jueves, 3 de julio de 2025

1923. Segunda temporada.

1923 vuelve hablando de voluntades, pero no solo voluntades divinas. Cada uno tiene lo suyo, incluido su Dios, que decía el hombre de la camisa verde. Nada como observar, para aprender. Todo es comercio, como si de un gobierno mentiroso se tratara: “El gobierno quiere mendigos, porque un mendigo no se cuestiona nada. Y el que lo hace, el que cuestiona, pasa hambre”. Y claro, “si hacemos las cosas por nosotros mismos, no necesitamos un gobierno”. 1923 habla de lucha y supervivencia, de días que permiten saltar y días que no vale más que aguantar: “A la gente no les define lo que les pasa, les define lo que hacen. Con cierta frecuencia les define lo que no hacen o lo que les da miedo hacer. Demasiado vagos o egoístas”. Siempre hay algo por lo que luchar y un puma (o un hijo del siglo) del que huir: “Hay dos clases de hombres en este mundo: los hombres que hacen cosas y los hombres que se las quedan. Mussolini es de los que se las quedan”. Vivan los eufemismos sobre la clase turista, hace 102 años o ahora: “No son turistas. Lo llaman así porque ladrones y vagabundos sonaban mal”. Claro que todo es mentira, como “que no ves la prisa porque no tienes visión”. O tenemos visión y no queremos darnos cuenta de nada, que es mejor olvidar esos anuncios de soda entre la nieve, esas estrellas esperando, ese frío en mitad del juicio y ya se sabe que “las amenazas llevan una cierta inseguridad social”. Pero, puestos a buscar perras, ahora toca pensar en los que dominan el mundo: “Rancheros aparte, este es un mundo de ricos, y todos pueden disfrutarlo: los repartidores de periódicos, los comerciantes, los vendedores de coches, los médicos, los abogados. Lo único que no se puede comprar en una tienda es la euforia del riesgo, la emoción del peligro”. Y los continentes por explorar, qué gran invento, para dormir o mirar o ranchear: “América no es la tierra de los sueños, es la tierra de las oportunidades. Las oportunidades es algo que hay que aprovechar”. Si cuestionamos lo que hace cada uno, es nuestro problema. Vivan las habilidades rentables, viva la lectura, viva lo que hacemos y no sabemos si deberíamos hacer. Vivan los pasajes de relevancia. Viva lo que pensamos que debemos hacer en voz alta y no siempre hacemos. Viva cuando gritamos que todo es mentira. Y siempre hay que aprender de los viejos, sean o no amables, sean o no sean otra cosa. Y hay conversaciones que siempre hay que tener. Tener. Agujeros. Presión. Mierda. ¿De verdad no podemos confiar en un cocinero delgado? ¿Nunca? ¿Seguro? No hay nada seguro: “El hombre lo destruye todo. Lleva en guerra con este mundo desde que llegó a él. En guerra con sus animales, con sus árboles, con el clima y todo lo demás. Si de los lobos dependiera, sólo existirían ellos y lo mismo con los osos y las serpientes y las arañas. Los árboles crecen bien altos para robarles la luz del sol a todo lo que tengan o se pongan bajo sus pies. Nada coexiste. La vida es un constante estado de lucha por la supervivencia y solo hay una cosa que sale victoriosa: La naturaleza. La Tierra no es una roca condenada a soportar innumerables y pequeñas violaciones de sus habitantes . Es un ser vivo, que evoluciona, interactúa y que es capaz de acabar con cualquier existencia con cualquier tambaleo de su eje. Han habido cinco extinciones en este planeta en las que prácticamente toda la vida ha sido erradicada y sus habitantes eliminados de la faz de la Tierra. Tiene todo el sentido que se avecine una sexta”. La sexta es un infierno (en todos los sentidos). Siempre. Siempre. Una gran serie con un capítulo final excepcional.

miércoles, 2 de julio de 2025

Algún día este dolor te será útil

No todo el mundo entiende la soledad. Desde hace unos años, cada instituto al que llego es para mí un espacio de soledad en los momentos sin clase. Escribe Peter Cameron en Algún día este dolor te será útil: “Estar solo es una necesidad básica para mí, tan básico como la de alimentarme o beber agua, pero observo que a los demás no les sucede lo mismo”. Antes, cuando tenía tiempo antes de la crianza, me encantaba ver solo el baloncesto, leerme los periódicos solo, la lectura encerrado conmigo mismo. Ahora que eso es imposible entre el matrimonio y la niña, sigo sin entender ese miedo a la soledad de muchos. Pánico de la mayoría. La gente no sabe estar sola, decía el hombre de la camisa verde. ADEDTSÚ es una novela de lectura fácil, que engancha, pero no es agradable. Trata de personas que viven en su encierro, temporal o definitivo, rodeados de soledad aunque siempre tengan alguien cerca. Y no todo está en Shakespeare. Añade PC: “El gusto por el arte es fácil. Lo importante es que te guste la vida. A cualquiera puede gustarle la Capilla Sixtina”. Pero como todo es mentira y tenemos que pagar facturas, vamos al instituto, o donde nos manden: “Si todo el mundo tuviera que creer en la labor que desempeña en su trabajo, no se haría gran cosa en el mundo”. Y en esa gran mentira que es la vida, incluso, a veces, te llevan al loquero, o loquera, y te hacen hablar, o repetir preguntas o lo que sea: “La terapia es una idea de las sociedades capitalistas bastante equivocada en la que un examen de tu vida, complaciente para contigo mismo, sustituye a la auténtica realidad de la vida”. Pero es que hasta Tony Soprano iba a terapia y aunque no esté a nuestro alcance, debemos tener claro que “es mejor no decir nada que expresarme de una manera inexacta”. Y en esa soledad, compartida o no con redes sociales o antisociales, con viajes sociales o antisociales, en trabajos sociales o antisociales, “es muy difícil agradar al prójimo, no digamos amarlo, porque eso te lleva a hacer cosas equivocadas, cosas que te distancian”. En definitiva, ADEDTSÚ es un librito que te puede ayudar casi sin pretenderlo, y eso es mucho en este presente en el que la soledad está proscrita por esa mayoría ausente que siempre está dando consejos. Y yo odio a los regaladores de consejos.

lunes, 30 de junio de 2025

Total Control. Segunda temporada.

Si en la primera temporada todo empieza con tiros ajenos, el detonante de la segunda temporada de Total Control es un sucidio. Un tipo en silla de ruedas se pega fuego en la puerta del banco que le embarga la granja. La “exsenadora volátil” y su “nueva política”, con sus diferencias, se deja otro partido, por segunda vez, y se olvida de su hipotético ministerio por intentar sacar su propio escaño por cuenta propia. En el papel no es fácil, en la práctica un delirio. Y en el cóctel desértico se unen las amenazas de muerte, las persecuciones, el miedo en el cuerpo. Y la expresidenta, intentando resucitar de un letargo causado por sus propios seguidores. Total Control nos enseña lo vulnerable, los extremos, la búsqueda de eso que dicen que existe (centro) y que es un magma que no ayuda precisamente. Como decía el hombre de la camisa verde, entre zorras anda el juego en la zorrera. En la maldita zorrera. Todo ha cambiado en el panorama político, nada es lo que era: “La gente normal ya no se afilia a los partidos, están ocupados viviendo la vida, lo que significa que las bases se han reducido a un montón de idiotas y a los corruptos de la derecha cristiana”. Derrapes y amenazas, saltos a un dakariano escenario de mierda. De mucha mierda, como siempre en política. Pero la televisión lo cambia todo. No para de cambiarlo todo. Y en primera persona femenino singular, en el debate televisivo, la protagonista afirma: “No pido confianza. ¿Quién confía en los políticos?”. Si en España se habla de la España vacía, en Australia repiten mucho lo de la Australia rural y regional. Todo mentira, pero casi todo da votos. O ruido, y la industria del carbón, y lo eólico y lo solar, y esas mierdas que nos llevan a apagones mediáticos y los que ocurren el 28 de abril. Traiciones y venganzas. Hágase querer por la ética ausente. Por todas las éticas. Pero cuando van contra tu familia, todo cambia. Y la jodienda de tener capacidad de elegir, ante el miedo y ante el odio. Las dos malas, las dos peligrosas, con las dos siempre sales perdiendo. O perdienda. O perdiende. Zorras, madres y toda la jungla, o selva, o estepa de toda la vida. O vida. O vide. La política siempre defrauda, pero es atrayente, decía EHDLCV. EL miedo, los hombres de hojalata y esas cosas que te pasan cuando menos te lo esperan. En Total Control todo es circo, dentro y fuera de la cámara representativa, pero es que, como en la vida, estas fieras solo necesitan un poquito de carnaza para afilar el colmillo. Y siempre hay cuchillos, propios y ajenos, raciales y de los otros, que buscan su objetivo. Siempre.

jueves, 26 de junio de 2025

Total Control. Primera temporada.

Total Control va de lo de siempre. Siempre. En época de redes sociales, ahora convertidas en tiranías obsesivas y macabras, todo es posible. El ascenso meteórico y el paso al mayor de los ostracismos. Total Control va de sangre y crecidas, de llegadas a una política en la que todo es asco y falso, corrupción y barbarie, falta de sentimientos e insensibilidad. En el capítulo cuatro, escuchamos que “la política es un deporte de sangre”. Yo le quitaría parte de deporte y añadiría millones de cisternas de lo otro (vivan los leucocitos). Total Control ilustra con personajes que deberían hacerse continuamente la pregunta de nuestros políticos (¿eres traidor o incompetente?), siempre y cuando sepan preguntarse a sí mismos, que no siempre saben (no siempre saben de casi nada y siempre se cumple el axioma del odio a preguntarse a sí mismos, que son demasiado ególatras, y llevan aquello de Glen Rice de hablar de ellos mismos en tercera persona al extremo. Al extremo que sea, con niebla y sin ella, porque “cuando subes a la cima es difícil quedarte con las caras del camino”. ¿Y todo para qué? Para nada. En cualquier país, por muy avanzado que parezca siempre vemos lo mismo: “Hay madres durmiendo en sus coches con bebés. No tienen sitio dónde ir. ¿Cómo puede ser este un país civilizado?”. Nada. En política, todo es mentira. Siempre.

lunes, 23 de junio de 2025

The Studio. Primera temporada.

Cuando una panda de payasos borrachos se pone a pegar gritos, aunque estén rodeados de viejas glorias, o estrellas, o muros de cartón piedra, da igual que tengamos al profe de química en un sillón caro o volando de una cuerda en un escenario babeando. O a Scorsese sin levantarse de la silla. Todo mentira. Tanto grito, cansa. Visualmente, ya estamos cansados de videojuegos. O no. The Studio pone a los primates a hacer de primate. Da igual todo. El principio de Peter hecho serie. O no. Juego sucio para un tipo que se ríe de sus propias gracias, aunque te vuelvas loco viendo una cámara loca que no para. Nunca. Y las arrugas de Steve Buscemi en el cuello. Casi nada. Aunque pretenden arreglarlo acordándose de Ray Liotta atravesando una cocina. O varias cocinas. O todas las cocinas del mundo: “Es lo que más me gusta de este trabajo. Los de fotografía y la directora dando vida al guión”. Y se hacen preguntas sobre los trajes. ¿Hace falta saber el nombre de las personas que nos pagan la nómina? Habla The Studio sobre la posibilidad de meter chimpancés en virus o virus en chimpancés. O lo que sea: “Los buenos copian y los grandes roban”. ¿Quién todavía no ha visto El club de la lucha? ¿De verdad? ¿Alegatos a favor del golpe? O no. Más frases: “¿Verías El séquito religiosamente o te era demasiado familiar para disfrutarla?”. Esa pregunta, hecha al protagonista en una cena benéfica, resume bien ese tiovivo de locura, no siempre bien) entendido de The Studio. Y ya no entendemos la vida, porque hay gente que todavía duda de El padrino, y prefiere The Bear. ¿Somos más de médicos o de películas? Hágase querer por unos premios en los que no es nombrado, o quiere ser nombrado y no lo consigue. O por unas setas en una Venecia de mentira.

sábado, 21 de junio de 2025

El órgano

El órgano, de Diego Sánchez Aguilar, es una historia de bestias en tiempo de bestias. Pero, sobre todo, es una historia de mentiras, de grandes mentiras. Decía el hombre de la camisa verde que la vida es lo que pasa entre mentira y mentira. Reflexiona DSA en El órgano sobre obligaciones, las que tenemos y las que nos imponen, sobre lugares inhóspitos, sobre tarados en tiempos de taras y sobre campanas que no suenan porque no hace falta pensar en vísceras cuando las tenemos delante. O quizás, todo es una ilusión, un recuerdo borroso: “Cumplir un deber es lo mismo que entender el sentido de una historia”. La historia de El órgano, llena de engaños, está ahí, como esos árboles que vemos en un sueño de velocidad, en la que se confunden árboles y quitamiedos, asfaltos gastados y señales con ciervos donde no hay ciervos: “Cree que está llegando, y no sabe que nunca se llega, solo se pasa”. Solo se pasa, y luego, la reina, la diosa, la mentira: “Escuchará todas las historias y todas las mentiras, porque toda historia es siempre una mentira; porque toda historia tiene un principio, que es mentira; un misterio, que es mentira; y un final, que es la mayor de las mentiras”. Apostilla DSA: “Solo la palabra del hombre tiene sentido para el oído del hombre, porque el oído del hombre solo es capaz de escuchar la mentira, y solo es sordo a la verdad”. Pero entre mentiras, vemos a Dios, vemos iglesias donde solo hay escombros y cenizas, porque “Dios es paciente en la contemplación de nuestro dolor”. Añade el autor: “Y mentía una y otra vez hasta que una mentira conseguía sostener a la otra mentira y así levantó muros de mentiras, pilares de mentiras, arcos de mentiras hasta que estuvo satisfecho con aquella catedral que resguardaba con su imponente arquitectura todo el silencio donde quedó sepultada la verdad”. O no. Y las mentiras, y meter a Dios en las mentiras, llevan al enfrentamiento bélico: “¿Qué habría pasado si no hubiera llegado la guerra? Esa es una buena pregunta. Quién sabe. Quién sabe por qué llegan las guerras, por qué aparecen así de repente, como una tormenta, para llevarse a los jóvenes a morir y luego desaparecen como si no hubiera pasado nada. Y se olvidan, eso es lo peor: tantos muertos, y no recordar ya por qué, qué era tan importante en ese momento como para que tantos jóvenes murieran, ¿sabe? Eso es lo peor, que ya nadie recuerda para qué lucharon, lo único que recuerda son los muertos, y los escombros, y el dolor”. Y después de ese enfrentamiento, nada es igual, ni las cicatrices intactas: “¿Qué poder tiene la guerra, para convertir a la gente en animales?”. Mulas ciegas y borrachas, que también decía EHDLCV. Pero no nos desviemos entre mentiras. Sigue DSA: “¿Será la guerra lo que nos convierte en animales, o es la paz la que viste al animal que somos con un frágil barniz de humanidad, que se derrite en cuanto nos acercamos a algún fuego?”. Y fuego, y gritos, y la locura disfrazada de otras cosas, o, quizás, otras cosas disfrazadas de locura, “porque la locura lo explica todo para las mentes más simples”. Y buscando lo simple en la dificultad, nos podemos perder entre los tres entes divinos e incluso perder “la voz de tanto rezar y de tanto perdonar a cada vecino de este pueblo”. Un buen libro, con momentos alephianos que hacen pensar mucho sobre las consecuencias de los actos en primera persona grupal. Y no hay Dios que perdone, porque “el último pecado es el mayor de todos ellos”.

viernes, 20 de junio de 2025

The Office. Cuarta temporada.

Para empezar, casi como en Misfits, pregunta del día: “¿Quién manda realmente? ¿El perro o un boquerón?”. Y todo eso con SC/MS mirando a cámara, con su pelota de béisbol detrás, en la misma oficina. Y más: “¿Alguien hizo algo con un cementerio indio?”. Y rizando el rizo, el medio calvo, afirma todo serio: “Yo he estado en varias sectas, como guía y como adepto. Te diviertes más como adepto, pero ganas más pasta como guía”. Y en ese torno (ahora hilo en X), el alfarero no para: “A lo mejor creer en Dios está mal. ¿En qué creía antes la gente?”. Y, al momento, dice que Dios sí existe y que estaba todo previsto. Todo igual siempre: “¿Dios existe? Si no, ¿para qué tanta iglesia?”. ¿Cómo? Puede ser. O no: “Al loro viejo no se le enseña a hablar”. Y si hay problemas de dinero, solución rápida: “La bancarrota es un borrón y cuenta nueva. Es empezar de nuevo. Es la tabla rasa”. Pero al final, hasta en The Office sacan su corazoncito: “El hombre se civilizó por algo: Decidió que quería estar calentito, y tener ropa y televisión y hamburguesas y caminar erguido y encontrarse un futón mullido al terminar el día”. O no. Todo mentira, igual que los nombres: “¿Por qué se llaman arañas si no tienen uñas?”. Pero siempre hay un cohete, o una fiesta, que lo desajusta todo. O lo arregla.