sábado, 26 de noviembre de 2022

Verbolario

Empieza Verbolario con un número escrito con palabras: “Dos mil quinientos días de Verbolario”. Yo empiezo, o termino, algunas clases, hablando de curiosidades y casualidades: “Curioso, que no casual, que las casualidades no existen”. Rodrigo Cortes, empieza diciendo en Verbolario: “Casi todo es fruto del azar, responda a un plan o no”. También me refiero yo mucho a los planes be de la vida, pero no estamos hablado de Los años extraordinarios. Ocho, sin Katherine Neville, y es recurrente, y la profesora está muerta, pero lo repito mucho. Y pasamos a De la Serna y Neville, y muchos más. Regalos y ayuda. Primera definición del 1 de agosto de 2015. Nada de sentido. En su manual de uso habla el autor de inopia, de la que, de tarde en tarde, también hablo a los alumnos. De Verbolario me gustan las definiciones y los dibujos, pero no el tamaño de la letra, demasiado pequeña. Quiero más. Según este libro tan pequeño, hablaba el autor al principio de Neville y de Ramón Gómez de la Serna, de cosa nos podemos. Y muchas. El suelo, el cielo, el abismo. Difícil empezar así. No sé si el desierto se merece merendar (yo, muchos días, no). La de aborrecer, también está bien. No estoy de acuerdo con lo que pone del absolutismo. No. La abstención no se queda en el decoro, ni la higiene ni el agotamiento. No. Va más allá. Como dirían Los Acusicas, soy abúlico, y esa definición si me gusta. Y entonces, en la página 20, los dibujos, y el abrigo, y todo lo demás. En abyección hace referencia a la burguesía (debería referirse a más grupos). Sobre el hueso de la oliva debería probar las que me regalan Manolo y José Manuel, y cambiaría la definición (antes y después de la propaganda). No sé si tristeza y comprender van bien una misma frase, ni si aceptar es recelar. No lo sé. De los pianistas y de los pianistas de bar, hay para muchos ensayos (de los planos, también). De los futuros supervillanos hay muchos en la ESO. Muchísimos. Luego, a Bachillerato, menos. Pero nadie puede hacer de la irresponsabilidad ajena virtud. O no debería. Uff. Acostumbrarse. No sé si ese menos vale. No. Del adanista dice que tiene mejores intenciones que memoria. Tampoco lo sé. No. Y adicción no siempre es bien entendida (pero me gusta). Lo que escribe sobre la admiración RC es comprensible. Luego vienen las decepciones. Y la adolescencia no es eso, o por lo menos yo no entiendo así estando en un instituto. En adular falta material de más grados. Un afiliado no es un fan, sino alguien que, a veces, necesita ayuda. La afonía para los que trabajamos todo el día hablando es dolor, no solo eso. Y el afroamericano en ocasiones, también es muy negro. Ahora que en el fútbol dudamos si decir tiempo añadido o descuento estaba en la definición de agonizar. Y el ahondamiento no es solo vale para el idiota. No. Uff. Y luego el dibujo sobre la ambición. Da para un ensayo, sobre todo para los que pasamos mucho sobre ese trampolín. Y las sienes, y el tiempo, y el ajedrez. Y escribir alambique y verdad, cuando todo es mentira. No uso despertador, pero anoto esa alarma. Y las alianzas no son siempre francesas. A veces son eternas, como esos mismos enemigos que las financian. ¿Amar es odiar sin mirar? Otro ensayo. Sobre el mar escribe RC que es “cordialidad fuera de control”. Y entre líneas no solo leen los analfabetos. Yo quiero ser analista, pero no quiero cortar muertos. Los ancianos son extranjeros en todos los tiempos muertos, no solo en el presente. La angustia es mucho más. Y quizás Animal es una de las mejores canciones de Pearl Jam y también lo que pone RC. Ansiedad, clavada. Antifascista… Muy difícil. Se podría analizar. Mucho. Apadrinar estaría en lo cierto si todos los padrinos ampliaran sus obligaciones bautismales. Y el Apocalipsis llega a lo estructural, no solo lo convencional. Un afiliado no es un fan, sino alguien que, a veces, necesita ayuda. Y abajo ballestas, y hay manzanas, y hay certeros errores que no conectemos por imprudencia. Y esa chusma que aplaudía en el Zalacaín sigue estando ahí, en sus casas, al acecho de los que somo otra gente no incluida en la definición de chusma. La de clásico para RC: Que no es moderno siempre. Y la de codicia también es buena: hambre del ya saciado. El almacén de niños ya es aplicable a institutos y universidades. De la comedia podríamos discutir mucho, seamos miopes o no, o tengamos la vista cansada, o, simplemente, perezosa. La segunda de comisión es perfecta: Forma que el banco tiene de recordarle al cliente para quién trabaja. De comodidad hay que reflexionar sobre las tres aportaciones hechas por RC. Y yo que me espanto de los regaladores de consejos, apunto lo del asunto en cuestión: Aquello que uno cree medir cuando en realidad busca permiso. Estas primeras impresiones las vimos en Murcia desde un décimo con apariencia de noveno, pero la B ya la empezamos en Totana. No todas las babosas están desahuciadas, doy fe entre Alhama y Lorca, entre sierras y ramblas, entre bicicletas arregladas y arreglos sin cesar en una casa que se cae a pedazos, pero por partes. De los bancos solo hubiera dicho tacos. Muchos tacos. Muchos insultos. Muchos. De barbarie hablo mucho, no solo en clase. Hablo con la barbarie. Comparo lo que éramos y lo que somos, el insulto a la docencia y el desprecio de los distintos bacanales y no solo los ministeriales. No todos los beatos son viciosos, y muchos beatos (no solo los quemados en la guerra) sí que aguantaron al empuje hacia la muerte. La biblioteca y las musas cas siempre van unidas, con y sin jaula. La siguiente, no sé si con Clint y con dólares a puñados, empieza con cabalgar. Me gusta la calefacción, que ha sido mi apoyo aun siendo muy caluroso. Abrigo que procuran los libros cuando arden y cuando no arden. También me gusta la de calma como primer síntoma de la mala comprensión de un problema. Y cambiar sí que es escarmentar y, algunas veces, a sopapos de vida. Y yo que soy Lunes de carnaval me sumo a esa reunión de las empresas. O no. Quizás no me uno, pero me apunto a la definición. Ahora apenas veo películas, y leo menos libros, y cato pocas series, pero esos minutos más de una vez tienen bola extra o premio de repetición para mí, cual indulgencia postluterana. Y el yogur es una caducidad eterna, con y sin azúcar, con mentira edulcorada o miel de repetición. A la de cementerio, los viejos del lugar, lo llamábamos cóctel formado por absenta, mezcal y Strol 80. Luego, en mis apuntes distópicos, leo definiciones sin concreción como crear, creyente (ateo cuyo avión atraviesa una zona de turbulencias), cuerdo (loco que se sabe loco). Recordamos a Manuel Alcántara, siempre, todos los días en su ausencia en el periódico, y en ese recuerdo sabemos que no hay locos que corten billetes de 50 euros o se den con dos piedras en los testículos. La cultura sí que es imitación, y si que se hace en cadena, cada vez más. Debatir no es solo poner caras al escuchar. Conforme avanzo en el libro me voy dando cuenta que se podría hacer una colección de crónicas periodísticas de política con las definiciones que nos hace RC, incluyendo las que subraya de declive, demagogia, dictadura, gobernar, guillotina, democracia (gobierno de la opinión y apoteosis del descarte), desquiciar, democratizar y demoscopia (estudio que confunde la verdad con la temperatura ambiente). No me gustan las que hace el autor de depresión y desamor, aunque quizá, en algún momento, yo mismo las firmaría. Nos dice que el deseo es una aspiración incompatible con la felicidad. ¿Pero hay algo compatible con ella? El tipo test de los desposorios, me lo apunto. La devoción no es solo a la madera y el diez de mis alumnos muchas veces se queda en el cinco. La unidad de tiempo de la que habla RC en las cenas familiares (yo ampliaría ese espectro) la define como discusión. De las cinco de dolor me quedo con la siguiente Consecuencia de llevar un vacío demasiado rápido o demasiado pronto. No estoy de acuerdo con ninguna de las de educar. En efecto, leí “casa nueva” en vez de lo que ponía, no sé si por el cansancio o el abatimiento o la falta de todo. Para ególatra yo prefiero la de la religión de Glen Rice padre, que hablaba de él en tercera persona, aunque la de RC está resaltada en mis apuntes: Sacerdote, dios y creyente de su propio culto. Emprendedor, dinero, padres en una misma frase si me suena bien. Lo del subidón final no va solo con epitafio, pero se entiende. Experiencia: Aquello que se consigue en lugar de lo que se quiere. De fascista podríamos hablar, y escribir varios verbolarios al respecto. De las tres de felicidad me quedo con desmemoria y estado de plenitud que acaba al despertar. Frustración va de acariciarse y de la ausencia de acariciarse, va por guetos. En los funerales también hay bromistas que dicen que el muerto se ha movido, y hay todo tipo de sorpresas de las que, según RC, se hacen para evitar esas sorpresas. Quizás la radio generalista sea un gran invento, y no solo un invento vaciado de contenido. O sí. El historiador es en Verbolario un cronista que narra el pasado como si de verdad hubiera sido. No sé si entran héroes en esta historia, o, para RC, carnicero que está de nuestro lado. Para humillación un poco de baloncesto no viene mal, pero es que ahora todos los grandes tiran de lejos. Ilusionista también entraría en la lista de la crítica periodística y la incompetencia, aunque parezca que no, también. Indicios varios. Y la de infeliz, infierno, inteligencia, jubilado, jugar, juventud. Karaoke para todos. En la de 121 me gustan las cuatro de madurar, aunque veo que asumir la propia vulgaridad es adecuada. Y la de manía, y la de mayordomo, y la de mercenario, y el oscurantismo (fragmentación del saber). Y la de paternidad (rendición sin condiciones) siempre viene a cuento. O a novela. Reinfección siempre hay que tenerla a mano, y posverdad, y resentimiento. ¿Anarquista con poder vale para tirano? Puede ser, lo pondré en un tuit, pero sin gritar esta vez. Una buena selección la de Verbolario.

martes, 22 de noviembre de 2022

domingo, 20 de noviembre de 2022

The English. Primera temporada.

Un retrato. Diferencias. Los ingleses. Pistolas. Palabras que acaban con todo. Caballos. Joya. Luto. Hijos muertos. Tierras robadas. “La diferencia entre lo que queremos y lo que necesitamos era algo que aún teníamos que aprender”. Era, y lo sigue siendo. 1890. Y más disparos. Indios. Crestas. Matar y seguir. Escribir relatos sobre historias de un pasado sin cimientos. Lo que merecemos y lo que nos oscurece. La verdadera América es un pájaro muerto y una diligencia en mitad de la nada de Kansas. Y Ciarán Hinds transformado, si que es que alguna vez no va transformado. Cuerdas colgantes. Sangre en las mangas de las camisas. Acordeones fuera de contexto. Acabar para intentar terminar, que no siempre es lo mismo. Inventos caseros y testosterona. Planes que no salen bien, o salen de la forma equivocada. Nada como pensar antes de morir. Menosprecio llevado a expresiones equivocadas. Criadillas para cenar. “He visto el infierno y lo creado. Y lo llevaré conmigo hasta el más allá”. Títulos que son cargas y no valen en el día a día. “No se pregunta si el resultado es dudoso” Y preguntas sobre el enemigo de los individuos y pensar en la respuesta autoimpuesta y que lleva a perfectos y pluscuamperfectos perfectos. Y frases sobre apocalipsis y éxodos: “Los ingleses escriben La Biblia, pero no dicen la verdad”. Con The English pasa lo que últimamente se repite demasiado: un inicio prometedor, un frenazo en seco, conclusiones varias sobre lo que pudo ser y no fue, sobre lo que se quedó entre Oklahoma y otros estados que cuesta escribir con el teclado de un móvil. Y de pronto, cuanto menos te lo esperas, un equipaje inesperado con el que cargar o huir, con el que aprender idiomas o creen en fuerzas y escorpiones, en harinas y cabezas de búfalo, en muertos en vida y vidas que acaban demasiado pronto en la muerte. Los caminos de la sífilis están en todas partes, como bien decía el hombre de la camisa verde. Los de la sífilis, los del chantaje, los de los lobos, los de las salas bonitas que se convierten en traumas y en mentiras que viajan por océanos y vuelven a ser símbolo de dolor. Pianos para todos en los que torturar y torturarse, melodías preciosas que suenan en los peores momentos en ese paisanaje nuestro de todos los días compuesto por asesinos y ladrones. Pero las venganzas no siempre son completas: “Esto no es el destino. Solo un montón de disparos y algún día fallaremos”. Y, quizás, acertaremos. Nunca se sabe. Al final se endereza en el último episodio, pero no roza la perfección The English, pero como esto va de derrotas, siempre hay que recrearse en ellas, en el lamento ajeno y en la aculturación nuestra de todos los segundos, mientras recordamos frases que van de indios, pero podrían ir de nosotros en nuestra falsa cotidianidad aguantando cosas que no hubiéramos aguantado hace unos años: “Les lavo la mente. Ya no veo otro camino para la supervivencia de los indios”. Vivan las derrotas.

sábado, 19 de noviembre de 2022

La forma del agua

Empieza La forma del agua de Andrea Camilleri haciendo un retrato de la Sicilia de mitad de los 90 y nos valdría para cualquier región europea del sur desde entonces hasta ahora. Una descripción de tres páginas en las que resumen los males y el funcionamiento de las sociedades supuestamente avanzadas pero que no siempre avanzan con sus mecanismos de corrupción y supervivencia, que al final de cuentas viene a ser lo mismo. Regiones con problemas que llevan de la mano a otras gentes venidas del este europeo (buena alusión al comunismo nada más empezar) y de distintos lugares de las distintas Áfricas, que son muchas y ninguna igual a las otras. Y, cuando las cosas se ponen feas, y suele pasar demasiado a menudo, llegan ideas políticas que, en vez de solucionar, agravan lo malo y lo peor que está por llegar. Retoma todos estos asuntos al final del libro, después de una explicación que podría por ser cualquier otra igualmente. ¿Qué más da cierto relato cuando lo que aquí nos interesa es el retrato que nos pinta Camilleri? ¿Qué más da un BMW verde, las cabinas telefónicas y un muerto? “El comisario era de Catania, se llamaba Salvo Montalbano y, cuando quería entender una cosa, la entendía”. Aunque la mayoría de veces, con y sin Van Morrison de fondo, o con Wilco y sin Pearl Jam, da igual lo que entendamos. La forma del agua va de mafias, de las de toda la vida y de las que tenemos en nuestra familia, la de los secretos que no confesamos y que al final, como no puede ser de otra manera, se saben, salen a relucir, y te salpican lleves los calzones del derecho o del revés. Pero siempre es importante saber donde está la etiqueta, en las botellas y en los boxers, en el pasaporte de Suecia y en la familiaridad nos siempre bien entendida. Subraya AC el papel del cuarto poder, teles locales contraladas por mafias de todos los sitios en los que la mentira reina en esa república de corrupciones. Y las ruedas pinchadas de la policía regularmente, y los recuerdos de antepasados de la Baja Edad Media, y las referencias a Sciascia (siempre en nuestro equipo) y si hay que citar la Historia de la muerte en Occidente, se cita. O no. Y las reflexiones sobre legislativos y ejecutivos: “En política, todos son como los perros. En cuanto se enteran de que no puedes defenderte, te atacan a dentellada”. Y obispos que citan a Pirandello y mujeres que preparan comida como los ángeles y cuadros que observar y la hipocresía y la Iglesia y sus pastiches. Todo mentira y todos cerdos que comen cerdo: “La mafia ha subido el precio, pide cada vez más y los políticos no siempre están en condiciones de satisfacer sus exigencias”. Y no siempre uno caga bien, ni es perspicaz, ni se cree lo que cuentan por la tele, ni las causas de los asesinatos. Aquí, la muerte primigenia y los asesinatos posteriores, quizás sean algo superfluo, un poco de polen en mitad de la selva, un diurético con el que mear sangre de distintos colores. Y la familia, siempre heredando y construyendo un futuro que no se sabe pero que hay que construir, siempre controlando y corrompiendo, siempre chantajeando y estancando al que hay que hacer lago, porque “cuando uno no tiene el viento a favor, no navega”. Y en ese lienzo lleno de óleos sagrados y de los otros, de los de casa para putas y lugar de encuentro clandestino, salen las “fuerzas vírgenes”. Y no, todavía no sé decir impostergabilidad, aunque no sé si existe. Y más frases sobre las que creer en el mañana, aunque solo tengamos viento y arena en los ojos: “Montalbano, yo soy rojo por dentro y por fuera. Pertenezco al grupo de los comunistas malos y rencorosos, una especie de vías de extinción”. Y en esa fauna de gentes de isla y supervivencia, algunos destacan y no solo por su inteligencia: “Se trata de un espléndido ejemplar de gilipollas, de esos que se dan donde haya un padre rico y poderoso”. La forma del agua, sin ser nada para tirar pirotecnia valenciana, ayuda a pensar en las apariencias, en la poca duración de los himnos que parecían universales, en la confusión entre machos, hembras y hermafroditas en la oscuridad, en las costumbres antimonacales, en las pompas de jabón convertidas en detergente, en el dolor ajeno y en el de todos los días que nos lleva a lo elegir lo incorrecto, en las frutas prohibidas que desechamos pensando que la original, la del pecado, es la buena. Todo, en este cuadro, resalta porque es cotidiano, porque nos entra fácilmente por los ojos y porque lo necesitamos: “Y esta vez fueron no sólo el olor y el habla de su tierra los que lo atrajeron como un imán; también la estupidez, la crueldad y el horror”. Y puestos a creer, nos montamos nuestra propia religión, con dioses como Montalbano, aunque sean de tercera división. Pero somos mucho de panteones. Y lo seguiremos siendo, antes y después de Montalbano.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El cuento de la criada. Quinta temporada.

Y dale con la primera carta a los Corintios. Y con el resto. Sigue la serie del recreo en los primeros planos, ya sea en una violación o en un atropello, en una fuga o en una captura, en un asesinato o en el escape (que nunca es definitivo). No sabemos si la siguiente judiada con pe será peor que las anteriores para las protagonistas de El cuento de la criada, aunque en esta temporada alguna de las protagonistas también toma de su propia medicina en plan Obélix. Y si es la serie de los rostros, aún más de la sangre, con las mujeres convertidas en Gilead en simples vasos, como si en una clase de Historia Medieval de España el amigo Francisco de Asís nos estuviera contacto la vida de las mujeres en el occidente de nuestro medievo particular. O medioevo. Porque al final de todo, El cuento de la criada es un retorno al pasado para intentar cambiar una política, una huida que, pese a los intentos de barnizado, sigue siendo el enclaustramiento de épocas oscuras, de justificaciones sin justificación, de pequeños destellos de lucidez en una noche que es eterna. Pese a que hay veces que creemos que esa noche pasará, no es así y lo negro se impone al resto, por mucho que las mariposas muten y parezcan bichitos encantadores. Nada de nada. Todo mentira en esta vida y en la sexta temporada de ECDLC, más todavía. Nada como recuperar una historia con entierros y secuelas, con recuerdos y brillos endemoniados, con cuerpos mutilados e iluminaciones hechas plan. El cuento de la criada se recrea, por momentos, en lo macabro: la venganza del herido no nos sorprende, pero nos hace pensar sí seríamos capaces de llevarla a cabo nosotros. El daño, y no solo el genético, no consiste en cambiar de modales o de comportamientos. En esta temporada se pasa de lo melancólico a lo salvaje, de lo sanguinario a lo evocador, de lo que nos parece imposible pero que ilustrado con imágenes se hace sombra y claroscuro. Nada como hacerse preguntas en el funeral de un traidor. Sacrificios, milagros, bazofia. Lugares insospechados. Políticos de hule viejo que dominan el miedo. Nada como el miedo y la censura para atemorizar al personal. Cambio de cromos. Embarazos que parece que protegen y no lo hacen. Venenos al poder. Que no falten vinagres en nuestras vidas. Y el púrpura lo fastidias todo. Oficinas para el duelo. Ejemplos para el trauma. Decisiones en las que es imposible acertar porque cualquier respuesta es un error, o una estación sin salida, o con sorpresa. Resistencia. Escapar para volver, volver para resistir. Esto no va de pescadillas que se muerden la cola, va de océanos infectados. Bálsamos para coléricos intentos de sugerir el apocalipsis. Lo que se ve y lo que se ve, lo que se podría evitar y lo que siempre se repite.

sábado, 12 de noviembre de 2022

Revolución. Una novela.

Empieza Revolución, una novela, con una cita de Conrad en la que se habla de un camino y de un desierto sin senderos (nunca he estado en un desierto, no sé los senderos que me podría encontrar). “Esta es la historia de un hombre, una revolución y un tesoro”. Méjico, Zapata, Villa. Conozco a otro Zapata, del que quizás debería hablar otro día. O no. Se habla de 15.000 monedas de oro, se habla de un banco de ciudad Juárez, se habla de un 8 de mayo y se habla de 1911. Se habla de un hombre llamado Martín Garret Oritz. Se habla de un disparo. Se habla de un ingeniero de minas llegado de España y del presidente Porfirio Díaz, del opositor Francisco Madero. Escribe AP-R que “para cualquier mexicano de las clases medias y bajas, la palabra gobierno era sinónimo de enemigo”. O de muchos enemigos. Leyendo Revolución, desde el principio, te das cuenta de que aquello era una jaula con muchos bichos y que no podía acabar bien. O acabar. Gente equivocada en los sitios equivocados. Hambre y mierda y moscas y motivos por los que luchar, pero todo el mundo cambia al igual que esos motivos y sus circunstancias. El libro deja desazón, da aire de lucha estéril, por no decir inútil. Tampoco sabía de la existencial del sotol, pero son tantas las cosas que desconocemos que no prestamos ya ni atención. De la revolución mejicana sé apenas nada: un Videodrome de Radio3 en el que Gregorio Parra y Sandra Urdín no hablan de Los profesionales y resumen muy bien aquella historia con tres pinceladas y buena música. Escribe el autor de “meros desgraciados contra desgraciados”. Todos tenemos la desgracia encima, o varias desgracias. Les puse hace poco a mis alumnos de la FP Básica la definición de revolución que recoge la RAE. Aquí, en la novela, se dice que “nosotros hacemos la revolución pa que a los pobres no nos chupen la sangre los hacendados capitalistas…que las tierras se repartan a quienes las trabajan y las minas sean par pueblo que se deja en ellas la vida”. Ojalá fuera todo tan fácil. Pero no lo es. Tengo pendiente la lectura del libro de Rafael Rojas, El árbol de las revoluciones, pero estos intentos americanos no siempre salían, o nacían ya con síndromes o rémoras. Gachupines todos, el recelo al español y lo que dicen de nosotros las etiquetas. En la esterilidad de esta historia, siempre ganan los mismos y el resto solo ve, observa o mira para otro lado. Repite Pérez-Reverte la idea de la marcialidad, de perseguir a los que bebían en las otras, la importancia de los filibusteros, la prensa extranjera que contaba o mentía como casi siempre, los duelos de honor, el olvido en la batalla. Ya lo hemos leído antes, pero siempre es bueno recordarlo, o creer recordarlo. “Los puercos de antes no pierden el olor, son los puercos de siempre”. En esa derrota infinita, hay que preguntarse los motivos de la lucha, la diaria y la perenne. Quebrantos para todos. Sobre Villa se lee en Revolución: “Una mezcla de genio intuitivo y canalla peligroso. Hace la guerra a su manera y no hay modo de disciplinarlo”. Y, como siempre, cambian cosas en la fachada, pero el edificio sigue siendo el mismo: “De qué revolución me habla. Ésa se disuelve en traiciones y mentiras. Los ricos son los de antes; y los pobres, también. Se lo dice a usted uno que la hizo”. Y más frases sobre la mentira de siempre: “Me enamoré de la democracia, ¿qué le parece?…Pero es una mujer que paga mal”. Vaya negocio ese de la democracia: “Confiar a trece millones de indios analfabetos la elección de un presidente es como pedir a una clase de escolares que elijan a su profesor”. También nos lleva a pensar desde el otro lado, desde la poltrona y la finca, desde el que tiene bestias de todo tipo a su cargo: “La revolución consiste en que muchos que no saben leer ni escribir se adueñen de las propiedades de los pocos que sí saben leer y escribir”. La pregunta que siempre le hago a mis alumnos es si nos están utilizando. O nos dejamos utilizar. No lo sé. Más frases: “Ni los principios son absolutos ni los pueblos son tan ciegos para suicidarse por respaldar una doctrina que los lleva al desastre”. Pues podría ser. El arrastre y la bajura: viva la pesca. Y Méjico, esa escuela “para alguien que mira”. La muerte, la revolución, los errores y más sotol, y más tequila en ese “perpetuo sobresalto”. Claro y meridiano, al más puro estilo de Jota y Manuel Ferrón: “La revolución les importaba sólo mientras estuvieran abajo; una vez arriba, se pondrían cómodos”. Este libro no va de creencias, va de hechos y, casi siempre, de fracasos. Incluso, hasta la supervivencia, a veces se hace cuesta arriba. En definitiva, una novela en la que recordar que muchas victorias parciales en batallitas no llevan a la victoria en la guerra. Y en Méjico, como en tantos otros sitios, la herida sigue abierta. Y la revolución, también.

martes, 1 de noviembre de 2022

Un tal González

Una de las últimas frases que leemos en Un tal Gonzalez de Sergio del Molino es la siguiente: “Para que nosotros seamos niños grandes a los cuarenta, los tales González tuvieron que ponerse corbata y fingirse más adultos y experimentados de lo que eran”. Cuando me preguntan los alumnos, a la hora de elecciones, sobre mis preferencias electorales, les comento que llevo mucho tiempo sin votar. Demasiado tiempo desencantando. Y por gente como González y Aznar, por personajes como Rajoy y Zapatero. De Sánchez no hablo, porque es un tipo a estudiar, y todavía quedan muchos asuntos en su agenda y no solo del 2030. También escribe SDM: “Se trataba de logros colectivos y desiguales, unos más acabados que otros, pero todos bien madurados”. Me da la impresión (y mis impresiones son siempre, o casi siempre, equivocadas a posteriori) que SDM pone a González como el mejor presidente posible en esos años de aceleración y caos, de atentados de distinta índole, de crisis y apogeo, de olimpiadas y exposiciones, de guerras intestinas y críticas periodísticas, de alianzas nacionales y vuelos por una Europa que crecía a la vez que nosotros. Pero he empezado por el final, que me ha dejado un resquemor. Tengo demasiadas dudas sobre si fue el mejor posible en esos años, y con Suárez me pasa lo mismo. No sé si yo hubiera escrito lo que escribió sobre FG el autor: “El país que hizo Felipe es mi país, el que me ha hecho a mí contando esta historia, me estoy contando a mi y charlando con Felipe, me siento, de algún modo pueril, rumbo a Ítaca”. Se pregunta al principio del libro sobre la definición de Un tal González el autor. Va tachando géneros y escribe que “la memoria es frágil y está hecha de ficciones tanto o más que la literatura”. Pero entonces sale a relucir El hormiguero (reconozco que no lo he visto nunca, me pasa como con las secuelas del Padrino) y dejé el libro por unos días. A veces se habla tanto de la transición, de la concordia perdida, de pactos que ya no se firman que cansa la política a algunos que nos encantaba. En este respecto, SDM también da su opinión: “Ya tenemos pasado, culpa y remordimientos propios, pero seguimos obsesionados con el pasado, la culpa y el remordimiento de los que hicieron la transición”. También es un reflejo UTG de los cambios conforme pasan los años, de los periodistas muertos y de las amistades que quedaron en ese inestable camino que es la política. Desde la clandestinidad al yate, aunque no recuerdo leer la palabra yate mucho por UTG. Las puertas giratorias tampoco aparecen mucho. O hubiera puesto en el espejo el coche de Anguita, la casa de Anguita, el instituto de Anguita antes y después de la política. No lo sé, me equivoco demasiado con todo esto. En ese recuerdo aparecen los nuevos aires que llegaron en los 70’s al PSOE todavía clandestino, con esos vascos curtidos en batallas como Redondo, Rubial o Enrique Múgica, junto a Guerra y González frente al viejo Llopis. Escribe SDM: “La mejor forma de conllevar la militancia y la vida es confundirlas con una sola cosa”. A veces lo confundimos todo. O casi todo. Y no solo la militancia. Y en ese tránsito desde la clandestinidad al triunfo electoral, nos muestra SDM una radiografía del cambio de seres y Estado, de personajes y conciencias, de ideas y extrañezas. Y ese cambio empezó por el PSOE, que como indica el autor “no podía seguir sometido a la voluntad de quienes llevaban treinta años sin cruzar Los Pirineos”. Se nos olvida enseguida el nombre, incluso el alias, o los apellidos, o el cariño de los que nos ayudaron o dieron sus sueños por los de otro. Algo así retrata SDM con Nicolás Redondo y su relación con Felipe González, antes y después de Suresnes, antes y después de la huelga general, antes y después de desencuentros y traumas. UTG también es una correlación de idas y venidas, de falsas retiradas y farsas que se alargan en el tiempo, incluso antes de llegar a ser nada y con Franco todavía respirando: “Había que tener mucho temple torero para hacer planes democráticos en aquellos días de final de verano. La dictadura hacía tanto ruido en sus estertores que parecía infinita e invencible”. Ahora que enseguida intentaré que mis alumnos definan falansterio, aparece aquí con un símil que no todos entienden, o quieren entender: “Si hay algo en Francia parecido a un falansterio es Suresnes”. Y de ahí, al cielo, aunque como escribe SDM, “las vidas solo tienen sentido cuando se han vivido, no mientras se viven”. Añade sobre ese falansterio particular: “Hoy es un lugar común decir que en Suresnes el PSOE dejó de ser un club de debate masónico de exiliados para convertirse en un aparato de poder”. Me gusta del libro como narra el acercamiento entre Boyer y González, y no veo tan lubricante esa cena con Fraga. Quizás ya sea hasta exigente con ese personaje al que un día le pregunté (a Fraga) y me dio una respuesta de 5 minutos sin responderme y con su asistenta mirándome ejerciendo de Torquemada [y solo le pregunté por la sucesión a la Corona]. Y los militares, y las elecciones del 77 (la mejor cosecha) y aquellos 118 diputados y la amistad con Omar Torrijos y las del 79 con 3 más. Todo eso está en los libros y suena como mucho más lejano en el tiempo. Y los recuerdos en casa de Pedro Altares (tengo todavía por ahí, o debo tener en la antigua residencia catastral, los artículos que salían en La Verdad de PA), y la etiqueta de comanches y la amistad con Javier Pradera (y si no era amistad, era algo así). Sobre lo que escribe SDM sobre el primer presidente de la democracia, me quedo con frases tópicas pero que siempre se utilizaban y que retratan muy bien la mentalidad española: “Tal vez tenían razón los del búnker, y el hijo de un rojo acaba siendo rojo, como una fatalidad genética”. Y habla de los quinquis, y de la droga, y de la delincuencia de los 80’s, y aquella dimisión de Suárez de enero del 81, y el 23F, y la victoria de Felipe del 28 de octubre de 1982 y aquella Moncloa que ilustra con palabras SDM: “Como en un guion de Rafael Azcona, abundaban los personajes recién salidos del imperio austrohúngaro, pero faltaban oficinas, mobiliario, líneas de teléfono, telecomunicaciones e incluso seguridad”. Y ese binomio convertido en personajes de Ibáñez de una política que para algunos fue superlativa y para otros tomadura de pelo, pero que para el autor de libro era una amistad hecha sobre entendimiento. Y Solchaga, y más Boyer (mi padre sigue diciendo que fue el mejor presidente que tuvo en el Banco Exterior), y la devaluación de la peseta y la subida de un quinto del precio de la gasolina. Nos suena a anteayer pero hace tiempo, pero es que veíamos muchos telediarios a la hora de comer y, aunque no quisieras, te enterabas. Y, que no falte con SDM, un poquito de historiografía, o de clase de historiografía, que no se enfade el profesor Ruiz Ibáñez: “Hay muchas escuelas de historiadores. En 1982 dominaban los marxistas y sus primos hermanos esotéricos, los estructuralistas, que no creían en el individuo, sino en las corrientes de la historia”. Hay que leer UTG para recordar aquellas historias sobre Balbín y Calviño en RTVE, sobre Sotillos y Cebrián y Pedro Jota, y El País, y Diario 16 y esas palabras que hacen pensar: “Las quejas decepcionadas de los periódicos amigos transmitían una desilusión tan sincera como incrédula”. Y los asesinatos de ETA, y las historias de alcaldes y sindicalistas perseguidos, y los GAL y el acero de Sagunto y la falta de competitividad de la vieja industria y las reconversiones vendidas como otra cosa y comparadas por SDM con lo ocurrido en Gales o el norte de Francia. Y Helmut Kohl, y la historia del OTAN SÍ, OTAN NO y los entresijos en premios literarios y la llegada de E.P.Thompson a Madrid y Krahe y el Cuervo Ingenuo y todo lo demás (una de las partes del libro que más me gusta). A veces nos quedamos con las etiquetas o las anécdotas, como con los bonsáis de González. Quizás fueran un síntoma, o quizás algo más: una alarma, un quiste sin sacar, o una rémora de un futuro incierto. Vaya usted a saber. Escribe al respecto SDM: “A veces, un presidente se aficiona por los bonsáis para escapar unas horas de toda la gente que quiere saber qué diablos significa que un presidente se aficione a los bonsáis”. Y después trata SDM el asunto Hipercor. Yo no sé el modo de redactar algo como de Hipercor en algo tan indeterminado como UTG. Quizás, a pesar de ser un libro (o quizás por eso) hubiese utilizado tacos. Muchos tacos. Todavía recuerdo en Murcia lo que ocurrió con Ángel García Rabadán en febrero del 92. Fue un asesinato de alguien de Murcia, y en Murcia todo el mundo conoce a todo el mundo, o por lo menos todo el mundo conocía un poco a todo el mundo en el 92. No fue ayer, pero también nos acordamos de aquel coche bomba, y de La Tigresa, y de Urrusolo Sistiaga, y el estruendo de aquella noche se escuchó en kilómetros a la redonda. No sé muy bien el tratamiento de estos asuntos. Y con el GAL tampoco sé las palabras que tengo que utilizar. Ni los tacos y Jorge Semprún y vuelta en el 88, y la boda de Boyer con la Preysler y Leguina y el Plan de Empleo Juvenil, y el asunto con Pilar Miró, y el poder de la tele. Escribe SDM: “El despacho de Miró se cubrió del polvo de una batalla entre socialistas y no había sala ni corredor en todo Prado del Rey donde no le pusieran zancadillas”. Y el éxito no se vendió bien, o el falso bienestar del que habla SDM: “Había una clase media expansiva con dinero para pequeños lujos burgueses”. Y el sindicato del crimen, y FILESA, y los debates electorales en Antena 3 y esos 90’s de éxito hasta el crack, hasta IBERCORP, hasta Mariano Rubio, y la fuga de Roldán, y la intervención de Banesto y la España del pelotazo y la figura de Garzón y Belloch al que llamábamos el chófer de Drácula porque se parecía mucho al chófer de Drácula. Y las entrevistas de Gabilondo, y el recuerdo del señor X y Gregorio Ordóñez y Puente de Vallecas, y hasta el Cojo Manteca y la Cartagena en llamas del 92 que ahora muchos recuerdan por El año del descubrimiento. Escribe SDM: “La España de 1995 era un país aburrido y soleado que no estaba mal, y buena parte del mérito correspondía a ese presidente agotado, que se defendía con obstinación y no se atrevía a irse porque había empeñado su palabra”. Un buen libro, con un estilo sencillo y directo, entendible para todos. Pero yo sigo pensando que la España que nos hubiera dejado Anguita hubiera sido mucho mejor que la que nos dejó González. Muchísimo mejor.

The Split. Tercera temporada.

The Split se pone sensible, pero saca una sensibilidad de lujo, de marca, de final bien hecho aunque no siempre perfecto. Pese a sacar mala sangre cuando hay que sacarla, y la lágrima cuando toca, cierra las tramas de forma correcta, busca soluciones donde no se ven, encuentra un rayo de luz donde solo se ve infierno. Esta tercera temporada, aunque deja una incógnita pendiente nos lleva a escuchar latidos propios en cuerpos extraños, nos hace reconocer a personas extrañas como propias, nos invita a una reflexión sobre lo importante, sobre no dejar los asuntos para después, sobre cumplir cuando hay que hacerlo y eso no es después de una prórroga. O de varias prórrogas. Y también nos lleva a separar lo no deseado de lo indeseable, lo despreciable de lo que debemos incluir en nuestra referencia diaria. Siempre somos utilizados, unas veces desde el desconocimiento propio, otras desde la maldad. La virtud nos hace equivocarnos a pesar de estar acompañados de la persona perfecta en los momentos perfectos. Y esos errores nos acompañan de por vida, aunque pensemos que podemos recuperarnos. Y nunca nos recuperamos.

The Split. Segunda temporada.

Deja ese poso amargo de decepción la segunda temporada de The Split. A veces intentamos reflotar El Sirio, y salvar a sus muertos, e iluminar un poso que es imposible que se queda en el paladar, y te llega a las entrañas. Con sus altibajos, The Split vuelve a dejar heridas abiertas, vuelve a hacernos pensar en los errores cometidos y en las consecuencias de esos errores en las personas que nos rodean. Quizás seamos errores con piernas, pero esas deficiencias nos llevan a meternos en cebollas imprevisibles, en imágenes repetidas hasta la saciedad, en la utilización por otros y por terceros y por un universo que se desvanece cuando menos te lo esperas. Quizás las equivocaciones nos parezcan mortales en épocas de heroínas fallidas, en etapas en las que se nos cae el castillo de naipes (¿o era casa?) y nada es lo que parece. Incluso las catedrales arden pese a las oraciones de los fieles, pese a las velas encendidas, pese a las decepciones acumuladas en una cera que se te pega a la suela del zapato, o a la rueda del coche, para no saltar nunca. O quizás nos hemos creado un ente imperfecto del que nos creemos el sol y que los demás giran a nuestro alrededor. Y nuestra órbita está muy jodida. Y no tiene arreglo.