrugando mucho. Morir después de esperar. La mística por encima de la épica, la muerte por encima de todo, la resurrección como estigma cotidiano. Y soñar es gratis, ya seas original o copia o un panfleto de la ira de Dios, o un lunes de carnaval o un oficio de tinieblas. Recuerdos que sustituir. Rastros que amamos y dejamos lejos, o en la habitación de al lado. ¿Qué nos compensa estar vivos? ¿Qué nos compensa seguir respirando? Nada como comparar copias. El riesgo, menudo invento. Viva el clan y la lucha paleolítica y la extinción y que nada funcione. ¿Podemos sentir más que los demás? Reproducir errores y éxitos. Reproducir la divinidad. Realidades matemáticas que nos llevan a la tormenta, a lo eléctrico y a lo antiguo. ¿Qué es lo que nos queda cuando queremos dejar de existir? La fascinación y los iconos. Conectar etapas diferentes: eso nos pasa a todos. Yo solo pienso en los 90’s. Después, casi nada, o simplemente, nada. Decisiones que posponer. Nos creemos los mejores y somos algo demasiado prescindible. Pero nos vienen, nos llegan, cosas que no queremos. Y hay que apechugar. Y siempre tenemos un equipaje, una maleta que cargar: la irrelevancia. Preguntas que no queremos hacer. El barniz y las fachadas y lo que aparentamos ser y no somos. Previsibles. Débiles. Humanos. Bichos. Despreciables. Atajos. Missions va de atajos, y no siempre escogemos los mejores, los más acertados. Y el chantaje de las máquinas. Y siempre ganan las máquinas, hasta que las apagas. Buena reflexión la que nos deja la segunda temporada de Missions, si es que tenemos capacidad de reflexionar a estas alturas.

miércoles, 8 de junio de 2022

Himno oficial de junio de 2022

Annika. Primera temporada.

Annika nos lleva a territorios inhóspitos, a familias disfuncionales, a hijas que beben desde jóvenes, a papeleo y cambios de turno, a botellas de agua que no llevan agua, a investigaciones que se tuercen o se enderezan sin motivo aparente, a islas que provocan a la insularidad y a las preguntas incómodas. Lo que pasa es que esas miraditas a la cámara, hablando de agua miel y saltos al vacío, confunden. El error y sus daños colaterales. Y no hemos leído a Ibsen. La terapia como fracaso, la familia como fracaso, todo como fracaso. Pero como todo es mentira, Annika nos pone en un tablero de ajedrez falso, de barcos en vez de escaques, de compañeros con altibajos en vez de perfección, de jodiendas con las que no te puedes creer nada. Y el infierno sigue lleno de buenas intenciones. No siempre caras conocidas nos sirven para vender una historia.

martes, 7 de junio de 2022

Gran Granada

Vuelvo al comisario Polo, aunque yo con el orden (y no solo público), tengo un problema. Me pasó con las teleseries de Aaron Sorkin y ahora con las novelas de Justo Navarro. Con Gran Granada aterrizamos en una postinundación en la ciudad del sol y la nieve, con visita del Caudillo Generalísimo (así aparece en GG) con una sucesión de muertos en los que nada es casual. O casi nada. Pero no solo nos metemos en investigaciones y sobornos, en temas escabrosos sobre cuestiones que pasan de la ética y la moral a la más estricta bragueta. No. En Gran Granada se dibuja una paisaje de personajes bien perfilados, con aristas imposibles y repercusiones que dejan huella. Y como no podía ser de otra manera, aparte de los muertos (menuda retahíla), hay daños colaterales, que se dice ahora, para cerrar el cielo después de la inundación que permitió cambiar el panorama urbanístico y económico de la capital del antiguo reino nazarí. ¿Por qué me he enganchado a estas historias negras que giran en torno al comisario Polo? Pues porque están bien contadas (a pesar de lo difícil que es visualizar mentalmente a tantos personajes que salen a bailar en plan Travolta y Thurman pulpfictionados), están bien resueltas y crean adicción. Y más aún, en la forma de contar, en esas descripciones con repeticiones de palabras que yo intentaba hace años y dejé de hacerlo porque no me salían bien (y Justo Navarro las borda). No sé la capacidad que debe tener un autor para resumir una historia tan compleja en tan pocas páginas. Es alta, o muy alta. No sé el tiempo que tardaría Navarro en hacer una obra tan redonda. Y me da envidia no saber escribir así. Y como en Petit Paris, he hecho una lista enorme de frases de Gran Granada que me gustaría recordar, que me gustaría enmarcar en un cuadro, aunque no sea de Botticelli ni tengamos presente oraciones en el huerto ni nada que se le parezca. En Gran Granada hay obsesión por el dinero y por el prestigio, hay celos profesionales y carnales, hay envidia y perversión, hay odio y resentimiento, hay pavor a los cambios y decepción por el día a día. Y mucho más. Y en ese bioclima de humo de tabacos de distintas marcas y ginebras varias, siempre se saca una lección, equivocada o errónea, porque en la vida solo repetimos torpezas e inutilidades. Y nos hacemos viejos, y volvemos a errar, y al final te pillan, aunque lo niegues, aunque te pillen con el crucifico en la mano y con el cuadro en el armario, aunque trafiques y robes y pienses largarte en una moto cargado de dólares hacia donde Dios o el producto de contrabando te lleve. Gran Granada también refleja una sociedad de espías, de controladores de sentimientos y actitudes, de un tardofranquismo en el que los tecnócratas del Opus Dei tomaron las riendas de un caballo loco que era, como en Yellowstone, muy difícil de domar. Escribe Justo Navarro que “el policía más peligroso no tiene pinta de policía”. Y en esa sociedad oscura y decadente, con reminiscencias de quintas columnas y rojos sin fusilar, se hacen muchos disparates: “Cuando uno está cansado, se le ocurren los mayores absurdos, las temeridades más espantosas”. Reflexiona también el autor sobre las conductas humanas, sobre lo poco que conocemos a los que nos rodean o con los que pasamos tiempo, o mucho tiempo, o toda la vida, o la jodida eternidad. Gran Granada nos hace pensar, y eso, en estos tiempos de vaciedad y falta de cordura, viene muy bien.

miércoles, 1 de junio de 2022

La subversión de Beti García

La subversión de Beti García no es Jugadores de billar en cuanto a total brillantez como sí lo es la segunda. Tiene momentos guadianescos, momentos en los que se diluye, pero el germen de esas ideas se dejan leer con frecuencia en sus páginas. Empieza con una frase de Descartes: “El fin sirve para probar el comienzo”. Y en ese Guadiana, empieza dejando frases para la reflexión de lo peor: “No siempre se debe identificar el horror con las tinieblas”. Y entre saltos de agua y sequías intelectuales, entre puticlbus porteños y mentiras familiares, escribe Jose Avello que “me ha dejado entre las manos una ruina y me exige un éxito”. No siempre entendemos los hijos lo que nos obligan a hacer los padres. O a estudiar. Y eso nos lleva a errar y a todo lo contrario, y esa capacidad de escoger no siempre la entendemos, o queremos entenderla: “Esos confusos sentimientos que nos hacen desear justamente lo que más tememos”. Para los que dormimos poco, o, directamente no dormimos, muchas veces todo es una pesadilla: “Sueño y memoria son países que ocupan el mismo territorio y, según la ocasión, se rodean el uno al otro”. La subversión de Beti García tiene saltos temporales, pero se repiten nombres y apellidos, familias y lugares, esencias y condimentos varios. Pero cuando describimos lugares y fechas, se nos viene a la memoria que “nuestro origen era aquel paisaje, y aquel paisaje era cementerio”. Escribe Avello que “del orden depende el sentido”. Y no siempre, como la canción planetaria, podemos desaparecer: “Vale más desaparecer sin huella. Desconocer el propio origen es un don proecioso del que hoy pocos hombres gozan: ser libres desde el nacimiento”. Y ahí salen las rémoras, los problemas, las jodiendas con vistas a Ambasaguas. Y muertos y entierros, y fincas que comprar y edificar, y un réquiem de vez en cuando siempre vale la misa. Nada como mezclar locura y paganismo, ocio y senos rebosantes en los que fijarse y no solamente en misa. Reflexiona La subversión de Beti García en lo que hacemos y en la forma en que lo hacemos en frases como la siguiente: “Con el aire desafiante y retador de quien va al martirio por fe ciega”. Y seguimos con la misa, que después de las lecturas toca el sermón, y las ofrendas y lo que haga falta: “Los actos de la Iglesia siguen tradiciones o las crean, pero jamás son superfluos para la Historia”. Siempre recuerdos sermones de don José Aljibe Yeti, que subrayaba la Hora Nona, el momento exacto en el que leyendo a San Lucas, recordamos la muerte de Jesucristo. Aquí JA nos recuerda una llegada a caballo, un 16 de julio, una aparición del otro lado del charco en este lado del océano, pero luego nos pasa como en la canción de Airbag, que “la ansiedad dio paso a la decepción”. Y América y España, esa divisón que no siempre tenía decimales aunque si mucho vómito prieto y mal de altura y fiebres de todo tipo y viruelas llevadas de charco a charco y tiro porque me toca: “América había sido hecha sin principios y sin moral, exclusivamente para el triunfo de los hombres superiores”. Luego defina usted inferior y superior. Y más fecha: un 12 de octubre. Y niñas que, como el que escribe, no hablaban de pequeñas porque no les daba la gana, porque escuchar y observar lo hacían muy bien. Y el barniz de las ropas, y del encierro sistemático y esa forma de entender el mundo con “mujeres disfrazadas con ropas de otro siglo”. Yo tengo muy pocos recuerdos de pequeño. O casi ninguno. En La subversión de Beti García escribe JA: “Todos mis recuerdos son sospechosos. Yo mismo soy sospechoso”. Y la historia de hermanos y fútbol, y tipos con sobrenombre de río, y los momentos que se medían de forma distinta, como que “una noche que era nada en aquel tiempo que se medía por estaciones y entierros”. Todo se mide por entierros, por nichos y fosas, por panteones y por coronas de flores, aunque todo es mentira. Recordaba mucho Manuel Alcántara esa similitud entre coronas florales y aros de juego infantil, entre hisopo y sonajero. Y, otra vez, Oviedo. Viva Oviedo, y las mujeres que hacen las cosas sin pensar, por instinto, porque si algo tienen las mujeres es instinto. Y gente con el único traje que tienen y una revolución por llegar y por hacer y la definición de lo que podría ser, en su día el verdadero revolucionario, el verdadero seguidor de los barbudos más o menos piojosos, pero que fueron ideólogos de revoluciones como la de 1934 que como en Asturias no tuvieron comparación en ningún lugar de nuestro país: “Era un revolucionario convencido, marxista y ateo, que detestaba a los ricos y a su opresión” pero es que en la soberbia de los juventud de los veinteañeros todo es posible. O casi todo. Hágase querer por una clase particular, por un ideal revolucionario, por un verso libre en mitad de un soneto imposible. La bohemia soñadora siempre en nuestros corazones a prueba del mejor cardiólogo. ¿Y la traducción de todos estos ideales? Complejo definirlo, pero lo hace José Avello: “Arcadia española simultáneamente anarquista, comunista y liberal, en la que los hombres iguales se amarían en la libertad y en la justicia, orlados por los signos del progreso: la rueda dentada y el compás, la hoz y el martillo, la espiga de trigo y el libro". ¿Y cómo vendemos ese ideal? ¿Es una temeridad soñar con la igualdad? ¿Es una temeridad para a un cura loco cuando empieza a santiguarse? Pues con los procesos revolucionarios, algo parecido: “La revolución era para él un problema comunicativo. Nadie con dos dedos de frente y un mínimo de razón podría dejar de ponerse al lado de la libertad y de la justica en cuanto conocieses las nuevas ideas”. Aquí se juntó república, revolución del 34, guerra y monte y todo lo demás. ¿Y como enmarcamos aquello? ¿Podemos poner distancia ante aquel desmadre? ¿No estamos saturados de recordar aquella guerra? Escribe Avello: “En la memoria el tiempo tiene un orden diferente del calendario”. Y podemos reflejar, o intentar ilustrar con imágenes una historia que se repitió en distintas latitudes pero que no siempre acabó igual, y no siempre sabemos distinguir lo básico de aquella lucha: “Ha olvidado la diferencia entre un cuerpo y una fotografía, entre una persona y un pariente, entre la comunicación y la mera presencia”. Pero aparece el hambre y las liendres, los bichos en todas sus expresiones, y solo toca sufrir. Y esos personajes que como el hombre de la camisa verde tenían una “leyenda de perdulario”. Y comparaciones que te lo dejan claro, que te hacen un Jordan frente a Russell en un partido en casa ajena y mormona en una final enebeástico (“se volvieron tacaños como desiertos”). Como putos desiertos. Y luego todo se pudre, el ideal y el compañerismo, el petróleo y lo que no es petróleo: “Los días eran sótanos llenos de incertidumbre y sospechas”. Y junta en frases el autor el pecado, el placer, la aflicción y cuarenta cosas más que nos hacen pensar: “Pero el pecado, como el sufrimiento, era contagioso”. Y seguimos dándole vueltas al sacramento y la penitencia, otra gran mentira de todas las épocas, quizás una de las mayores mentiras de la historia: “Le pareció el umbral del infierno, donde los condenados vislumbran la paz como un tormento, porque no pueden disfrutarla jamás”. Y ese “silencio animal” del que habla el autor, fruto de tantas situaciones que no se pueden explicar en una sola frase. La subversión de Beti García es una historia de fantasmas del pasado que se reencarnan en el presente, de nombres repetidos, de ideales que fracasan en políticas frustradas, en intentos desesperados por cambiar las cosas que acaban en el peor de los infiernos. Y siempre con la sombra, con el horror, con la huida, con frases que subrayar, aunque no subraye los libros: “Es bueno creer en los fantasmas que nos aman”. Pero el horror se materializa y hay que buscar ese sitio exacto, ese himno identitario convertido en nicho: “Un hombre debe saber dónde está el lugar que le corresponde para morir”. Y la reflexión, otra más pero que hay que recordar, de esa guerra que ahora unos se empeñan en resucitar y otros en enaltecer, cuando no deja de ser un objeto histórico: “Terminó la guerra, pero no cesaron la muerte y la persecución. Por los montes asturianos deambulaban hombres vencidos para quienes solo tenía sentido la palabra resistir, sin apenas más meta que la de salvar la vida, alimentarse, ser. Los pueblos eran enormes campos de concentración por donde se difundía la ilusión de que había paz; el hambre era más poderosas que el resentimiento y el dolor de la derrota; los vencedores iniciaban sus negocios”. A veces nos recreamos en ese dolor, en esa lanza en el costado, en la equivocación de las palabras y la ideología llevada al extremo sin buscar el equilibrio. Y la difícil conjugación de las ideas libertarias, de la extensión de una ideología preñada de contradicciones: “Así enumeramos los tres postulados que debe cumplir toda ley: solo es pacífico aquello que no destruye, sino transforma o crea; solo es justo aquello que es pacífico; solo es derecho aquello que es justo”. En definitiva, estamos ante un libro que merece una reflexión profunda porque nos hace ver que hasta de las mayores contradicciones ideológicas sacamos conclusiones positivas, y, además, está escrito de una forma magnífica.