sábado, 27 de abril de 2024

Ripley. Primera temporada.

Todo es mentira. Incluso Ripley. Una buena mentira, con sólidos cimientos, con un blanco y negro que desconcierta y estimula, con un tipo que parece una mezcla entre José Antonio y García Lorca, con la maleta ajena de un lado para otro, con parejas que no lo son, con detectives sacados de otras épocas, con recepcionistas de hotel sacados de otras forjas, con ceniceros de reconciliación, con narcisos que son lo que parecen, con padres que se acuerdan de los hijos tarde, con anillos que cantan, con pasaportes que bailan, con alquileres que chirrían, con palacios hechos casa, con batas que desentonan, con cubiteras de necesidad, con libros de viajes que se hacen catarsis, con barcos que suponen humillación, con escaleras que nunca acaban, con ascensores que se rompen, con teléfonos que se ignoran. Pero todo eso da igual, porque es mentira comparado con Caravaggio. Ripley va de Caravaggio, de cuadros que ya no podemos ver y luces que te hacen parecer otro, de asesinatos que se repiten en coordenadas temporales diferentes pero que nos llevan a la conclusión de que la usurpación es lo que más deseamos. En esa teoría de la usurpación no solo no queremos hacernos pasar por otro, no solo queremos el dinero ajeno, no solo queremos la vida de los otros, no solo queremos el tren ajeno y la maleta apropiada: lo queremos todo. Y ese ser engominado, mezcla no solo de Federico y del ausente sino de muchos tipos más, se lleva el gato al agua, aunque el gato va a la sangre y es testigo, bajo esa luz, de las mentiras que son el pan nuestro que sacia el hambre de ser otro de todos los días. Pero no de ser otro, no de ser cualquiera. De ser alguien concreto, alguien tangible, alguien al que copiar gestos y firmas, alguien al que imitar y suplantar, alguien al que derrocar de su trono y golpear si hace falta hasta anclarlo en las algas del fondo del mar. Esa lucha, que va desde la nueva Natividad de este ser que renace en otro continente, de este tipo que se vuelve Lázaro y ejemplifica David y Goliat, esta cruz boca abajo que es Ripley, nos sirve de guía, nos hace de lazarillo entre blancos que son negros y entre vías romanas que perviven porque los imperios están hechos de un asesinato tras otro. Un gran ejercicio, no únicamente el de subir escaleras, sino el de hacerse pasar por otro y recrearlo de forma tan certera. Todo es mentira. Incluso Ripley.

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