sábado, 27 de abril de 2024

Ripley. Primera temporada.

Todo es mentira. Incluso Ripley. Una buena mentira, con sólidos cimientos, con un blanco y negro que desconcierta y estimula, con un tipo que parece una mezcla entre José Antonio y García Lorca, con la maleta ajena de un lado para otro, con parejas que no lo son, con detectives sacados de otras épocas, con recepcionistas de hotel sacados de otras forjas, con ceniceros de reconciliación, con narcisos que son lo que parecen, con padres que se acuerdan de los hijos tarde, con anillos que cantan, con pasaportes que bailan, con alquileres que chirrían, con palacios hechos casa, con batas que desentonan, con cubiteras de necesidad, con libros de viajes que se hacen catarsis, con barcos que suponen humillación, con escaleras que nunca acaban, con ascensores que se rompen, con teléfonos que se ignoran. Pero todo eso da igual, porque es mentira comparado con Caravaggio. Ripley va de Caravaggio, de cuadros que ya no podemos ver y luces que te hacen parecer otro, de asesinatos que se repiten en coordenadas temporales diferentes pero que nos llevan a la conclusión de que la usurpación es lo que más deseamos. En esa teoría de la usurpación no solo no queremos hacernos pasar por otro, no solo queremos el dinero ajeno, no solo queremos la vida de los otros, no solo queremos el tren ajeno y la maleta apropiada: lo queremos todo. Y ese ser engominado, mezcla no solo de Federico y del ausente sino de muchos tipos más, se lleva el gato al agua, aunque el gato va a la sangre y es testigo, bajo esa luz, de las mentiras que son el pan nuestro que sacia el hambre de ser otro de todos los días. Pero no de ser otro, no de ser cualquiera. De ser alguien concreto, alguien tangible, alguien al que copiar gestos y firmas, alguien al que imitar y suplantar, alguien al que derrocar de su trono y golpear si hace falta hasta anclarlo en las algas del fondo del mar. Esa lucha, que va desde la nueva Natividad de este ser que renace en otro continente, de este tipo que se vuelve Lázaro y ejemplifica David y Goliat, esta cruz boca abajo que es Ripley, nos sirve de guía, nos hace de lazarillo entre blancos que son negros y entre vías romanas que perviven porque los imperios están hechos de un asesinato tras otro. Un gran ejercicio, no únicamente el de subir escaleras, sino el de hacerse pasar por otro y recrearlo de forma tan certera. Todo es mentira. Incluso Ripley.

jueves, 25 de abril de 2024

Muertos S.L. Primera temporada.

Muertos S.L. podría llamarse Sus Muertos, porque tiene chascarrillos de los que te levantan del ataúd. No es A dos metros bajo tierra, pero va de funerarias, aunque peculiar es un adjetivo que no termina de ajustarse al producto televisivo que es Muertos S.L. Una colección de sujetos, con y sin disfraz, personajes que cantan sin micro y a mucha distancia, con rémoras de todo tipo. Y con los tópicos de este país que van de lo estrafalario a lo cursi, del divorciado que no tiene donde quedarse al que vive con su madre, de las que viven obsesionadas con el machismo y con las relaciones, del jefe hecho principio de Peter y del becario, de gente obsesionada con su trabajo porque no tienen vida. Pero como todo eso es mentira, MSL va directo a la yugular con esa apariencia de superficialidad: las hijas que desprecian las decisiones maternas, el odio conyugal, el dolor como catarsis hasta que le llega a uno en primera persona del singular y el dolor ni es catarsis ni nada que se le parezca. A veces, mirándonos las pelusas del ombligo, vamos de superiores. Otro error. La superioridad moral, apropiada por la izquierda en este país y copiada por la derecha de los peores abusos, mira por encima del hombro a todo Cristo, incluso en la noche de Viernes Santo. Muertos S.L. en su retrato, en su imagen, nos retrata a todos, porque todos somos lo que enseñamos en nuestras fotos.

miércoles, 24 de abril de 2024

Fargo. Quinta temporada.

Parece que nos hemos olvidado de Fargo, o, mejor dicho, de los Fargo. De las distintas temporadas de Fargo que están muy por encima de la media de la abultada producción televisiva actual. Y no prestamos atención (o la suficiente atención). Con la quinta temporada, Fargo vuelve a la carga de enredos entre nieves, entre concesionarios, entre vaqueros metidos a justicieros, con luchadoras que se vuelven duras a base de golpes, con tipos con parches y vestidos de manera inclasificable. Nunca nos hubiéramos imaginado ver a Don Draper con pendientes en los pezones, y saliendo de una balsa ante el FBI, pero Fargo lo consigue. Y los que parecen tontos, o se lo hacen, pueden solucionar un problema. O varios. Fargo, siempre con sus complicaciones y revueltas, sigue siendo llamativa, sorprendente (si es que somos capaces de sorprendernos con algo) y provocadora. Larga vida a Fargo.

sábado, 20 de abril de 2024

Manhunt (La caza del asesino). Primera temporada.

Manhunt (La caza del asesino) nos describe desde el inicio la persecución que sufrió el gabinete de Abraham Lincoln en la guerra y en los días posteriores al final del conflicto. “No alardeamos del poder, tenemos el poder”, dice Lincoln dos días antes de morir, allá por el tercer capítulo. De eso le sirvió. Después del asesinato, el Secretario de Guerra Stanton, le dice al nuevo presidente Johnson: “Si no ponemos el límite con los traidores, no hay límites”. Y el nuevo presidente, preocupado por la propaganda, quiere victorias en sus primeros 30 días de mandato, y respecto a los confederados, solo ve dos alternativas: “O los atrapamos o los olvidamos”. Y esos confederados, en Montreal. La búsqueda del asesino, actor de serie b metido a protagonista de la Historia. Y el lobo y las ovejas, y las conversaciones de un país en construcción en mitad de una guerra. Y las palabras amnistía e indulto, siempre presentes. Pero Manhunt no solo es la persecución. Muestra los motivos de aquella guerra, los intereses, el poder de esos magnates de la Bolsa que no querían perder la influencia y el oro que guardaban, o utilizaban para comprar y vender todo lo que se podía comprar y vender. También es una reflexión continua sobre la muerte, que rodea a los protagonistas en distintos momentos de sus vidas, aunque el luto siempre siga ahí. La muerte de los jóvenes siempre nos perturba, pero si esas muertes son evitables, nos perturban aún más. Manhunt resalta ese poder, el de la muerte, sea por conspiración, por envidia, por dinero o por cambiar el rumbo de la historia, o las historias. Los cimientos y su perdurabilidad, las creencias y la buena voluntad, el deseo de cambiar y reconstruir, y volver para mejorar. Pero no todo el mundo piensa igual, y, quizás, poco ha cambiado. O no. Quizás, en esta historia, como en el resto, todo es mentira.

viernes, 12 de abril de 2024

Bellas artes. Primera temporada.

Cuando se quiere ridiculizar a un colectivo, no es fácil hacerlo sin herir sensibilidades. Es complicado. Muy complicado. En tiempos de corrección política como los que vivimos, casi imposible. Acabamos en un punto muerto llamado censura. O autocensura. Nos mordemos la lengua (y no sangra) para que no salpique la sangre. Ya no se puede desear públicamente la muerte de aquella profesora de Historia Contemporánea que nunca debió llegar a ese puesto. No. Eso está mal visto, incluso por los de los iguales, que cada vez tiene menos ciegos. No sabemos reírnos de nada. Mejor dicho, no aprendemos a reírnos de nada. Bellas artes lo hace, del arte contemporáneo, esa falsedad dentro de la falsedad. No hay colectivo con mejor diana que el del arte contemporáneo: profesores, artistas, mecenas, críticos, seguidores, ultras. Tiene de todo esa fauna. Zoológico completo. Bellas artes da un paso más. No sólo intenta ridiculizar a este colectivo, sino que lo hace con un sarcasmo efectivo, con una mirada lúcida sobre ese sinsentido, utilizando un lenguaje al que los artistas no siempre se atreven para no molestar. No molestar, como si la vida fuera una cartulina cutre que poner en la habitación de un hotel, o en el ascensor. Uno de mis vecinos quiso poner un cartelito en el aparcamiento de la comunidad, pero luego no se atrevió: “No se admiten subnormales”. Llegó a enseñármelo, lo tenía preparado. Pero no. No terminamos la faena, nos falta espada, nos faltan banderillas, nos falta, en definitiva, mucho ruedo. Bellas artes pone en el punto de mira a candidatos de chiste, a sindicalistas de chiste, a comisarios de arte que no llegan a categoría de chiste porque gracia no tienen ninguna. Y en ese títere no se salva nadie, porque la inmensa mayoría son despreciables, ni sentimientos ni humanidad porque son pura bazofia. Otro punto a destacar es el señalamiento de obras y artistas por ese supuesto que no sabemos si ocurrió. ¿Vamos a dejar de admirar a Picasso por lo que hizo en vida? La derecha ha copiado lo peor de la izquierda, desde el vocabulario juguetón de “todas, todos y todes” (solo nos falta el totus tuus), hasta la irracionalidad de ese pensamiento que ha degenerado en alquitrán de la peor bazofia. Y no podía faltar, la clase política sin clase ninguna, solo pensando en el coaching y el barniz de la prensa, las apariencias, el acomplejamiento que ya afecta tanto a derecha como a izquierda en un mundo en el que el amiguismo es el rey de la fiesta. Y en todo ese decorado de cartón piedra y animalada putrefacta considerada obra de arte, no podía faltar lo racial porque ahora todo es racial (y nada como traer a unos senegaleses a un museo de arte moderno para la perfomance de ver la tele a gastos pagados). Pero quizás hay esperanza porque nos salva la mirada limpia de un niño que describe lo que ve en ese mundo de mierda. Bellas artes se presenta como una buena estampa a un mundo despreciable.

jueves, 11 de abril de 2024

Ñu

Ahora que con la crianza casi no tengo tiempo, y el poco que tengo, se lo resto al reloj por las noches, he seguido con esa cuenta con Ñu, de Pau Luque. Siempre repito, desde hace años, en clase y fuera de clase, que todo es mentira (y cada vez, más). No hay solución. Para nadie ni para nada. Esto ya no tiene arreglo. Ñu lleva el asunto (el de la farsa contemporánea) a la pregunta, a la búsqueda, reflexionando sobre diversos temas y dejando una buena retahíla de frases de esas que los que subrayan libros, subrayan. Yo no subrayo libros, voy, como alma medieval, escribiendo en folios que fueron exámenes y quedaron en blanco. De esas frases, me quedo con las que hablan de la competición y la rutina (“pocas cosas más repugnantes que el espíritu competitivo”), de la creación literaria (“escribir un libro se parece más a divorciarse que a casarse”, “uno escribe para librarse del pasado, no para comprometerse con el futuro”) o de la filosofía real (“a los verdaderos filósofos no les interesa escribir, ni publicar, ni ser adulados, ni descifrar el ser, ni identificar lo bello, ni conseguir cátedras o reconocimientos públicos. No. A quien tiene genuina vocación de filósofo solo le interesa una cosa: tener razón”). Y sobre muchos asuntos más, aunque no siempre parezca fácil de entender, porque todo es mentira, pero el barniz de la mentira no siempre es perfecto: “¿No crees que todos tenemos derecho a que nos mientan mejor?”. Escucho mucho a Nick Cave, pero no el Swing Love sino su Brother, My Cup is Empty. Podría subrayar, aunque no lo hago, eso de que “solo la conversación ensancha la vida”. Añoro mucho las conversaciones con los amigos, sin prisas, sentados en torno a una buena mesa y tener claro que “la amistad es saber elegir cuándo mentir y cuándo decir la verdad a tus amigos”. Y también me ha hecho pensar en la docencia, y en el cansancio que provoca (a la par que satisfacciones): “Da buenas clases, me dijo, de lo contrario te secuestrarán, y con razón”. Y ahora que muchos la desean, o la secuestran, es importante recordar que “la libertad es dejar de hacer, durante un rato, lo que sabes hacer”. Y la pregunta, que parece hecha a medida de los que un día admiramos a Nick Hornby: “¿Es la literatura la solución? ¿Resuelve algo la literatura? Hay dos tipos de buena literatura: la que busca suturar heridas y la que busca abrirlas. A veces la literatura es la solución porque abre heridas y otras veces es la solución porque las cierra”. Ñu es un buen intento para buscar soluciones, aunque no siempre nuestra brújula señale el norte.

jueves, 4 de abril de 2024

DumDum, estudio de grabación

Da un poco igual de lo que escriba Justo Navarro, porque como escribe tan bien, lo lees. Con las aventuras del comisario Polo nos mete en su prosa perfecta, que aquí también utiliza en DumDum, estudio de grabación. A la ciencia ficción hay que ponerle mucha imaginación (creértelo todo, cuando como en la vida, todo es mentira), pero en esta novela, un poco más. Y ese poco más, o ese estímulo, viene dado con una reflexión sobre un futuro de seres hechos de máquinas y remiendos de otros seres, con memorias propias y ajenas, con investigaciones sobre unos suicidios que, como no puede ser de otra manera, se llaman de otras formas para no utilizar la palabra suicidio: “Se habían producido apagones elegidos, personas que elegían apagarse tirándose por una ventana bajo el influjo del espíritu del invisibilismo”. Pone Justo Navarro su foco en lo que no queremos que se vea, aunque sea mentira: “¿Existía el espíritu de la invisibilidad, la droga de la invisibilidad, la invisibilidad?”. Son preguntas contemporáneas las que se hace la novela, que toma vida propia en la voz de los distintos personajes, cada uno copiando o pirateando la información de los demás. Incide el autor en la palabra control, en ese control sanitario de los que muchos quieren escapar. La penúltima pandemia (o el número que tenga) ha sacado a relucir una serie de antitodos que estaban ocultos, o no hacían mucho ruido, y que ahora son cada vez más (dejemos a un lado a Irving y los terraplanistas). Pero en ese control, el exceso y el defecto son difícilmente regulables, y todos queremos saltar el control sanitario, e, incluso, el identitario. Escribe Navarro: “Beber alcohol es un defecto, lo dice el Departamento de Moral Infrasónica, y tener defectos es una enfermedad, y las enfermedades deforman”. Pero las drogas, como siempre, son adictivas, y la invisibilidad, más aún: “Una vez que se prueba la invisibilidad no se puede pasar sin la invisibilidad”. ¿Pero tenemos válvula de escape? ¿No estamos encerrados aunque nos escampemos a kilómetros de distancia? ¿No estamos controlados completamente? Estamos más controlados de lo que creemos. Apostilla el autor: “Estábamos saliendo de la ciudad, si alguna vez se sale de la ciudad, si todas las ciudades no son ya la misma ciudad de la que no se sale nunca”. Y entonces, desde bien temprano en la novela, empezamos a leer una y otra vez reflexiones sobre el pasado, la seguridad (y la falta de ella), porque “casi nadie tiene ya pasado”. Podemos intentar escapar, solos si somos opacos y mudos [(“hablaba poco, se equivocaba poco”), (“podían interrogarlo durante horas: iban a encontrar siempre una pared limpia”)]. Y en la repetición de la mentira (en la vida, en el sueño, en el pasado, en la invisibilidad), “el sueño era el único escondite donde me sentía seguro”. Pero cuando todo es repetitivo, “hay tiempo para todo, es lo que más hay, tiempo”. Habla la novela de subdelincuentes porque “en los últimos tiempos los individuos no eran quienes parecían ser y los que miraban a través de sus ojos podían ser otros”. Y hay, o había, o habrá (sin diferencias, entonces) que mirar los pasos, porque “los pasos cambian como cambia la voz, según el estado de ánimo y la fuerza que se les imprime”. Parece una frase de CLM, pero todo es subdelincuencia, o policía, que en esta novela se confunden, aunque la policía andaba ya extinta,” como tantas otras especies animales” (o extinguida, que ya me falla la memoria, o la subdelincuencia). Y ese pasado, siempre es sucio, "poco higiénico”, y salvo Cristo y el Vaticano, pocos se salvaban, porque todo era residuo, todo recuerdo de otra época, todo compatibilidad inacabada, todo disimulo, todo frustración, y hasta el vodka, y el agua, y todo lo que se bebe, sabe a pasado. A ayer (porque decía el hombre de la camisa verde que “ayer era el año pasado”). Y también es DumDum una imagen, un plástico, una virgen de Lourdes (¿era Lourdes un Benidorm de los enfermos según EHDLCV?), algo que nos da seguridad cuando queremos seguridad, algo que nos da lectura cuando queremos lectura, algo que nos da cuando queremos posesión: “Para que el público demande seguridad, hay que ofrecerle antes un poco de inseguridad”. Y mezcla JN inseguridad, infelicidad y todo eso que nos lleva, o llega, o hace que nos lleve mientras llegamos, al bolsillo: “Se produciría una quiebra económica general si la felicidad dejara de venderse como producto farmacológico, es decir, si dejara de existir un poco de infelicidad”. En la neorrealidad inventada por Justo Navarro, todos están esperando un cambio, una señal, un barniz, una mano de pintura porque se lleva a cabo la “estetización de la realidad”. ¿Y qué supone esconderse? ¿Qué supone no ser visible? Para entenderlo hay que leer lo siguiente: “La invisibilidad significa lo peor del pasado: imprevisión, enajenación, inseguridad, insatisfacción, desorden nervioso, criminalidad indiscriminada y gratuita, enfermedad, infelicidad, en una palabra, suicidios”. Y claro, se cambian los iris, se cambian los brazos interiores, se cambian botones y cables, y, por supuesto, de casa: “Se cambia de casa y se acaba viviendo mejor que antes”. Y aparte de casa, “cambian los afectos, y los intereses, y los mercados”. Y siempre, la mentira, el contrapeso, la balanza torcida, la báscula falsa: “Hemos creado la minoría invisible para que la mayoría absolutamente visible la perciba como perniciosa para la salud general”. Y solo quedaba batallar, a buen precio, porque “no hay mejor negocio que una guerra”. Una gran novela, de mentira, como todo, para estimular ese antitodo nuestro de todos los días, porque “se genera inseguridad, miedo, y se venden más productos antimiedo”.

miércoles, 3 de abril de 2024

Breathtaking. Primera temporada

Breathtaking no edulcora la crisis que nos trajo el COVID-19. En el caso inglés, se mezcla, como aquí, la incompetencia política y la de las autoridades sanitarias. Por el contrario, pone a los sanitarios como héroes (como si no lo fueran siempre). Cada territorio tiene su anticristo, su negación hecho presidente, nosotros tuvimos a Sánchez y los ingleses a Johnson. ¿Con otros? Mejor, peor, distinto. Un compañero del instituto, aquel marzo de 2020, me dijo que con la derecha se hubiera cerrado un mes antes, que si con un perro que si no se sabía si tenía el ébola se montó la colera divina no iban a permitir que un bicho chino les jodiese la primavera. Pero esa primavera se hizo eterna, se hace eterna, y Breathtaking hace una buena síntesis, mezclando lo sentimental con lo práctico continuamente. Centrado en una planta hospitalaria, con sus templarios médicos recubiertos de bolsas de basura y sus bajas en combate. Se habló mucho en esos meses de bajas de si era conveniente utilizar lenguaje bélico: batalla, vanguardia, guerra, retaguardia. Un tema complejo en el que algunos no quisieron posicionarse (como tantos). Boris, como su pelo, se distorsionó aún más de lo que ya estaba; sus ministros, aún más aturdidos (como en casi todos sitios). Relajación y reunión, y negacionismo. Y en todo ese caos, seguían las bajas exponenciales, con aquellas reuniones navideñas tan absurdas que solo multiplicaron los casos y las infecciones, y las muertes. Despedidas en soledad, por llamada, o videollamada, o tras una máscara, o tras un violín, o la peor situación inimaginable. “No hay ningún plan, ¿verdad? Simplemente están inventando esto a medida que avanzan. Esos viven, esos no. Son sólo números”. Esa era toda la cuestión, sólo números. Y el asunto residencial también se resume bien en Breathtaking: “El hecho de que sea un daño que no podemos ver no significa que no lo estemos haciendo. Y no debemos hacer daño”. Y el negacionismo peor entendido, hecho lapo. En definitiva, una buena reflexión para hacernos pensar que si esto vuelve a suceder, nunca estaremos lo suficientemente preparados.

lunes, 1 de abril de 2024

Sangre y dinero. Segunda parte de la primera temporada.

“¿Sabes la droga más potente que he probado? Es la mentira. Una vez que la has probado, no puedes vivir sin ella”. Esa frase del décimo capítulo de Sangre y dinero resume todas nuestras vidas. Desde el principio, esta segunda parte de Sangre y dinero se vuelve más cafre, más vengativa, más asesina. Sin límite ni control. Sin límite de mentiras, sin control de daños. Todo vale, incluso poner en riesgo a la familia, a los hijos. Sangre y dinero es mafia con y sin corbata, hortera y cursi, leñera y de defensa central uruguayo, pero con patadas a la espinilla y en plan Goicoechea. Sangre y dinero es mérito y familia, clan y persecución, felicidad y locura, pero en esa descontrolada espiral no hay catarsis, ni epifanías ni resurrecciones posibles. Hay un rastro de lodo y flujos que en nada se parece a algo bueno. Pero los malos, siempre son los mismos: “El Estado no ataca al propio Estado. El Estado no reconoce sus errores. Nunca”. Pero los tocomochos, desde el parqué o desde Dubai (¿acaso hay diferencia ahora?), siguen siendo timos: “Esta estafa del carbono es un fracaso político pero también un escándalo ecológico. Las generaciones del futuro nos preguntarán: ¿En qué estabáis pensando? ¿Por qué no hicisteis nada para evitar el cataclismo? ¿Qué excusa pondremos? ¿El mercado financiero? El derecho a contaminar se ha convertido en un sálvese quien pueda. Un casino donde se gana siempre”. Escuchando casino y derecho a contaminar me he puesto a pensar en el Mar Menor, pero eso tocará otro día. Pero es que esto de la vida, es una partida, y “jugar es hacer trampas”. Sangre y dinero es una partida de póker continua, en Hong Kong y en Israel, con presidentes y con magistrados, con estados que han acabado simplemente siendo empresas. Pero como todo es mentira, solo nos queda las palabras, (o Manila), o un disco duro, o una escucha, o un vehículo a 230 kilómetros por hora. Lo dicho, toca reflexionar con las palabras finales de la serie: “El mercado de las cuotas de carbono es un lugar, un lugar donde el verbo ser degenera en tener, y donde tener degenera en aparentar. Pero también es un momento, el momento en que la economía política solo produce dinero y la necesidad del dinero. El mercado de los derechos de emisión es un estado mental, el de la frustración, el horizonte esquivo de la satisfacción aplazada sin cesar y de la avidez que se renueva cada día. Es la misma psicología que provocó los desplomes bursátiles y la que hará arder nuestros bosques, secará nuestros océanos y fundirá nuestros glaciares como en una maldición bíblica. Ya pagamos el agua que bebemos, aunque caiga del cielo. No hay motivos para que no paguemos también por el aire que respiramos. En el fondo, el fraude de los derechos de emisión no es más que la tragedia de la modernidad. El dinero que han robado es el del interés general y el de la solidaridad, y se ha robado directamente del bolsillo del pueblo”. Y reflexionando, nos damos cuenta que la cantinela del pueblo también es mentira.

jueves, 28 de marzo de 2024

Los alemanes

Me desconcertó mucho el comienzo de Los alemanes de Sergio del Molino. No sabía si estaba asistiendo al entierro de un mito, de un Sergio Algora, de un tipo que desborda la imaginación propia y ajena, pero que no es entendido siempre como se merecía. Además, aparecía política y fútbol, pero sin chiringuito, con tipos de estrella davidiana ejerciendo el berlusconianismo en tierras zaragozanas pero sin colchones ni teléfonos. La vida es eso que pasa entre un entierro y otro, me dijo más de una vez el hombre de la camisa verde. Los alemanes es una novela de gente de carné confuso, de música de otro tiempo, de palabras en desuso, pero con los instintos atemporales: los del furor y la sangre. Entre esos entierros a los que estamos abocados a llegar, siempre nos queda un resquicio para la Historia. Los alemanes nos lleva a la historia del último siglo, que es también el periodo que va entre una guerra y otro. La Paz Armada, otra farsa, como también decía EHDLCV. En esa desnaturalización del alma de los clubes de fútbol de la que escribe Sergio del Molino, hemos aprendido que el dinero, como casi siempre, lo es casi todo. Para los que somos muy futboleros, o, directamente, enfermamente futboleros, nos gana SDM al escribir en la página 50 lo siguiente: Sabemos que comprar un equipo de fútbol es como comprar los álbumes de fotos de una familia o su casa del pueblo”. Y este libro es que va, y mucho, de álbumes de fotos, de esos que en un momento te enorgulleces de enseñar a tus amigos, a las personas en las que crees que confías (falso, no tenemos amigos, tenemos gente con la que pasamos ratos, salvo los que van al cementerio y al tanatorio cuando cae alguien de tu familia) y que luego, a golpe de tuit, escondes para que nadie vea, y hasta reniegas de ellos. Y de tus apellidos: “El pasado nunca deja de molestarnos, por eso nos preocupamos por conocerlo tan bien, para asegurarnos de que no nos hace daño”. Reflexiona SDM, sobre el poder de hacer daño de la familia, o del que creemos que nos puede alcanzar en nuestra integridad. Los secretos familiares no se quedan en las guerras, porque siempre había alguien que conocía a alguien que nos citaba, o cita, o citará, porque es así, “qué perversa es la memoria”. En este retrato, de lo que pasó en 1916 y de lo que pasa ahora (“un bar de gente mayor, como son todos los bares de ahora”) no hay medias tintas. Escribe SDM sobre tesoros nacionales (podemos llamar nación a cualquier barrio, a cualquier colonia, a cualquier ciudad) que, antes o después, se agrietan, y hay pintarlos, o, directamente, revisar su cimentación. A esa colonia de alemanes que llega a Zaragoza, se le gruyerea el queso con la proclamación de la II República en España, con el nazismo, con Franco, con todo lo que viene después. Subraya el autor el asunto de la patria, sobre la relación entre profesores (que son maestro y alumno a la vez), sobre la dificultad de las relaciones afectivas cuando se juntan con lo político, porque lo político es todo. El retrato de lo concejil, mezclado con la basura futboinmobiliaria, nos recuerdo a un chófer de Drácula metido a alcalde y, directamente, a la mafia. Los alemanes también es sopranística en lo que describe de informes y sobres con informes, en la debilidad de la palabra dada, porque todo es mentira. En clase, cuando estoy con los alumnos, no siempre es fácil que entiendan el triunfo del nazismo, pero es que ahora no se entienden los tiempos en Historia porque directamente, no se lee. “Las familias siempre mienten”, se lee en Los alemanes. Y SDM, apostilla: “Es mejor hacer caso a los historiadores”. ¿Qué somos? A principio de curso, repito mucho esos alumnos, que no son los mismos cada año, pero a los que cuesta distinguir cada curso porque todo se parece más a todo cada vez, una frase de George Harrison que suena rancia pero en la que hago hincapié: “Prefiero ser un exbeatle a ser un exnazi, aunque preferiría ser un exnada”. Las etiquetas, que vivimos rodeados de etiquetas. También leemos en Los alemanes sobre madrigueras de ratas, sobre el carisma mal entendido, sobre el uso de fondos que se desvían, sobre ruinas mal llevadas y, sobre ese pasado que unas veces nos da lustre y otras metemos en el cajón: “No hay que perder de vista nunca el pasado. Quien se olvida está jodido”. Humanismo y narraciones, locura y cuentos prusianos, porque también hay leyendas de santos y recitales nocturnos de niños muertos, madres que son muertas en vida y vidas en las que se nota, demasiado, la muerte. Y a esa sociedad contemporánea de gente con perros y gente que olvida, también se refiere SDM: “Que no nos pongamos elegíacos, qué risa. Si el pasado es lo único que nos queda. No tenemos hijos, nuestra familia termina en nosotros. ¿De qué vamos a hablar, si no es de los muertos y las herencias?”. También hay alusión a la soledad contemporánea, la de individuos rodeados de esbirros y secuaces pero que realmente están solos, pero que solo miran con recelo a la mamá de turno para culpar. Y de la soledad institucionalizada, la última, la del viejo con pañales y babas definitivas cuidado por aquella señora que vino del este, o del este del este, y que ejerce su estalinismo con todo aquello que se acerque al pañal o a las babas. En definitiva, un buen libro para pensar que menos la muerte, todo es mentira, aunque tengamos que ir a Palermo a ver su victoria a caballo.

martes, 26 de marzo de 2024

Los días perfectos

Me ha gustado menos Los días perfectos que Las despedidas, y me ha gustado más la segunda parte de Los días perfectos que la primera. Jacobo Bergareche desnuda (no solo en lo físico) a sus personajes, a los protagonistas de una vida cotidiana que aburre y que buscan un plan B en sus existencias. Pero esos planes, los alternativos, duran lo que no siempre queremos que duren, se nos escapan. No podemos esperar que no acaben. Con la excusa de un reportaje, el protagonista va a Austin (Tejas, siempre con jota como decía el profesor Andreo García) y se encuentra con ese plan que no esperaba y que lo despierta, lo saca de su letargo, de ese coma sin hospital de la jodida rutina de todos los días. El profesor Andreo García era de Historia de América, pero JB empieza con una cita que la Doctora Martínez Carrillo, de Historia Medieval, hubiese firmado: “En este predicamento, conté diligentemente los días de pura y genuina felicidad que tocaron: ascendieron a catorce”. No sé si la profesora de Albacete llegó a tantos días de felicidad, con el vinagre mañanero que le alegraba el resto del día a ella y a sus alumnos… Pero aquí lo que recuerda el autor es lo que se escapa: “Te tuve, me tuviste. Nos tuvimos”. Cuando sacamos el periscopio de recuerdos, acabamos siempre a la deriva, tragando sal y agua aún más salada y si llegamos a la orilla no sabemos si rezar para seguir vivos o desear que esta agonía que se eterniza acabe ya: “Los recuerdos que no se apoyan en imágenes, ni palabras, ni objetos se deshacen poco a poco en la memoria, pierden la nitidez, sus contornos se diluyen, sus colores se entremezclan y al final solo queda una mancha borrosa de luz contra esa oscuridad que termina por engullirlo todo”. Tengo cintas de casete con las críticas de cine que hacía Rafael Escalada en el programa de Abellán, y recordé, a la vez que empezaba la lectura de LDP aquella que realizó cuando el estreno de Los puentes de Madison. Escalada hablaba de la posibilidad de elegir. Muchas veces nos preguntamos si en esas elecciones, en las que hacemos y en las que no realizamos, o realizaremos nunca, podemos herir a los que nos rodean para satisfacer nuestras necesidades de revivir. Vivir, en plan supervivencia de bestia en la jungla, no nos vale. No. O no debería valernos. Pero no nos levantamos, no damos un golpe en la mesa, seguimos en ese letargo antilisérgico que es la cotidianeidad. JB nos hace reflexionar sobre el tiempo que compartimos y el que no: “Es preciso contar también el tiempo sin ti, porque también la ausencia le ha dado forma a lo nuestro, igual que el silencio se lo da a la música, y la sombra a la pintura”. ¿Y qué hacemos cuándo alguien nos cambia? ¿Nos seguimos conformando? ¿Somos capaces de llevar la revuelta al límite de la revolución? El autor, de nuevo, nos lleva a ese océano: “Me quedo con la metáfora para decirte que cuando llegaste, sentía mi vida como un enorme buque, cargado de contenedores apilados, algunos llenos de residuos tóxicos, otros llenos de ilusiones con fecha de caducidad, de responsabilidades, de preocupaciones, otros rebosantes de deseos reprimidos”. Y apostilla Bergareche: “Era un buque insoportablemente lento sobre un océano demasiado ancho”. En esa maniobra de evasión, o de intento de maniobra de evasión que es LDP, utiliza el autor la receta de abrir la mente (al sol, siempre al sol) a los que no conocemos, porque como en la canción de Airbag, quizás con los que conocemos (o creemos conocer), nos llega la decepción: “Llega un punto en la vida en el que solo con los desconocidos se puede hablar, sin temor a asustarles ni decepcionarles, de nuestros deseos ocultos, de aquello en lo que hemos dejado de creer, de aquello que ya no queremos ser y de aquello en lo que empezamos a convertirnos”. Pero el tocino de cielo, tan rico, solo nos dura un poquito en la boca y “es como si me hubiesen vuelto a hacer creer en los Reyes Magos para cancelarme después la Navidad”. JB intenta cuantificar días perfectos, días memorables, y si todos intentamos hacer ese recuento quizás volvería la decepción en nuestro Excel particular de cuantificación, y, sobre todo, de la comparación: “No se debe comparar jamás, solo se compara para elegir, para establecer la superioridad de una cosa sobre la otra. La comparación siempre compromete el disfrute de las cosas, la capacidad de apreciarlas por lo que son y el momento en el que nos llegan”. Y quizás, definitivamente quizás, “la crueldad empieza cuando el engaño forma parte del disfrute”. Don Ángel hablaba en uno de sus últimos sermones de que todos hemos sido infieles, aunque nos duela reconocerlo. Y es así. Y en esa parte final del libro, la que más me ha gustado, el océano, al llegar a esa orilla, está seco, porque “hace años que no imaginamos juntos”. Añade JB: “Todas esas rutinas que establecemos para poder sentir que somos aún pareja”. Y entonces, llega lo que no queremos, o lo que pensábamos que no llegaría: “En la vida me va a tocar aburrirme mucho, que más vale que empiece ya a aprender eso”. Pero no hay fórmulas mágicas ni “potingues” para acabar con el desgaste. Pero siempre nos queda La marquesa de Santa Cruz, y recrearnos con ella antes de que empiece otra semana de rutinas. Un excelente libro para evitar caer en lo monótono de la repetición o, por lo menos, pensar en no hacerlo.

domingo, 24 de marzo de 2024

Noche

Noche, de Alejandro Sawa, rezuma desde el principio un odio visceral a los falsos beatos que, en cuanto vienen mal dadas, se comportan como los peores demonios. Nada como fingir rezos, o rezar por fingimiento, y ser un cero absoluto. Noche, de 1888, nos describe ese panorama de familias oscuras, de padres con silencios y órdenes, de olor a cera y demasiado rosario desde el punto negativo. En esta primera aproximación a Sawa, quedan claras las dianas a las que lanza flechas el autor: las eclesiásticas. La de esos padres que anulan a sus criaturas porque tienen “oficina por la mañana y santurreo por la tarde”. Oscurantismo de final del XIX llevado a su máxima expresión en una Restauración que sólo restauró tinieblas, que trajo más sombras y decepciones, que llevó a los tesoros nacionales al peor de los infiernos y que relegó a la mujer de la cocina a la cama y de la cama a la cocina: “La belleza en la mujer es cosa que trasciende a prostitución a dos kilómetros de distancia”. Reflexiona AS sobre la sobreprotección negativa, sobre la eliminación de la libertad individual, sobre la forma de convertir a los hijos en animales de carga: “Eran plantas de invernadero, y hallaban la vida en le interior de la estufa. Fuera de ella, estaría la muerte”. La lectura nos muestra una vida descorazonadora, sin ilusión, sin posibilidad de escape que no sea más que humillación y olvido. Hace énfasis el autor en lo peor, en lo cursi y hortera, en lo peor de una sociedad que antes o después iba a llevar al colapso. Y en esa cerrazón, tocaba bajar la persiana, esconder las almas, someterse a la canallada y no había maniobra de evasión posible: “No se recogen por la calle sino impiedades y pulmonías”. La vida, esa sucesión de desgracias, que decía el hombre de la camisa verde. Escribe Sawa: “Todas las construcciones de la vida están hechas con la misma cantidad de prudencia que de ladrillos o hierro; la cólera no sirve sino para hacer destrozos”. Todo es mentira, incluso con algunos curas: “El responso bárbaro de un cura indiferente que canta sus oraciones porque de ellas come, extraño completamente a las enormes inspiraciones religiosas”. Una obra oscura que ilustra con palabras desoladoras el erial en el que España ni labraba ni quería labrar. Al final, ya al final, escribe Sawa que "los únicos historiadores posibles son los novelistas modernos”. Nada como un pequeño libro para mostrar los grandes males de una España que, pese a transcurridos ciento treinta y seis años, no ha cambiado tanto. O quizás no queremos que cambie.

viernes, 22 de marzo de 2024

La lealtad de los caníbales

Decía El hombre de la camisa verde que a Fujimori no lo habían entendido ni en Perú ni en el resto del mundo. De Vargas Llosa también decía muchas cosas, pero no vienen al caso. La lealtad de los caníbales nos muestra, como esa goyesca portada, un mundo en el que nos guían ciegos y mendigos llegados al poder, retrato de lo peor de la superación personal, dejando por el camino una ristra de muertos, porque “no hay muerto malo”. Es todo ficción contemporánea, y como ficción, ya sea en Perú o en España o en casi cualquier sitio, todo está podrido porque se parece demasiado a la política contemporánea. Como buen fanático del cuore, estoy de acuerdo con Diego Trelles Paz con esa afirmación en la que asegura que “la prensa rosa es un poco menos sofisticada pero más sincera”. Ahora todo ahuyenta la sinceridad y si hay que sobrevivir, lo hacemos, aunque no todos tenemos los medios de los que tienen pistolas: “A Arroyo no le gustaba perder y nunca perdía porque siempre iba armado”. Recuerdo que leí El círculo de los escritores asesinos en 2005 y me impresionó favorablemente. He buscado las reflexiones que hace casi veinte años me dejó aquella lectura, pero no las he encontrado. Aquí, en La lealtad de los caníbales, aparte del retrato, del fresco en el que las sotanas dan miedo, pero no solo las sotanas, aparte de los policías que imponen su terror, aparte del recuerdo de Sendero Luminoso, aparte de las cuitas políticas y los cierres casi feudovasalláticos del fujimorismo, DTP nos enseña esa mezcla racial de la que no queremos hablar pero que está presente y de la incultura y la falta de lectura y como todo lo hemos reducido a una búsqueda en Google, o en Spotify. Lo aceptamos, “como suelen aceptar los que pierden”. Pero en ese lienzo de Goya contemporáneo, da con la tecla de vocal y consonantes: “A esos jóvenes iletrados ahora los llaman emprendedores y se suponen que van a dominar el mundo. Si al menos leyeran, carajo, pero ni eso…”. Bueno, no leen, pero plagian, y plagiando tesis, o lo que sea, se llega alto. Y los óleos, barnizados o no, nos muestran esa pocilga inacabable, da igual longitud y latitud (¿qué pijo serán esas dos palabras?), en la que un bar representa la perspectiva perdida (llevamos desde 2º de bachiller sin leer a Cela, sin escuchar ópera, sin bernardear), ultratumba de todos nosotros. Y en el barrizal del cieno de todos sitios, se repite siempre, una y otra vez, la misma comanda: “No se pregunte nunca que hizo la democracia por nosotros porque va a deprimirse”. Y apostilla DTP: “Sendero, los milicos, la dictadura, la democracia… ¿cuál es la diferencia”. Pero ya ni es que ni interesa la política en muchos lugares porque “la democracia no sirve”. Añade el autor: “La gente vive con la cabeza enterrada en sus teléfonos. Este país ha sepultado hasta a los que aún no aparecen”. Y ya la lectura aparece marcada en una diana, o, directamente, convertida en delito, y eso explica muchas cosas: “Pareces loquita mirando todo el santo día ese aparatito de mierda, Rosalba, ¿por qué no mejor lees una novela?”. LLDLC nos saca los bajos instintos y el sexo que llevamos dentro, o que no sabemos que llevamos dentro, aunque no queramos meternos en líos lo hacemos y no salimos: “Mejor no pensar. A veces jodía pensar tanto. Cuestionarlo todo”. Sobrevivimos inmersos con unas promociones de lechuguinos que vienen del colegio sin cuestionarse absolutamente ninguna cuestión. En el colegio no los enseñan a leer, pero ven unos videos todo el día muy instructivos. No saben sumar, pero hay fiesta de inicio de curso, de carnaval, de Navidad, de fin de trimestre, de fin de curso y todas las semanas, de viernes. Hemos convertido a las nuevas (de)generaciones en frustrados que quieren un viernes perenne. ¿Y qué nos queda? Nos está saliendo una fotografía, la de la romería isidriana, muy bonita: se multiplican las herejías del teléfono y la pantalla, el descreimiento en la bondad humana, en la lectura de Unamuno. Todo es Narcos, y peli de Scorsese, y sacar ventaja de un secuestro o de acabar con nuestra alma: “Dios castigaba de manera creativa a los buenos infieles”. Reflexiona también DTP en bastantes páginas sobre la relación hábito/monje, sobre la transformación de seres sin brújula, sobre las aficiones que nos quedan y sobre la cobardía hecha rutina: “Los cobardes no sirven para la vida porque son basura, los restos podridos de cualquier sociedad”. Y las referencias al fútbol, que no falten (afortunadamente). Y dentro de ese marco, el cuadro lleva a la muerte, aunque no siempre es fácil desprenderse de ella, porque “a los muertos había que despedirlos o uno se moría con ellos”. LLDLC es un recuerdo del abuso del pasado, de las ratas que siempre están ahí (hasta en cualquier habitación, en cualquier ascensor). Y nada como señalar lo que no siempre se señala, porque tenemos móvil y lo demás no importa: “Lo peor que le puede pasar a una mujer es nacer pobre en el Perú. El infierno es más bonito. Esto es el matadero”. LLDLC deja un rastro de bufones de medio pelo, de personajes de medio camino que no terminan su recorrido, de recuerdos de un pasado extinto, de terrorismo de estado institucionalizado por pirañas que a ratos llevan uniforme y, en otros momentos, su verdadera piel de pirañas. En definitiva, LLDLC es una obra mayor que nos muestra que la maldad, casi siempre disfrazada de fealdad, vence, aunque “no nos conviene ahora un cementerio más grande”. Pero hoy es viernes, y voy a ver la fiesta que toca hoy en el colegio mientras suena Coldplay.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Nos vemos en otra vida. Primera temporada.

No he leído el libro de Manuel Jabois en el que se basa Nos vemos en otra vida. La serie nos hace pensar sobre los que participaron en el atentado del 11M (sobre la dinamita, sobre las minas, sobre los que compraron la dinamita y sobre los que vendieron y trasladaron los explosivos sin hacer preguntas, o haciendo preguntas y sin recibir respuestas) pero no se pregunta en ningún momento la gran pregunta: ¿Quién pagó todo aquello? ¿Quién financió y fue el autor intelectual del 11M? A muchos les pasa lo que al gitanillo protagonista, “es que en esos años, no pensaba mucho”. La serie, con saltos temporales, nos mete de lleno en la vida de un crío de Avilés que se ve obligado a buscarse la vida (y el centro de menores), cualquier cosa por escapar de la obra y de la mina y del trabajo de verdad, por mucho que lleves el 5 de Zidane a la espalda. En el primer capítulo, el retrato no se dulcifica: “Los que tuvieron suerte están muertos; los que no, están en la cárcel”. Y entonces, la figura de Suárez Trashorras, aparece como si de un personaje de ficción se tratase (porque no lo te lo imaginas ni en una novela mala: “Emilio era un esquizofrénico con acceso a dinamita. Por eso dijeron que a los yihadistas les vino Dios a ver cuando Emilio se cruzó en su camino”. En ese ambiente, todos se conocían pero nadie dijo el no por respuesta, todos siguieron colaborando, pero da la sensación, a lo largo de la serie, de que faltan piezas. No puede ser que esos tipejos que compraban mochilas en el supermercado lo organizaran todo. No. ¿Quién mueve los hilos? Pero esta ficción está bien hecha, es un reflejo de aquellos años en los que valía cualquier cosa para salir de un agujero pequeño y, antes o después, acabar en un agujero más grande. Pero siguen faltando preguntas. Y muchas respuestas, que nadie quiere darlas.

lunes, 18 de marzo de 2024

Obituary. Primera temporada.

Obituary tiene algo de Dexter, de justicia de primera mano, de cercanía y sospecha, de accidente divino y de interrupción estelar. Y hay palabras en latín que hay que inventar, o volver a inventar para que se vuelvan a utilizar. Obituary está ubicado en un pueblo sin Primark con 5007 habitantes (y bajando). Y si algo no ocurre, la dexterización llega aunque lleva ropa de rayas escocesas, y padre borracho y se dedique a las necrológicas en un periódico de mierda que solo paga por trabajo realizado. Todo muy esquizofrénico. “A veces me preocupa que me pillen, pero entonces recuerdo la clase de gente que vive en este pueblo y se me pasa la preocupación. Pero en el caso de que algo saliese mal, he decidido que los traeré al cementerio”. Obituary va del deliro del pub cutre, a los parroquianos aún más cutres, a un mundo en el que la supervivencia va de imaginación y trapicheo, de respirar para atrapar secretos que, antes o después, tendrán que salir a relucir. Pero no relucen porque en esas tierras insulares solo hay lluvia y oscuridad y cuando te vas a dar cuenta, estás perdido, porque como el moribundo, ya sabes lo que te espera: “Está controlado. Eso es lo mismo que dije yo cuando empecé a toser sangre”. El infierno sigue lleno de buenas intenciones. Muy lleno.

domingo, 17 de marzo de 2024

Los amos del aire. Primera temporada.

“Llegamos de todos los rincones del país con un mismo objetivo: llevar la guerra a las puertas de Hitler”. Fiordos, B-17’s en escuadrón, cazadoras de cuero, palillos en la boca, sorpresas desagradables en el aire y una Europa vista desde los cielos. Y Viva Inglaterra, aunque se confunda con Francia. Y los geógrafos, también llamados navegantes, jodiendo la marrana. Y el problema, desde el principio, de la cadena de mando porque “el hecho de llevar la batuta no le convierte en director de orquesta”. Y para esa pandilla, entre Judas y Cristos, siempre hay preparada una última cena. Viva Bremen. Los amos del aire te llevan a esas miradas perdidas ante de subir al bicho volador sin saber si habrá vuelta, sin saber si esa bienvenida macabra será la penúltima o no será. “¿Les gusta la cerveza, no?”. Fintar, fintar y volver a fintar. Viva Argelia. Viva Münster. Viva Londres. Viva Nuremberg. “Tu amigo iba en aquel avión por un motivo, porque Adolf Hitler y su banda de matones decidieron dominar el mundo. Nada más. En esta guerra ese es el motivo de todos los muertos”. Pero quizás todos los muertos no eran iguales, quizás un bombardeo a la salida de misa en el centro de una ciudad alemana un domingo era evitable, o, por momentos, postergable. Esas preguntas, las que nos hacemos cuando buscamos justificaciones, nos llevan a creer que todo hubiese sido posible por otros medios. Pero no. Al igual que en Band of Brothers, un último episodio en el que se huele la carne quemada nos disipa esas preguntas, nos disipa cualquier atisbo de duda. Había que hacerlo, y, si se diese el caso de nuevo, habría que hacerlo otra vez. Quizás hay recreo en los cielos, en las defensas antiaéreas alemanas, en los caballos blancos llenos de sangre, en los niños nazis sacando agua de un barco que se hundía. Quizás, pero ese último episodio, el de reencuentros y huidas, el de vuelos alimenticios, vale para responderlo todo. O casi todo. “Con las matanzas que hacemos, un día sí y otro también, eso te transforma, te hace diferente. Y no para bien. A veces, al despertar, no me reconozco en el espejo”. Es que no hay guerra, ni la hubo, para bien. Todo eso son majaderías de palomos que aplaudían a las 8 de la tarde desde ventanas y balcones haciendo el gilipollas pensando que con eso iba a cambiar algo. A la mierda las banderas blancas: “Estamos aquí para combatir a los monstruos. Hemos tenido que hacer cosas difíciles, pero fue necesario. No hay elección. Ya has visto de que son capaces. Se lo merecen”. Sobre los alemanes en esa guerra, Los amos del aire, con fuego aéreo nocturno nos repite: “Asunto: curiosa palabra para la muerte (…). Los alemanes se merecen todas tus bombas. Hay quien diferencia la guerra de la matanza indiscriminada, ellos no (…)”. Y la ración doble de pomelos mejor la dejamos para otro día.

jueves, 14 de marzo de 2024

La vida secreta de Roberto Bolaño

Las vidas que se entrelazan en La vida secreta de Roberto Bolaño nos llevan a personajes que se refugian en metáforas y agujas, que se esconden entre sudores varios y retinas equivocadas, entre cenizas de cigarros que se niegan a morir por mucho que el sueño tangerino lleve a otras tentaciones. Esos tipos, algunos “con los ojos brillantes por el licor y el infierno”, nos llevan historias o son, directamente, la historia del relato, de los relatos. Son historias, o historia, con mayúscula, de las que escuchamos porque alguien “me la contó con orgullo del que ha inventado un cuento verdadero”. Pero son historias, o historia, que nos trasladan a una lectura con la que disfrutar con locura, porque “el placer es imposible de definir, por eso es tan abierto y antojadizo”. ¿La verdad? Todo es mentira, les suelto continuamente a mis alumnos en clase de Historia, contando historias. “Nadie existe hasta que es observado”, escribe Montero Glez borgetizando y asegurando que “nunca quise ser escritor, tan sólo escribir”. LVSDRB nos lleva a cuentos etílicos y nostálgicos, a ausencia de victoria porque “de poco o nada sirven las derrotas si no te fundes con ellas en su razón de ser”. Como todo es mentira, reflexiona Montero Glez sobre los caprichos que tienen los dioses (sobre todo, con los jóvenes), sobre Marsé y ficciones que parecen verdad, sobre Ouka Leele y el verano en el que acabó la vida de Ceesepe y sobre como “la culpa siempre hormiguea”. Historias, o historia, de hígados calientes, de canciones con causa, de plegarias de distinta suciedad, de pláticas que no siempre llevan a la enredadera del jardín. Pero en esa enredadera, o en lo que parece la enredadera, toca escapar, pero “huir hacia adelante es lo que tiene, que si no la haces con cierta gracia puedes pisar en falso y acabar en el abismo”. LVSDRB es sucesión de escapadas sin escapada “porque el futuro, por mucho nos lo pinten de rosa, no existe”. Y apostilla MG: “Si existiese estaría en los cementerios”. La perfección que nunca llega, por mucho que pongamos acentos en monosílabos que no los necesitan, en curas a enfermedades que no la tienen: “La ciencia, al igual que la literatura, requiere un cúmulo de errores que hace felices a los hombres mientras se equivocan”. Y para rematar la sucesión, incide en la figura del maldito, en prosas que no siempre recordamos, en estilos que se pierden entre continentes y en recordar lo que es inevitable tener en el centro del iris: “El pasado es lo más parecido al recuerdo de un sueño”. Un buen libro para disfrutar de los matices y para recordar himnos de Nick Cave, al que siempre deberíamos tener presente.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Hágase querer por una mala copia

The Gentlemen. Primera temporada.

Decía EHDLCV que el dinero vuela y las putas se van corriendo. Otras veces decía que van corriendo, que dependía del contexto. Y del dinero. Sobre todo, del dinero. Las historias de Guy Ritchie no van de Inglaterra (aunque citen a Tony Blair y Guillermo el Conquistador [Viva Normandía]), van del Rubicón que debemos cruzar y del Julio César que llevamos dentro (los idus, los putos idus). Hubo toda una generación de británicos (y gente con apariencia de británicos, o borracheras de británicos) que creció con el chascarrillo de las frases de Lock & Stock. Con The Gentlemen no se llega a tanto, pero no será por palomas, o por palomas mensajeras, o por la granja entera, antes y después de pasar por el matadero, porque “nada une más que un poco de sangre sobre la lona”. No sólo de L&S hay en TG, sino de Cerdos y Diamantes, porque siempre hay algo que poner en la lápida, sea de mármol de Macael o de peor calidad y que se pone de mierda hasta el culo cada vez que la calima hace de las suyas: “Educamos al perro, no al hombre. Hay un perro en todo hombre que el hombre no puede controlar, así que lo hemos controlado por él. ¿Sabes cuál es el reto fundamental de la condición humana? Demasiado perro no entrenado”. Demasiado perro no entrenado. También hay vírgenes y gitanos en este universo neodarwinista: “Las personas o sobreviven en la jungla o existen en el zoo. Pocos reconocen la importancia de la paradójica reconciliación de las dos”. Con música que ayuda a la reflexión continua, al cambio de la dirección del viento, a los secretos, a las convivencias, al cristianismo utilizado, vemos una serie que nos lleva a la prisa y la violencia, a la jodienda y a lo susceptible de la inmediatez porque “los relojes son para la jubilación, y no es tiempo para ello”. O, podemos “reciclarnos como jugueteros”. Como putos jugueteros. Y luego, el continuo deseo de ajusticiar (no sólo en plazas públicas, pero también en ellas): “No basta con hacer justicia. La justicia debe ser vista para que se haga como aviso para aquellos que tengan tentaciones en el futuro”. Y eso es la vida una sucesión interminable de derrotas, de decepciones y de visiones que te llevan a darle a la quijotera en el diván frente a la lavadora: “A veces ganas y a veces ves como matan a alguien a machetazos”. Y más de una vez, hubiera añadido EHDLCV. Siempre hay que pensar en poner testiculina a nuestras vidas, y no solo en utopías hitlerianas, pero es que sin peligro no hay premio, no podríamos escapar (o intentar escapar) de la cárcel nuestra de todos los días. Lo dicho, una joya que podría estar mejor pulida pero que, por momentos, recuerda a ese mejor L&S, al de la sonrisa maliciosa y los dardos envenenados de Vinnie Jones. O no. O simplemente nos hemos hecho demasiado mayores y nos creemos lo que no somos.

miércoles, 6 de marzo de 2024

Lionel Asbo. El estado de Inglaterra.

Cuando tienes un garrulo en tu familia no hay forma de deshacerte de él (da igual el grado de parentesco, es tu familia). Siempre estará ahí. Siempre habrá una llamada de teléfono. Siempre habrá una habitación que compartir. Siempre. Siempre. Lionel Asbo. El estado de Inglaterra, es un retrato de un país, pero también de una generación, de un grupo de macarras que, por suerte o por desgracia, siempre están ahí. Y lo mejor es que, de página en página, te sale la carcajada mientras estás leyendo (“profesores; son todos una panda de perdedores”) esta foto con marco de Lionel y de su ciudad, Diston, que describe así Martin Amis: “Diston, con sus embarazos de colegialas de primaria, sus chiquillos desdentados y sus veinteañeros asmáticos y sus treintañeros artríticos y sus cuarentones lisiados y sus cincuentones demenciados, y sin sesentones”. Ese es el lugar “donde la calamidad hacía su ronda diaria, como los carteros”. Diston, la ciudad, como tantas, con enfermedades carenciales en las criaturas escolares y en la cual “como todo distoniano con la edad suficiente para caminar, Des conocía la existencia de la pornografía en la red”. Y no sólo de los que están en el cuadro, sino de los que están fuera, de los que estamos fuera, de los que estarán fuera desde la guardería: “La postura moderna estándar: caras muy inclinadas hacia terminales de telefonía móvil sostenidas a la altura de la cintura”. Ese tonto con suerte, Lionel Asbo, un Wayne Rooney a todas las luces, y que le pasa lo que a todos los que la loto premia, “que te quedas insensible, ni feliz, ni triste, insensible…”. Y esa insensibilidad, unida a lo hortera y lo macarra, describe muy bien a los que les cambia todo, porque se “sentía absolutamente feliz con el porno”: Y llega el dinero y llegan las avispas revoleteando, y las moscas de color verde metálico (vulgo, las de la mierda) y todo cambia, aunque se mantenga “el andar neolítico”. Lionel Asbo, podría pasar por ser otro animalito en su “zoo de hermanos”, pero ejerce de tío con un sobrino mestizo (“el antihéroe, el contrapadre. Lionel hablaba. Des escuchaba y hacía lo contrario), y todo se complica porque pasar de un piso 33 a una mansión no es fácil (y el ascensor solo subía hasta la altura 21). Lionel Asbo, ser pluricelular que tiene ese lugar en el momento y ese tiempo: “El único momento en que sé que respiro es cuando tengo algún lío de faldas”. Y las peleas continuas, y las entradas en la cárcel, y las viandas de taberna y los chuchos peligrosos que te meten en líos y el material robado y un montón de cosas más. He visto como amigos del colegio emborrachaban a gallinas y como le daban viagra a cerdos para que se restregaran el nabo contra la pared. Algo así es la vida cotidiana de Lionel Asbo, un tipo para el cual “el código penal era el tercer elemento de su trinidad vocacional; los otros dos eran la villanía y la cárcel”. Y hablando de cárcel, “al criminal de carrera no le importaba realmente estar en prisión”. Una buena postal de una sociedad que se fue a la mierda hace mucho.

lunes, 4 de marzo de 2024

Tic-Tac Megacuarenteno

Tic-Tac Megacuarenteno parece un videojuego de plataformas en el que hay que ir pasando pantallas y mundos, pero siempre hay que pasar al siguiente nivel, a la siguiente misión. Pero no va de princesas ni de otros castillos, va de tiempo y relojes, de globos que pinchan y caída del sistema (nada como una Windows como escapatoria), de pulpos y dragones, de bunga bunga y de minutos que no llegan porque el bicho de turno siempre escapa con el Longines en el pico. Pero siempre hay un recurso a lo quijotesco, a la molinología, que antes o después lo soluciona todo. O casi todo. Coda: Y de lo relativo al castigo hablamos otro día.

domingo, 3 de marzo de 2024

For All Mankind. Cuarta temporada.

“La elección de Ícaro no es no vueles muy cerca del sol, es debes tener mejores alas”. Esa frase, del final del tercer capítulo de la cuarta temporada de For All Mankind, resume muy bien el espíritu de una serie que siempre va por delante, que te pasa por derecha e izquierda, que se reactualiza en cada entrega, que hace pensar en esa otra frase de ese mismo capítulo una y otra vez: “Para aprovechar el futuro, hay que inventarlo”. Al final, después de huelgas y sabotajes, después de destierros sin vuelta atrás y empresas de farsa, después de reuniones familiares y recuerdos de bombas y emociones, después de ver una oportunidad única, vemos que la humanidad ha determinado que es mejor no llevarse bien, sino simplemente soportarse. Y cuando todo se acaba, por el décimo episodio, el norcoreano le dice al yanki convertido en oso y en líder sublevado, que “las palabras no tienen alas, pero pueden volar mil millas”. Todo es conspiración, todo progreso tiene un precio, todo tiene consecuencias, todo es mentira. Y como en Rebelión en la granja, al final, siempre hay purgas, aunque el último capítulo se llame Perestroika (o quizás, simplemente, por eso).

Galgos. Primera temporada.

Cada vez que veo a Carmina, la protagonista de Galgos, me imagino a Carmen Polo y sus collares, y más collares, e infinidad de collares. Cría ratas y se comerán el queso. Carmina tiene secretos, porque casifamoseando, “la gente guapa no tiene valores” (y los “socialmente no retrasados”, menos). En esa colección de ratas, cada una de ellas tiene secretos de alcoba o de fábrica quemada, de consejo de administración de borrachos y con peste a pies, de hijos del pasado y de nietos con nombre raro. El azúcar como nueva droga a prohibir, si es que ya no está hecho. Galgos reflexiona sobre las etiquetas y las acciones, que todas tienen un precio hasta que dejan de tenerlo. El problema de Galgos, quizás, sean las pegas, la de ver continuamente a RB en sus botellas, la de ver al postizo tonto, a la pequeña incontrolable, al yonki metido a lobby, a la que perdió peso como mandamás, al papá consentido, a la vida convertida, de principio a fin, en una canción de Los Chicos de la Tienda de Mascota. Y para mascotas, estos Galgos que van de sucesores y se han quedado, por el camino, entre Abigail y Cristal.

lunes, 26 de febrero de 2024

Las despedidas

La velocidad del mundo contemporáneo no nos lleva a reflexionar, o directamente, a reflexionar lo suficiente. Lo suficiente sobre lo que hemos hecho, y más concretamente, lo que podríamos haber hecho con nuestras vidas. Aunque las casualidades no existen, a veces, la vida nos lleva de un pantallazo de colores distintos a un hecho del pasado que nos cambió, aunque no podamos ponerle nombre a ese hecho, a ese pantallazo de colores distintos convertido en vieja televisión en blanco y negro. O no. Las despedidas, obra de Jacobo Bergareche, nos mete de lleno en el desamor de los ricos que viven esa velocidad del mundo contemporáneo como bestias de safari, sin parar a pensar ni un solo momento en lo que hemos perdido, o estamos perdiendo, o vamos a perder. Las despedidas pone en sus líneas a nuestra disposición unas biografías en las que hay, como en casi todas, demasiados huecos que rellenar pero que no queremos hacerlo delante de las personas con las que convivimos actualmente. ¿Podríamos contar todo lo que hemos hecho a la persona que tenemos al lado nuestro en el presente? En ese desamor, en esa fotografía de zoo que es nuestra vida, es peligroso pensar en la posibilidad de elegir, en la opción b, en lo que se sale de lo común. El personal piensa que puede ejercer de regalador de consejos (continuamente, en todos los ámbitos de la vida, en la familia, en el trabajo, en el ascensor, en la comunidad de vecinos) y no puede aceptar un no como respuesta. ¿Es posible olvidar esos momentos del pasado que hemos idealizado y ya no volverán? En Casi Famosos se repite aquello de que “la gente guapa no tiene valores” (ni falta que hace, decía el hombre de la camisa verde). Al final, como siempre, es mejor guardar silencio, esconderse, pasar desapercibido y olvidar aquello que nos hizo felices, aunque fuese por unos días. Un buen libro con el traer a la memoria esos instantes olvidados por lo rutinario, porque al final, todo es mentira.

sábado, 24 de febrero de 2024

True Detective 4: Noche polar

Me dijo el amigo Jesús Megacuarenteno hace un mes y dos días que True Detective 4: Noche polar que “está bien, sale Jodie Foster y es un remix entre La cosa y Fortitude”. No he visto La cosa y Fortitude tiene muchos altibajos, pero TD4:NP tiene el problema de las etiquetas. Hay demasiado TD después de la primera temporada de TD. Son otras ligas, o, directamente, otras ligas. No tienen nada que ver, y si tienen algo que ver, quizás se desmerezcan, o no estén a la altura, o no lo entendamos como lo que son o dejan de ser. Dejando atrás las palabras pizzolatianas sobre el final y otras discrepancias, el problema está en las expectativas de algo que lleva esa etiqueta de TD. El hombre de la camisa verde hablaba mucho de las expectativas napoleónicas y, sobre todo, de las expectativas de noviembre de 1941. EHDLCV decía que tras ese noviembre, tito Adolfo debió dar un paso atrás, y dejar que los otros se retrataran y aguantar hasta viejecito jodiendo a Blondie y a Eva hasta convertirse en una caja de pino. TD4:NP mezcla noche eterna, investigación, contaminación patrocinada, pétalos de rosa en camas frías, mucho alcohol y mucha mala leche, dolor infinito y demasiados silencios que se distorsionan con pinturas en la cara y marcas en el corazón. Es una buena serie, que tiene demasiados bajones porque el nivel, en esas expectativas, en esas etiquetas predeterminadas, hacen que las retinas vean el producto final con un listón que ni el Dream Team ante una hipotética Yugoslavia en la final del 92 en Barcelona. Siempre será lo que pudo ser y no fue, pero la primera parte contra Croacia también estuvo bien. Ni de etiquetas ni de expectativas se puede vivir de por vida.

jueves, 22 de febrero de 2024

Historial delictivo. Primera temporada.

Historial delictivo es adictiva porque mezcla muchos asuntos y los mezcla bien. En ese cóctel de investigaciones y dramas, de cárcel y disturbio racial, de drogas y quebrantos, de confesiones falsas y mentiras institucionalizadas, nada es lo que parece y todo nos hace pensar que los malos van venciendo, que las redes sociales van ganando, que la escoria también lleva traje y corbata, que las mentiras bien contadas incluso, por momentos, parecen muy reales. O quizás, simplemente, sean reales. Aunque quizás le sobre algún ratito y se ponga, por momentos, melodramática en lo sentimental y familiar, es una historia bien construida y que refleja bien lo que se nos viene encima (o ya lo tenemos encima y nuestro barómetro anda distorsionado). Y hay muchas crisis, “y nunca desaproveches una crisis”. Cuando empiezas a mirar debajo del felpudo de la puerta, solo sale mierda, y en Historial delictivo ese felpudo se ha convertido en pirámide. Pero en esa pirámide “ves lo que quieres ver, como hacen todos”. Y como en cualquier instituto, “por muy en forma que estés los malos siempre tienen 18 años”. No solo físicos, mentales y dogmáticos, también. Un buen ejercicio de reflexión para estos tiempos en los que nos cuesta diferenciarlo todo.

La Zona de Interés (novela de Martin Amis)

Creo que lo mejor de La Zona de Interés (tengo dos versiones) es lo que está al final (Agradecimientos y epílogo: Lo que sucedió). En la segunda versión, creo que es lo que no escribió, lo que se mordió (la lengua). O lo demás. No lo sé. En esa parte final, deja grandes frases, y preguntas que nos hacemos mucho. O demasiado poco. Convencer o no. Comprender o no. Cada vez que me meto en 4º de ESO o 1º de Bachillerato con la II Guerra Mundial, y los totalitarismos, le pongo a los alumnos Hijos del Tercer Reich. Antes o después, con más o menos mouriñismo, llega la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué esos disparates? ¿Por qué no poner el freno? ¿Por qué no parar cuando la guerra estaba perdida? ¿Era todo delirio? En la página 301 leo: “A fin de cuentas, la otra idea capital de Hitler, la de conspiración mundial de los judíos, parece sacada de un manual básico de las enfermedades mentales: es el primer y más desdichado cliché del esquizofrénico”. Ese “cliché del esquizofrénico” no lo explica todo, pero es esclarecedor. Sigue Amis: “En las calles, pues, un antisemitismo de arroyo (o, en le mejor de los casos, esa indiferencia antinatural que apunta Ian Kershaw), y un nacionalismo fulminante, y una docilidad de rebaño acentuada por la intoxicación de masa; en la cancillería, el lento felo de se de una mente que se pudre de poder. Y la locura, si la aducimos como causa (¿cómo vamos a excluirla?), arruina irremediablemente nuestra investigación, porque, por supuesto, de los locos no se puede obtener ninguna coherencia, ningún inteligible porqué”. LZDI etiqueta a sus protagonistas, pero sus protagonistas son cambiantes, porque en su pasado fueron otros, porque Alemania, antes de 1914, parecía ser otra (otra cosa es que lo fuera, o no lo fuera, o dejara de serlo). LZDI habla de política y de Historia, habla de patriotismo y de odio (una novela llena de él), habla de adulterio cometido y sin cometer, habla de pasiones y de exactitud en la cerrazón, habla de testimonio y de homicidios continuados, pero todo estaba perdonado porque el sacramento era el nazismo: “Estoy pensando. ¿Qué es lo que no les hacemos? No los violamos, supongo”. Más: “Cogemos a los más bellos y hacemos experimentos médicos con ellos. Con sus órganos de reproducción. Los convertimos en viejecitas. Y luego el hambre los convierte en viejecitos”. Pero la raíz, eso que mezcla cebollas y patatas antes, mucho antes, de meterlas en el horno, era la que estaba viva, regada y fertilizada: “¿Quién en Alemania no pensaba que a los judíos había que bajarles los humos?”. Sumar (pero sin hablar de tierras fraguistas): “Los judíos tenían que bajarse del pedestal en el que se habían puestos”. ¿Quién los había situado en ese pedestal? ¿Habían construido ellos ese pedestal? ¿Existe el pedestal? “¿Por qué querrías hacerme daño?”. Eso pregunta Pearl Jam en su Animal. LZDI es secreto y poder, es tiempo de guerra y gravedad, es pureza racial porque “la pureza racial equivale al poder racial “. ¿Acaso hay diferencia? Pero luego todo huele. Se pregunta Amis en LZDI (o hace que nos preguntemos, como JF en TD) si el régimen nazi hubiese centrado todo su foco en la guerra y no en lo racial. ¿Qué hubiera pasado? Pone fechas MA, pone días y casi hora. Pero todo ese esfuerzo (inútil), tenía otra finalidad. Quizás era un simple escupitajo en el mar, pero iba más allá del fondo marino. Erradicar: “Es política, Prüfer. Estamos ocultando nuestras huellas. Hasta tenemos que moler las cenizas; en molinos triturados de huesos”. ¿Había necesidad de esos molinos? Decía Manuel Alcántara en su Vuelta de hoja, de vez en cuando, que la mejor manera de contar al personal en las manifestaciones (hoy no vale en los tractores) era contar piernas y dividir entre dos; en LZDI, Amis dice que “el procedimiento más científico, hemos comprado, era contar los fémures y dividir esa cantidad por 2”. Vivan las matemáticas. Sobre los Sonders también deja buenas reflexiones MA en LZDI, o sobre su situación, sus bilis y sus entrañas: “O te vuelves loco en los diez primeros, se dice con frecuencia, o te acostumbras a ello. Podría argüirse que aquellos que se acostumbran a ello, de hecho, se vuelven locos. Y aún existe una tercera posibilidad: ni te acostumbras a ello ni te vuelves loco”. Y los cosméticos y las mujeres y como “en aquel tiempo había millares de hombres que iban del fascismo al comunismo sin reparar siquiera en el liberalismo”. Y esas reflexiones que te llevan a entender un poco ese ambiente (solo un poco), porque “haciendo policías a los criminales: así es como aprietas las clavijas a un pueblo sometido”. Pero después de la locura hay que seguir, aunque no sepas como hacerlo porque tras el desastre “nadie sabe dónde está nadie”. O quizás sea imposible entender y ese esfuerzo sea solo un intento fracasado, un desastre sobre el que seguir investigando: “Más tarde pensaría que las guerras se hacen viejas; se vuelven grises y malolientes y se pudren y enloquecen”. Se ha hablado mucho de “nueva normalidad” tras el covid, pero tras unas guerras todo es distinto: “Fuera lo que fuere, no era la vuelta a la normalidad. No había normalidad a la que volver, no después de 1914, no en Alemania. Tenías que tener como mínimo cincuenta y cinco años para tener recuerdos adultos de normalidad. Pero había algo en el aire, y era algo nuevo”. Un buen libro con el que darle trabajo a la quijotera.

lunes, 19 de febrero de 2024

The Long Shadow. Primera temporada.

Salvo por algún momento del inicio que provoca alguna asociación de ideas (siempre lo progre sale por algún lado con Margarita, y la crisis, y la salida fallida de la CEE en los 70’s, y reunir mentalmente crisis y Thatcher), The Long Shadow es una serie ejemplar. Con los mapas de fondo, con el humo de tabaco suficiente, con los vasos de duralex de toda la vida, con esos jardines impenitentemente verdes y cuidados, con la cerveza y el pub, con la música a otra parte hasta que no vuelves de la otra parte. The Long Shadow es la historia de una persecución, de los altibajos en la misma, del conteo infinito de fallos y víctimas, de los errores repetidos, de las familias de las que nadie se acuerda, del sensacionalismo y la perversión. Días, semanas y años que se acumularon para cazar a un tipo con el que se habían cruzado demasiadas veces. Pero sobre todo es una historia de tormento, porque no hay éxito final a pesar del supuesto éxito final. The Long Shadow es una derrota bien filmada, bien ambientada, bien recordada.

viernes, 16 de febrero de 2024

Sangre y dinero. Primera parte de la primera temporada.

“Esta época es el reflejo de los timadores. Un mundo en el que todo está mercantilizado: naturaleza, clima, todo. Teníamos miedo de poner otro impuesto contra la contaminación. Pensábamos que había muchos, mucho impuesto. Queríamos creer en el mercado, el mercado, siempre el mercado, siempre igual. Creed en sus virtudes. Las cuotas de carbono son el improbable encuentro entre los mercados financieros y el Estado del Bienestar. Y los timadores supieron aprovecharlo. Sabían bien lo que querían”. Estas palabras del cuarto capítulo de Sangre y dinero resumen a la perfección el entramado de esta serie, que nos lleva a ese final de la primera década del XXI que mezcló dinero y perversión, pero, sobre todo, avaricia. ¿Qué sería de nosotros sin avaricia? Acumulamos por el simple hecho de acumular, por ese instinto sanguinario que nos lleva al extremo, al límite. Sangre y dinero nos muestra la estupidez gubernamental, la falsedad de las agendas multicolor, la cerrazón de tipos con corbata y señoras de tinte exagerado. Y todo ello poniendo a la familia en su sitio, porque esto va de apariencias, de timo, del tocomocho linamorgiano llevado a un estatus de obra de arte. Pringaos que consiguen, con la ayuda del pringao con coche caro, pringar al gobierno y al más pintado. El principio de Peter hecho capítulos, hecho confesión, hecho especulación, hecho falta personal antideportiva en un contraataque en el que solo puedes defender tú un uno contra cinco. Seres atormentados por el dinero y las hijas, por las esposas, por el trabajo y por estar casados con su profesión, ya sea por robar o por investigar o por seguir robando. “La fe suele viajar de incógnito”, se escucha, entre olivos y viñedos, decir a un judío con camisa arrugada verde en un Tel Aviv en el que se conviven franceses con delitos y perras. Sangre y dinero es metáfora de la podredumbre que la tecnocracia de universidad y apellido ha llevado a ministerios y que permite lo que no se puede consentir. Pero hay que llamar a las coas por su nombre: “El capitalismo es la libertad de un zorro libre en un gallinero libre”. La variabilidad de zorros y gallinas, y la ecuación correspondiente, nos lleva a pensar en que esto no tiene solución porque todo es mentira. El timo ecológico, hecho despensa y plato, convertido en el pan nuestro de cada día, en trigo sarraceno metido con calzador, en avena integral, en el todo sin azúcares añadidos, ha sentado cátedra y el robo ya está, como la muerte en la Edad Media, institucionalizado: “Timadores ecológicos… Eso es nuevo, ¿no?”.

domingo, 4 de febrero de 2024

Lawmen: Bass Reeves. Primera temporada.

En la ficción, ahora que toca inmediatez y desgarro, ahora que toca lo rápido, está bien (por probar, por cambiar, por hacer un piscinazo a lo Jordan Poole), de vez en cuando, disfrutar con la dieselización de la ficción, del relato, de la historia. En su primera temporada, Lawmen: Bass Reeves nos muestra a un tipo negro, que lleva las riendas con su mano izquierda en su caballo blanco cuando todavía tiene frescas en su espalda las señales de los latigazos. Y lleva la estrella en su pecho, o se hace con ella, o se la meten con calzador porque hay tipos que necesitan calzador para muchas cosas. Bass Reeves es un tipo atormentado porque la tormenta, entre versículos bíblicos, vive en él. Bass Reeves es un personaje del Antiguo Testamento, que lo mismo te suelta un arrebato (“la muerte es la única luz en esta oscuridad”), o se toma la justicia con su rifle o es un creador todopoderoso de un equipo numerosísimo con su prole que va creando en cada visita a casa (suma y sigue, como si de una buena estadística de baloncesto se tratara). Pero en ese universo de texto celestial, aprendemos que “ningún rey construyó su reino solo” (faltaría más, pijo); aprendes que en este confesionario continuo que es la vida, solo falta la puntilla porque “aún luchas con la religión que te adoctrina para mantenerte débil”; aprendes que “el cielo está lleno de asesinos”; y aprendes que “hasta que Dios diga lo contrario, yo soy la única ley aquí”. Con esa estética de que va a ocurrir lo peor en cualquier momento, nos queda claro en todo momento que “los panfletos y las metáforas no aran campos”. En la vida nos toca aprender, y aprender, y volver a aprender luisaragonesizados todos, porque “cada día hay una lección, y todas son difíciles”. O imposibles. Y estamos perdidos, sin brújula, y aunque lo intentemos, no somos conscientes de que “la confusión no es una buena defensa". Nunca. Pero ese estómago, con telarañas, hay que llenarlo, y “la paciencia no nos va a dar de comer” (y tampoco es, la paciencia, un buen método ante una zona 2-3). Ya toca asumir lo que no siempre está en nuestra mente, que “solo existe un paraíso y no está en la tierra”. Odio, miedo y la eterna pregunta que nos hacemos en misa los domingos, o que no queremos hacer en misa los domingos entre cantos argüellianos: “¿Nunca has pensado que Dios es creación nuestra?”. Una buena serie con la que volver, sin pasión, ordenadamente y sin aspavientos, a Levítico 26, 6: “Y yo daré paz en la tierra, y dormiréis, y no habrá quien os espante; y haré quitar de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestro país”. Pero nos siguen faltando espadas y sobrando bestias. Demasiadas bestias.

jueves, 25 de enero de 2024

The Newsreader. Segunda temporada.

The Newsreader vive entre el nerviosismo continuo de los protagonistas y un miedo constante a lo próximo, a lo inevitable, a lo electoral y al chismorreo. Con ese ritmo entre el descenso de un puerto del Tour y los silencios y las miradas de la pareja que lleva el peso del tinglado argumental, empieza con un doble baño electoral que no deja aliento. Una historia bien construida con personajes sólidos, sin fisuras, realizados con precisión de arquitecto. Y esas historias de la tele dentro de la tele dan mucho juego si están a la altura de las mejores finales del Open de Australia. Y esa lucha entre lo que se puede contar o no; entre lo que no se debe contar o sí; entre lo que nos salpica de forma directa o, únicamente, a través del espejo. La sangre no siempre nos toca igual, y, lo que dicen de nosotros, tampoco. The Newsreader nos lleva a la desconfianza que tenemos (hasta sobre nosotros mismos), sobre nuestros jefes, sobre los que nos rodean y sobre los que comparten nuestro manicomio particular, sea verdadero ficticio, sea de índole afectiva o mental. Pero todo es contrapartida en la vida: la familia, los falsos sentimientos y las puertas que se abren sin permiso. Del cotilleo al control editorial solo hay una pieza en ese puzle que no falla en el resorte: el dinero. Ahora que todo es publicidad institucional, nada como recordar las crisis, los colapsos y hasta el Viernes Negro de 1987. Todo es mentira, y nada como hacerlo a la cara de los que supuestamente nos tutelan, o nos quieren, o comparten ADN con nosotros. Pero en la doble visión nocturna, la que no vemos porque no queremos y la que intentamos que otros vean, aunque no quieran, hay venganza. Mete, entre calzador y enfrentamiento, el asunto de lo aborigen que ahora todos los lumbreras sacan a relucir (no hace falta ser ministro, ni buscar un museo cerca). Y, como no podía ser de otra cosa, los jaleos de la monarquía británica. De todo hay en la Asia Austral. Drogas, presión familiar y más alpiste para el alpiste. De todo en la viña de The Newsreader, incluso en ese aspecto tan edificante como el falso corporativismo del periodismo, un nido de víboras que vende a su madre, a su padre y a la niña yonki al mejor postor (o postora, o postore, o Pastore, que iba para estrella del fútbol y se quedó por el camino). Y como todo es mentira, siempre se puede apuñalar antes de que te apuñalen. En cada capítulo deja alguna perlica The Newsreader para que sigamos pensando que hay esperanza cuando no la hay. Y Sabonis si que era una amenaza para Seúl’88, aunque el peinado de Pat Cash era manifiestamente mejorable. Mucho.

domingo, 21 de enero de 2024

El otro lado. Primera temporada.

El otro lado es una historia de fantasmas. De muchos fantasmas. Pero sobre todo de fantasmas contemporáneos. El fantasma contemporáneo, el fracasado, que por no saber, no sabe ni quitarse de en medio; que aspiraba a estrella y se quedó en meteorito; que no tiene vida más de allá de mirar su ombligo y su triste existencia, recibiendo a escondidas dinero de su madre bajo el tupper de la pechuga empanada. También está el fantasma del personaje del éxito televisivo, en el que se confunden, con mucho acierto, Nacho Vigalondo e Iker Jiménez, y que se retrata a la perfección el traje oscuro de siniestros personajes que lo mismo hablan del tiempo, de política, del último poltergeist o de la complejidad de la llegada del gas ruso a Alemania; ejemplo hiperclásico de Principio de Peter que vemos, una y otra vez en los medios de comunicación tradicionales. Además, nos encontramos con la madre que sufre, y no solo por la atemporalidad de su escote, sino por lo raro que la rodea (que es todo, y mira que se acumula lo freak en torno a ella conforme avanzan los capítulos); se puede escribir mucho sobre lo bien que lo hace María Botto, con su indumentaria de vestido corto y deportivos con calcetines tobilleros, pero el zoológico que la rodea no tiene fin. No puede faltar el fantasma de verdad, el muerto que no para de aparecerse (o aparecérsenos) cada día en el momento más insospechado, para ayudar o para joder, y en el que Buenafuente saca al verdadero Buenafuente, al del principio, no al que al final era una bucle repetitivo de desazón contemporánea con traje negro, como si un Vigalondo o un Jiménez fuera. Se suman los fantasmas del revuelo, los que acompañan a los fantasmas anteriores y que no se sabe si dan pena, tristeza o, directamente, llevan a la melancolía. Y hay hechos del pasado que son fantasmas perennes, los que nos acompañan en la memoria o en una cinta VHS pero que siempre están ahí, justo. Lo mejor son los chascarrillos, que por repetitivos no dejan de hacerte de hacerte sonreír. Pero el mundo sigue, como El otro lado, lleno de buenas intenciones.

sábado, 20 de enero de 2024

Billions. Séptima temporada.

Hablemos un rato de piedad. O no. Hablemos de dolores que se alargan innecesariamente. Hablemos de aquellos jugadores que hicieron dos cursos espectaculares y dos penosos. “Todo falló cuando los políticos empezaron a escuchar a la gente. No a gente lista ni preparada. A la gente”. Los padres fundadores, la democracia, la república. “Soy la decisión”. Pero muchas veces, esa decisión, en la que todo es mentira, es la equivocada. Julio Iglesias ha quedado reducido a música de restaurante, pero las decisiones, como las apariencias, antes había que guardarlas. En Billions, no siempre es así. A veces, sin subfusiles, pero con mucha comida china, ocurre. Haga llegar su mensaje y veremos la correspondencia. Siempre es posible descarrillar: “Siempre hay hombres fuertes”. O no: “Quizás no sea tan malo el grito de guerra del vencido”. La diferencia es constante. Hágase querer por un gesto afirmativo, “pero cuesta vivir sin luz solar”. La seguridad no va con nosotros: “No hay nada más peligroso que un hombre que cree que siempre tiene razón”. Viva ese “fango cortoplacista” desde el que no podemos escapar. Y si Cuban aparece (y no es El Séquito), por algo será. O no será. ¿Hilter? ¿Munich? ¿1929? “Si pienso la palabra mamada, quiero poder decir la palabra mamada”. Más: “La calle es hoy una puta guardería woke”. La colección de frases que nos deja Billions en esta séptima temporada no deja indiferente fen ningún capítulo, aunque el inicio es vertiginoso. London Calling. Y de los Clash a los Ramones, y tiro porque me toca, (con foso en el castillo, por supuesto). Y ese camino, el de las candidaturas, es tortuoso y con la voz de TT, más todavía, porque “ser candidato exige aguantar humillaciones a patadas”. Nostalgia al poder, siempre que se disfrute. Viva la incitación a la ira (o a lo que llamemos ira en la tercera década del siglo XXI). ¿Cómo será sentirte “teológicamente contemplativo”? Cágate en el pecado original y todo lo demás será chufla (vulgo, mundo de pecadores). Y la arbitrariedad del “médico, cúrate a ti mismo”. Y no únicamente a las 9 de la noche, ya es de mala educación llamar casi a cualquier hora (o momento), y creer que todo es mentira cuando preparan tus exequias aún cuando estás con los ojos como platos. “No hay conversación más aburrida que aquella en la que todos coinciden”, por eso, precisamente, para evitar la coincidencia, está Billions. Reputación, ego, codicia, miedo y esas palabras que salen en las reuniones de personajes con corbata y traje ceñido: “¿A cuánto se cotiza un alma?”. Y Kareem hablando del crimen que supone “malgastar lo que tenemos”. Quizás el deber sea esperar, pero “la vida es muy breve para soportar un mal café”. En Billions todo es “desastre o momento decisivo”, pero la miopía de lo inmediato nos lleva a ser diseccionados por los de nuestro mismo oficio, por nuestra propia especie. Aviones y retos meteorológicos, amistades puestas a prueba por tormentas políticas y persecuciones. El ombligo del candidato tiene demasiadas pelusas (pelusas ricas, pero pelusas). La culpabilidad y las circunstancias, la ansiedad y el fracaso inmediato. Hágase querer por los lazos que desunen. Equipos rotos. Cicatrices de oro. Misiones que dejan sin hábito a De Niro, porque “cuesta avanzar hacia la presidencia vigilando siempre las espaldas”. Pero “una muerte limpia puede complicarse”. Juega Billions a lo del Orient Express, pero el TAV puede descarrilar. O no. Y resulta que, “en política, solo hay muy tarde o muy pronto”, y se nos ha hecho tarde para eso. O puede que tampoco. En esta colección de Judas, ha sobrado azúcar al final (vaya sucesión de abrazos), pero siempre sacamos algo en claro: no dejar vivos a los enemigos. “Los finales son siempre duros: siempre queda alguien insatisfecho”. Pues eso pasa con Billions, que deja una sensación de desazón, de insatisfacción, de colección de cromos caídos de una superbanda que se reúne para una gira de despedida, pero a la que han ido abandonando hasta los fans más incondicionales. ¡

viernes, 12 de enero de 2024

MANIAC

MANIAC te lleva a la locura (vulgo, Matemáticas), con la historia de matemáticos y jugadores de Go que, a su vez, vuelven una y otra vez al redil de las maquinitas y las locuras: “La matemática era -al igual que casi todos los avances modernos- hostil a la vida”. La historia de John von Neumann es atrayente y, a la vez, repulsiva, porque, como pasa con todos, “en este mundo solo hay dos tipos de personas: Jancsi von Neumann y el resto de nosotros”. He de reconocer que me ha gustado menos que Un verdor terrible (eso ya son palabras mayores), pero es que el listón estaba muy alto (y no me refiero al de la “cítrica limonera”) de la que hablaba el hombre de la camisa verde. Pero desde el principio, Labaut se empeña en meternos en un mundo cerrado, el de unos geniecillos locos que vivían para el avance y el ombliguismo, sin pensar en las consecuencias. Y no tiene problemas BL en repetir la palabra luciferino de vez en cuando: “Ese chico luciferino nos cayó encima al igual que un meteorito, como si fuese el heraldo grandioso y terrible, uno de esos mensajeros celestiales que merodean por la oscuridad de nuestro Sistema Solar, y que la gente supersticiosa siempre ha asociado con grandes calamidades, desastres y plagas”. Todo es matemática en la Historia porque “los resultados de los conflictos dependen de cálculos matemáticos”. ¿Alguien puede poner en duda estos postulados? Labaut nos mete en la postguerra del segundo gran conflicto, en la que la búsqueda de la destrucción total no era sino una obligación aún mayor. Y puesto a jugar, tocaba mirar para otro lado: “Así que nos comportamos como niños e hicimos lo que ellos hacen mejor que nadie. Pretender que nada estaba sucediendo para seguir jugando. El mundo tendría que salvarse a sí mismo”. Labaut habla de las matemáticas como sentimiento y sensación, pero también como fanatismo, aunque “descubrir cimientos es peligroso”. Pero MANIAC no va solo de descubrir cimientos, sino de volarlos, de destrozarlos, de empezar de cero una reconstrucción después del holocausto total. Y en esa ecuación, von Neumann estaba “tan acostumbrado al privilegio que nada salvo lo mejor era suficiente”. Y puestos a imaginar lo que no concebimos (por falta de talento), BL nos muestra a ese ser que no paraba, mente inquieta, cerebro privilegiado: “Su productividad en Alemania resultaba aterradora. Más que un ser humano, parecía una máquina que fabricaba artículos”. Pero Alemania cambió con los nazis, o los nazis cambiaron a Alemania, o los que votaron a los nazis hicieron que nada fuera igual (no se podía esperar, ¿no?), y, por ello, “teníamos que disfrutar de Alemania, hasta el último segundo posible, ya que tenía serias dudas de que quedase algo que disfrutar una vez que los nazis acabaran con ella”. ¿Cómo saberlo? No se podía saber, se podía intuir: “Una verdad indemostrable es la pesadilla de un matemático”. Y puestos a llegar al límite infinito, “la paranoia es una lógica salida de control”. Sobre el nazismo, escribe BL: “La confirmación más cruda de su desencanto total con el ser humano, la prueba definitiva del poder incontestable que la irracionalidad ejerce sobre nuestra especie”. Y no todo el mundo sabe respirar después de que muchos, de golpe, dejen de hacerlo: “Sobrevivir cuando otros han muerto le parecía una desgracia, una vergüenza inconfesable, y esa culpa por el pecado de vivir se sumó al recuerdo del sinnúmero de de pequeñas humillaciones que había tenido que soportar. Porque antes de la muerte siempre hay humillación”. Y en la construcción del nuevo horror (siempre hay uno nuevo), “es imposible predecir las consecuencias y las aplicaciones prácticas de las ideas y los descubrimientos”. El posicionamiento, que decía el hombre de la camisa verde. La perspectiva. Ese momento: “Al mirar atrás, al pensar en lo que hicimos, la gente asume que todos éramos monstruos o locos. ¿Cómo pudimos traer esos demonios al mundo?”. Pero en ese desarrollo, tenemos que saber buscar el equilibrio (y no solo en baloncesto, Monsalve): “Y muchas veces las cosas más letales, aquellas que poseen el poder suficiente para destruirnos, pueden ser, con el paso del tiempo, los instrumentos de nuestra salvación”. Nos hace pensar MANIAC sobre lo que podría ser inevitable, sobre los recursos que utilizamos equivocadamente en errores manifiestos, en rémoras para un futuro imposible: “Si los físicos ya habíamos conocido el pecado, con la bomba de hidrógeno supimos lo que era la perdición”. Solo intentar pensar en multiplicar por 500 lo sucedido el 6 y 9 de agosto de 1945 da miedo. Y pocos años después. E inventar lo que no existía. De eso va MANIAC. De creer en lo imposible: “Los hombres de las cavernas inventaron a los dioses –me dijo–. No veo nada que nos impida hacer lo mismo”. Y apostilla BL: “Una máquina sin conciencia solo puede aumentar el ritmo de nuestro progreso (o acelerar nuestra caída) pero nunca guiarlo”. Y en esa pregunta de inacabable final sobre la IA, Labaut nos da su punto de vista: “Es un porvenir que inspira terror y esperanza. Algunos creen que hay que recibirlo con los brazos abiertos, mientras que otros piensan que debemos resistir a ese sueño alocado y a asegurarnos de que la Caja de Pandora se mantenga cerrada”. Un magnífico libro pero del que esperaba muchísimo más.