lunes, 25 de abril de 2022

Señorita 89. Primera temporada.

Pensamos en Méjico pero no en bosques; pensamos en mises pero no en Méjico. No es Venezuela, o la antigua Venezuela de telenovelas y glamur. No. Es el Méjico de 1989, donde encerraban tres meses a las señoritas para esos concursos. Pero no solo para los concursos. Había mierda más allá del PRI. La chusma también lleva frac y esmoquin y trajes de lentejuelas. La hermosura femenina también es lucha de clases. El marxismo de pasarela. Reinas que luchan por un trono, por un imperio de esclavitud y encierro. Hágase querer por una banda. Noventa días de humillaciones para la floración final. Se atreve Señorita 89 hasta hablar de la viuda negra mejicana y de la condesa sangrienta. Comunistas metidos en jaleos, buscar entrañas para hablar desde ellas. Jaulas como fábricas, explotación como principio, leche materna que va hacia una tubería porque todo, hasta la mayor de las bellezas, acaba en un cementerio. O en un desagüe. Vivan las alcantarillas con barniz, con maquillaje, con fachada sobre la que descansar. “La belleza es aún más enigmática que la felicidad”. Me vale. O no. El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia, que nos decía Volpini. Y si es en forma de maestra, mejor todavía. “La belleza tiene que romperse todos los días para que siga siendo hermosa”. Frases famosas, pero la jaula, jaula se queda. Siempre han hecho falta mártires y gurús, jodiendas y sandalias que aprietan. Pero las minas daban carbón porque había enanos y mujeres para currar, que no se hizo solo con Goliat la leyenda. Bisturí para todos. Ya no hay cuentos de hadas con final feliz. Hace tiempo que no. Todo es mentira y en los concursos de belleza, aún más. El Barrabás de las mentiras. Industria planificada para espejos de mirar y cambiar, de sobar y yantar. Marionetas en manos de geniecillos locos, de escoria que transforma perversión en dinero. Pero de vez en cuando, alguien se sale del guion y rompe la escaleta y el programa no es el mismo. Y en algún momento, en cualquier momento de la Historia, la fábula comunista se tradujo en cuento de buenos ideólogos, de supervivencia bajo el yugo, de unión frente a unos reyes que en su palacio nos oprimen, o nos oprimían, y debíamos dejar de siervos para ser simplemente esclavos. “Cuando un relato empieza a fallar, el primer paso es deshacerse de las piezas que sobran”. Claro que sí, adelgazamiento de la base, eliminar lo que estorba, sacar la escoba. Da igual el modo o la forma de llamarlo. Hay pretextos, hay videos, hay jodiendas que siempre hay que hacer desaparecer. Y derribaron el muro de Berlín, que no cayó solo. No. Otro error. Podemos hablar de Juan Pablo II pero no de la caída del muro. Cosas distintas. Pero los secretos, caducan. Y antes o después, toca capar al zar, y a sus vasallos, y a los perros de los zares. Hágase querer por una revolución para cambiar el dueño del collar. La miseria utilizada con un fin mucho mayor: la política. Lenin, como todos, como los políticos, como los miserables que dominan toda la política de todos los países, utilizan al pueblo. ¿Cómo? Pues volvemos al cuento, o a la fábula, o algunos otros utilizan el cristianismo, que María Magdalena no solo leía el horóscopo. Pero los cuerpazos femeninos son más llamativos. Castigo y culpa para todos. Cobardía al poder. “No me gustan las cosas que no entiendo”. Y puestos a entender, toca vender narrativas que podamos comprender. Señorita 89 es un buen intento para entender cambios que creemos que se han producido. Pero no es así. Y nada ha cambiado, ni en Méjico ni en Murcia. Todo es mentira.

The Newsreader. Primera temporada.

Recuerdo el accidente del Challenger. Es una de esas catástrofes que se te quedan grabadas en el disco duro neuronal de por vida. Pero la pregunta sería: ¿Cuántas veces nos pusieron esas imágenes en la tele? ¿Cuántas veces repetidas? Con el ejemplo en The Newsreader con el accidente del Challenger, empieza una serie que va de noticias, pero, sobre todo, de egos. Una redacción es una casa de putas en la que todos tienen un caché. Y no quieren perderlo, y está la caja del día (o puedes llamarlo las audiencias del día anterior). En los últimos años, Vicente Vallés se ha pasado por la piedra la competencia porque transmite una idea. Credibilidad. Equivocada o no, pero transmite. Criticaba a Rajoy, ahora critica a otros. Pero en el pan y el circo de todos los días, queremos pan crujiente y delicioso, y no el de ayer. Ya lo decía el viejo chascarrillo de la panadería que decía el hombre de la camisa verde cuando entraba en el despacho de pan: “¿Te queda pan de ayer? Pues te jodes por haber hecho tanto”. No queremos pan de ayer. Queremos algo fresco. Me ha recordado el inicio de The Newsreader con el Challenger al primer capítulo de The Newsroom con aquel asunto del vertido en el Golfo. Es inmediatez. Esos nervios. Eso es periodismo y no lo que hacía el imbécil de mi profesor de Derecho de la Información en primero, dictando cual dictador que quiere hacerse escuchar. El periodismo es otra cosa. Muy distinta. Y al igual que con Challenger, también recordamos los que tenemos una edad, la expectación por el cometa Halley. The Newsreader mezcla estrés y ansiedad, eso nervios que, unidos a la locura del set, lleva a un ritmo endiablado. Y los atentados, y las carreras, y ese estrés mal entendido no distingue si la humedad de sus pies se debe a que el barco hace aguas o que se ha meado encima. Historias, como aquella del dingo, que fueron portadas (y olvidadas por hemerotecas oxidadas). Y la falsedad de las relaciones (todo sea por seguir ascendiendo en el trabajo) y la rigidez de la cadena de mando, y la sombra del SIDA en 1986 y el tormento que llevó a los contagiados por transfusiones en hospitales. The Newsreader es realidad y ficción, como en cualquier trabajo, porque muchas veces seguimos, fuera del trabajo, casados con nuestra profesión. Y las “noticias falsas” antes de ser llamadas “noticias falsas” y sus daños colaterales. Y en mitad de la gran mentira que es la televisión, llegó el cataclismo de Chernbóil que convirtió el sueño comunista en la peor de las pesadillas, en mitad de esa tormenta de la redacción. Una gran serie para pensar en lo realmente importante, en el valor de los secretos y en los juicios para encontrar una verdad en un pajar. Pero seguimos sin encontrar esa verdad.

Showtrial. Primera temporada

Showtrial es una sombra de duda continua. Nunca sabes si te toman el pelo todos, si lo hacen solo unos, o el manicomio entero está en danza en Bristol. Pero Showtrial es, sobre todo, envidias y sometimiento, errores continuados y postureo, vicios del pasado y abusos convertidos en hechos cotidianos. A diferencia de otras series actuales que le ponen mucho énfasis al primer capítulo y luego son azucarillos que se derriten rápidamente, Showtrial va creciendo conforme avanza en la investigación, y acaba con un juicio que deja buenas frases para reflexionar. Showtrial nos hace pensar sobre si política y superficialidad van de la mano, si esfuerzo y dedicación siempre son máximos a los que aspirar o meras comparsas, si debemos descreer de todo antes o después. Con unos personajes que muestran ambigüedad y confusión, desconsuelo e incertidumbre, Showtrial es un retrato de esa unión que en las universidades donde se mezclan opresores y oprimidos bajo exámenes y fiestas, vida cotidiana convertida en perversión y disfrazada de la peor de las comparaciones. Todos hemos sido humillados alguna vez, pero no siempre vale el comodín de la disculpa. Hay tipos qa los que solo les reconforta el dolor ajeno y la mentira. Si la balanza de la lucha de clases siempre se desnivela por el mismo lado, no viene mal pensar que las pesas rusas tienen una función. Aunque, lo mejor de todo, es sentir que esa sombra de duda de la primera línea de este texto se mantiene hasta la última secuencia del quinto capítulo. Vivan las mentiras, pero las mentiras bien hechas. Y Showtrial es una gran mentira.

¿Qué cerebro imagina esa partitura?

Las toses del primer minuto

Grietas al poder

miércoles, 20 de abril de 2022

martes, 19 de abril de 2022

El amor en su lugar

Cuando hablamos de guerras, o de guerra, o de la Guerra Civil Española, o de la I Guerra Mundial, o de la II Guerra Mundial, nos dejamos muchas cosas. Hablamos de Cabra pero no de siempre de Guernica (¿o era al revés?), hablamos de Coventry pero no de Dresde, hablamos de guetos y de muros y de alambradas y de gases y del verdor terrible, pero siempre hay más. Mucho más. Cuando estás con los alumnos y debes explicar una guerra en dos días, hay veces que te planteas el espacio, la fecha, el acontecimiento por el que empezar y acabar, si es que se puede acabar. Tengo este año una tutoría de 2º de ESO en la que tenemos un poco de todo, pero sobre todo alumnos a los que hay que ayudar y alumnos a los que hay que ayudar mucho. Ahora utilizamos eufemismos para todo: dificultades de aprendizaje, necesidades educativas especiales y otros palabros para no utilizar el sustantivo concreto. No pasa nada, Piaget hizo daño y lo seguirá haciendo. Pero, a pesar de sus dificultades, de no saber castellano algunos, de no saber redactar otros, de tener problemas de cálculo otros, de mil problemas familiares, todavía hay algunos que tienen curiosidad. Me preguntaron por la crisis y la huelga de transportes y sobre lo que nos pasaría si se quedaran sin refrescos en el supermercado. Y allí que volví, como el curso pasado en el primer curso de secundaria, a recaer en el visionado de El colapso. Y en esas estamos cuando nos llegaron dos alumnos recién llegados de Ucrania, huyendo del horror, dejando abuelas allí y llegando aquí a otro tipo de horror pero muy distinto. La única ventaja que han tenido en clase es que cuentan con la ayuda de cuatro alumnos ucranianos que ya estaban aquí, y de unos profesores que se esfuerzan y dedican mucho tiempo a ellos. Pero cuando estábamos con el barco y el supermercado y la gasolinera y la residencia, los recién llegados, de vez en cuando, apartaban la mirada, o agachaban la cabeza y se hacían los dormidos. Solo ellos dos. Con El amor en su lugar, que todavía no la han visto pero la verán antes de que acabe el curso, nos metemos en el asunto de los guetos. Muchas veces, desde su perspectiva de teléfono móvil y despensa más o menos llena o vacía, no entienden el funcionamiento de los guetos o no les entra en la cabeza cuando ven en El pianista la escena del abuelo en silla de ruedas volando directo al suelo. No siempre la razón o la falta de ella es entendible. O casi nunca. O no la queremos entender. Cuando hablamos de 1989, hay que recordar a los alumnos que los muros, por sí solos, no caen: hay que derruirlos. Con los guetos pasa lo mismo, en la Varsovia de 1942 y ahora. El amor en su lugar empieza con un viaje interrumpido, con brazaletes que indican condiciones, con ausencia de guantes entre la nieve, con paredes semidestruidas y tipos que se esconden porque en la guerra huyes o te escondes o matas o piensas en sobrevivir si acaso puedes pensar. “Si me matan se me pasará el frío”, dice la joven que huye nada más empezar. Risas falsas de postnavidad en un control de la ciudad, chistes para buscar sonrisas en el horror. Y existe la octava maravilla del mundo (el cuello de una mujer) y el undécimo mandamiento. Dar clase y crear mentiras y robar a los muertos, que los cinturones están cotizados, que yo llevo uno del suegro que no conocí. Y entonces, el teatro, y los besos, y las estufas, y el amor y esa gran mentira convertida en telón y más allá del telón y El amor en su lugar. Lo de la mujer feliz, difícil. Escapar, que no hay vacaciones nunca. ¿Y qué no harías por sobrevivir? ¿Y qué no harías por escapar? Se dice que la función debe continuar, pero hay muchas funciones que se paran, que hacen reflexionar, que nos llevan a pensar en las arrugas del cuello de Julio César, en el yiddish o en las flexiones con las que purgar y no ser asesinado. La estupidez siempre gana durante unos años, decía el hombre de la camisa verde. ¿Qué estarían haciendo todas esas personas si no hubieran estado en Varsovia, o en Dresde, o en Coventry o en Ucrania sin guerra? Pero la pregunta a la que nos lleva, en mitad de la barbarie, El amor en su lugar es la de amar o ser amado, la de Platón o Aristóteles, la de elegir o ser elegido. Aunque siempre hay agentes dobles, o chivatos, ya sea jugando para Dios o para el diablo, hay que preguntarse si somos utilizados o nos dejamos utilizar. El amor en su lugar, de Rodrigo Cortés (que en julio pasado nos hizo recrearnos con Los años extraordinarios), es una excelente película con la que recordar que hasta en el peor de los infiernos queda, aunque sea en su mínima expresión, un momento para la lucidez, la sonrisa y la atenuación del dolor con la imaginación. Y siempre hay que ponerle imaginación, que mayo vuelve y está a la vuelta de la esquina, aunque no se nos olvide que fue un 6 de agosto cuando Hiroshima empezó a paralizarlo todo. Espero que a mis alumnos les guste, o, por lo menos, les haga volver a pensar que antes o después siempre llega un colapso y que debemos actuar ante las injusticias y no mirar para otro lado. Lo dicho, una buena hora y media de luz en mitad de las tinieblas cotidianas.

domingo, 17 de abril de 2022

El deshielo. Primera temporada.

Me recuerda El deshielo a Seven en esa atmósfera siempre lluviosa y húmeda, a ese agobio, a ese ambiente de encierro y sin respiro, a ese dolor existencial, a es huida que no es descanso sino duermevela, a esa búsqueda sin resultado a esos perturbados por la religión, a esa muerte inesperada que llega y te derrumba, a esa soledad que no tiene solución y si la tiene no es una buena solución. Nos hace pensar motivos, desde el principio, que parecen claros pero en cuanto escarbamos son todo menos claros, son más del color del ala de un cuervo y del sobaco de un grillo. Y cambiamos la caza cerebral meridional y cálida de Seven por la fría más marrana, pero recordemos que los cerdos siempre andan en la mierda y nos premian en su transformación con longaniza y sobrasada, con jamón y morcillas, con carrillera manjares varios. También recuerda, por momentos, a aquellos berridos corderiles de Clarice y Lecter, a niñas perdidas y llantos sin consuelo. Y si hacen falta búnkeres nazis, pues también. Y túneles. Pero como en El silencio de los corderos, al final todo trata de lo que vemos y deseamos, de lo que tenemos cerca pero ya no podemos disfrutar. Va de más a menos, pero El deshielo presenta una buena historia y bastante bien contada. Viva la bruma y San Mateo: “Pedid y Dios os dará, buscad y encontraréis, llamad a la puerta y se os abrirá. Porque el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre”.

Están sonando campanas...

viernes, 15 de abril de 2022

Que no paren los himnos

Los siguientes, nosotros

Tenemos tantas tragaderas que, a este paso, los siguientes seremos nosotros. En todos lo sentidos.

Jugadores de billar

No recuerdo cuando fue la última vez que, de sopetón, sin conocer nada del autor de una novela, o de la novela, el bofetón de realidad fue igual. Quizás con Las pirañas, o con El sermón sobre la caída de Roma. Y fue gracias a Alberto Olmos y su blog, y apareció Jugadores de billar y José Avello. Aunque Jugadores de billar también podría llamarse Comulgar después de fusilar. O de muchas maneras. Vaya manera de narrar el pasado y el presente, las jodiendas de la Guerra y las persecuciones visuales a estudiantes universitarias, la derrota de los tipos de cuarenta y tantos y la soledad, la adicción y la desesperanza, la locura y la ensoñación, el desprecio y lo cotidiano de aguantar día tras día a la familia, la desazón más descorazonadora. Una generación perdida, un tiempo sin futuro aunque hubiese posibilidades. Esa generación, como casi todas, habla de desperdicio, pero Avello deja frases que la retratan, porque “todo se descubre cuando ya ha pasado por primera vez”. Y no son solo frases hechas sobre memoria y olvido. Escribe JA: “Las grandes conmociones del espíritu, al igual que las enfermedades incurables, se revelan un día, de repente, en una nimiedad”. Jugadores de billar te lleva a lo pequeño, pero también a lo excelso, de ese tiempo en el que United le remontó al Bayern la final de Champions en el Nou Camp, o de ese momento en el que Ramos cabeceó en una final ante el Atlético. Esta esta tarde, con Sergio, Andrés y Antonio, hablando sobre nuestros profesores universitarios y hacíamos lista de los muertos y los vivos, de los que siguen y de los años que les quedan para jubilarse. En Jugadores de billar, varios de ellos aprovechan la facultad para todo menos para enseñar, a pesar de su talento. Flacos, gordos, pederastas, de todo hay en las facultades. Escribió Avello en JDB: “Con el tiempo, su experiencia de niño y joven monstruo de buena familia fue registrando todas las miradas humanas en un minucioso catálogo, un monumento elevado a la hipocresía”. Hablar de universidad es hablar de hipocresía y de endogamia. Por la página 548 de esta edición de Trea, aparece esa ciertísima afirmación de que “se metieran por el culo su famosa transición”, porque el franquismo, el postfranquismo y el inicio socialista tuvo mucho que ver con ese “infame comercio de la piedad”. Jugadores de billar muestra personajes brillantes y a la vez siniestros, gente sin alma y muertos en vida, y Avello pone en la balanza, sin querer juzgar pero juzgando mucho, la palabra dignidad. Escribe Avello al respecto: “La dignidad exige que la miseria humana no sea como un trofeo del espíritu, aunque la moda premie hoy ese espíritu canalla”. Y siguiendo con esa misma palabra, apostilla: “La dignidad es solo un atributo de las buenas conciencias y mi conciencia no es buena ni pretende una lápida laudatoria”. Pero muchas veces confundimos dignidad con otras cosas, y nos sentimos heridos a la más mínima. Heridos e insultados, y saltamos con o sin motivo, acomplejados de nuestro ombligo y creyéndonos el centro del universo, cuando eso está, si es que existe, en todas partes, como bien decía Trecet. Sigue Avello con ese tema: “Había proclamado que nadie tiene derecho a manifestar dolor o sufrimiento, porque el dolor y el sufrimiento son contagiosos y solo estaría permitido exhibirlos en defensa propia, frente a los verdugos que los causan”. Pero todo es mentira, o como dice JA, “a veces es mejor la fantasía que la realidad”. Jugadores de billar es una historia de complejas personalidades, de homosexuales que no lo parecen, de violadas que no lo parecen, de anestesiados de la vida, de niños de papá que disfrutan haciendo dolor, de peseteros con principios, de vidas de clausura y anís y mistela, de dueños de bar con mugre, de gente con telarañas en sus agujeros, de tipos sin conciencia, de sueños que no estaban rotos porque ni llegaron a la condición de sueños. ¿Pero hay alguien normal en nuestras vidas? Casi siempre etiquetamos a los que tenemos a nuestro alrededor, o a los que mandamos mensajes o videollamadas pero no abrazamos: “¿Qué era ser normal? Una entelequia estadística, una invención sociológica y moral que solo podía traducirse en mudez, quietud, disfraz, es decir, ser nadie”. Jugadores de billar también es un retrato de gente que ha pisado la cárcel, más o menos tiempo, de muertes sin explicación única, de frustración y, sobre todo, de venganza. Pero también es deleite, es unirse en torno a una mesa (de billar) y hablar de todo mientras comes tortilla con anchoas: “En el reservado del Café Mercurio se hablaba sobre todo de filosofía, de arte, de religión, incluso de política”. Y hace una definición de borracho el autor sobre uno de los personajes, sobre Floro Santerbás, que resume muy bien un estereotipo no siempre bien entendido: “Siempre fue un borracho bienaventurado: tragaba sin olvidarse de pagar, contaba intimidades sin faltar al pudor y escuchaba las ajenas con la debida atención, pero sin recordarlas nunca más; expresaba la alegría sin avasallar, era afectuoso sin ser besucón y, además, cantaba muy bien. Todos los borrachos del entorno se lo disputaban como colega de francachela y, al amanecer, se sentía triste y abatido como los demás”. Y luego te miras en el espejo. También retrata Avello, y hay que recordar que este libro es de 2001, ese ecologismo sin concesiones salvo para el dinero, que tanto nos llama la atención y que no todo el mundo tiene los arrestos de criticar, que unas veces hace daño y otras daña a los crápulas sin escrúpulos de la especulación inmobiliaria y de negocios varios. La prensa, o los miembros destacados de la opinión en la prensa, también salen bien reflejados, aunque en el caso del personaje de Manolo Arbeyo (como bien recuerda el autor, guisante en bable) se juntan el periodismo y el ecologismo, ese coctail explosivo que junto al dólar podemos reconocer en muchos articulistas de ayer y de hoy y no sabemos si de mañana, porque vaya usted a saber que pasa el mes que viene con la prensa. Las ínfulas de la juventud literaria, la soberbia, es recordada con estos personajes de Arbeyo y Santerbás, junto a Atienza y otros más, en una revista literaria universitaria llamada Poetas Salvajes, con fiebre que iba de Borges a Cavafis, pasando por Neruda y otros rapsodas de medio Nobel. Y de ahí, a lo peligroso. Escribe Avello: “Las tinieblas son enemigas de la voz humana, patrocinadoras del miedo y de la circunspección”. Y pone, con el ejemplo de Atienza como profesor universitario, ese diferenciación entre la genialidad y la mediocridad en una misma persona, porque lleva a “la implícita presuposición de que el talento siempre ha de ir acompañado de algún estigma”. Y eso está bien, está bien resaltarlo, está bien diferenciarlo, aunque no esté valorado. En tiempos de lo políticamente correcto, de #MeeToo y de arrodillarse haciendo el jarra antes de un partido de fútbol, en tiempos de ponerse morado a gambas un 8M o en el día de la antiquísima Comunidad Autónoma de Murcia o de Madrid, está bien diferenciar y añorar y valorar a quienes tienen el valor de llamar a las cosas por su nombre. Sobre el personaje de Atienza y sobre la forma de valorarlo en su departamento de Filosofía del Derecho, describe así al personaje su creador: “Personaje excéntrico y sin ambiciones, le respetaban por su preparación y le temían por su acreditada maldad y por su capacidad para decir en voz alta lo que otros callaban, sin importarle ofender”. Jugadores de billar habla de obsesiones y de personajes cansados, de vivir y de respirar, de faltos de segundas oportunidades y de fallar a los demás. Escribe Avello: “Se sintió tan exhausto, preocupado y satisfecho como si hubiera acabado de fundar una ciudad”. Llantos al por mayor, en soledad y por miedo, por llamarte gordo sin ser gordo o por ser cojo siendo cojo. Y en ese desamor, como el que tenemos ahora, como el de casi siempre, surge la palabra matrimonio en bastantes ocasiones a lo largo de JDB: “Su matrimonio había durado tres meses y había ocurrido en aquellos tiempos remotos e inexplicables, cuando la gente parecía casarse solo como pretexto para romper su relación con un divorcio”. Exacto, porque como subraya el autor, “muchas razones son peores que una sola”. El dinero también es tratado en todo el libro, un tema que no deja indiferente, que cada uno tiene sus facturas y algunos, demasiadas facturas. Sobre el cojo, escribe Avello: “Vicente el ciclista era un sablista contumaz (Mari solía decir que se debía dinero incluso a sí mismo)”. Y los bares, antes y después y siempre: “Quizás la memoria nos engaña y termina por inventarse los recuerdos que alimentan su nostalgia, pero en estos bares a los que acudimos un día tras otro, como si fueran recuerdos, uno se encuentra bien, porque uno se siente alguien allí”. Tal que así. Ahora que UPyD está en un cementerio, y Ciudadanos en una UCI, no está mal recordar de donde vienen la mayoría de sus afiliados, o venían, o la brújula sin veleta, y en JDB vemos ejemplos anteriores, de tipos que venían de organizaciones católicas y de allí pasaron al PC, y al PSOE y lo que diera dinero. Y también es Jugadores de billar una profunda reflexión sobre la muerte, las de la Guerra Civil y las de la democracia: “Hablar mal de un muerto es casi como pegarle a un niño o burlarse de un retrasado mental, un abuso innoble y odioso”. Yo he deseado la muerte de profesores y compañeros, no sé lo malo de eso. Diría que es hasta saludable. Con la gentuza no debemos usar un doble rasero, porque “nunca lo sabemos todo de los demás”. Siempre hay algo peor de lo que pensamos. O mucho peor. También subraya la falsedad de los entes, de las subvenciones, de lo irreal de instituciones como cajas de ahorro, Principado o Comunidad Europea: todo mentira. Siempre. Y juzga, porque hay que juzgar, los ídolos con pies de barro, los falsos mitos que hemos edificado desde la distancia sin ver lo despreciable, lo peor de lo peor, sean deportistas, nobles venidos a más o políticos con rodilleras en Madrid o la provincia de turno, que el sistema canovista sigue funcionando con distintas siglas. Y como hay que pagar, define JA la palabra mágica: “Hipotecas. La palabra hipoteca lo resumía todo: ruina, desahucio, vergüenza”. Y a los que nos gusta la noche, aunque ya no podamos disfrutarla como antes, nos recuerda los estertores de tantos días: “Ese tiempo apestoso al final de la noche, aún sin luz, demasiado temprano para comenzar nada, demasiado tarde para concluir con todo”. Vivan los borrachos, pero no todos, vivan los borrachos insomnes. Avello también reflexiona sobre el valor de las ideas, definidas por él como “inestables” y como pasajeras, o como la guerra quitó la sensibilidad a ciertas personas, ya fuera en la División Azul o en la retaguardia de los cobardes. Y cuando lea poesía, ya sé lo que pensar sobre el poeta de turno: “No pronuncies jamás la palabra crepúsculo, pues la forma en la que los malos poetas nombran lo que no entienden”. Hoy, con Sergio, Antonio y Andrés, hacíamos cuentas: en septiembre, veintiséis años desde el inicio de la carrera, y como piensa el personaje de Álvaro en JDB, “ya todos son veinte años más jóvenes que nosotros”. Y luego, el fracaso, aunque “no saber siempre es peor”. Pero no hacemos caso, y se pasa el tiempo y tenemos muchos asuntos pendientes. O demasiados. O la Biblia de las pendientes, como los alumnos de la ESO, y nos recuerda Avello que “todas las carambolas se repiten en alguna ocasión” y que “no hay nada más devastador que la desconfianza”. Tiene Jugadores de billar párrafos enteros para leer y releer, y recrearnos en nuestra falta de talento, para poder “justificar el ambiente de derrota desde su propia culpabilidad” (en este caso, podemos poner cada uno lo suyo, su primera persona del singular). Pero no es todo negro, que siempre hay un espacio para la esperanza, un espacio denominado amistad que deja resquicios para la salvación: “No es irracional arriesgarlo todo por un amigo. Es como hacer algo por ti mismo, es como alimentarte”. Jugadores de billar no deja de maravillar en sus casi quinientas cincuenta páginas, que son pocas, que no quieres que se acaben, pero lo hacen. Lo dicho, a la altura de Las pirañas.

miércoles, 13 de abril de 2022

Severance. Primera temporada

Una mesa de juntas. Doce sillas. Una tijepa zanahoria boca abajo en la mesa. Preguntas. Cuestionarios sin motivo aparente. Cinco preguntas. Y así empieza Severance. Sillas verdes. Llantos en coches y alfombras verdes en recepciones serias con recepcionista seria. Relojes que marcan horas demasiado tardías para empezar a trabajar. Hágase querer por un trabajo, por una raya en el pelo, por el recuerdo del color de los ojos maternos. Y en el escritorio, más alfombras verdes y separadores verdes y ordenadores que no son verdes sino azules que parecen verdes. Turturro haciendo el Turturro sin chupar una bola pero tendiendo la chaqueta en la percha que no es verde. ¿Y por qué no recordar un regalo de leche en polvo? ¿De leche? ¿Refinado de macrodatos? ¿Qué pijo es eso? Y la Arquette de Amor a quemarropa se ha hecho mayor, y va tintada y sin gafas de Elvis. Hasta la Mona Lisa envejece. Empresas que gotean antes de chorrear, porque como decía el hombre de la camisa verde, antes de llover chispea. Y si que somos ganado: ganado al por mayor, en busca de un matadero mejor hoy que mañana. “Todo lo que imaginan lo seres humanos suelen crearlo”. ¿Hablamos del coronavirus un rato? Mejor lo dejamos para después, sigamos con Severance, sigamos con las tiritas en la frente, sigamos con alfombras verdes sobre un fondo verde de una tele del pasado. Procedimientos. Cronologías perceptivas para separar lo laboral de lo familiar. ¿Dónde hay que firmar? Mejor no acordarte de nada del trabajo. Por supuesto que sí. Siempre. Y los vecinos, aquí y en Amor a quemarropa, traen siempre sorpresas. Pero siempre hay grietas en los recuerdos, o en lo que queremos recordar. Grietas infernales, en plan Borges. Hágase querer por un implante, hágase querer por un agujerito en la crin, hágase querer por una mentira. ¿Acaso no vivimos ya en una cárcel? ¿No sería mejor no recordar nada de la vida en el trabajo y nada del trabajo en la vida? ¿No estamos casados con nuestra profesión? Ríase usted de la caverna y los mitos filosóficos, y de las apariciones y de la nieve en mitad de ningún sitio. Y chequeos y salas de descanso y de bienestar y salas que se llaman salas porque cárcel ya estaba cogido. Y prisión, también. Y penitenciaria. Trabajar sin saber en lo que trabajas. Otro show. Mejor no saberlo. Vivan los sofás verdes. Y Turturro y Walken haciendo de Turturro y Walken, haciendo de raros en un mundo raro. Y sonidos enlatados y mierda verde, y árboles verdes, y sonidos verdes. Ahora que solo nos invitan a comer alfalfa, y carne sin sabor, y café sin cafeína (el mundo convertido en la parábola que ya vimos en El Club de la Lucha), solo nos queda seguir haciendo el gilipollas. El gilipollas universal, sin ataduras: hagamos el gilipollas sin límite. ¿Cómo hemos llegado a este nivel de gilipollez? ¿Cómo a este nivel de indecencia? ¿Todo vale para pagar facturas? Y canciones que ya escuchamos en Mr. Robot y que se repiten, ducha aparte, en Severance. Y momentos Memento sobre la piel, que esa película ha creado escuela. Y ocupas que meter en casa, y buscar respuestas bajo una ducha, y jefes de departamento sin futuro ni decepción, porque todo es un estado de ánimo, desde la viudedad hasta la escritura. Mensajes ocultos de desesperación. Sinceridad enlatada. Mierda etiquetada bajo la apariencia de locura. Sinergias de desesperanza. Réplicas detallistas que no sabes si dan miedo o hacen adorar la naftalina. Arrepentimientos forzosos. Cuadros, libros, móviles, y perdones y huidas repetidas que nos saben a recuerdos viejos. Expiación continua. 1072. ¿Qué sería del cristianismo sin oración ni vigilia? Pero no eran raros los raros, eran normales. Croquis y mapas, relojes repetitivos. Viva la hipocresía. Guillotina en sujetadores de anillos. El Infierno hecho oficina. Libros para pensar, citas para seguir reflexionando. Y esos problemas que te dejan colgado. Muy colgado. De por vida. Severance es una forma de ver el fracaso en muchos sentidos de la vida. Como si de un ejército de regaladores de consejos se tratara, Severance nos lleva a ese límite que va de la crucifixión a la resurrección. ¿Debemos creer para seguir con la palabra sagrada? Fallos en Matrix, que Severance también tiene su parte de Matrix, cambiando chips por pastillas, Morfeos por Armonías, refugios por oráculos. Bolsas marsupiales para todos. Y no sabía si estaba poniendo la carga de lavadora o en el anuncio de Norit o en ese sucedáneo de existencia que vivimos. Nueve valores, nueve mentiras. Y pensar, como cada día que vas a trabajar, en la desconexión. Viva la desconexión.

martes, 12 de abril de 2022

Carne de sirena

Lo primero que me llamó la atención de Carne de sirena fue su portada con una especie de Borges joven descamisado, con heridas en la cara como si la pelea entre Vargas Llosa y García Márquez hubiese acabado en su rostro. Ese Borges de portada, con el pelo negro hacia atrás, es desconcertante. Te deja herido antes de empezar. Y luego, pues empiezas y Montero Glez habla de nubes y del pellejo de bacalao seco, y de tipos que entran en el mar en su último día de vida. Bueno, de Andrés Bouza y de un chaval que mira una gaviota y tiene intenciones como las que tengo yo con las palomas o con las que tenía en el patio del Jiménez de la Espada cuando, a la hora del recreo, ya estaban las gaviotas merodeando el patio del instituto para pelearse por los restos de los bocadillos de los alumnos. Y el camino a Lisboa, y las sonrisas que no rompen en las caras. Y los ruidos del mar, y las certezas de este Charolito de barco, que es consciente de que “la muerte era el único acontecimiento de su existencia que tenía la garantía absoluta de cumplirse”. Carne de sirena deja frases que nos recuerda que la brújula no sirve si no tenemos futuro, pero que rara vez buscamos más allá de la hora siguiente: “Un hombre que navega solo, navega en buena compañía”. Parecen frases del hombre de la camisa verde, pero realmente son de Montero Glez. Barcos que deciden escapar, posadas que muestran a ciegos impenitentes, a jugadores de todo menos de ajedrez, a antiguos secuaces metidos a dionis, a cervezas fría y a soledad ante la muerte. Como cazador de ocas, o tipo que extraía hígados de ocas, no tocaba escupir en el mar, sino escuchar sentencias que te dejan reflexionar en esos instantes en los que la lucidez es lo último que se tiene: “El pasado, aun el más doloroso, nos pertenece, tanto como nosotros le pertenecemos a él”. También, recordando charolitadas, podríamos decir que “o se olvida o se magnifica”, pero no estamos hablando de toros ni del crimen de Cieza sino de barcos y espumas de distintos tipos. De muchos tipos. Y como nada es casual, el Borges de verdad, el ciego y con la señal marcada, aparece en la posada, mostrando sus credenciales carnales y vitales, convertido en cura cabrón que retratado por Tarantino se haría icónico. Y hablando de sacerdotes y diablos, siempre viene bien recordar la frase de Federico Volpini: “El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia”. Montero Glez, apostilla: “Todo ángel no es más que un demonio bien dominado”. Y en ese bar de mil demonios, aparecen las biografías y los actos del cura, del Chiruca y de todo Cristo, que Carne de sirena es ante todo una historia bíblica, con versión propia de la visión de los pastorcillos que vieron a la Virgen y que luego provocó lo que provocó. Y de Santiago, mejor no hablar. No. Carne de sirena nos muestra los arreglos gallegocubanos, la intrahistoria de la Modelo de Barcelona, asesinatos y corbatas colombianas, el fuego de San Telmo y lo peor y lo infame de la Costa de la Muerte, las bodas que empiezan mal y acaban peor, las peores familias, los odios fraternales, la mentira disfrazada continuamente de engaño. Una buena novela, de ritmo lento y conversaciones que hay que leer y entender, para luego reflexionar sobre cosas que no son verdad, porque todo, en la vida y en las novelas, hace mucho tiempo que dejó de ser verdad.

lunes, 11 de abril de 2022

Billions. Sexta temporada

Ya no hay zanahorio en el huerto. Ahora el campo está tomado por gente que antes llevaba corbata, con tractores llevados por gente que no debería llevar tractores. Y gente jugando a Masterchef e individuos que buscan la felicidad en una pantalla. Ya casi nadie utiliza las metáforas de baloncesto (ni de los 70’s) salvo las que recordamos de Black Monday. Y si desenterramos al hermano de Saul, pues a darle a la pólvora y al cañón. Y ya lo dicen: “Al cañón pocos le oponen resistencia”. Vivan los jaleos de lindes y riegos, de ruidos y mierdas, pero parece Aljucer por momentos. Viva el nuevo generalato. La novedad y el despido. El teletrabajo desde el campo. “Nos jodemos un poco ambos: la definición de compromiso”. ¿Barómetros morales? ¿Eso existe? Dice el nuevo jefe que no puede tener una empresa con tipos quemados. Que se pase por un instituto. “Lo único que odian los millonarios es quedarse fuera”. No queremos cualquier cliente, sino los buenos clientes. Pum, pum. ¿Nos tienen que decir cómo vivir nuestras vidas? Y esa foto, enorme, de Abdul-Jabbar. Y siempre es bueno ver una película de Gene Hackman. Me gusta de Billions que integrara el asunto COVID en sus tramas, y aquí toca reconocer a los porteros por su labor o meterlos en guerras ajenas. Todo vale. Vivan las cruzadas contra los millonarios. Y si en El séquito buscaban equipo de NFL para Los Angeles, aquí toca buscar Olimpiadas neoyorkinas. Y está bien liarla gorda de vez en cuando, claro que sí. Pero se habla de fútbol, del Real Madrid pero no de Florentino. ¿Por qué no se habla de Florentino en Billions? ¿Qué mierda de mierda son los guionistas de ahora? Viva la gente que no se perfuma antes de las diez (según la Biblia billionense hay que desconfiar de ellos si lo hacen antes de esa hora), y acabar con los que están al mando y las mentiras que son ovacionadas. Vivan las normas, y abandonar antes de salir, y solucionar problemas. “Nunca hay un buen momento para un gran cambio”. ¿Viejos o nuevos instintos? ¿Olvidar a los mentores? ¿Figuras paternas con ideas sobre el futuro? ¿Regaladores de consejos? ¿Negra sobre blanco? ¿Qué pijo es servir? ¿Qué es la irracionalidad? ¿Qué es la afinidad? Viva la vanidad. Y unas Nike Jordan para todos. “Tengo por costumbre no entrar en nada que tenga corazoncitos o pulgares debajo”, que gran consejo. Vivan los regaladores de consejos. Barcos y trenes, que pueden chocar o hundirse, antes o después. “Eres un oso en un retrete”. Y no existe el neoyorkino medio como tampoco el murciano medio, es verdad. Garantías que se olvidan. ¿Acabo de escuchar “maremoto hagiográfico”? El bien por el mundo y volver a hablar del instituto y del tiempo que tenemos con una ex que ahora le da al deporte. Hágase querer por el sombrero de Napoleón. Y si quieres voluntarios, eso implica voluntad. Y no tenemos voluntad para la mayoría de asuntos que llevamos entre manos. Casi todos. “Solo desde la riqueza se tiene el privilegio de detestarla”. Y como si del ayusismo se tratara, los pobres no quieren impuestos altos para los ricos porque piensan que algún día llegarán a la riqueza. Billions va de odio y de caza, de desamor y apoyos traicionados. Destrucción o victoria. Y poner en la misma frase a Pat Riley, al Padrino, a Grateful Dead sin Jerry García a unos juegos olímpicos que nunca llegan, como nunca llegó la NFL a El Séquito. Nunca. Y ahora, campeones. Y yo, que en los funerales decía “no tengo palabras” en vez de “lo siento mucho” o “le acompaño en el sentimiento”, me apunto, para lo que venga (que decía el hombre de la camisa verde), la siguiente expresión: “Vendrán tiempos mejores”. Tiempos mejores. Mejor no digo nada. Y esos parques privados que dejan huella y mierda, segregación y asco en el pero. Es la frase, que después de un tiempo, se te queda como el ruido del pistolero del oeste, como el vaquero en ese bar con un poquito de hielo: “Una gran oratoria puede alterar la historia”. Tropezar y abrazar, hacerse rico: “¿Queréis hacer dinero o amigos?”. Y el que no quiera, “coliflor con cúrcuma”. Con la jodida cúrcuma. Y el dinero chino y la nostalgia por los viejos tiempos. Esos abogados que todavía añoran, en mitad del naufragio, el recordatorio y la llamada del viejo cliente. Y, otra vez, el ambiente postodo para jodernos la marrana, para el colchón sin prueba, para el error de respirar. “La primera regla de las disculpas es que no lo haces si empeora la situación”. Todo mentira. Siempre. Agua de charco mezclada con leche materna de vegana que no se afeita los sobaquillos. Más Chivas 25 y más postodo para todo. Más pero esconder nuestro ombligo. Tenemos más de lo que necesitamos. Y no nos recreamos en Marco Aurelio, porque creemos que “no todos los días se ve a Máximo en el Coliseo”. Y la caída del dirigible Hindenburg como metáfora, y no solo para cuando toca chupar duloxetina. Y perderse a la hora de confundir riqueza con clase y dinero con carácter. No. No es lo mismo. Y si no es suficiente el laurel olímpico, toca luchar por el de la Casa Blanca. Tampoco hay uso criminal de la tercera persona, solo hay ego. Mucho ego. ¿Quién se acuerda del mejor momento de Greg Louganis? ¿Y qué pasará con esas huellas del pasado? Alprazolam para todos. Batallas perdidas en guerras imposibles de ganar porque todos salen perdiendo. Pero al final, para variar todo es mentira. Siempre.

viernes, 8 de abril de 2022

Furia. Primera temporada.

Miedo al futuro. Obama, Merkel, playas de España viendo pateras en bikini, velas y banderas, Trump, fuerzas divisorias, manifas, decisiones horribles, miedo y asco, pero sin Las Vegas. Furia para todos. Refugios para refugiados que arden. Negros que son odiados por blancos nórdicos. Vaya novedad. Pero los responsables, como los monarcas del siglo XVII, son irresponsables. O no. El policía que llama redes antisociales a las redes sociales, con toda la razón. Fuego que llama al odio, fuego que busca titulares en la prensa, fuego disfrazado de vandalismo, fuego que escupe mierda. El cuarto poder. Viva Noruega. Centros de refugiados que no se entienden en ciertos lugares. Cuerpos que aparecen y dan que pensar. Polis con pasado con claroscuros. Preguntas de difícil respuesta. Pasados familiares que atormentan. Partidos contra la islamización de Europa. Blogueros con muchos seguidores. Azar y manifiestos. La red que sale a la luz para escupir veneno intolerante. Muertes que te hieren personalmente, explicaciones que lo hacen con solo tener que pensarlas. Problemas identitarios que se van de las manos. Padres que matan hijos y peña infiltrada que busca un plan para derruir pilares que no son tan fiables como en principio creemos. Polis que investigan a polis, y gentuza que escupe bilis continuamente. Atentados a la vista. Confianza sin más motivo que el miedo. Identidades online. Mentiras que buscan el gran bombazo. Pero al final nada es lo que parece, aquí, en el merkelato de los calvos, en el colegio donde hacer daño, en el grito en mitad de la noche.El lugar da lo mismo si lo que se pretende es joder la marrana. Furia no quiere ser equidistante, pero podría ser algo más, pasar de ser una buena serie (lo es), a ser una gran serie (no lo es). Quizás esa bruma que la rodea no deja que veamos el verdadero peligro: los ultras, ultras son, independientemente de que lleven barba, o tatuado a Goebbles en el gemelo derecho o salgan en una novela de Gistau.

martes, 5 de abril de 2022

Peaky Blinders. Sexta temporada.

Tres cuerpos, un cuadro, un nuevo comienzo, fin de la prohibición alcohólica en Yankilandia, gambitas que vuelven, familias con odio. Años 30. Pero los Peaky Blinders de siempre. O de casi siempre. El adelgazamiento de la base física de la familia, por distintas cuestiones, mete a nuevos elementos en el asunto. Tiene la primera media hora que no sabes si seguir viendo, pero luego se endereza, y tiene un segundo capítulo teatral por completo, volviendo a viejos personajes y sacando otros que no sabes si escupir o deificar. En mitad de ese teatro, la enfermedad del padre y la hija, el pañuelo con sangre, el agua que puebla las entrañas en vez de alcohol durante cuatro años. Pero todo mentira, porque en el caos familiar, el jefe manda. Círculos políticos, agua sobre la mesa, fascismo y socialismo para engendrar otra mentira. La familia, las tormentas, la muerte que una y otra vez golpea, la huida de un fuego que busca bancada nueva, espectros que muestran tuberculomas que no solo son bichos concentrados sino epifanías por celebrar. Quizás el chicle sea demasiado largo, demasiado mentira, demasiada espera para ese bombardeo nazi que se espera pero que no ha llegado. O quizás únicamente tengamos que esperar, otra vez, un poquito más.

lunes, 4 de abril de 2022