lunes, 25 de abril de 2022

Señorita 89. Primera temporada.

Pensamos en Méjico pero no en bosques; pensamos en mises pero no en Méjico. No es Venezuela, o la antigua Venezuela de telenovelas y glamur. No. Es el Méjico de 1989, donde encerraban tres meses a las señoritas para esos concursos. Pero no solo para los concursos. Había mierda más allá del PRI. La chusma también lleva frac y esmoquin y trajes de lentejuelas. La hermosura femenina también es lucha de clases. El marxismo de pasarela. Reinas que luchan por un trono, por un imperio de esclavitud y encierro. Hágase querer por una banda. Noventa días de humillaciones para la floración final. Se atreve Señorita 89 hasta hablar de la viuda negra mejicana y de la condesa sangrienta. Comunistas metidos en jaleos, buscar entrañas para hablar desde ellas. Jaulas como fábricas, explotación como principio, leche materna que va hacia una tubería porque todo, hasta la mayor de las bellezas, acaba en un cementerio. O en un desagüe. Vivan las alcantarillas con barniz, con maquillaje, con fachada sobre la que descansar. “La belleza es aún más enigmática que la felicidad”. Me vale. O no. El diablo es un agente doble al servicio de la Providencia, que nos decía Volpini. Y si es en forma de maestra, mejor todavía. “La belleza tiene que romperse todos los días para que siga siendo hermosa”. Frases famosas, pero la jaula, jaula se queda. Siempre han hecho falta mártires y gurús, jodiendas y sandalias que aprietan. Pero las minas daban carbón porque había enanos y mujeres para currar, que no se hizo solo con Goliat la leyenda. Bisturí para todos. Ya no hay cuentos de hadas con final feliz. Hace tiempo que no. Todo es mentira y en los concursos de belleza, aún más. El Barrabás de las mentiras. Industria planificada para espejos de mirar y cambiar, de sobar y yantar. Marionetas en manos de geniecillos locos, de escoria que transforma perversión en dinero. Pero de vez en cuando, alguien se sale del guion y rompe la escaleta y el programa no es el mismo. Y en algún momento, en cualquier momento de la Historia, la fábula comunista se tradujo en cuento de buenos ideólogos, de supervivencia bajo el yugo, de unión frente a unos reyes que en su palacio nos oprimen, o nos oprimían, y debíamos dejar de siervos para ser simplemente esclavos. “Cuando un relato empieza a fallar, el primer paso es deshacerse de las piezas que sobran”. Claro que sí, adelgazamiento de la base, eliminar lo que estorba, sacar la escoba. Da igual el modo o la forma de llamarlo. Hay pretextos, hay videos, hay jodiendas que siempre hay que hacer desaparecer. Y derribaron el muro de Berlín, que no cayó solo. No. Otro error. Podemos hablar de Juan Pablo II pero no de la caída del muro. Cosas distintas. Pero los secretos, caducan. Y antes o después, toca capar al zar, y a sus vasallos, y a los perros de los zares. Hágase querer por una revolución para cambiar el dueño del collar. La miseria utilizada con un fin mucho mayor: la política. Lenin, como todos, como los políticos, como los miserables que dominan toda la política de todos los países, utilizan al pueblo. ¿Cómo? Pues volvemos al cuento, o a la fábula, o algunos otros utilizan el cristianismo, que María Magdalena no solo leía el horóscopo. Pero los cuerpazos femeninos son más llamativos. Castigo y culpa para todos. Cobardía al poder. “No me gustan las cosas que no entiendo”. Y puestos a entender, toca vender narrativas que podamos comprender. Señorita 89 es un buen intento para entender cambios que creemos que se han producido. Pero no es así. Y nada ha cambiado, ni en Méjico ni en Murcia. Todo es mentira.

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