lunes, 31 de enero de 2022

jueves, 27 de enero de 2022

Ozark. Segunda temporada.

Vuelvo a Ozark después de cuatro años y seis meses exactos. ¿Motivo? Lluvia en Murcia, sin lagos en el horizonte, y porque empiezan hablando de futuro. Cosas extrañas, casas con azul en su fachada de madera, niños que se reparten 10.000 dólares en efectivo y las mismas jodiendas con vistas de la primera temporada. Cadáveres y recuerdos del pasado, y más sábanas, también azules. Casinos, pelirrojos, deudas que pagar, cristales que reponer, funerarias que gestionar, locales con luces de colores que intentar enderezar. Pero por mucho que se empeñen algunos, esto no es Breaking Bad. Hay que ponerle imaginación, porque pasan muchas cosas en muy poco tiempo y no son creíbles. No es redonda pero busca acabar con las imperfecciones. Un buen intento para pasar horas y ver el adelgazamiento de la base física de la serie. Renovación. Ideario. Viva la mentira.

miércoles, 26 de enero de 2022

Help

La mayoría de las ficciones en cine y televisión han obviado al coronavirus. Es como si no existiera. Hay un agujero en el tiempo, hemos mirado para otro sitio y aquí no pasa nada. En televisión, dentro de la numerosísima oferta existente, se han hecho adaptaciones de novelas sobre pandemias y gripes, como las destacables Station 11 o Anna, o hay guiños como en el set de Landscapers donde vemos a los técnicos con las mascarillas, pero son anécdotas. No existe. Y de golpe, portazo, puñetazo encima de la mesa, un grito en mitad del océano. Help es una película dura, pero de esas de las que hay que ver, aunque a veces no valga un chiste para lavarle el culo a una vieja en una residencia de ancianos, enfermos, dementes y gentes del Alzheimer, gentes encerradas que con la puta enfermedad cambian sus comportamientos, su ira, su amor, su cariño. Help cuenta la historia de una rebelde auxiliar que llega a la residencia a cobrar sus ocho libras y media la hora haciendo un poco de todo, no únicamente limpiar bajos. Eso y lo que haga falta. Y llega la epidemia de COVID y se multiplica el trabajo, y algunos se borran (sospechosamente el jefe es el primero que teletrabaja) y observa como llegan ocho enfermos crónicos del hospital a una residencia que ya tenía veinte, y empiezan a contagiarse, y empiezan a enfermar, y empiezan a utilizar bolsas de basura porque no había material, y empiezan a morir. Uno tras otro, hasta nueve. Help habla de la deshumanización, de mirar para otro lado, porque eso es lo que se hizo en las residencias: dejar morir a los ancianos, a los enfermos, a los que estaban allí por su enfermedad o sus dolencias. Pero hubo gente que se jugó el pellejo, que se dejó la vida y parece que se nos ha olvidado. Hubo gente cogiendo la mano a los agonizantes mientras no llegaban las ambulancias y solo lo hacían los de la funeraria. Help nos hace pensar en los putos eufemismos que utilizamos para descartar a algunos, esas “patologías previas” que pueden significar muchas cosas. O ninguna. Dejadlos morir. Help es una película de las que habría que poner a los alumnos en los institutos para que viesen lo que algunos traen a casa y lo que puede desencadenar, sobre las consecuencias de lo que votamos y de lo que hacen nuestros políticos en tiempos de crisis coronavírica. Help es una gran película hecha con delicadeza, pero con entusiasmo, para tiempos de reflexión sobre lo que se puede exigir y sobre lo que podemos hacer cada uno de nosotros en momentos de crisis.

martes, 25 de enero de 2022

Vatio

No me ha gustado excesivamente esa tapa dan dura y esa letra tan pequeña en Vatio. Lo demás, el contenido del libro, lo ha hecho. Y mucho. No conocía la existencia de Vatio, y he leído su segunda edición, que empieza con una cita de Conrad: “Creía que era una aventura y en realidad era la vida”. Prologa la historia Ray Loriga advirtiendo sobre la relación entre ídolo y acólito, y subrayando la pérdida de la inocencia. Como si de una canción de Guns and Roses se tratara, nos lleva A.J. Ussía a una lluvia de noviembre en el Mercamadrid de los heroinómanos, en el de las noches peligrosas en las que sabes como empiezas, pero no en el modo en que acabas. Lugares reconocibles en cualquier ciudad de España, buscando material y confundiendo a tipos, porque independientemente de su condición y procedencia, todos los yonkis son el mismo yonki. Me pasaba con mi primo Juan y sus amiguetes, eran reconocibles a cualquier hora del día y en cualquier momento del año: la misma mierda. Empieza Vatio con una decepción. Mejor dicho, con otra decepción. Cuando nos acostumbramos a la decepción, cualquier indicio de mejora nos lleva a que se nos iluminen los ojos, pero como cantan los Airbag, “ahí viene la decepción”. Después pasa a hacer una descripción de la vida en piso compartido, sus menús y sus miserias, sus compras de hachís y sus cuitas con la música. Un protagonista que quería vivir de la música, que tenía un ordenador con cositas que poca gente tenía y que malvivía, pero era un superviviente. Como casi todos en la primera década del siglo XXI. Me gusta como ilustra los bares en los que come el protagonista, me gustan las frases que me recuerdan a la primera de Sed de champán de Montero Glez, me gusta que afirme la simpatía de las gentes de Edimburgo, al igual que me lo aseguró Jonás este 31 de diciembre de 2021, que lleva más de 10 años currando allí. Conforme pasan las páginas se observa el gusto por los detalles en las descripciones, como en el caso del estudio de grabación, sus colores y sus olores, sus dependencias y la fauna que los habita. Y nada más empezar el siguiente capítulo, nos lleva a Las Barranquillas, un poblado en los que nos podríamos encontrar al Tiago y al Alergias mirando al suelo, porque como dice Ussía en esos lugares todo Cristo mira al suelo. Y cuando vas a un poblado, algo compras o algo vendes, cambias tu alma por lo que sea, cambias dinero por lo que te pide el cuerpo, cambias ansiedad por evasión, cambias nervio por lucidez o por fuga. Y podemos decir poblado, o barrio, o hacernos pacifistas o buscar fama o creer ahogarnos en la rambla de Espinardo. Lugares reconocibles. Y como en La Vereda, siempre hay un fuego encendido, sea la estación calurosa o templada que sea pasada la casa del general. Y el día a día, y las esperas, y los conciertos en Clamores. Y la industria, y la radio, y los cambios que trajo el nuevo siglo en el modelo de negocio, y la tele que quería niños bien y no drogotas con mal aspecto. De todo hay en Vatio, como el recuerdo, cada uno en su medida, de las muertes de John Lennon y de Enrique Urquijo. Y hablando de retratos, hasta el de las Azores sale, ahora que todos en España vuelven a decir “No a la guerra” con el asunto putinesco en Ucrania. Y las giras y las muertes inesperados, y los teléfonos, que como decían Martes y 13, no paran, “siempre jodiendo”. Quizás sean un poco repetitivas las visitas al poblado a pillar drogas, pero da, esa concatenación, una sensación de agobio permanente, de trabajar enfocado en esa dirección. Haciendo el juego de Alta fidelidad, deberíamos preguntarnos si los artistas están inspirados porque se drogan, o si se drogan para conseguir la inspiración. El libro es revelador, y, aunque parezca lo contrario, por momentos esperanzador. No es fácil levantarse una y otra vez, luchar con los demonios interiores y mostrar el talento a los demás. Todos tenemos ese lado oscuro, pero siempre sacamos nuestro corazoncito. Una novela que tiene buenos ingredientes para devorarla de principio a fin en dos tardes, en una noche de insomnio, en un sueño de octubre o de un enero depresivo. Un buen ejercicio el de la lectura de Vatio.

lunes, 24 de enero de 2022

Múnich en vísperas de una guerra

“La esperanza es aguardar a que otro dé el paso. Viviríamos muchísimo mejor sin ella”. Puede ser. Aunque los optimistas siempre lo ven de otra manera. O con otra visión. O beben un agua distinta de la que yo bebo. O viven en otro planeta. “No escogemos el tiempo en el que vivimos, lo único que podemos escoger es cómo reaccionamos”. Las palabras de un alemán en Múnich en vísperas de una guerra. Se ha escrito mucho sobre los meses y años anteriores a la II Guerra Mundial, Hay libros para dar varias vueltas a Sangonera, pero quizás no sean suficientes. ¿Cómo se llegó a esa locura? ¿Cómo interpretar ese éxito? ¿Se hizo lo humanamente posible para parar ese manicomio? Muestra MEVDUG a un Chamberlain empeñado en buscar una paz falsa, de billete de Mafalda, cuando estaba claro que las fronteras iban a bailar y el psiquiátrico llevaba mucho tiempo abierto. Retrató bien a Chamberlain en El orden del día el francés Éric Vuillard, aunque la palabra cobardía se queda corta. No fue únicamente falta de valor. ¿Había más? Pues es una buena pregunta. Y la película pone en boca de Hitler las palabras de cobardía pero referidas al miedo de los alemanes a meterse en otra guerra. Todo depende de la perspectiva. Quizás todo sea mentira y aquellos cobardes son los mismos de hoy disfrazados de niñatos y haciéndose selfies continuamente. Esa farsa de Múnich es otra fachada más, un barniz que huele viene pero que enseguida, tras un verano, se corroe con el sol y la lluvia. Y en Europa siempre hace sol y llueve.

domingo, 23 de enero de 2022

Archivo 81. Primera temporada.

Ha tenido que llegar la radio podcastiana para que tengamos que volver a buscar imágenes en nuestra mente, para que volvamos a ilustrar con colores lo que escuchamos. Archivo 81 sigue con la estela de otros podcasts, imágenes dentro de imágenes. Pero como ahora nos va lo añejo, lo vintage, la mentira edulcorada viene de la mano de un restaurador de cintas viejas (de lo que sea, da igual casete que video), con un flamígero pasado (ríase usted de lo que se quemó del Císter) y una pregunta que nos hacemos mucho: ¿Tienes miedo de lo que puedes encontrar? Lo que pasa es que Archive 81 mezcla accidente y suposición, terror y ratas, edificios con muchas puertas y pisos inaccesibles, urgencia y llamadas de teléfono de las de toda la vida. ¿De verdad queremos saber todo el pasado de lo nuestros? Además aparece, como en un buen misterio que se tercie, el gran interrogante sobre el jefe contratador. Y la chica de la cámara, transmisora del mensaje que toda reciclar. En la época del ecologismo salvapatrias está bien que un cirujano de cintas viejas, puro esteta del purismo, nos rescate la tortura existencia de una chica que no soporta los sonidos, que nos recupere la torturada existencia de un padre, que nos refresque la peligrosa convivencia de la comunidad de vecinos (aunque para eso ya teníamos Aquí no hay quien viva). Quizás Archive 81 meta en la batidora del terror demasiados elementos al principio y de sopetón, como la existencia de una secta de tipos que gimen a un pequeño bicho enjaulado. O no. Quizás todo sea un sueño y la mentira del VHS, también. La verdad es que hay que ponerle imaginación. Archive 81 es como el capitalismo: o te lo crees y sigues en el sistema, o dudas y te conviertes en un proscrito. Un señalado. Y habrá que creer, digo yo. Los árboles genealógicos televisados tienen demasiadas ramas injertadas y que hay que fumigar. Quizás Archive 81 hubiese funcionado mejor con menos imágenes y más silencios, con el rostro enfebrecido del protagonista mirando la pantalla del ordenador donde restaura los restos del incendio. Y suena una melodía familiar, incendio antes del incendio. Y nada como ir al loquero para superar la ansiedad. Otra gran mentira la de la rehabilitación en cualquiera de sus variantes, que se lo digan a Amy. Y camisetas de El ministerio del miedo de Fritz Lang, himnos de Joy Division y el Gran Hermano de las cámaras que siempre nos controla. ¿Nos suena de algo o es todo muy original? Frases para apuntar o para recrearse en ellas: “Tienes que ser más como Sarah Connor y menos como Mary Poppins”. Y que no falte la píldora del cura y las vidrieras, del cura que lee y da respuestas a gente que no sabe el camino que escoger. También nos recuerda Archivo 81 que no existe la amistad, existen personas con las que pasamos ratos. Snuff movie e invocación a los muertos, y toca la antena que no veo bien, y da un salto en el tiempo que me pierdo. El Infierno, pese a todo, sigue lleno de buenas intenciones, de motas de polvo, de viajes temporales, de carnales locos, de sangre que debe salir por algún sitio. Un buen ejercicio aunque no siempre materializado bien. Si se trata de soñar, habrá que seguir soñando y comprar un calendario. Y todo lo demás.

sábado, 22 de enero de 2022

La naranja prohibida

Está bien, parece ser, coger cualquier motivo para hablar del franquismo, de los grises, de oscurantismo, de falta de imaginación, de pepinillos en vinagre y de teorías sobre lo malo del tardofranquismo. No vale tener la fábrica de Renault, ni la España vacía de 1975 ni el pabellón Huerta del Rey. O el Pisuerga. La naranja prohibida es una excusa, tan buena como cualquiera, el pretexto para hablar de un régimen que agonizaba. Y ya lo decía don Manuel Alcántara, que las agonías largas son muy malas. Las peores. Y las vocaciones tardías, también. Es curioso, pese a todo, la imaginación que le ponían al asunto en la dictadura, buscando recovecos para saltarse la censura y la ley. Pero esas agonías largas tienen arrebatos de lucidez y represión. Piensas que el muerto va a resucitar, y te pegas un susto importante cuando se pone a hablar o a rezar o hacer el gris. Lo que más me gusta del documental son las reflexiones de Malcom (Alex), de lo que le supuso después de If intervenir en La naranja mecánica y los tipos que se las ingeniaron para llevar la película a Valladolid en 1975. Lo que ocurre es que muchos de los testimonios son repetitivos y prescindibles, y se hace un poco largo. Lo peor, el experimento con tipos e individuas que no tienen ni idea de nada, y que ven LNM y se quedan estupefactos. En conclusión, La naranja prohibida es un buen intento de reflejar un momento pero quizás peca de cierto maniqueísmo en sus planteamientos. Todos nos creemos superiores moralmente al resto, quizás porque no hagamos un poco de penitencia en nuestra gullivera. Perdón, en nuestra quijotera. Pues sí, parece que el Infierno sigue lleno de buenas intenciones (también en los documentales). Coda: Aunque lo mejor de todo es darte cuenta en primera persona masculino singular de lo ignorante que eres, cuando te enseñan a la niña de Lolita (Sue Lyon) interviniendo en una película llamada Una gota de sangra para seguir amando, de Eloy de la Iglesia y que es una versión perversa de la obra de Kubrick. Habrá que buscarla y recrearse con ella aunque no sea 1973 y no estemos rodeados de crucifijos, ni rosarios ni grises que nos ahuyentan con su aliento a incienso.

viernes, 21 de enero de 2022

El Manantial

jueves, 20 de enero de 2022

Ray Donovan: La película

Parece que en Showtime están cerrado heridas que seguían abiertas (o que directamente estaban putrefactas o agangrenadas). ¿Esto es una catarsis? ¿Simplemente penitencia? ¿Les ha dicho un cura de Boston de manos largas que debían rezar tres padres nuestros y cicatrizar asuntos malolientes? Quizás las alabanzas por Dexter: New Blood sean exageradas. No lo sé. En el caso de Ray Dovonan: La película trata de enderezar la situación derivada desde el final de la séptima temporada. Andaba el personal cabreado por aquel final abrupto. No. No podía acabar así. Redención, pedían. Justicia. No puede acabar así, tuiteaba el personal. Ni aquel final era tan malo ni tampoco es tan buena Ray Donovan: La película. Aquí estamos siempre en los extremos. Lo que pasa es que la película es caprichosa, está bien hecha y te engancha hasta el final, y juega (y lo hace muy bien) con el espectador. Va cerrando círculos y explicando hechos del pasado. Y nadie anda como Ray Donovan sosteniéndose a malas penas, piernas abiertas, botón abierto de la camisa buscando venganza. Nadie. Eso sí que lo vamos a añorar.

miércoles, 19 de enero de 2022

Red Light. Primera temporada.

Red Light nos lleva a ausencias y silencios, a oscuros secretos y a esas ironías de la vida que te llevan a cuartos con poca luz, a alcohólicos anónimos, a videos con poca ropa en móviles ajenos, a hospitales que colapsan con palabras inesperadas, a matrimonios que esconden el desamor y jodiendas con vistas a un negocio que se perpetúa hasta la eternidad. Y no solo en móviles, que hay ordenadores familiares que los carga el diablo. Hay nubarrones en todas las casas y luego se despierta la tormenta y es un no parar. Disciplina que no siempre se entiende bien, rutinas que te llevan a caminos insospechados. Mafias al poder. Y los celos, otro gran invento que te mete en líos. Red Light nos lleva a la reflexión sobre la confianza, la propia y la que depositamos en los demás, la que mantenemos cuando el gran apagón nos lleva a una vida de tinieblas. Pero cuando creemos que ya lo hemos visto todo, nos damos cuenta del egoísmo que muestran los personajes y que son contemporáneos de todos nosotros: la madre que reniega de ser madre (y no se soporta), el hombre que se siente dueño de su rebaño de mujeres, el padre que tiene el fin que se merece, la mujer que mira su reloj biológico marcharse como Usain Bolt y el traidor que no aparece como tal hasta el final. Red Light deja buenos momentos tanto en miradas como en puntos suspensivos, tanto en ausencias como en letargos porque al final solo disfrutamos con lo que sabemos hacer muy bien aunque eso nos meta en problemas.

martes, 18 de enero de 2022

El buen patrón

Empieza El buen patrón con un discurso y un despido, esas dos grandes mentiras (casi tanto como la fidelidad): todo patraña. Retos y metamorfosis, bajo el paradigma de un capitalismo que no deja espacio para el buen rollo, porque son incompatibles. Utilizando la prensa, el magnate de las básculas vende el negocio como una familia mientras su mujer le dice “que no se puede no pensar en nada”. Ojalá no se pudiera pensar en nada. Y mientras explota al personal, le piden favores para sacar a una bestia del cuartelillo, y, por supuesto, que lo hace, pero no siempre encontramos las respuestas adecuadas para situaciones incómodas. O tal vez, no sean las respuestas lo que buscamos. Nunca. Y no hay nada peor que contraer una deuda. Las facturas por pagar que me quedan, me dijo el hombre de la camisa verde poco antes de largarse al otro barrio. Y era verdad. Pero le daba igual. Siempre llega carne fresca al hipermercado, también decía EHDLCV. Y eso de la familia en la empresa, todo farsa. EBP retrata bien la sátira en la que vivimos inmersos, esa tragicomedia que no para de crecer y que nos afecta en todos los aspectos de la vida y nos deja hechos felpudos. Alfombras sucias, también decía Ginés Caballero que éramos. Y no tiene arreglo. Y la existencia acaba en lo grotesco. Y en la película van pasando días y la mierda sigue aumentando y hasta huele, porque es chabacanería pura y concentrada. Y si hay que reflexionar, hagámoslo sobre la fidelidad como truco de márketing. Pero al final, tanta cercanía da asco (y no hace falta estar en Las Vegas) y todo sale torcido y no hay balanza que nivele la mierda. Por muy calculador que seas e intentes controlarlo todo, siempre se pierde alguna batalla en la guerra. O muchas. El buen patrón es una buena película para pensar detenidamente sobre los que mandan sobre nosotros, sus actos y las plusvalías que pagamos para seguir en el circo.

La tragedia de Macbeth (de Joel Coen)

No tengo mucha idea sobre casi nada, y, menos todavía, de Shakespeare. Lo poco que leí, Hamlet, en el curso 93/94, en Literatura Universal con la profesora Isabel Cuadrado. En la Navidad pasada, vi las dos primeras tandas de La Corona Vacía con Enrique IV y Ricardo II en la adaptación televisiva de la BBC. Pero al final me suena todo a Estudio 1, con esas decorados simples pero, en este Macbeth, con unas puertas que dan miedo, con pocos utensilios caseros pero caros y que parece que huelen a nuevos (si es que se puede oler las mentiras televisadas). Esta versión realizada por Joel Coen nos vuelve a llevar a la traición, a la pregunta de escoger entre el bien y el mal, entre la sangre propia o la ajena, entre un blanco y negro con llamas, entre espadas y dagas que cambian de mano, entre sombras y hojas caídas. Dice Macbeth al final que “tan inútil es huir como quedarse”. Viudas, huérfanos y escoceses peleándose entre ellos. Se puede ver en un pub y en este Macbeth. Esa Escocia que “ya no puede llamarse madre sino tumba”. Y luego se preguntan: “¿Cuál es el último dolor?”. ¿Tenemos que ver esta película con los ojos que hemos visto otras obras de Coen? ¿Hubiéramos visto esta película sin estos nombres? Pues no lo sé, como tampoco sé sí me leeré obras de Shakespeare. Siempre está bien reflexionar sobre la tiranía y la venganza, pero a estas alturas todo nos recuerda, en este blanco y negro, a Welles. A veces, ansiamos tanto algo que cuando lo conseguimos siempre llega “el gran apagón” y nuestra demencia (o soberbia), se dispara. La tragedia de Macbeth lleva al final a un manicomio real en vida, a una utopía al servicio de la demencia mientras esperamos la eliminación total. De las conspiraciones falsas a las reales, de la mentira a la esperanza de un moribundo: “Ahorcad al miedo”. Pero como en todas las locuras políticas, el otoño llega y la carne se pudre y solo se puede mantener el tinglado con la mayor de las mentiras, y como bien se escucha en La tragedia de Macbeth: “Para engañar al mundo, parécete al mundo”.

lunes, 17 de enero de 2022

Mayans M.C. Tercera temporada.

Ha tenido que llegar todo esto para volver, dos años y casi dos meses después a Mayans M.C. Con esa espectacular entradilla, su tercera temporada, para mí, mejora con su tranquilidad inicial para contar y seguir con las historias, para introducir nuevas rutinas y recordar los infiernos del pasado. Pero la idea original, la idea primigenia sigue ahí, aunque algunos necesitan cambiar a la persona original por sucedáneos, aunque algunos busquen al otro lado de la frontera cambiar orden por anarquía, aunque algunos sufran siendo vendidos al Gran Hermano Yanki, aunque algunos demuestren el Principio de Peter en su posición al mando, aunque algunos tengan que recuperarse en el Infierno para volver a la penumbra. Ya no hay tipos escribiendo en los tejados, no hay diarios sobre los que moralizar pero si reencuentros y preguntas, miseria y muro, penitencia y disparos, niños drogados con labios amarillos y bizcos que buscan un plan b cuando no hay esperanza. Pero la esperanza en Mayans M.C. es utópica: no se puede salir de una ciénaga estancada, perenne y atemporal. Hay momentos en los que crees que puedes ver el mar aunque todo sea dantesco, que crees en la lucidez cuando todo está turbio. Pero son solo unos breves instantes, porque lo peor siempre está por llegar, y llega. Pasado siempre presente, que decía el hombre de la camisa verde, que pasaría perfectamente por un mayan, que él también tuvo su particular accidente de moto aunque no llegó a ser telleriano. Pero Mayans M.C. va mejorando capítulo a capítulo, y nos pregunta sobre el verdadero valor de la esperanza, sobre la mentira de la confianza, sobre el dolor impuesto bajo las caretas de la política, sobre el día a día de la desesperación, sobre la falsedad de la rehabilitación: siempre hay que matar a los diablos. Quizás tengamos a Sons of Anarchy en un pedestal (y con razón), que a partir de ahora tendrá que compartir con Mayans M.C. Se comprueba cada día que “la libertad es una mentira”. Cuando crees que has alcanzado algo puede que sea el momento de abandonar, de huir, de escapar, porque si no te matan lo harás tú mismo. Y como en el Perro semihundido de Goya, no vale hacerse preguntas de si nos ahogamos o nadamos o buscamos pájaros en el horizonte, porque hace ya mucho tiempo que estamos esperando que alguien nos recoja muertos en la orilla del mar.

Yellowjackets. Primera temporada.

Empieza Yellowjackets con una carrera por la nieve, al más puro estilo de la última de Dexter (o lo que demonios sea ahora Dexter, o el hijo de Dexter, o el fantasma de la hermana de Dexter). Después suena el Today de The Smashing Pumpkins, con aquella historia de los silencios y la mordedura bucal y el puesto de perritos (o de lo que fuera el puesto, que parecía el camión viejo de reparto de la Estrella de Levante). Con Yellowjackets volvemos al tema (inabarcable) de las etiquetas, de la clasificación de una serie. Luego hay una craviotada (el Supernova de Liz Phair con aquel inicio tan peculiar), y se habla de pletinas y se ven habitaciones manifiestamente mejorables. Equipo soccerístico yanki en femenino plural, odio entre las integrantes, viajes al caos, presente y pasado. Todo mentira, lo de la amistad y el resto de nuestra existencia. También suena para empezar el Miss World de Hole, aunque aquí somos más de Celebrity Skin, pero sirven como metáfora de personajes femeninos torturados por un pasado que se hizo trizas y que te lleva a una vida de dispersión, de fregar platos y ropa ajena (aunque sea de tu familia, pero sigue siendo ajena cuando utilizas el quitamanchas en ropa interior que no es tuya). A los que llevamos algún día el pelo como un sucedáneo de Kurt Cobain (aunque lo mío era una melena al más puro estilo Yellowjackets, también difícil de etiquetar) nos jode escuchar a la loca de Cortney Love, pero es ponerte a escuchar el Celebrity Skin y luego te salen bastantes canciones más de Hole (y te jode, pero es que somos mayores y cascarrabias). Pero la serie lleva a eso, a la segunda mitad de los 90’s, a esas faldas de las niñas, a esas pintas de los niños, a esa música y a ese odio generacional de fracaso con camisetas de Pearl Jam y poster de Nirvana, a fiestas con pastillas y a lesiones provocadas por puro placer para ver el dolor ajeno. Y el pasado siempre vuelve. Antes de las redes sociales era en los bares, por la calle, en un colegio, en un instituto, en la universidad; ahora, en cualquier sitio. Un hijoputa el pasado. El peor de los peores. Un cabrón. ¿Y quién cojones confunde en el paladar el pollo con el conejo si no te ha quitado el COVID el sentido del gusto? ¿Putas zorras chaladas que se vuelven a encontrar? Un buen show el de Yellowjackets. ¿Agua dulce y camisetas retro de los Pixies? Cristales rotos y tormentas que van y vienen, que la meteorología es una ciencia complicada. Difícil. Pero con el paso de los capítulos, la lucidez se pierde y emborrona, se estira más de la cuenta y el agua bendita se vuelve turbia y no sirve ni para bendecir a los muertos que hay que desenterrar para quitarle el anillo de la familia. También aparece la pildorita política, la de la prensa, la de la venganza, la de la vida cotidiana errónea: muchos palos en la misma baraja. Pero está bien intentarlo, está bien hacer el jarra de vez en cuando y pasar de reflexionar a actuar, de malos principios que acaban en dolor familiar, en drama yanki que aparece en el telediario porque donde hay escopetas hay dramón gringo. O gringa. O gringue. Y suena el Vienna de Ultravox, mientras no hay ovarios para matar al padre. O al marido. O sí. Y cuando empieza la caza, solo queda un grito posible: Viva el Paleolítico, viva la depredación, viva comer carne de cerdo con los incisivos frontales llenos de sangre.

sábado, 15 de enero de 2022

Endeavour. Primera temporada.

Endeavour comienza con historias cruzadas de muertes que hay que investigar, con jefes con desconfianzas, con compañeros que piden silencio, con planchas que dan miedo, con mujeres que buscan soluciones cuando todo son promesas. O no. Quizás, de vez en cuando, hay que volver la vista a décadas atrás, a imaginar el modo de solucionar las incertidumbres con la imaginación, la perspicacia, el análisis y la intuición. Para empezar, un profesor le va dejando perlitas a Endeavour Morse, el protagonista que investiga pese a que algún tipo de los de arriba lo quiere ver doblando calcetines: “La felicidad es subjetiva”. Y más: “Ningún matrimonio es totalmente feliz”. Faltaría. Cartas amenazantes, la guerra y la bomba en el horizonte, reverendos con claroscuros. Decía siempre Abellán que si debes un millón de pesetas tenías un problema, pero si debías 100 millones el problema lo tenía el banco. Con Endeavour nos preguntamos si es más asesino el que mata a una persona o el que colabora con algo que puede matar a millones. Siempre con el principio de colaboración, siempre con Heisenberg en el horizonte. El detective cantante, después de lidiar con un soborno escondido bajo otras apariencias y de salvar a un niño (o condenarlo) en asuntos familiares, usando contraseñas y códigos encriptados, debe seguir a lo suyo luchando contra los de fuera y los de dentro. Otelo, Verdi, Desdémona, Aida y Radamés, el Mikado, la Tosca de Puccini, la doncella de nieve, la Lakmé de Delibes besos que recuerdan frases con las que terminar óperas. Nada hay de rutina en Endeavour. Nada. Trompetas de ángel, anfetas y cualquier cosa puede encontrarse en las tripas de lo que investiga Morse. Sorprende la duración de los capítulos (horita y media), pero no se hacen largos acostumbrados a la mitad. La estructura de los episodios presenta a las víctimas, primero vivas y luego muertas, y después se pasa a su círculo familiar y su entorno. Luego, con pausa, se lleva a cabo la investigación con distintas tramas y posibles asesinos. ¿Se le puede poner entonces el acento sherlockiano? Para gustos. Nada nuevo bajo el sol, aunque no he leído los libros del Inspector Morse de Colin Dexter. Lo que vemos en la tele es perseguir, como en el segundo apunte, la maldad, el regodeo, la enfermedad hecha persona. Morse es un tipo raro, distinto, hecho a sí mismo y peleado con el mundo. Un asesino le dice: “Ser inteligente es estar solo. Para siempre”. Y no sabe dejar el trabajo fuera de casa. Me gusta de esta primera temporada que, aunque ambientada en 1965, sigue ese ambiente postbélico, sigue ese recelo hacia los alemanes, sigue el recuerdo de aquellos bombardeos y de lo que pasó en la batalla de Inglaterra. La codicia, el hogar, la familia no siempre bien entendida: de todo y bueno en la primera temporada de Endeavour.

viernes, 14 de enero de 2022

Todos mayans (y la forma de sentir es muy personal)

Megacuarenteno en el Informativo de RTVE en Murcia

Megacuarenteno aparece hoy en el Informativo del Centro Territorial de RTVE en Murcia. Enhorabuena de nuevo al amigo Jesús.

Station Eleven. Primera temporada.

Creemos saber más que nadie sobre enfermedades, sobre epidemias, sobre bichos. Muchísimo. Somos lo más. Somos los mejores pepinillos en vinagre en una cosecha muy mala, somos carne de primera cuando el resto come mierda. O no. Station Eleven es un poquito (no mucho, tampoco lleguemos al Apocalipsis existencial de golpe). Creemos en cosas, en objetos, en personas, pero no deberíamos creer. Nunca. Station Eleven nos hace pensar sobre las decisiones tomadas, sobre los errores (cometidos o no), sobre la capacidad de escoger y equivocar(nos) una y otra vez. Advertencia, penitencia, error sobre error. Ahora, a posteriori de los inicios del penúltimo caos, todos damos clases magistrales, sobre lo que hacer, sobre lo que no hacer. Sobre todo. Déjese querer por un regalador de consejos. Pero siempre hay refugios cuando el caos llega. Recuerdo aquellas videollamadas y correos con mis alumnos: la tónica habitual era el aburrimiento. Se aburrían. Se les caía la casa encima. No estaban preparados para el caos. Tampoco lo estamos ahora. Pero siempre hay refugios, y si son artísticos, mejor que mejor. Pero en el teatro, como en la vida, siempre se lleva todo al extremo (aunque en el fútbol ya no hay extremos a la vieja usanza). Y nos convertimos en monstruos: somos lo peor. Con la pandemia coronavírica no hemos sacado lo mejor. Ni mucho menos. Yo creo que nos hemos vuelto más egoístas, hemos puesto barreras. No sé si ayuda, en estos momentos de frenazo de finales del 2021 y principios del 2022, el visionado de Station Eleven. ¿Esperanza? Quizás. Es como el infierno, sigue siendo una cosa muy personal, peor yo no veo que esto mejore. El personal no se refugia en Hamlet ni en reyes del pasado, no toma conciencia de los percances de antes y de ahora, del bochorno político y la falta de previsión. ¿Reflexión? ¿Sirve de algo la reflexión? Yo creo que no. Todo mentira. La farándula, con sus frases lapidarias: “Somos artistas, vivimos atemorizados”. ¿Eso fue antes o después de la guerra de Irak? También se pregunta Eleven Station si morirías por un extraño. Pues no lo sé. No sé si me comportaría como un mártir, me jode pensarlo. Más frases que deja la primera temporada: “La civilización es un mecanismo complejo y autocorrector, como una persona, pero con cierta conciencia”. Y visto que no hay solución, subrayo (con boli rojo), otra oración para levitar antes de la siguiente cena: “A lo mejor no deberíamos repoblar el planeta”. Quizás. Una buena frase, para seguir pensando, para darle, aún más, a la reflexión. Volver al frío, a la glaciación, al estío en el que somos nadie, a la recreación con rollos de papel higiénico, al chubasquero con bolsas de plástico, al reciclaje como símbolo de la degeneración, al avión estancado que no arde hasta que revienta, al San Pablo que se pasa al lado oscuro pero sigue teniendo su corazoncillo, a la mentira de la gripe, a la justicia que explota en la cara, al cojo que busca redención porque no escribe con su nombre, a la secta en la que todos vivimos pero endulzamos con otro nombre. Y volver, reencontrar el pasado y ejercer la contrición, evitar el pasotismo y dar un paso en la venganza, esconder tus dudas y que el príncipe de Dinamarca sirva como expiación. Una joya esta primera temporada de Station Eleven.

jueves, 13 de enero de 2022

Partisan. Primera temporada.

Partisan habla de demonios interiores y de desastres ajenos, de aquello cuya fachada muestra una imagen irreal y falsa de lo que es en ciencia cierta: un poli infiltrado atormentado, una empresa cuyos fines son distintos de lo que creemos, unas niñas que huyen, experimentos que tienen demasiados secretos y falsos mitos que, antes o después, caen. Tiene un acento fatalista desde el principio, de que aquello es insano, de una atmósfera peligrosa que amenaza chernobylístiscos finales. Somos utópicos cuando pensamos en unas soluciones alternativas, comemos hamburguesas de césped creyendo en soluciones imposibles, entramos en depresiones de las que no sabemos el modo de salir. Partisan deja una primera temporada de pensamientos sobre males ajenos, sobre perversiones de poder, de gente que juega a Dios cuando tiene unas neuronas de plástico. O tal vez, no. Tal vez los equivocados somos los demás, los que no nos creemos el cuento con final feliz porque no hay novelas con final feliz. Y si las hay, no las hemos leído.

miércoles, 12 de enero de 2022

El principio

Nada más comenzar El principio, nos pone encima de las retinas en una tesitura Jérôme Ferrari al dejar una incertidumbre en el aire, al poner en elección entre metáfora y silencio. ¿Somos más de silencios o de metáforas? En las fichas que todavía tengo del colegio, Doña Carmina nos decía que teníamos identificar entre término real y término imagen, y nos ponía siempre el mismo ejemplo (no ocurría lo mismo con hipérboles y otras figuras literarias): “Pedro es un lince”. También nos lleva JF a mirar por encima del hombro de Dios. Casi nada. Las guerras, sus finales y sus nefastos reinicios. Escribe JF: “Quien se niega a decidirse por el silencio solo puede expresarse mediante metáforas”. Mentira, inexactitud, poesía: todo mentira. Y poner en una misma frase átomo, sinsentido y herejía, para ir marcando territorio, para cuadrar un círculo que nos pone demasiados interrogantes en el camino a la perfección. Habla de la amistad como enigma. Monta frases especiales, pero la envidia es tan alta que no sé si dejar de leer, o terminar del tirón. Escribe Ferrari “inquebrantable desfachatez de la ignorancia”, cinco que te espantan tu realidad en la cara. También escribe sobre “la nostalgia de la las imágenes”. No es únicamente la historia, es la forma de contar la historia. Podemos hablar de una pena, pero podemos hacerlo sin caer en la lágrima fácil, eso es lo que consigue Ferrari con El principio. Nos lleva al enjambre peligroso de saber lo que haríamos sí, llegada una locura, abandonaríamos el hogar o nos iríamos con el enemigo, poniendo nombres y apellidos: Werner Heisenberg. Pero lo hace jugando con el que interroga en un juego temporal, desde preguntas que pasan de la filosofía a la humanidad. ¿Qué hubiera hecho yo en una guerra? Pues yo hubiera desertado, de primeras. Pero luego te pones a pensar, y sitúas en la balanza demasiadas pajas mentales: patria, familia, pasiones rituales. Pero todo es mentira. Siempre tenemos nuestro Hitler particular ante el que retratarnos en público, y lo que se dice en voz alta y se publica no suele olvidarse. No hay compasión, ni piadosa ni de las otras. El principio nos lleva a valorar la trascendencia de cada uno de los actos. Vale el voto de cada alemán a Hitler como nuestras palabras ante una decisión importante. Habla de la caída del Muro, de ese 1989 que tuvo su inicio en la Alemania de entreguerras. ¿Qué decisión hubieras tomado? ¿Qué verdad hubieras impuesto? ¿Qué mentira te salta los sesos? Ante esas preguntas, siempre juzgamos, pero juzgamos tarde porque no tenemos esa varita mágica que tiene Ferrari. Este libro, leído en los tiempos de la lepra coronavírica de expertos en vacunas y en cuarentenas, nos lleva a pensar en reclusión y olvido, en premios que pasan de la grandeza a la insignificancia y en esa frase que repite JF: “Ninguna elección era buena”. Andamos rodeados de Gestapos postmodernas, de SS que nos revisan los actos y palabras, de bombas atómicas que explotan en parlamentos porque no tienen el valor de atomizar las calles. Recuerda también Ferrari aquella Operación Alsos que iba tras Heisenberg y el resto de científicos que colaboraron con los nazis, o hacían que colaboraban, o no tuvieron más remedio que colaborar: no estamos aquí para juzgar hoy, estamos para leer. ¿Cómo juzgar la Operación Alsos o el encierro de científicos en Farm Hall desde la perspectiva actual? ¿Vendemos Hiroshima y aquel 6 de agosto de 1945 como un mal necesario? Siempre necesitaremos un médico, un profesor, un arquitecto… pero eso no es óbice para desear que llegue la muerte de aquel profesor que humillaba alumnos en clase. Una gran reflexión la de este libro, pero siempre dejando el interrogante del destino azaroso en los actos propios y ajenos.

martes, 11 de enero de 2022

Venga Juan. Primera temporada.

Decía el hombre de la camisa verde que la máxima aspiración del tonto es ser policía local, porque tiene mucho más poder que nadie, mucho más poder que el alcalde. La etapa dorada de la corrupción política contemporánea (es decir, toda la historia de España y sus colonias) está marcada por esos índices de poder y dinero alcanzados por una serie de tipos incompetentes que no sabes cómo han llegado ahí. Y tiro porque me toca. Y las iniciales de esos tipos. Siempre recordamos aquella escena de Crematorio en el barquito, con la partida y el concejal de urbanismo cortando el emperador, que el bacalao repite. La historia de Juan Carrasco, que ahora ha continuado con su tercera entrega en Venga Juan es arquetípica: lo tiene todo, pero deja una desazón demasiado real. Y por triste que sea su historia (y tiene sus momentos de corazoncito de padre, que hasta el más canalla los tiene) se repite una y otra vez, antes y durante la pandemia, en época de bonanza ladrillística y en etapa de crisis, en periodos de construcción de rotondas a mansalva y en épocas de confinamiento, el político corrupto (muchas veces me pregunto si existe otro que sea puro al 100%) siempre se sale, durante un tiempo (a veces, de por vida), con la suya. Unos entran en chirona y otros se van a Laos, otros abandonan el Congreso y otros son perennes en la cámara autonómica, en el ayuntamiento o la diputación. Siguiendo el principio hiperclásico, únicamente hay un principio: trincar, trincar y volver a trincar. Lo jocoso de Venga Juan, por más vergüenza ajena (o pena, hay veces que da mucha pena), es que a veces se queda corto: no se ve a un tipo vestido de cura entrando a maniatar a nadie, que de todo hemos visto. Y en esa melancolía, casi todo en Venga Juan te lleva a una depresión perenne de desconfianza en los políticos, de jugador de Territorial Preferente que, siendo utilizado de marioneta, acaba jugando en la Champions League. Pero como siempre, y más en España, todo es mentira.

lunes, 10 de enero de 2022

Dexter: New Blood. Primera temporada.

Se ha hecho esperar la vuelta de Dexter aunque habría que replantear la cuestión de otra manera, en forma de pregunta para realmente valorar el asunto en su justa medida: ¿Era necesaria la vuelta de un producto que en sus últimas temporadas fue a la deriva y sin rumbo? Dexter: New Blood tiene un inicio flojo, de reubicación, de búsqueda de su sitio tras su inactividad. Quizás no sea hasta el noveno capítulo cuando endereza su rumbo, cuando vuelve a los orígenes, a la idea primigenia. O quizás, no. Quizás, este revisionismo muestra la falta de ideas, denota un agotamiento que muchos no quieren reconocer. Podemos crear pastiches varios ante la abundancia de un género que, en muchas ocasiones, no tiene la calidad suficiente pero que vemos porque estamos encerrados o pensamos que un libro no es mejor opción que un capítulo de una serie. Viva la sangre, pero la original, la buena, la fetén. ¿Ha valido la pena? Quizás, aunque sea únicamente por los dos últimos, sí.

domingo, 9 de enero de 2022

Una lección olvidada. Viajes por la historia de Europa.

Con varias citas, una de ellas de Modiano, empieza Guillermo Altares su ensayo Una lección olvidada (Viajes por la historia de Europa), y refiriéndose a la Escuela de los Anales, hoy olvidada por muchos en las facultades, que de todo hay en el viejo continente. Reflexiona el autor sobre las distintas salidas que han tenido los países a los problemas con los que se encontraron y se encuentran, con lo que hubo y habrá que reconducir. Y marcando diferencias, se refiere en el prólogo al Portugal de la Revolución de los claveles y a la Hungría actual, pero también habla de la desaparición de los neandertales y el origen de la lengua indoeuropea. Nuestro continente es complejo y rico, y como diría el hombre de la camisa verde, no deberíamos seguir jodiéndolo. Y si cita a Jacques Le Goff, nos gana. El primer apunte sobre Europa nos lleva a la cueva de Chauvet y a las imágenes de Lascaux, de las que tanto sabe Juan Perigord pero a las que tanto cuesta llegar por las rotondas (sí, esas que veíamos en los veranos en el Tour). Relata GA esa frontera natural del sur europeo, la de olivos y castaños. Y nos lleva a pensar el autor si ver una réplica es de verdad arte o no. Yo recuerdo las cintas que me pirateaba mi amigo Agustín, y, sí, aquella música replicada en casete también era arte. Y está bien que alguien te recuerde que no todo es En busca del fuego, que también se puede ver La cueva de los sueños olvidados de Werner Herzog, de 2010 (no tenía ni idea de su existencia). Chauvet es definida por Altares como una “isla en la prehistoria europea”. Además, se refiere el autor a la gruta de Cosquer, otra olvidada hasta que ya no lo fue. Cita a Leroi-Gourhan (si no me falla la memoria los citaba mucho el profesor Eiroa García) y se pregunta, un poco más adelante, la pregunta que tanto nos hemos hecho una y otra vez: “¿Qué significan las pinturas?”. También nos recuerda GA que allí tenemos las primeras huellas que nos han llegado de Europa, las de un crío que no llega a los diez años con un perro o un lobo: 26.000 años. Y nos deja Altares otra frase de las que hacen reflexionar: “El turismo de masas se está convirtiendo en una amenaza mayor para el patrimonio que los conflictos bélicos”. Le da hilo a la cometa de la reflexión, y se pregunta el autor si el final de las grandes obras de arte será su protección ante el turismo y si serán las réplicas la única solución. Altamira, Lascaux, Chauvet: elijan ganador. Y puestos a pensar, también recuerda la escena del pozo de Lascaux (esa que antes nos estudiábamos para las oposiciones, cuando eran oposiciones y no lo de ahora), y aquel bisonte, y aquel rinoceronte y aquel tipo que podría ser conde de una isla española. El segundo apunte que hace GA nos lleva al valle de Ötzal en los Alpes, para reflexionar un rato con todo lo que supuso el hallazgo del Ötzi, el Hombre de los Hielos encontrado en 1991. Otra frase del autor para apuntar y subrayar con boli rojo: “En la Europa del siglo XXI, pensar que se puede controlar la naturaleza es una ficción”. Lo acabamos de ver con nuestra pequeña isla canaria, pero los ejemplos son múltiples. Del Mar Menor, Los Urrutias, El Carmolí y ese desastre, hablaré otro día. Ötzi, asesinado por la espalda. ¿Quién pijo lo asesinó en ese sitio? ¿Por qué motivo? Como dice GA, esta momia (Biden no entra en este libro) deja muchas preguntas en el congelado aire, y tenía sangre de 4 personas entre sus pertenencias. Estaba hecho un Steven Seagal pero murió en la refriega. Cita a Steven Pinker y su ensayo Los ángeles que llevamos dentro en el que se asegura que “la prehistoria es un lugar donde uno tenía grandes posibilidades de resultar herido”. Hoy habría que añadir que los institutos también lo son para profesores y alumnos, pero estamos todavía en La Edad de los Metales. Pone GA el desarrollo de la violencia y la solidaridad a la par en estos momentos previos al Neolítico, en todos los momentos. Viva el cobre. Ötzi y sus 5200 años y su intolerancia a la lactosa y su hacha de cobre procedente de la Toscana. Lo dicho, esta momia deja muchísimas preguntas. Y volviendo a la escuela de los Anales, cita a Braudel y El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II para recordarnos que la historia no es una novela. Otra frase que deja GA: “El pasado, no lo olvidemos, es un país remoto”. Antes de entrar de lleno en el tercer apunte, GA hace un preámbulo de lugares en los que hubo matanzas, y disparos y bombardeos: cita la calle de la Espada en Madrid (y recuerda lo que escribió Arturo Barea en La forja de un rebelde), Mostar, la plaza de San Wenceslao en Praga… Asegura el autor que “la guerra y la violencia han trazado su propio mapa del continente”. Nos recuerda el autor el origen de la palabra genocidio y a Raphael Lemkin. Muchas veces, con los alumnos, hablamos de palabras y repasamos vocabulario pero no buscamos o indagamos los suficiente dicho origen. Nos aporta GA opiniones de especialistas sobre Homero y La Ilíada y la influencia y el interés que despiertan, y también nos recuerda que hay leer a Robin Lane Fox (a aquellos que todavía no lo hemos hecho). Apostilla GA escribiendo sobre Grecia y sobre las guerras y aquel siglo VIIIa.C. : “El odio, la violencia, pero también la justicia que debe regir, de alguna forma, las guerras, basada en la piedad y en la empatía entre los enemigos: todo lo que cuenta Homero es excepcionalmente moderno”. A veces le digo a mis alumnos expresiones y no tienen ni idea: “Que arda Troya”. Ni saben de Troya ni de su guerra ni del siglo XIIIa.C. Nada. Igual que yo tampoco sabía que el barrio marsellés de Le Panier que vemos en películas y series fue fundado por napolitanos emigrados. Este tercer apunte, abruma. En el cuarto nos lleva GA al incendio de Roma del año 64, pero antes nos recuerda la importancia del agua en el mundo romano empezando con el ejemplo hiperclásico del acueducto segoviano. Otra frase de Altares: “Todo lo ocurrido después de Roma es, en cierta medida, una broma”. Y citando a Stephen Dando-Collins y su obra Arde Roma, nos recuerda la importancia de los incendios de los años 6, 12, 22, 26 y 36, y aquella guardia de bomberos creada por Augusto llamada cohortes vigiles. Pero el gordo, el del 64 y siempre aparece Nerón. Nerón, ese personaje que nos sigue atrayendo pese a las toneladas de mierda que tiene encima. Altares pone el ejemplo de las persecuciones a los cristianos, que no están documentadas en este mandato. También alude el autor a la relación del emperador con el filósofo y usurero Séneca, dejándonos otra frase que nos vale para cualquier momento: “La hipocresía no es un mal de la política moderna”. El siguiente apunte nos lleva al brexitiniano Cirencester y al año 407 (la antigua Corinium, segunda ciudad romana en hooligalandia por aquel entonces). Y pasó de unos 12.000 habitantes o unos pocos de un día para otro. El Hello Godbye de los Beatles en versión romana. Cita GA a Georges Duby y sus obras Guerreros y campesinos y la clásica La época de las catedrales para recordar que aquello fue “profundamente salvaje”. Y, siguiendo a Duby, el autor recalca la importancia de los árboles en el Medievo, como ha quedado patente en sus representaciones. Y me entero por Una lección olvidada del asunto del cuadrado Sator… Reflexiona también el autor sobre la decisión de la construcción del muro de Adriano, y las consecuencias que trajo dicha obra. Escribe GA al respecto: “El muro tiene algo de derrota, quizás realismo sea la palabra más adecuada, al establecer un límite a un imperio que ya no podía ser infinito…”. Resalta Altares la importancia del muro como barrera comercial y arancelaria y como la Londres romana fue abandonada totalmente y no fue hasta siglos después recuperado su espacio. El apunte posterior nos lleva a Albi y a 1209. La cruzada albigense, la lucha contra la herejía y esas cosas que nos enseñaron la carrera. Resume bien el autor la locura que se inició y que no paró con la siguiente frase: “La religión fue el pretexto para grandes atropellos durante toda la Edad Media y la Modernidad”. No solo recuerda GA a Mary Beard a lo largo del libro, también lo hace en este apunte con Brian Fagan y su La pequeña Edad de Hielo para reincidir en la importancia del clima en los sucesos históricos, y como el XII y XIII vivieron una época cálida que permitía la construcción de impresionantes catedrales. Nos lleva también esta lectura a otra de esas obras que estudiábamos en las oposiciones, el baptisterio de Parma, para contraponerla a la catedral de Albi, más parecida a un castillo según GA. Buena jarana la de aquel julio de 1209 en Béziers. Simón de Monfort y sus secuaces y todas aquellas historias que nos contaba la profesora Martínez Carrillo. Todo ese jaleo que llevó a la par, como cuenta el autor, la creación de universidades, el desarrollo del gótico, las persecuciones a las herejías, el comercio y la incipiente burguesía, pero también de las grandes batallas (cita Altares el saqueo de Constantinopla por los cruzados en 1204, las Navas de Tolosa de 1212 y Bouvines de 1214). Y hablando de personajes, subraya el autor a Inocencio III hasta su muerte en 1216, a Gregorio IX que en 1223 hizo permanente la Inquisición y la puso en manos de los dominicos y a Inocencio IV que en 1252 permitió las tortura. El siguiente apunte pone fecha (1391) y lugar (Sevilla), pero la persecución de los judíos no tiene fin aunque el autor va a su posterior desarrollo en el XIX y el XX. El autor cita a Sisebuto en el siglo VII en la península Ibérica como un monarca que expulsó a judíos y obligó a otros a su conversión, y sigue con Recesvinto. Pese a todo, recuerda GA citando a Julio Caro Baroja que matanzas de judíos fueron realizadas por musulmanes y cristianos. Y con las cruzadas y el año 1000, los judíos aparecen como culpables y asesinos de Cristo, y de ahí en adelante, todo lo demás. Tampoco sabía que Lutero era antisemita. Ahora que hablamos de pandemias como si todos fuéramos epidemiólogos, GA recuerda también que en muchas ciudades culparon a los judíos de la Peste Negra de 1348 y nos trae a la memoria la iconografía de la “cerda judía” de algunas iglesias de la Edad Media europea. Cita GA al clásico Emilio Mitre y a Nuria Corral para hablar de historiadores que han estudiado la persecución a los judíos de 1391, primero en la parte sur de la Corona de Castilla y luego en la Corona de Aragón. Abro un paréntesis para recordar que en las oposiciones de 2002 aparecía un mapa con estas persecuciones, y a mí me pillaron in albis, y no lo olvido, y cada vez que tengo la oportunidad de explicar en 2º de Bachillerato la Historia de España (cada vez, menos), siempre le recuerdo a mis alumnos el mapa en cuestión. Citando a Nuria Corral, Altares recuerda esa alusión a los judíos como “pueblo deicida”, pero que tenían muchas aristas socioeconómicas. Y ahí, justo ahí, recuerda un nombre GA, el de Ferrán Martínez (sí, como el pívot de baloncesto), un clérigo arcediano de Écija que en sus sermones atacaba a los sefardíes. De ahí pasa al 31 de marzo de 1492, al decreto de expulsión de Torquemada y todo lo que ello supuso para la península ibérica y para el mundo conocido. El siguiente apunte nos lleva a 1604, nos lleva a Roma, nos lleva a Caravaggio pero GA nos lleva, de primeras a Michel Pastoreau, un gran estudioso de la Edad Media y de los colores. El autor nos lleva, tras una charla recordada con Pastoreau y citando a Geoffrey Parker, a recordad la importancia del clima en la Historia, poniendo en la balanza los siglos cálidos del X al XIII en el Medievo ante la Pequeña Edad de Hielo que transcurre entre el XIV y el XIX, que llevó a una etapa de múltiples convulsiones, cambios y revoluciones. Uno de esto desastres, las guerras de religión que llegaron con la Reforma es analizado también en este apunte. Caravaggio es un mundo aparte, un universo paralelo, no hay libro que pueda abarcar una etapa de su vida. Y más jarana infernal con la peste de 1665 o el incendio de Londres de 1666. El siguiente apunte lleva la fecha de primeros de noviembre de 1755 y su enclave de referencia es el de Lisboa: GA lo titula El final de un mundo. Antes de llegar a Portugal, el autor nos recuerda el terremoto de Siciclia de 1693 y el pasado normando de la isla. En el caso lisboeta, las sacudidas que se fueron sucediendo fueron preludio de los distintos incendios que se sucedieron a continuación. Enumera Altares ciudades y países que se vieron afectados fuera de Portugal, de Sevilla a Cádiz, pasando por Zamora, Cornualles o Marruecos, y equipara el desastre a lo que conocemos por el tsunami de 2004. Dándole hilo a la cometa de la destrucción, nos recuerda el autor Pompeya, Herculano y aquella escultura de la cabra y el dios Pan. El décimo apunte lleva la fecha de 1770 y comienza con la colonización de Australia. A partir de ahí, hace el autor un capítulo estupendo pero de los que hace reflexionar, en torno a la emigración y la construcción de sociedades en distintos países fruto de la conjunción de gentes llegadas desde distintos lugares, nexo de millones de experiencias y situaciones complejas, anhelo de tantas cosas y casi siempre con orígenes humildes o de miseria. Un capítulo excelente, que podemos vivir en las aulas los profesores diariamente en cualquier instituto de cualquier barrio. El siguiente apunte nos lleva a las revoluciones francesas contemporáneas de 1789, 1832, 1848,1871 y 1968. No recuerdo estudiar nada de la Comuna de París de 1871. En la facultad, nada. Y de la Revolución Francesa, en primero de carrera, no me gustó como lo planteó la profesora Carmen González. Es un tema complicado. Cita Altares a Furet, denostado por muchos, y su El pasado de una ilusión, y se acuerda de Robespierre y de Fouché (cita la biografía de Zweig) y de muchos asuntos más. En la página 253 comienza el duodécimo apunte, con fecha de 1881 y recordando El primer caso de Sherlock Holmes en el 221B de Baker Street. Empieza el apunte hablando del archipiélago Svalbard, del carbón, de la emigración causada por la Revolución Industrial y los cambios que aquel cataclismo introdujo, citando la primera red de metro de 1863, el primer semáforo en 1868 y la planta eléctrica de 1882, todos en Londres. Reincide en La pequeña Edad de Hielo de Brian Fagan para recordar el ambiente de las grandes ciudades por las combustiones del carbón y la influencia de la tala de árboles a escala planetaria en el XIX que llevó implícita la subida de las temperaturas. ¿Nos suena? Pero los inventos y descubrimientos fueron numerosos y trascendentales. Y de ese estallido de creatividad pasa el autor al siguiente apunte, al primero de julio de 1916 y la batalla del Somme. Habla el autor de fronteras que fueron y que serán, del nacionalismo que llevó a aquella guerra y de los nacionalismos que ahora ponen en peligro los avances construidos lentamente durante décadas. Otro de esos apuntes para leer del tirón, en el que se muestra también la incompetencia de aquellos que permitieron aquel desastre. El decimocuarto apunte nos lleva a la Guerra, como le gusta decir al amigo Andrés Serrano del Toro, a los Madriles de 1936. Habla de ese Madrid de la Guerra del que muchos no quieren acordarse. También recuerda a sus abuelos y a sus padres, las matanzas de unos y otros, los paseos, las Checas y todo aquello sobre los que muchos quieren olvidar. El decimoquinto apunte nos lleva a 1938 a Moscú, a Simon Sebag Montefiori, a las Siete Hermanas y a otras tantas cosas de las que no nos hablaron en la carrera. El Gran Terror y los millones de muertos. Del holodomor tampoco había oído hablar. Yezhov, Beria y todo lo demás. Habla de Ágnes Heller, y de familias destruidas y de “que siempre se puede elegir”. De vez en cuando, cuando encuentro un grupo de alumnos con los que se puede reflexionar, siempre suelto la frase con la pregunta: “¿Me están utilizando?”. Siempre puede ser utilizada en varios contextos, en demasiados contextos. Pero hay algunas preguntas sorprendentes, de vez en cuando. El ejemplo Vavilov. La catedral de Cristo Salvador de Moscú. Y todo lo demás antes de llegar al siguiente apunte, en Berlín en la primavera de 1945. Escribe Altares: “El nazismo es un espejo siniestro en el que mirarnos”. Buena reflexión la de este apunte sobre lo que supuso la expansión de los ideales hitlerianos por el mundo. Hasta de Maus se acuerda GA en este apunte. En la página 369 empieza el siguiente apunte titulado Hiroshima en Bucarest (1965), en el que el autor reflexiona sobre el régimen de los Ceacescu. Siempre tenemos el recuerdo de la RDA como idealizado, pero la Rumanía ceacescuniana fue un régimen de terror absoluto. El apunte número 18 nos lleva a 1986 y al asesinato de Olof Palme. En este apunte reflexiona, enumerando diversas lecturas, sobre los problemas de los estados nórdicos que aparentemente están en los mayores niveles de bienestar europeo pero esconden graves problemas relacionados con el alcoholismo, la violencia contra la mujer o una incipiente xenofobia. El siguiente apunte nos lleva a Ámsterdam y al año 2004. El recuerdo del asesinato de Theo Van Gogh y de los periodistas de Charlie Hebdo en enero de 2005 son acontecimientos que van contra los cimientos de Europa. El autor también reflexiona sobre lo ocurrido durante la ocupación nazi y nos lleva al recuerdo de Ana Frank y las palabras de Stefan Zweig. El apunte número 20 nos lleva a Prístina al año 2008, en el que el autor da sus impresiones acerca del asunto de Kosovo y la locura del enfrentamiento balcánico. Vuelve a citar a Zweig y El mundo de ayer, y a Eduardo Mendoza para reflexionar sobre todo lo malo que lleva implícito el nacionalismo. También se refiere a Rebeca West y su Cordero negro, halcón gris. En definitiva, un gran libro con el que aprender del pasado de Europa y que nos ayuda a entender el presente y sus problemas.

sábado, 8 de enero de 2022

Kamikaze. Primera temporada.

Kamikaze nos trae de golpe shock tras shock, bofetón tras bofetón. Cuento de hadas convertido en pesadilla, en terror en el que no ves salida y solo lo ves todo negro. Muertes familiares y la niña bien, con sus tropecientos mil seguidores de su ilustrísima influencia en redes sociales, ve todo tambalearse y decide tirar por el avión de en medio. ¿Se dice así? También repasa kamikaze los tópicos de nuestros días: los pésames y lástimas de los que te rodean, el loquero lamentable (como la mayoría, hay pocos que se salvan), el fontanero polaco (no estamos en Francia, pero si leemos a Zemmour) y el abogado que quiere sacar tajada. De todo hay en la viña de la niña que pena sus cuitas entre vodka y fin de año, entre aviones y testamentos hechos. El tono de la serie me gusta, con ese aire de dejadez de la protagonista hacia donde la lleve el viento, veleta rojiblanca esperando destino o caja de pino, depende del momento. El materialismo hecho trizas, porque el dinero no siempre da la felicidad (su ausencia, tampoco). Y entonces, a recorrer mundo, que la muerte siempre llega y hay buscar su máscara, hay que dar bandazos, hay que recordar a los fallecidos, a los que no están y con los que soñamos continuamente. La palabra que define Kamikaze es la catarsis, es la purificación de una cabra loca después de un suceso del que otros no se hubieran recuperado. Antes o después, en su nivel, cada uno tiene su catarsis personal con la tragedia que le toca vivir, porque tenemos que asumir que más pronto que tarde nos llega. Una buena serie para reflexionar sobre las ocasiones perdidas (o no aprovechadas) y la posibilidad de las segundas oportunidades.

viernes, 7 de enero de 2022

Landscapers. Primera temporada.

¿Cómo se puede definir Landscapers? ¿Cómo entender en pleno 2022 el universo que han creado en Landscapers? Un crimen, una familia rara de cojones, una huida y una vuelta a lo falso, a lo irreal. ¿Las cosas pasan y se va todo a la mierda? Por momentos ridícula, por momentos genial, por momentos inclasificable. Ante todo, es imaginativa: se puede contar un crimen, un enterramiento, se puede contar un drama y luego está la forma de contarlo. Un asesinato siempre es un crimen, pero los matices también importan. Hay locos y seguidores de nazis, amantes del cine, seguidores de espejos, paranoicos de una historia montada sobre naipes. Landscapers parece algo jocoso, parece una excentricidad en el caos diario de cada día. A veces es mejor no saber los detalles que rodean a un crimen, verlo desde la distancia. Podemos pensar en el exterminio de las gaviotas, pero no lo llevamos a cabo por mucho deseo que tengamos. O sí. ¿Cuál es la comparación? Landscapers muestra a personajes obsesionados con ellos mismos, personas que crean unos universos en torno a ellos y no ven más salida que el final de su propio túnel. ¿Es justa la soledad y la incomprensión? ¿Es posible aguantar el dolor infinitamente? Hay personas que crees que merecen la muerte, pero conseguirlo te mete en líos. Pero vivir en la mentira, en ocasiones, hace que la vida salte por los aires: el bien no existe, únicamente somos maldad. Todos, antes o después, mostramos nuestra fragilidad, en colores o en blanco y negro, en silencio o a grito, y se desmorona nuestro bestiario. Podemos creer, como le digo a mis alumnos, que vivimos en una película, un western o una de ciencia ficción, pero el final siempre llega y no suele acabar bien, o puede que directamente no empiece bien. Un artificio peculiar el que han montado con Landscapers.

jueves, 6 de enero de 2022

Deceit primera temporada.

Deceit es tormento y sombra de duda, es error humano y deseo de venganza, es milagro esperpéntico y anhelo de vendetta. Deceit, desde el principio, es culpabilidad cuando únicamente supone sospecha, es injusticia cuando lo que quieres es gritar. El famoso “justos por pecadores” se lleva a su máxima expresión con Deceit. Los valores nacionales, por los suelos; la integridad policial, puesta en duda. Y hacen falta chivos expiatorios, cabezas que rueden como la de Riego con la vuelta del absolutismo. Expertos que quedan a la altura del betún, secreta con tormentos personales, policías con vicios y gomina que huyen porque buscan una buena piedra para esconderse. Deceit es plan de fuga porque la música no suena bien, porque todo Cristo desafina y siempre hay un Getsemaní muy personal. Deceit es dolor y dignidad, pero hay que verla.

Caso 63. Primera temporada.

Caso 63 nos lleva en su primera temporada a plantearnos hipótesis de saltos temporales y de fraudes, de ilusiones ópticas y de jodiendas con vistas a un aeropuerto, de generaciones “entre pandemias” y de errores de subsanar, de volver a hablar de “paciente cero” a escuchar susurros sobre la muerte o la futura desaparición de todo. Estamos en mitad del caos y, en ese tsunami de noticias e imágenes, parece que busquemos informaciones y ficciones que nos hagan ver un final posible, sea el que sea. No es fácil buscar explicaciones a lo que no entendemos, o a lo que no queremos entender, o a lo que se hace imposible de entender. En mitad de una mentira, siempre estamos en la diatriba de escoger un camino, pero parece que siempre es el equivocado: los psicofármacos, el ataque preventivo, la huida, fingir lo que no somos y lo que podríamos ser. Me ha gustado la inmediatez de los capítulos cortos de la primera temporada de Caso 63, los diálogos punzantes, los puntos suspensivos de la sorpresa y la novedad. Un gran acierto.

miércoles, 5 de enero de 2022

Gomorra. Quinta temporada.

Veo loas a Gomorra, como si Gomorra hubiera inventado el fuego. Digo el fuego como podría decir la rueda. O el sílex. O el gintonic. Ahora todos sabemos valorar la maestría de los re—gis—tros—conseguidos por Gomorra a lo largo de sus cinco temporadas. La mafia existía, existe y existirá. Siempre. Pero tampoco nos pongamos medallas de más, que la última Olimpiada tuvo que esperar cinco años y eso trastoca muchas calendas. Tokio 2020 en 2021. Gomorra se hizo esperar y se fue hasta Riga a resucitar muertos y gulags, a matar letones y a recurrir a cementerios en los que matar. Otra vez. Gomorra, la vida misma, es una sucesión de cementerios (aparte del mal gusto para vestir de la mayoría, del mal gusto para decorar casas, del mal gusto en general). Viva la mafia y el mal gusto. O lo que consideremos mal gusto. El mal gusto no es el mismo para todos. No siempre. Quizás no sea para tanto, quizás siempre exageremos, quizás hay trenes que no lleguen nunca. Ahora todos somos expertos en series que antes nadie veía, en series por las que no pagaríamos o que no les prestaríamos atención si las pusieran en la tele pública. Acetona para nuestras uñas, aunque no estén pintadas. “¿Si te hubiera traicionado me habrías matado?”. No vale para la política, pero sí para Gomorra. Hay niveles en la traición y en la desesperación, en el divorcio y en la ausencia, en la viudedad y en la ceguera. Hay veces que ni en la Biblia encuentras una respuesta. Decía don Manuel Alcántara que había que llevar cuidado con las vocaciones tardías y con las agonías largas. Algo así ha pasado con Gomorra, que ha empezado como un seminarista bueno, un cura normalita y un obispo malo que no sabe el modo de acabar su mandato. ¿Esto pretendía ser algún tipo de moraleja? Lástima.

martes, 4 de enero de 2022

La emboscada. Caso Ardines.

No tenía en mi disco duro mental nada sobre La embocada (Caso Ardines). Había olvidado por completo esta muerte del concejal comunista de Llanes. Nada. Olvidamos demasiado rápido. La inmediatez hace que eliminemos información al instante, dejando fuera de nuestra órbita todo tipo de historias y planetas, de sus satélites y sus cometas. La emboscada (Caso Ardines) es una historia de celos que intenta disfrazarse de otra cosa, intenta disimularse pero con los medios actuales es muy difícil crear un carnaval para semejante disparate. ¿Y los celos llegan a tanto en el siglo XXI? ¿Es posible que un marido celoso lleve a cabo el plan de buscar con un amigo a dos tipos que se carguen al tipo que conoce de los veraneos y con el que hay lazos familiares? Pues sí. Los celos lo son todo y más, mueven el mundo, nos llevan a situaciones embarazosas y dramas de proporciones shakesperianas. Podemos pensar que nadie quiere llegar a estos extremos, pero se llega; podemos pensar que en el último momento, te puedes rajar; podemos pensar que incluso puedes olvidarlo todo y dejarlo pasar y, por tu familia, obviar tu cornamenta y creer en la penitencia y, como si los celos fueran un delito, en la reinserción. Pero no. No puedes hacer nada con los celos, y más teniendo pruebas, y más escuchando a la Guardia Civil con las pruebas que aporta. Quizás es la historia más vieja del mundo, pero siempre nos recreamos con el mal ajeno, con la que le pone los cuernos al marido y con el que quiere vendetta, con el que cree que con venganza obtendrá redención pero, como en la canción planetaria, solo obtiene “penas y dolores”. La emboscada (Caso Ardines) es un buen trabajo radiofónico, con un guion sólido y una estructura bien definida para hacernos recordar que, aunque sean lo más viejo del mundo, los celos lo son todo y no nos gusta compartir a nuestra mujer con otro hombre, aunque en palabras de ella únicamente fuera esporádicamente. La emboscada (Caso Ardines) es un digno trabajo que merece la pena ser escuchado y que está disponible en las webs de Onda Cero Radio y de la RTPA.

lunes, 3 de enero de 2022

Hierve

No me meto en tecnicismos porque no sé de cine ni de video, no tengo ni idea de editar ni de montar. Me da igual un plano secuencia de hora y media que plano y contra plano. La historia es lo que me interesa de una película. Hierve va de un restaurante y de lo que pasa en él durante hora y media, desde que no hay ni Dios hasta que está petado de imbéciles y de gente interesada, de gente que se cree que está en Benavente pidiendo cordero al punto y de tontas que van a un restaurante a chisparse, de gente que bebe alcohol en una botella de plástico y de cocineros que se rascan la nariz de forma inconsciente mientras un inspector de sanidad te hace preguntas. Hay momentos en los que Hierve no es creíble, como tantas otras cosas en la vida. Lo que pasa es que ahora todos somos expertos en MasterChef, o como se escriba el nombre de ese programa. El más tonto te hace un guisado a la manera versallesca, con garbanzos que saben a pétalos o al revés, que a fin de cuentas todo te lo paga la estrellita verdinegra: todo es mentira hasta que una puerta se cierra, que es como acaba Hierve. La película es ante todo estrés, del primero al último del restaurante, menos al más julandrón del asunto que pasa de todo. ¿Podemos estar estresados continuamente independientemente de nuestro rol en nuestro puesto de trabajo? ¿Queremos más o menos responsabilidad en nuestros trabajos? Hierve es un ejercicio de velocidad, de tránsito de un infierno previsible a otro irreal, pero la vida cotidiana es eso: algo que creeríamos con lo que disfrutaríamos y acaba siendo una puta mierda.

Fundación. Primera temporada.

Reflexiona desde el primer capítulo Fundación de algo llamado Psicohistoria o PsicoHistoria, un invento de matemáticos para predecir el futuro en bases a sus estudios y locuras. Como si de un imperio romano en esplendor se tratara, maestros y alumnos, muestran sus predicciones y las advertencias no siempre son bien recibidas. A nadie (o a casi nadie) le gusta que le digan lo que va a pasar, lo que puede pasar o lo que ha pasado. El Segura sube y sube y nosotros tomando kombucha tranquilamente, hasta que el Segura entra en tu salón y se bebé tu café, tu té y tu jodida kombucha, y sabe mejor incluso que ella. Viva el Segrua. No entiendo la ciencia ficción ni el éxito que tiene, porque no me la creo, porque no me funciona eso de la imaginación, pero Fundación es visualmente un espectáculo. De cine, como antes decíamos, antes de hacer el imbécil delante de una tele. Ahora, una manzana mordida expande su épica mezclando clonación e historia, matemáticas y destrucción, garras episcopales y piscinas no tan largas, exilio y viaje a ninguna parte. Empecé a ver Fundación con el sonido de los grillos totaneros que te avisan del ocaso de los días y de las lluvias que no se expanden con el dolor propio ni con el ajeno. Fundación es dolor y espectáculo, es escapar pero chocar con el anillo que te frena en una atmósfera de bóvedas extrañas. Pero luego se mete en un jardín que deriva entre lo fantasioso y lo (demasiado) increíble, entre un vocabulario en el que te pierdes y unas historias que se confunden en tiempo, espacio y parecidos que no son razonables. “El mayor fracaso de la humanidad es el estancamiento”. No hay nada como el descontrol, como no saber lo que haces continuamente. Eso pasa un poco con Fundación: te puede gustar o no, pero esa musiquilla y esas imágenes, mentira sobre mentira, tienen sus momentos. Guardianas que deben salvar el mundo, pero no pueden salvar al padre o a la persona amada. Máquinas que traicionan. Argumentos más falsos que un billete filemónico. Dinastías genéticas. ¿De verdad que predicamos en lo que creemos o nos inventamos un panteón cuando lo necesitamos? ¿Somos simples espejos de un esperma sin futuro? Sueños que atormentan, dolores que te llevan a las matemáticas, soluciones imposibles hasta que pueden llegar a serlos. O no. Hemos vistos demasiados textos e imágenes sobre personas que quieren salvar a la humanidad, pero también hemos reconocido en nuestra vida muchos vendedores de patrias, traidores de todos los colores y con ojos de diferentes formas. De todo hay. Y a eso del capítulo 9, llega la gran pregunta que nos hacemos en este blog cada cierto tiempo: ¿Cuál es el mayor invento de la Historia? Y no vale la espada, el fuego, la rueda ni el gintonic. Según Fundación, el mayor invento de la Historia es la Historia en sí “cuidadosamente tratada y moldeada”, transformando mentiras en verdades y malvados en héroes. Pues vaya un negocio: para eso no me hacía falta ver Fundación. Pero Fundación, nos lleva también a creer que la Historia puede ser suma o resta, censura o iluminación, creer en dalinianos paisajes o gritos munchianos. Todo mentira. “¿Las personas sin historia son como un árbol sin raíces?”. Pues no lo sé. Deja buenas frases la primera temporada de Fundación, pero hay que ponerle imaginación.

sábado, 1 de enero de 2022

A su imagen

Empieza A su imagen de Jérôme Ferrari con la cita del Éxodo que habla de que no hay que adorar imágenes ni rendirles culto (todavía no había futbolistas ni eneefelistas a los que adorar). Ni esculturas, ni imágenes. Del Éxodo 20, 4-5. Llevo tiempo sin leer la Biblia, estoy perdiendo las buenas costumbres, las costumbres bíblicas (bueno, lo he perdido casi todo, estoy sin brújula desde hace mucho tiempo). Luego cita a Coetzee, reflexionando sobre la obscenidad de lo que hay que tapar y esconder. Para acabar con las citas (como un soltero recalcitrante), termina con Riboulet: “Ha pasado la muerte. La foto llega después de quien, a diferencia de la pintura, no suspende el tiempo, sino que lo fija”. A su imagen, otras de esas obras con las que reflexionar con cada párrafo, con cada hecho de unas vidas que en cualquier momento se pueden destrozar. Leyendo A su imagen crees que en cualquier momento la vida se puede dividir en mil pedazos como un vaso estrellándose contra el suelo. O contra tu cara. Da igual el escenario y la fecha de los acontecimientos, da igual que sea en Belgrado o en Ajaccio, en la Primera Guerra Mundial o en una explosión de un grupo nacionalista de una isla mediterránea. Las imágenes, como los murales o los sellos de correos, nos dicen muchas cosas. ¿Qué hay dentro de nosotros que sale cuando nos recreamos con una fotografía? ¿Qué podemos sentir ante la imagen de un buitre ante un niño hambriento? Lo bueno y malo de las fotografías es la posibilidad de caminos que nos abren y que nos permiten jugar con ficción histórica: ¿Qué hubiera pasado si aquel rey yugoslavo no hubiese sido asesinado en Marsella en 1934? Qué más da. Los sermones, los que hemos recibido y los que nos quedan por recibir, los que damos y los que daremos, no son todos iguales. Podemos hacer un guión, hacer una escaleta, memorizar hechos claves, salvar meteoritos de mentiras… pero no hay dos iguales. Nunca. Con A su imagen, JF nos pone en la tesitura de pensar el sermón que, como sacerdote, le escribiríamos a nuestra ahijada en su entierro. Dice en la página 18 JF que estas muertes suponen “un escándalo con un temible poder de seducción”. ¿Pero qué muerte no es seductora? La vida y la muerte lo mueven todo, pero también los hechos que hacemos y que repercuten en los demás. Y subraya el enigma de lo que pasa cuando regalamos algo, y ese objeto cambia la vida del que lo recibe. En este caso, en A su imagen la fotografía es para la protagonista una obsesión, pero repite el autor que no es un capricho. A veces, heridos en nuestro orgullo de creernos los más importantes, de creernos el centro del universo, no diferenciamos entre caprichos y obsesiones. Pero cambiamos. Mucho como Pablo, otra vez, camino de Damasco. Y en ese cambio llevamos implícito un camino de perfección, ya sea en nuestro trabajo o en nuestras aficiones. Decía don Manuel Alcántara, hablando de los curas que se ordenan tarde, que hay que llevar cuidado con las vocaciones tardías. Pero cuando entra en la ecuación la palabra fe, el resultado es imposible de calcular. Con la fe de por medio, actuamos bajo otro prisma, en un nivel distinto, en un sector de ensoñación creado artificialmente pero que creemos absolutamente real: es el caos contra la lucidez, pero nos encanta el caos. A su imagen nos lleva a ese infierno de la fe, a aguantar un velatorio aunque el muerto apeste, a rezar cuando no tenemos consuelo, a llamar a una puerta que te mete en líos cuando no puedes esperar. El problema es que todo puede convertirse en un show de vergüenza ajena, un espectáculo de himnos atemporales. Cuando volvemos a nuestros pasados, aparecen siempre imágenes que queremos guardar y otras que deseamos esconder. No queremos ese espejo, porque con esa imagen reflejada podríamos cambiar de nombre, podríamos apuntarnos a una secta o a un grupo terrorista, podríamos dejarnos guiar por el amor equivocado o por las amistades adecuadas. Con A su imagen reflexionamos, otra vez, sobre lo difícil que es sobrevivir con lo que hemos visto y oído, con lo que sufrimos con nuestros trabajos, con la carga de nuestras retinas. Pero cuando en nuestras vidas aparece la resignación, dudamos si hemos tomado la autovía adecuada y con la velocidad necesaria, no sabemos si cambiar de sentido, volver o alejarnos lo máximo posible. Cita JF la palabra “insignificancia” en la página 76. No siempre queremos asumir lo insignificantes que somos, lo prescindibles que podemos llegar a ser. Decía el hombre de la camisa verde que no sabía si alguien le iba a llorar en su entierro. Ahora hemos visto imágenes, entre confinamientos y pandemias, de personas solitarias en el entierro de sus familiares más queridos, sin poder abrazar a nadie, sin encontrar un hombro en el que apoyarse; hemos visto féretros apilados en pabellones; hemos visto el horror de los pasillos de los hospitales con la muerte en soledad. Y hay personas, instituciones y gobiernos, de distintas ideologías y credos, que no querían que pudiésemos ver esas imágenes. No siempre hay un Cristo que resucite a Lázaro. O nunca. Y, como en las imágenes, también enfatiza Ferrari la utilización de palabras equivocadas, como las escuchadas en los entierros por curas que no conocen a los muertos, y pone a la vez en la misma frase “consuelo” y “obscenidad”. En muchas ocasiones, el consuelo es imposible, como vemos cada vez que unos padres entierran a alguno de sus hijos. Y en mitad de ese desconsuelo, repudiamos hasta al mayor de los amores y no hay penitencia posible que nos redima. No deja títere con cabeza A su imagen, hace que nos planteemos si las decisiones tomadas son las correctas, si las renuncias han sido las suficientes y si nuestros actos son execrables o manifiestamente prescindibles. Quizás, en mitad de nuestros sueños apáticos, no hacemos lo que deberíamos y nos conformamos con una tregua cuando podríamos ganar la guerra. A su imagen, una pequeña obra maestra.