viernes, 12 de abril de 2024

Bellas artes. Primera temporada.

Cuando se quiere ridiculizar a un colectivo, no es fácil hacerlo sin herir sensibilidades. Es complicado. Muy complicado. En tiempos de corrección política como los que vivimos, casi imposible. Acabamos en un punto muerto llamado censura. O autocensura. Nos mordemos la lengua (y no sangra) para que no salpique la sangre. Ya no se puede desear públicamente la muerte de aquella profesora de Historia Contemporánea que nunca debió llegar a ese puesto. No. Eso está mal visto, incluso por los de los iguales, que cada vez tiene menos ciegos. No sabemos reírnos de nada. Mejor dicho, no aprendemos a reírnos de nada. Bellas artes lo hace, del arte contemporáneo, esa falsedad dentro de la falsedad. No hay colectivo con mejor diana que el del arte contemporáneo: profesores, artistas, mecenas, críticos, seguidores, ultras. Tiene de todo esa fauna. Zoológico completo. Bellas artes da un paso más. No sólo intenta ridiculizar a este colectivo, sino que lo hace con un sarcasmo efectivo, con una mirada lúcida sobre ese sinsentido, utilizando un lenguaje al que los artistas no siempre se atreven para no molestar. No molestar, como si la vida fuera una cartulina cutre que poner en la habitación de un hotel, o en el ascensor. Uno de mis vecinos quiso poner un cartelito en el aparcamiento de la comunidad, pero luego no se atrevió: “No se admiten subnormales”. Llegó a enseñármelo, lo tenía preparado. Pero no. No terminamos la faena, nos falta espada, nos faltan banderillas, nos falta, en definitiva, mucho ruedo. Bellas artes pone en el punto de mira a candidatos de chiste, a sindicalistas de chiste, a comisarios de arte que no llegan a categoría de chiste porque gracia no tienen ninguna. Y en ese títere no se salva nadie, porque la inmensa mayoría son despreciables, ni sentimientos ni humanidad porque son pura bazofia. Otro punto a destacar es el señalamiento de obras y artistas por ese supuesto que no sabemos si ocurrió. ¿Vamos a dejar de admirar a Picasso por lo que hizo en vida? La derecha ha copiado lo peor de la izquierda, desde el vocabulario juguetón de “todas, todos y todes” (solo nos falta el totus tuus), hasta la irracionalidad de ese pensamiento que ha degenerado en alquitrán de la peor bazofia. Y no podía faltar, la clase política sin clase ninguna, solo pensando en el coaching y el barniz de la prensa, las apariencias, el acomplejamiento que ya afecta tanto a derecha como a izquierda en un mundo en el que el amiguismo es el rey de la fiesta. Y en todo ese decorado de cartón piedra y animalada putrefacta considerada obra de arte, no podía faltar lo racial porque ahora todo es racial (y nada como traer a unos senegaleses a un museo de arte moderno para la perfomance de ver la tele a gastos pagados). Pero quizás hay esperanza porque nos salva la mirada limpia de un niño que describe lo que ve en ese mundo de mierda. Bellas artes se presenta como una buena estampa a un mundo despreciable.

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